CAPITULO 9

AMELY

La claridad del sol, golpea mis ojos cerrados y me obliga a entreabrirlos.

Me remuevo sobre mi lugar y aún, sobre mis manos por abajo de mi mejilla y en mi postura dormida de lado, notando mientras me despabilo más, que lo hice en algo seco como rasposo.

Pero paradógicamente, cómodo y alcolchado.

Entrecerré los ojos obligada a pestañear más fuerte, ante el resplandor del sol de la mañana que llena el lugar, mientras me incorporo sobre el lecho donde caí dormida bostezando.

Guau.

Mi colchón es un montículo de heno y viejos como grandes costales de lo que parece semillas de lino a medio abrir y dispersos sobre el viejo piso en madera.

Recorro con mi vista el lugar, viniendo a mi mente lo sucedido la noche anterior.

Y para mi sorpresa.

Lo que parece un cobertizo por su no gran tamaño en donde estoy.

En realidad aclarando mis pensamientos y mente dormida, me doy cuenta que estoy sobre la torre de algo.

Para ser precisa.

La de un antiguo campanario.

Donde esta, yace inmóvil sobre un extremo de este cuarto colgada.

Imperiosa por su tamaño.

Y cual su cobrizo, oxidado y labrado diseño por manos artesanas, muestran sus centurias de la cultura de su pueblo en cada uno de su dibujos sobre el esculpidos.

A la espera de ser tocada y sean sentidas, sobre las cuatro arcadas estilo ventanas en las paredes de piedra rosa en su construcción que nos rodean.

Que como bocas al exterior y desde la altura, donde nos encontramos.

Tiempo atrás.

Habrán teñido este pueblo milenario con cada campanada, con su grito de acero e hierro fundido.

En nombre de él.

Dando victoria a algo o advirtiendo el ataque del mismo.

Anoche no lo noté.

Ya que sucesivos edificios sorteamos con Constantine.

Uno tras otro.

Entre las alturas y la densidad de la noche.

Entre cornisas y más azoteas, bajo la cortina siempre mientras nos hacíamos camino a donde sea que me conducía.

Me guiaba.

Y me ayudaba en nuestra carrera de escape sobre las alturas entre la oscuridad del cielo estrellado que nos protegía.

Y las luces propias con su iluminación cubriendo bajo nuestro, de toda la ciudad con su movimiento típico de la noche.

Pero, sobre el sonido intermitente de las patrullas policiales por toda la zona con sus luces invadiendo el lugar yendo y viniendo.

Buscándonos.

Para llegar luego a este lugar sin iluminación en la negrura de la medianoche.

Y a la espera que las sirenas de las patrullas con sus luces mermen, caí rendida de sueño y en los brazos de Constantine y que seguro encontró este rincón como lo más adecuado para recostarnos y a la espera de la aurora.

- Kunt aistayqaz...(Despertaste). - Su voz se siente, desde algún lado de toda la habitación.

Me pongo de pie sacudiendo como puedo, dejos de heno sobre mi pelo como ropa e intentando ver tras los reflejos y el brillo de los rayos del sol que entran por esos ventanales.

Con una mano como visera sobre mi frente intento localizarlo, acomodando mejor mi cámara fotográfica a un lado y que todavía cuelga de mí.

Pero su presencia física no logro divisar, aunque su voz gruesa y pausada sí, llenando el lugar.

Y la sigo con pasos lentos a medida que habla.

- ...ya no hay más que uno que otro móvil, deambulando la zona... - Murmura con su siempre voz pausada, llena de esa paz y tranquilidad interior. - Conduciéndome hasta una de las arcadas.

Para asomarme en ella apoyando mis manos sobre su alfeizar de piedra y mirar a través de ella al exterior y haciendo a un lado mi pelo por el aire detrás de mi oreja.

Y encontrarme a Constantine.

A sus afueras.

Y sobre la cornisa de este.

Flexionado sobre sus piernas y con uno de sus brazos apoyado sobre su rodilla doblada descansando y con los dedos de su mano, frotando sus labios pensativo.

Esos labios que hacen que muerda los míos, ante el dulce recuerdo de ellos besándome anoche en nuestra huida, mientras observa todo desde la gran altura en pisos que estamos, la majestuosidad de esta hermosa ciudad.

Que como postal de fondo, por la vista ante la altitud que nos encontramos, nos regala el panorama de sus 180 grados de esta, bajo su sol naciente detrás de los edificios.

En otro momento.

Hubiera escapado de mí, algún grito de espanto ante lo peligroso de verlo allí en un borde y a metros de altura.

Inmóvil.

Con esa calma absoluta que todo su ser se rige siempre.

Domina.

En esa postura y sobre el arimez del borde exterior, desafiando la temible altura bajo su actitud vigilante.

Sin arnés de seguridad.

Sin nada.

Pero, me limito a solo observarlo.

Paciente.

Calmo.

Y yo, me derrito de amor.

Para ser sincera, empiezo a babear.

Por como bajo esa postura de importarle una mierda.

Llámenlo.

Sea la leyes de la física desafiando o jugando contra ella, por estar sobre el filo de la cornisa y nivel de altura.

Como esa brisa que lo envuelve y es insipiente por tal contra él.

Que juega sobre los lados de su traje medieval, provocando que estas se muevan suave y al compás de ella, como su pelo que sin llevar tanto la máscara como la capucha que siempre lo cubre, ahora descansan sobre sus hombros como espalda.

Donde su pelo algo largo, suelto y de ese negro noche, ladea sobre su rostro por el viento.

Y para mi puro disfrute.

Suspiro, para mis adentros.

Deja a mi placer.

La vista despejada de esas facciones egipcias, perfectas y viriles de piel café con leche, mezcla de esas dos razas milenarias.

Donde el contraste de esos ojos tan claros, hasta el punto de parecer cristalinos.

Como hielo.

Y rasgados.

Herencia de esa genética pura como Caldeo que corren por su sangre, llena por la historia de su pueblo Africano.

Su gente.

La Qurash.

Y que, bajo su traje guerrero como armas que carga sobre él.

Como esos dos sables, cruzados sobre su espalda.

Lo hace dar un aspecto un poco feroz, debajo del frío de la oscuridad de su vestimenta de guerra como porte.

Pero tan caliente, maldita sea.

Como misterioso.

Aclaro mi garganta.

- Eso, debe doler... - Solo respondo sobre mi lugar, al notar un pequeño corte sobre una de sus mejillas y donde la sequedad de la sangre marca su largo como el tamaño de ella.

No es grande.

Como tampoco profunda.

Pero, una herida en fin.

Niega sin dejar de mirar al vacío de la ciudad que despertando del nuevo trajín despertino, se comienza a percibir su movimiento de a poco entre las calles y su gente.

- Ese hombre... - Prosigo, ante su silencio y caso omiso a mi comentario de su herida y cerrando por unos segundo mis ojos, intentando acomodar mis ideas y lo que sucedió ayer por la noche en el parque.

- El ruso... - Me saca de mis dudas y confirma con su mirada ahora en mí.

Y mierda, con su mirada tan seria como sexi.

Que sin moverse de su lugar como postura prosigue, lo cual se lo agradezco, porque estoy segura que tengo mi cara de babosa por lo lindo que lo hace todo esto.

Ya que, soy muy mala disimulando también.

- ...Mijhail Varcovich. - Resalta su nombre, pero no me es familiar para nada. - ...es integrante de una hermandad establecida entre hermanos sin ser de sangre...

- Una cofradía de... - Dudo. - ...filosóficos o ideológicos?

Asiente.

- ...y devoción religiosa, mariposa... - Suspira con desacuerdo. - ...donde utilizan sus creencias como mandamientos a la orden de justificar, lo que hacen...

Me apoyo sobre la pared de piedra, cruzando mis brazos sobre mi pecho y empezando a entender todo.

No estoy lejanas de esas confraternidades.

Son agrupaciones que nunca se saben específicamente de sus existencias.

Tipo leyenda.

Como la Francmasoneria.

Pero, se comprenden que están.

Que existen.

Creadas a la par del mismo mundo y tan antiguas como la misma biblia.

Donde sus integrantes son gente de poder.

Mucho poder.

Y se hacen llamar los iluminados.

No solamente, por la potestad absoluta en que se rigen y dominan.

Sino.

Porque, es una sucesión.

Un legado de generación a generación su cofradía y donde se permite su admisión a un nuevo miembro, mediante una ceremonia bajo su juramento.

Solo por y para que el objetivo de que su leudanía crezca.

Ya que las Masonerías.

Son filantrópicas.

Simbólicas.

Filosóficas.

Jerárquicas.

Muchas veces, involucrada la metafísica.

Como también internacionales.

Y por eso, esa red mundial.

Pero discretas...

En un silencio oscuro, pero paralelo al mundo real en que nos movemos y vivimos.

Cada hermandad tiene sus objetivos con la búsqueda, de su verdad.

Afirmando y justificando ellas, mediante sus conductas humanas.

Conductas...

Que a veces, tanto esa devoción como creencias son muy erradas.

Y enfermizas, para llevarlas a cabo...

Y llevo mi mano a mi boca, al recordar las fotos de la habitación del hotel.

La vieja edificación medio en ruinas y en pleno desierto.

Los dos camiones como Jeeps negros allí y con esos hombres y ese otro viejo depósito abandonado de alguna otra ciudad, también con esos mismos camiones, como Jeeps también y al igual hombres vestidos.

Y siempre, denotando lo mismo.

A la espera de algo...

Camino sobre mi lugar, recordando luego las demás fotografías.

Las que parecían burdeles de mala muerte.

Las meretrices.

Los clientes.

Y la mercancía.

Estos, con su demanda sexual.

Frunzo mi ceño por asco al recordar las imágenes.

Posiciones.

Juerga carnal.

Las peticiones que irradiaban con cada postura y goce solo por parte de ellos.

- Se hacen llamar los Escarlatas... - Continúa, sintiendo que se pone de pie y me giro a él.

- ...el anillo... - Murmuro, recordando al ruso llevarlo puesto como a la fotografía con el zoom a su mano.

Con el símbolo de su blasón.

Afirma.

- Varcovich es el pasaporte escarlata, dentro de esta logia... - Su mirada vuelve a mí, luego de hacer una última por toda la ciudad sobre ella. - ...la herramienta... - Resopla sin un gramo de aceptación por lo que me va decir a continuación, tensando sus lindos labios en una fina línea.

Dejándome la duda, si es por odiar todo esto o por aún, no terminar de aprobar verme envuelta en esta mierda, que se viene y que empiezo a entender.

- ...el instrumento. El transportador como lo llaman. El que se encarga del proceso de la coerción con el comprador, para la distribución y venta de sus productos en contrabando de su mercancía clandestina. - Me explica. - Lo que llaman, los pétalos rosas... - Finaliza, bajo mi mirada de asombro por todo esto.

Y mi cerebro por ello, comenzó a jugar dentro mío y ante sus palabras.

Y tanto el viento constante por nuestra altura, como el helado escalofrío que recorre mi cuerpo, hace que me abrace a mi misma y acaricie mis brazos desnudos, al erizarse mi piel por confirmarse mis pensamientos, bajo la mirada fija y profunda de Constantine mirándome.

Que, pese a que la eminente brisa azota sobre su rostro, su pelo por su fuerza y ocultando como siempre parte de él.

Podía sentir, la fuerza de ellos envolviéndome.

Fijos.

Sin nada dócil en ellos.

Como tampoco, amables por toda esta jodida mierda.

Pero.

Lleno de preocupación.

Y ahora entiendo.

Es, por mí...

Por lo que se viene al enfrentarlo juntos.

Y esperando mi reacción por toda la información que absorbí y saber en lo que me estoy metiendo.

Dios.Santísimo.

Llevo mi mano a mi frente caminando sobre mi lugar, pero me detengo luego de unos segundos para mirarlo.

- ¿Trata de blancas? - Pregunto, por más que sé, la respuesta.

- Si. - Responde mientras la fuerte pisada de sus botas, retumban tanto sobre la madera del piso como habitación al entrar por su salto de la ventana como sus palabras. - El comercio o tráfico de personas... - Prosigue y ahora él, caminando sobre el lugar. - ...con su comercio ilegal tiene múltiples propósitos mariposa. Esclavitud laboral, mental, reproductiva, trabajo forzado, extracción de órganos... - Se detiene a mis espalda. - ...y la explotación sexual. - Niega en desacuerdo otra vez por esto último.

Miro a un lado y luego a él.

- ¿Ellas...son...los pétalos rosas? - Murmuro.

Afirma, volteando a mí.

- Aunque existe un protocolo de Las Naciones Unidas para prevenir, reprimir y sancionar este tráfico ilegal. El nivel más alto en tratar de frenar estas organizaciones, siendo casi nula por lo que conlleva el esfuerzo por alcanzarlo, se encuentra casi en su totalidad en centro y norte de África, la totalidad de Arabia Saudita, Irán, Myanmar y parte de Indonesia... - Resopla. - ...donde su creciente activación en estos últimos años, remarca países Sud Americanos como Venezuela, Colombia y Ecuador...

Me acerco a Constantine.

Solo algo.

Por lo que se apodera de mi mente y empieza a amargar mi corazón en solo pensarlo.

Tal vez, hasta marchitarlo.

- Lo de anoche... - Titubeo. - ...entre el ruso y el americano en el bar del parque... - Pestañeo sin poder creer aún. Mierda. - ...fue una venta?

- Como la llaman en su jerga, una tranza, Amely... - Afirma. - ...una de cientos de ventas que hay por día y en cada punto de venta en el mundo... - Finaliza.

Y un temblor me estremece.

No solamente por cada palabra de información que sale de Constantine.

Certero.

Sin vacilar o dudar y en solo pensar en esas mujeres como niños, víctimas de esta aberración sometidos contra su voluntad.

Sino, también.

Y mis ojos reposan en el rasguño de su mejilla, para luego bajar lentamente mi mirada recorriendo su cuerpo bajo ese traje, que momentos antes admiraba por lo caliente que lo hacía.

Pero ahora.

Mirando con detención.

Solo veo sobre sus telas oscuras, viejas heridas sobre su género, pese a ser de textura fuerte para aguantar luchas.

Marcas.

Muchas de ellas, que antes no presté atención, pero son señales antañas de otras viejas batallas y donde, aún sobre su oscuridad misma de su color.

Otra la cubre.

La reciente sangre desecada, de alguna víctima de anoche o de muchas que bajo sus sables enfrentó.

Y luchó.

Solo.

Pero siempre, venciéndolos.

Y mi corazón se oprime por la gran pregunta.

¿Pero, hasta cuándo?

Esa llámese suerte de aura divina, mantra celestial, protección de mismísimo Ra o nuestro señor de los cielos a favor de Constantine.

¿De él, contra el mundo?

¿De él contra toda esta jodida mafia, solo y con sus sables empuñando justicia?

Sacudo mi cabeza negado, bajo su mirada curiosa sin entender los pensamientos que me colman.

Mis miedos.

Un miedo en realidad.

El de siempre.

El de volver a perderlo nuevamente.

Empiezo a ver nublado.

Porque sé, que esta vez no va habrá ese engaño en ello, si sucede y notando la realidad de todo esto.

Un paso que hace a mí, yo lo retrocedo negando asustada por ese temor y me gano que su ceño se frunza de desaprobación ante mi repudio de su cercanía.

Porque, ya no va habría teatro como tampoco fingir con ayuda de Cabul, como ese cuerpo médico.

Su muerte.

Sus cejas esculpidas naturales y perfectas se estrechan más, con su mirada fría por ese color gris hielo y bajo su pelo cubriendo estas, al comprender mi recelo de pánico a todo lo que auguro como desenlace, ya sabiendo a lo que se enfrenta.

Y otro paso a mi por eso y que vuelvo a retroceder, me gano un gruñido de su parte por mi rechazo.

- Caldeo... - Susurro tragándome mis lágrimas, que amenazan mis ojos. - ...podría ayudarte en todo esto, si tu...

Niega rotundo, enojándolo más toda esta situación como mi comentario.

- ...mi hermano es el Sayyid del pueblo, Amely... - Me interrumpe. - ...almaliki fa'innah yahmi...taht damayina Qurash..(al rey se lo protege, bajo nuestra sangre Qurash).. - Exclama acercándose más a mí, para finalizar. - ...'iida lazm al'amra, kama shaebi...(de ser necesario como a mi pueblo).

Pero vuelvo a negar ante su respuesta, retrocediendo los mismos pasos y remarcando que jodidamente, no deseo su proximidad.

Que condenadamente.

No quiero que invada mi espacio personal y que no quiero tampoco tenerlo cerca, aunque duele como perra negárselo.

Me duele mucho más esa mezquina forma de afrontar todo esto solo, por más ayuda samaritana y su siempre sobreprotección que tenga por parte de Cabul.

De ese egoísmo lleno de amor por su hermano y su pueblo de ampararlos siempre, bajo su sombra y por sobre su vida misma de ser necesario.

Ya no me aguanto y exclamo con fuerza.

- ¡Tu hermano no es el mismo muchacho de años atrás, Constantine! - Chillo. - No es el Caldeo, que crees... - Resoplo, llevando mi mano al pecho totalmente convencida por lo que presiento y comencé a notar en estos años, compartiendo mi vida con él y Jun en África.

Resoplo.

- ...él no es el muchacho indefenso y enfermizo, pese a las mierdas que le hacía a Juno con sus burradas para alejarla por más carácter jodido, silencioso y de mierda que tenía... - Enfrento su mirada, clavada en mí. - ...porque, Caldeo cambió... - Trato de sonreír entre ya las lágrimas, que se asoman en mis ojos. - ...y para bien... - Mi puño va a la primera de ella que baja mi mejilla, para limpiarla. - ...es valiente tanto o más que tú...y de siempre... - Elevo ambos brazos al aire, para dejarlos caer agotada sobre mis lados. - ...Juno no lo nota, porque Caldeo se lo oculta o lo disimula bien... – Y una risita entre triste por todo esto, pero a la vez feliz, se escapa entre mi llanto. - ...y creo que él no quiere que pierda la esencia de su cachorra si se entera, como la preservación de tanto ella como su hijita y a ese pueblo que tanto ama como tú... - Lo miro ante su reacción fija y procesando cada palabra que digo sobre su hermano, ahora estático sobre su lugar atento. - ...Caldeo, todo él...denota fuerza guerrea...no es un simple muchacho que le gusta cantar y gobierna un país... - Digo entre mis dudas, sin saber muy bien el por qué, convencida igual de ello mientras observo, la vista azul cielo que nos regala una de las arcadas del campanario.

Suspiro, volviendo mis ojos a Constantine.

- ...yo creo, que Caldeo empuñaría muy bien un sable a la par tuya contra el ruso y toda esta condenada mierda, aparte de esa guitarra con la que creció, tocó y como cantó en nuestra adolescencia...

CONSTANTINE

La paciencia con la que siempre me regí.

Crecí.

Que se inculcó, bajo mi entrenamiento físico diario desde temprana edad y sobre mi adiestramiento guerrero, de la mano de mi maestro y señor de honor.

Cabul.

Se estaba yendo al carajo.

Por la única persona que podía contra ello.

Desafiando en desmoronarlo en dos putos segundos, lo que jodidamente fueron años.

Muchos.

De este autocontrol.

Una disciplina que inculca.

Te influye.

Y sirve para tu autoconservación como escudo.

Ya que, las emociones no entran en juego para que puedan dominarte en situaciones de peligro latente, como en un enfrentamiento de lucha.

Como ahora, maldita sea.

Pero una guerra.

Contra la mariposa.

Mi mariposa...

No solamente por su rechazo a mi proximidad, cada vez que intenté acercarme a ella y que me cabrea hasta enloquecerme.

Sino también, por dos cosas.

La de esa certera afirmación, de mi hermano por afrontar conmigo lo que quiero desbaratar.

Esta red de tráfico de personas.

Niego para mis adentros.

Mustahil. (Jamás).

Caldeo, está fuera de discusión en todo esto.

Él no sospecha.

No sabe como tampoco tiene idea.

Y aunque corre por sus venas la sangre Qurash.

Sería suicida, involucrarlo en toda esta carnicería que se viene.

Amely, está equivocada.

Y yo, juré.

Prometiendo cuidar de él, cuando de temprana edad razoné, desde el momento que fue llevado por Lála y por órdenes de nuestra madre querida, para salvarlo de las fauces de León nuestro padre.

Porque es mi hermano.

Mi sangre.

Y mi rey.

Y algo, se licua entre mi sangre y acelerando condenadamente mi corazón.

Lo otro.

La jodida emoción que me embarga y recorre por mis venas, al notar ese miedo insipiente de Amely.

Otra vez...

Ante la duda a ese terror latente en ella de mi muerte en todo esto.

Mi verdadera muerte...

Justificando su rechazo ante mi acercamiento, cada vez que hago otro paso a ella.

Pero, la mariposa no ve.

No lo siente a este suceso, como yo y cierro mis ojos por unos segundos desde mi lugar y a metros de ella donde me detuve, tragando con dificultad saliva de verla.

Porque Amely no se da cuenta aún, bajo sus fervientes palabras diciendo que soy un jodido egoísta y mezquino por mis actitudes en todo esto.

Porque, no siente en realidad...

Que no lo soy.

Y todo.

Absolutamente, todo.

Sea por mi hermano como nuestro pueblo.

Lo hago, solo por ella...

Pero no está en mis planes doblegar ante ello y donde en la misma oración está Caldeo y la palabra afrontarlo juntos como hermanos a todo esto.

Y tenso mis hombros ante mi respuesta, abriendo mis ojos otra vez.

Para ver que Amely quieta y sobre su lugar, espera por ello.

Y sonrío para mis adentros negando, por esta guerra que nos amenaza.

Esta siempre dura y dulce confrontación...contra mi única.

Princesa...

AMELY

Estoy tan atrapada en el momento que, no noto cuando Constantine llegó a mí.

De esa forma sigilosa.

Solapada.

Tan cautelosa, pero rápida como irreal con sus movimientos.

Felina.

O tipo espectral.

Lo juro.

Y donde el choque de su pecho contra el mío, por atraparme y con su baja, pero seria voz gruesa acariciando el lóbulo de mi oreja me lo confirma, al envolverme entre sus brazos.

- La ya, farasha...(No, mi mariposa). - El tibio sonido de sus labios, me acaricia con su respuesta.

Y jadeo por la sorpresa y el impulso de sentir su cuerpo contra el mío.

He intento no flaquear ante su contacto y a su dictamen, mandando con toda mi fuerza de voluntad y mi libido enamorado a la mierda.

Pero, que cabrón.

Y hago en lo que si soy buena en eso y como lo dije no hace mucho tiempo atrás, que aprendí de mi mejor amiga.

Huir de un hermano Kosamé.

Y ruedo mis ojos para mis adentros.

Porque, se terminó casando con uno a la larga...

Pero en el primer intento, fallo estrepitosamente al procurar empujarlo con mis propias manos contra su pecho.

Solo logrando, que me acorrale más contra él, maldita sea.

- ¿'Ant la tafham dhalluk? (¿No entiendes, verdad?). - Susurra, entredientes.

¿Existe, la dulce furia?

Carajo.

Niego sin buscar una respuesta a eso, como a su mirada inquiriendo la mía y a esa ternura bruta y tan él demandante.

Como también, de seguir entre sus brazos sin dejar de forcejear.

Pero vuelvo a fracasar en el mismo instante que me atrae más contra su pecho, ganando fuerza.

Una que le sobraba contra mí, por su gran tamaño como altura y donde todo esto, por más que lo intento y a quién quería engañar en esta lucha de poder.

Es solo un juego de niños para Constantine en esta batalla, mientras se desata sobre nosotros y de sus fuertes brazos libres, que se enroscan más en mi cintura y para atraerme más contra él.

Y para invadir mi boca con la suya con voraces, pero expertas penetraciones de su lengua acariciando la mía.

De forma profunda.

Muy profunda.

Demandante y al mismo tiempo dulce.

Fuerte.

Pero también y de la misma manera, tierna con cada choque de ellas.

Hasta el punto de robarme, bajo el jadeo de ambos mientras nos conduce contra la pared próxima.

Inoportunos gemidos míos en voz alta, haciéndose eco en toda esta antigua habitación y bajo el revoloteo de unas palomas, con sus aleteos sobre la cornisa y su arrullo mañanero.

- Todo Amely... - Exclama con esa ira de ternura sobre mis labios succionándolos, luego de morderlos y atrapando mi rostro con sus manos, obligando a nivelar nuestra miradas y acorralada contra la pared que me llevó.

Y donde ellos, con ese gris hielo se hicieron líquidos por la forma de mirarme y por lo que va decir.

- ...farashatan, hu lak...(es por ti, mi mariposa). - Me jura con devoción, para asaltar con su lengua otra vez mi boca.

Y respondo con ímpetu, besándolo también y enroscando mis dedos sobre su pelo suelto y revuelto al escucharlo.

Para luego, romper ese beso y obligarlo con fuerza a que me mire como yo ahora, profundo.

- Prométeme, Constantine... - Susurro sobre sus labios palpitantes, húmedos e hinchados, pero con nuestros rostros tan cerca, que aún conseguíamos beber de nuestro propio aliento. – Prométeme, bajo tu Dios y tu pueblo... - Murmuro repitiendo, pero con mis pulgares descendiendo hasta acunar sus mejillas y acariciar con uno pero con cuidado, la herida de ella por anoche. - ...que no vas a morir... - Ruego triste y cerrando con toda la fuerza de mi amor por él mis ojos, porque no quiero llorar en solo pensarlo, mientras apoyo mi frente en sus labios y a la espera de su respuesta.

Que llega con la humedad de su beso y asintiendo sobre mi piel.

Pero sacudo mi cabeza negando, bajo su juramento silencioso sin mirarlo.

- Necesito más... - Suplico, bajando mis manos y tomando el cuello de su traje para atraerlo más contra mí, con demanda. - ...quiero escucharlo...prométemelo!

Un leve silencio se hizo, para luego sus manos lentamente rodear mi rostro, obligando a que suba mi vista y colisionen contra los de él.

Porque eso nos sucede, cuando se buscan por exigencia de ambos.

Por vernos bien.

Como anoche.

Saber con esa necesidad imperiosa.

Que nos encontramos bien.

Seguido, sus labios elevarse apenas a un lado y entreabrirlos ligeramente, acariciando con ellos los míos al decirme y susurrar al fin, besándome suave.

- ...lo prometo, baladay farashatan...(mi mariposa). - Me jura, profundizando este.

Y yo, correspondí a ese beso que selló su promesa, con fuerza al igual que él.

Intensificándose con cada abrazo y apretándonos más uno contra el otro y con cada beso que nos damos, mientras me despoja de mi cámara fotográfica.

Como respondí también a su cuerpo demandante y con la crudeza de cada caricia por parte de ambos, buscándonos con necesidad.

Desespero.

Sintiendo nuestro amor y el amor de Constantine.

Tosco y agreste.

Pero, donde su forma bruta y pese a que todo él grita y se manifiesta como carente de toda emoción.

Todo Constantine en ese plano, es equivalente a pasión...

Su mano baja a la cremallera de mis jeans y con movimiento diestro desabotona y baja este para introducir su mano en el interior de mis braguitas contra la pared.

Y nos roba un gemido de ambos, por sentir mi humedad y mojar sus dedos al separar mis pliegues e introducirlos en el interior de mi vagina con fuerza, mientras respondo automáticamente a la otra, ayudando a que me despoje de ellos y sin abandonar nunca, esos dedos gloriosamente exploradores.

Trabajándome.

Saliendo y entrando de mí...

El sonido de mi bragas siendo rasgadas y rotas con fuerza, luego por él y con su otra mano por una daga pequeña que sabe Dios de donde la sacó, las desecha contra el piso de forma desconsiderada mientras vuelve a guardar esa navaja, bajo sus besos y sonrisa de satisfacción sobre mis labios, por estar desnuda y totalmente expuesta para él de la cintura para abajo, en este inhóspito como rudo lugar y ante la adrenalina de ser descubiertos.

Me gustó.

Y me excitó más.

Como a Constantine.

Sintiendo su duro pene creciente y oprimiendo, bajo el pantalón de su traje guerrero.

Golpeando.

Y frotándola contra mí, al ritmo de su mano penetrándome.

Provocando que grite de placer y por ello, con su boca se estrelle con la mía para ahogarla bajo su risa.

Esa risa que por segunda vez y bajo nuestras caricias, noto como esa vez que esbozó al ascender del risco y que dibujó en sus labios.

La sincera.

La jovial.

La sin tabúes.

Y lejos de sus obligaciones, cuando vio a su caballo a su espera y recibiéndolo en la llanura de este.

La que solo afirma, que bajo toda esta mierda que eligió como vida y con tanto compromiso asumió.

Me confirma que es un muchacho.

Solo, un simple chico sexi de belleza exótica y herencia egipcia.

Pero, un simple chico al fin.

Siendo mi detonante de pasar directamente desde la confrontación caliente a coger desesperadamente por ambos.

Para sentirnos.

Siguiendo nuestros instintos para amarnos y cual mi orgasmo a venir amenazó, tensando mi interior palpitante y sintiendo como envolvía a sus dedos mojando más ellos.

Y gruñó de placer al sentirlo y retirarlos de golpe.

- ...no te vayas a correr, mi mariposa... - Murmuró esa orden bajito en mis labios, provocando que un gemido de dulce y contraído dolor salga de mí, por la ausencia y privarme de mi clímax.

Pero me calló con ellos sobre mi boca, recorriendo aún húmedos como mojados de mi interior, estos, sobre mis labios.

Pudiendo saborear mi propia esencia y salinidad cremosa al lamerlos, bajo su mirada tornándose oscura por la lujuria, al verme hacerlo, jadeante y contrayéndome por la necesidad contenida de ese jodido orgasmo que me negó.

Y que crece.

Al sentir su voz como respiración entrecortada, tanto la mía como propia de nuestra excitación, cuando me susurra y promete bajito, pero con ternura haciendo estremecer mi cuerpo por ese juramento a venir.

- ...balladay 'amirat baed...(todavía no, mi mariposa). - En el momento, que su otra mano hace el sonido más glorioso de todos, cuando toma por abajo mi trasero desnudo con un impulso para elevarme y que rodee mis piernas sobre cintura.

La de sentir.

Como desabrocha su pantalón y bajando solo su parte delantera y con ayuda de mis talones, la parte de atrás, que empujo para que libere su firme y rígido pene, entre mi bajo vientre desnudo y de mi vagina.

Y donde la desnudes de su húmeda y dura punta, se acomoda en mi entrada para abrirse camino.

Sintiendo su contacto tibio y duro como el hierro fundirse, haciendo que me estremezca y pida más, moviéndome sobre él porque lo quiero dentro mío, pero aterciopelada ante la textura de su piel al introducirse en mi interior y con toda su longitud para llenarme.

Toda.

Y nos roba un grito a ambos de puro placer, cuando una de sus manos tomando las mías.

Las lleva sobre mi cabeza para entrelazar nuestros dedos y contra la pared en que me aprisiona, deslizándose hacia afuera poco a poco.

Suave.

Lento.

Y cerré mis ojos por eso.

Porque, quería que sienta.

Cada centímetro de su longitud, abandonándome y que era mío.

Como yo, de Constantine...

Sus labios pincelan los míos y me echo para atrás, cuando sale de mí.

Dolorosamente pausado.

- Abre los ojos, mi Argema Mittei... - Me ordena y cumplo, para encontrarme con los suyos sonriéndome.

Jadeo.

Dios, con esa sonrisa latente aún.

Y que se amplió más, cuando aferrándose a mi cadera con su mano, me embistió con fuerza y de un empujón, haciendo que ahogue mi grito con otro beso.

Y se quedó así por unos segundos, sin moverse y con todo su miembro latiendo en mi interior expandiéndose.

Tan profundo que me hizo temblar.

Y tan duro.

Que apenas, podía sostenerme con mis piernas envueltas sobre él y de reaccionar, cuando comenzó a moverse dentro mío.

Una y otra vez.

Fuerte.

Entrando y saliendo de mí, con cada beso y caricia recorriéndonos.

Con sus dedos descendiendo y dibujando mis pechos como vientre, sobre la tela hasta llegar al borde de mi camiseta, para elevarlos y exponerlos sobre mi sujetador.

Que sin dejar de embestirme y bajo su mirada cristalina a través de sus pestañas azabache y haciendo a un lado ellos para desnudarlos.

Sus ojos brillan, ante esa sonrisa que curva sus labios y comienzo amar, cuando se empuja más dentro mío hasta sentir que toca el final de mi pared vaginal y los besa.

Lame.

Cada uno de mis pechos desnudos para luego, apropiarse de uno de mis pezones y con su mano en mi boca, tapar otro grito de gozo al sentir, como juega con él.

Lo muerde.

Dibuja su contorno con su lengua.

Para luego, succionarlo.

Con la necesidad de alimentarse de él y de mí.

Mucho.

Atrayéndome más y con fuerza.

A medida que chupa y succiona más.

Se amamanta.

Y con esa misma, profundizar más dentro de mío, sin detener sus duras embestidas mojándonos más.

Duro.

Y algo estalla sobre nosotros.

Y no por la secuela líquida de nuestra unión y que con cada penetrada que Constantine da contra mi cuerpo y de su piel golpeando mi piel, sintiendo ese sonido húmedo una y otra vez inundando el lugar por nuestras piernas y movimientos, excitándonos más por escuchar que nuestros fluidos escurrirse por nuestros muslos y colmando con su aroma tanto a nosotros como el lugar a sexo.

No, por nuestra unión física.

Sino.

Por sobre esta.

Cuando Constantine abandonando mi pezón mojado de su saliva completamente y elevando su rostro a mí, bajo su cabello revuelto y disparado.

Y tan sudado y agitado como yo.

Y hundiéndose más, bajo su ritmo castigador y donde la habitación, se llena de nuestros gemidos como entrecortada respiraciones.

Sus ojos hielo y nublados de deseo, pero a la vez de un gris oscuro de la emoción.

Me prometen algo...

No sé, que es.

Pero, va más allá de todo esto.

Algo del alma y del corazón...

Y quiero decir algo por eso abrumada por esa emoción, pero me lo niega bajo un beso suave y esa sonrisa tímida que se vuelve a formar en sus labios, mientras apoya su frente en la mía y acunando mi mejilla, con una última embestida tan fuerte que me hace gritar.

Pero, sin salir de mí.

Plenamente, dentro mío.

Y con más fuerza apretándome más contra la pared, hasta el punto de sentir los guijarros de la piedra de esta, arañar sobre mi medio espalda desnuda.

Se empuja más.

Duro.

Hasta que un gemido profundo sale de mí, al sentir mi orgasmo al colmarme.

Y con ello, el calor de su aliento jadeante en mi rostro como bajo mis caricias, siento los músculos de sus fuertes hombros como brazos se tensan, mientras controla su propia necesidad a la espera de la mía.

Cuando por fin, mi cuerpo rígido tiembla a su alrededor y se libera con su nombre en mis labios, por la ola de sensaciones de mi orgasmo que me invade y lo envuelve.

Lo moja y late, sobre él.

Y su gruñido de placer al sentirme se siente y acaricia mi nuca, moviéndose lentamente otra vez, para sacarme los último restos de él y con mi uñas clavo en su espalda, mientras sus caderas vuelven a tomar el ritmo golpeando en mí.

Una.

Dos.

Tres veces, más.

Para perseguir el suyo.

Y su jadeo.

Fuerte.

Gutural.

Llena la habitación, cuando su clímax llega.

Estremeciéndolo y tensando todo su cuerpo, echando su cabeza para atrás mientras flexionando sus caderas.

Y llena mi interior.

Y gimo como Constantine de puro placer, porque podía sentirlo colmándome.

Líquido y caliente.

Mientras me aprieta más contra él, besando mis labios y con tanta fuerza, hasta el punto de resultar doloroso sus últimos y lentos empujes.

Como, si cada gota de su corrida, quisiera que se preservara en mi interior y no se escurriera sobre mis muslos.

Ni una.

Me gustaba.

Incluso.

Quería, que lo hiciera más fuerte.

Porque, era dolorosamente dulce...

- ¿'Ant bakhyr? (¿Estás bien?). - Susurra tan agitado como yo y casi sin aliento, apoyando toda su frente sobre la mía y sosteniéndome más contra la pared, acariciando mi mejilla con ternura.

Asentí mientras traté bajo las mías sobre su pecho de memorizar su rostro.

Porque, este hombre era hermoso.

Como sus labios jadeantes e hinchado por todos los beso que le robé, con ahora su pelo revuelto y algo transpirado.

Y esos ojos...

Suspiro.

Dios, esos ojos.

Tan raros, cristalinos y penetrantes que me miran con cierta preocupación, como recelo por todo esto.

Y que lo hace.

Caliente.

Fuerte.

Y tan tierno...

Mientras con un leve movimiento, se separa algo de nuestra unión, pero solo algo.

Y bajé mi mirada como la Constantine, por ello.

Para ver como cada centímetro de su pene, deslizarse lentamente y fuera de mí, pero volvía a empujar con esos mismos dedos que me cogió momentos antes.

Pero, con suavidad.

El líquido blanco de su eyaculación, que empezaban a escaparse fuera de mi vagina.

Empujándolos otra vez en mi interior con cuidado, provocando que gima bajito y de placer por ver eso, bajo su mirada a través de sus gruesas y negras pestañas ante mi reacción.

- Munjum...(Mía). - Me susurró. - ...kl al'algham fi dakhilika, dayimaan...(todo lo mío dentro de ti, siempre).

Y fue el jodido cielo, ver sus labios jugosos cerrarse sobre mi cuello con esas palabras y por lo que hizo.

Dominante.

Primitivo como descarado.

Pero me encantó, maldita sea...

CALDEO

La carpeta dejada por el ministro de seguridad de mi país, se siente en toda la habitación como único sonido, cuando es apoyada sobre la mesa en la que estoy sentado del otro lado y bajo la mirada atenta de Cabul que sin mirarnos, solo se limita a regar con una jarra llena de agua, pero con cuidado la planta de un extremo de mi oficina del palacio.

Abro esta, recorriendo con mi mirada y en silencio desde mi postura seria como sentado aún.

Las imágenes como informe por escrito y en detalle que pedí, de lo que solo las noticias hablan de anoche en cuanto lo sucedido en Erbil.

Para ser exactos.

En Iraq y su parque recreativo Shar.

Un enfrentamiento.

Que pudo llegar a ser una masacre, por haber sido en pleno lugar turístico bajo la aglomeración de gente.

Tanto de civiles de la localidad como atestado por forasteros, disfrutando de ella.

Pero, por sobre el escrito que leo.

Solo las víctimas fatales fueron en esta reyerta, la caída de nueve hombres de dudoso perfil y donde uno de ellos, de procedencia americana.

Un comerciante de alto poder ejecutivo y dueño de una cadena hotelera prestigiosa, como inmuebles de su país.

Fue asesinado a sangre fría, como la mayoría y bajo la fauces de unas poderosas armas blancas.

Por sables.

Entrelazo mis dedos bajo mi barbilla releyendo y absorbiendo cada palabra, con las imágenes que fueron capturadas de la policía forense después del hecho, donde muestran todos los cuerpos sin vida asesinados, bajo las marcas del suceso señalando estos y cercando el lugar.

Pero, mi curiosidad va más a las otras.

Las tomadas por gente testigo y participe de todo esto, en sus celulares.

Muchas intangibles por la distancia y desde la postura en que fueron sacadas y se encontraban escondidos.

Como la poca iluminación o movidas, propia del mismo pánico mientras huían del lugar.

Pero la conclusión, es la misma.

Por más distorsión fotográficas de estas diferentes personas que capturaron del momento, como el informe escrito policial.

El enfrentamiento.

No fue por dos bandas.

Mafias.

Sino, una y por las unánimes palabras de toda la gente que testigos, hicieron declaración.

Fue contra un solo hombre.

Y las intangibles y mal sacadas fotografías desde su móviles lo confirman.

Uno.

Oscuro como el traje guerrero, que llevaba puesto y donde su máscara como capucha, protegían su identidad.

Y según las palabras.

Cayó del cielo.

De la noche.

Y mis manos como puños, arrugan ese lado de la hoja que tengo entre ellas mientras gruño por lo bajo, ganándome una mirada silenciosa de Cabul aún, sobre esa planta y acariciando sus verdes hojas.

Porque, es.

El ladrón del traje de Constantine...

Mi ministro tose sobre su lugar, dejando otra cosa junto al informe.

- Kunna qadirin ealaa tahqiq dhalik, Sayyid...(Pudimos conseguir esto, señor del pueblo). – Murmura, depositando un celular.

Donde aprieta el vídeo, que empieza a rodar ante mis ojos.

No es mucho.

Más bien pocos segundos de grabación, donde muestra a este asesino con el traje de mi hermano, cabalgando en la lejanía y sobre el predio y como, empuñando uno de los sables de Constantine y con suma precisión, cae su última víctima desangrándose contra el piso.

Para luego, con un salto de destreza por el animal y montado en él.

Elude la fuerza policial saltando sobre sus coches, para perderse en la oscuridad de la noche y calles de la ciudad, bajo el grito de asombro y sorpresa del muchachito que grabó esto.

Pero, frunzo mi ceño y me giro a Cabul que aún sigue sin mirarme, porque algo llama poderosamente mi atención y juega con mi mente.

- ¿Ese alazán parece de nuestras tierras, Cabul... - Pregunto, sin estar muy seguro. - ...de nuestras haras de crianza del palacio?

Este se acerca con aún, la jarra de agua cristalina entre sus manos para mirar por sobre mi hombro la imagen congelada del semental negro, que bajo la distancia que fue tomada como la misma noche de ese lugar, se mimetiza con el traje robado de mi hermano que lleva el ladrón.

Se encoje de hombros, bajo su calma respuesta que sale de él, luego de sobreleer el informe también.

Continuo a suspirar, bajo su conclusión.

- Sayyid...mis viejo ojos solo ven un simple caballo, como un simple hombre pidiendo justicia... - Solo se limita a decir.

Y arrugo más mi ceño.

¿Pero qué, mierda?

¿Otra vez, con su misericordia por este tipo?

Y no contesto a su incongruencia.

Solo me limito a volver mi vista al informe escrito y con una señal de mi mano al aire, pedir que se retire a mi ministro, cual con una reverencia asiente marchándose.

Algo no me cierra, de todo este ajuste de cuentas.

¿Por qué, un asesino y desde la misma calaña, desbarató a otro?

¿Quiénes eran los otros que huyeron y no se pudo capturar, cuando la policía musulmana los emboscó en las calles?

Busco en más detalle sobre las hojas.

Pero nada.

Solo otra cosa, llama mi atención en la hoja final, en cuanto al ladrón de mi hermano.

Su escape fue por las alturas y bajo el testimonio escrito que lo avala, que lo hizo llevándose una rehén con él.

Y por la descripción.

Una joven extranjera...

Y algo oprime mi pecho llevando mi mano ahí, sin terminar de entender, si es por la falta más de información.

Y de datos.

O porque, que no me cierra toda esta jodida mierda.

Pero, es esa sensación.

Que por años no sentía y siendo la última vez, que me colmó.

En mi ciudad de adopción y que amo como a mi pueblo mismo.

Donde una tarde y ante del juego de apertura de temporada de básquet de la U, junto a mi cachorra sobre unas colinas y bajo un árbol, mientras observábamos como niños más abajo jugaban al fútbol.

Le confesé a mi nena.

Mi verdad.

Mi historia.

Para luego, invadirme esta misma emoción.

En mi pecho.

Fuerte.

Para día después...

Saber que Constantine.

Estaba de regreso.

- Prepara el helicóptero, Cabul... - Solo digo, tirando toda mi espalda contra el respaldo de mi silla pensativo.

Pero decidido.

Muy decidido.

Rodea mi mesa.

- ¿Va a salir, Sayyid? - Solo pregunta calmo.

Me pongo de pie, deslizando la silla hacia atrás.

- Sí, a Erbil... - Digo, encaminándome a los grandes ventanales y apoyarme sobre estos abiertos.

Y cierro mis ojos para inhalar con una fuerte bocanada, la brisa como el aire marino que proviene del Índico, que golpea y se hace música de sus olas contra los riscos, mientras intento sosegar esa sensación que embarga y no deja mi pecho en paz.

Su vieja mirada llena de historia, siento en mi nuca.

- ¿Viajar Syd?

Abro mis ojos, para mirarlo por sobre uno de mis hombros, mientras juego con el aro de mi labio inferior.

- Vamos a viajar... - Lo corrijo. - ...mi señor de honor... - Acoto.

Y no me responde con palabras.

Pero las arrugas de la comisura de sus sabios ojos formándose, por una leve sonrisa bajo su reverencia ante mí, lo hace mientras se retira para preparar todo.

- Cabul... - Lo llamo y se detiene a media sala ante mi llamado.

Resoplo ahogado por esta emoción que no me abandona y con mis ojos otra vez, sobre vista que regala todo el ventanal.

- ...prepara mi traje... - Finalizo.

Y aunque estoy a espalda de él, mientras se retira y sin entender, jodidamente el por qué.

Siento su sonrisa llena de sabiduría, cerrando la puerta tras sí...

AMELY

Sin dejar de masticar mi pedazo de queso como cada cucharada que tomo del rico caldo de pollo caliente que me sirvieron.

Sentada junto a Constantine en una linda, pero vieja mesa en madera de la pequeña cocina que nos encontramos.

No dejo de observar.

Tanto a este.

A mi sexi, muertito en vida.

Que me a dado momentos antes, el polvo de mi vida y ahora almuerza como si nada y con tanta hambre como yo, la porción de su plato de comida como beber de su vaso, el vino fresco y espumante, cual por su densidad como color púrpura, denota que es casero.

Pero elevo mi cuchara a medio comer, sobre el otro.

El que está, frente nuestro.

Para estrecharle mis ojos curiosa.

- ...entonces...ustedes, se conocen? - Murmuro, mirando tanto a Constantine como a él dudosa.

La risita del otro, suena en el lugar barriendo con su puño y de su bonita barba, dejos líquidos de ese buen vino y al que le dio un sorbo con muy buena gana.

Una risa que en realidad, es muy agradable y hace que sonría sobre mi sopa.

Y proviene de un muchacho, con no más edad que Constantine, pero la mitad de este por su delgadez como tamaño.

Hasta el punto de parecer por su contextura física como mirada alegre, bajo su color de ojos grises, un lindo adolescente.

Y que para mi asombro.

Es un delgadito párroco, por su atuendo de sotana en color caqui oscuro, como la cuerda que le atraviesa esta.

- Pablo. - Se presenta. - Y muy amigo de Constantine... - Lo señala con su vaso en alto y siempre con esa sonrisa latente.

Pero al escuchar que lo llama con su propio nombre, mi comida cae de mi boca a medio masticar, girando a Constantine preocupada.

Pero este, tirando su cuerpo hacia atrás y sentado a mi lado, solo se limita a limpiar su boca con la servilleta de tela, para mirarme con esa tranquilidad tan él y haciendo a un lado con una de sus manos, su pelo negro y disparado que cubre su rostro detrás de su oreja.

Oh mierda.

Eso fue lindo.

- Es mi mejor amigo, mariposa... - Me responde, dando un trago a su vino mora, para dejarlo junto a su plato ya vacío. - ...nos conocemos de toda la vida...

- De muchachitos... - Prosigue el tal Pablo, mientras se pone de pie para recoger lo de la mesa y me agradece expandiendo más esa sonrisa agradable, porque también lo hago alcanzándole los nuestros. - ...nos conocimos y graduamos juntos de la Real academia militar de Sadhurst del Reino Unido...

Y creo que mi cara, lo dice todo.

Porque una carcajada sale de él, dejando todo sobre la encimera de la cocina, girando a mí.

Que de pie como él, por ayudarlo a levantar la mesa, lo miro atónita.

Niega divertido señalando su delgado cuerpo, como la sotana parroquiana que lo cubre en su totalidad, pero me arquea una ceja de un rojizo tan claro como su pelo ondulado y barba que lleva.

- Lo sé...engaño... - Me guiña un ojo con picardía. - ...pero bajo esto, soy una máquina indestructible de asesinar... - Bromea y señala a su amigo con una cuchara de madera. - ...peor que él...

Y tapo mi boca para no reír, mientras palmea mi hombro con amistad para proseguir, tomando nuevamente asiento.

- Soy inglés. Pero erradamente a lo que mi familia quería y como hijo mayor. Me di cuenta que lo mío, no es la lucha y guerra. - Me relata. - Sino, ayudar contra ellas. Y encontré mi vocación en ser un pastor del señor. Un párroco y servir a los necesitados, como ejercer mi ayuda a la comunidad donde me encomienda la autoridad del Obispado diocesano... - Señala el lugar.

Que en realidad es una antiquísima y hermosa iglesia y donde una de sus torres.

La del campanario.

Fue la que nos resguardó en la noche y bajo su protección de nuestro escape nocturno.

Miro a Constantine siendo su respuesta, un encogimiento de hombros dentro de su silencio.

Porque, no fue al azar.

Él realmente sabía, dónde estábamos y que teníamos que llegar para ocultarnos como protegernos.

Aclaro mi garganta.

- ¿Entonces...sabes todo de Constantine?

Asiente, apoyado sobre el respaldo de su silla.

- Todo. - Afirma y vuelve a sonreír.

Y se señala.

- ...a alguien, tiene que confesar sus fechorías, no?

Y una sonrisita se me escapa sobre la de Constantine, mientras observo todo y camino sobre el antiguo lugar.

Para luego detenerme y mirar al diminuto, pero no sé porque siento.

Aguerrido como singular párroco y mejor amigo del chico árabe que amo.

Que este y aún con su traje guerrero puesto, sentado no deja de observarme divertido por todo esto, dentro de esa seriedad tan él.

Por su amigo que al parecer.

Nos va ayudar.

Contra el ruso y la hermandad Escarlata.

Me apoyo sobre la mesada sin poder disimular mi sonrisa, cruzando mis brazos sobre mi pecho y tirando mi pelo suelto a un lado.

Pero, lo miro de lado y sospechosamente.

- ¿Por qué, presiento que eres un cura muy especial? - Suelto.

Y con un gesto al aire de su mano con autosuficiencia teatral como su carcajada que vuelve a resonar, haciendo eco sobre las cuatro paredes en piedra que componen la cocina de la iglesia y sobre nosotros.

Es su respuesta...

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top