CAPÍTULO 27

"Anna, por favor, no me dejes. Tienes que despertar".

Oscuridad.

Era lo único que alcanzaba ver. Todo a mi alrededor estaba teñido de un negro tan profundo que parecía que se colaba por todos los poros de mi piel, llegando hasta lo más dentro de mi corazón. El miedo que sentía, unido al dolor de cabeza, hacía que estos pensamientos recorriesen mi mente de forma desordenada, pensando que el mundo se estaba acabando y el lugar donde me encontraba me estaba aplastando con su silenciosa calma.

Me incorporé, sentándome con dificultad para alejar mi piel del frío suelo. Apoyé la espalda en la pared para ayudarme mientras llevaba las manos a mi cabeza. Sentí una punzada de dolor más fuerte de lo que ya estaba sintiendo cuando mis dedos tocaron una pequeña zona cerca de mi sien izquierda. Noté un líquido viscoso, supe que era sangre desde antes de tocarlo, pues el olor inundaba mis fosas nasales.

Respiraba con dificultad, pues los nervios atenazaban mi cuerpo, e intenté gritar. El eco de mi voz, revotando entre las paredes, sonó desesperado. Dejé pasar unos minutos en silencio, esperando una respuesta que sabía que no llegaría. Quise ponerme de pie, pero fue imposible, mi cuerpo no respondía ante tal esfuerzo y la cabeza me dolía tanto que cualquier intento de moverla suponía un pinchazo.

Tomando aire con suavidad, me puse a recordar lo que me había llevado hasta aquí. Solo conseguía ver la entrada de la casa de la hermandad y una gran luz roja que se acercaba hacia mi a gran velocidad. Unas arcadas acudieron a mis labios cuando recordé como, después de impactar en mi cabeza, la luz se había adentrado en mí, invadiendo todo mi ser. Era una sensación demasiado horrible y esperaba no volver a sentirla nunca más. Luego, oscuridad, y esta me había acompañado incluso en mi despertar, gracias a la voz de Peter que no dejaba de acompañarme en sueños.

Peter...

Una imagen de su rostro llegó a mi mente, en la que veía el enfado que le había causado la última vez que nos vimos. Las lágrimas recorrieron mi rostro y me sentí decepcionada conmigo misma, dándome cuenta de que tenía que haberle hecho caso. Si no hubiese intentado confiar en Stu, no estaría encerrada en un lugar del que no sabía si iba a poder escapar. Porque estaba segura de que él había tenido algo que ver en todo esto, aunque la luz que me atacó no era de su color.

Justo cuando estaba entrando en la desesperación más profunda, acompañada por los nervios y el miedo, un cosquilleo comenzó a recorrer mis dedos y me sentí una estúpida al darme cuenta de que no tenía por qué permanecer a oscuras, pues contaba con una luz tan blanca que podía iluminar toda la estancia.

Cerré los ojos, concentrándome, y dejando que ese cosquilleo se extendiese por todo mi cuerpo. Cuando los abrí de nuevo, segundos después, varias lucecitas blancas flotaban por la estancia, haciendo que una pequeña sonrisa de alivio se dibujase en mis labios.

Las paredes eran de piedra oscura, como las habitaciones de los castillos antiguos que se veían en las películas. Estaban recubiertas de una especie de moho verdoso, lo que hizo pensar a mi mente de detective mediocre que me encontraba en un lugar húmedo o, seguramente por la falta de luz y ventanas, un sótano. En frente de mí había una recia puerta de color marrón oscuro, que intentaría forzar en el momento en que pudiese levantarme. Al lado, una cama desvencijada y vieja ocupaba una de las esquinas de la habitación junto a una especie de cubo del que no quise saber su utilidad.

El conocer lo que había a mi alrededor hizo que me tranquilizase un poco, pero los nervios continuaban atenazando mi cuerpo. Con un poco más de fuerza, comencé a gritar, de nuevo, pidiendo ayuda. Aunque sabía que mis esfuerzos serían en vano, puede que quiera que me tuviese aquí encerrada me escuchase y o bajase a ver que estaba pasando o, al menos, lo incomodaría con mis berridos descontrolados.

Tras varios minutos, sentí que me estaba quedando sin voz. A pesar de ello, no paré. Tampoco tenía otra opción y con el dolor de cabeza levantarme no entraba dentro de mis planes inmediatos. De repente, sentí como alguien giraba varias cerraduras desde el exterior y, instintivamente, me pegué más a la pared y arremoliné a mi alrededor toda la luz blanca que mis fuerzas me dejaron controlar.

—Anna, querida, vas a hacerte daño si sigues gritando de esa manera.

La voz de Patrick Shein, ruda y fuerte, inundó toda la habitación antes de su presencia. Cuando abrió la puerta pude contemplar su imponente figura vestida con un traje caro, oscuro y entallado. Una corbata roja resaltaba entre los detalles que mi Don me dejaba ver y sus ojos resplandecían con un ligero fulgor.

—¿Dónde estoy? ¿Qué está pasando? ¿Por qué me has encerrado?

Las palabras escaparon de mis labios de forma atropellada y ronca, sintiendo que en cualquier momento podía volver a abandonarme a mi suerte y dejarme en la más absoluta incertidumbre, que acabaría consumiéndome. Una risa irónica resonó por la habitación.

—Tranquila. Vas a tener tiempo de sobra para saber la respuesta a esas preguntas y, créeme, al final estarás de acuerdo con nosotros.

—¡En tus sueños!

Acompañando al grito, comencé a lanzar, con todas mis fuerzas, luces blancas en su dirección. Pensé que la rabia que me inundaba sería suficiente para golpearle y conseguir escapar del lugar, pero un golpe de realidad golpeó mis entrañas cuando, con un solo gesto de su mano, hizo que todas ellas desapareciesen antes si quiera de tocarle.

—Aunque no estuvieses tan débil, te faltan años para rozarme con alguna de tus débiles lucecillas blancas —dijo con sorna—, pero eso es algo que podremos solucionar, si aceptas cooperar, claro.

—¿Tengo otra opción? —pregunté, derrotada y falta de fuerzas.

—Bueno... puedes hacer lo por las malas.

El brillo rojo de sus ojos se intensificó y, de repente, sentí como miles de cuchillas se iban clavando por todo mi cuerpo. Comencé a retorcerme sintiendo como el duro suelo se clavaba en mi piel y las articulaciones me ardían. Estaba a punto de desmayarme, dejar que la oscuridad volviese a invadir mi mente, cuando todo terminó tan rápido como había empezado, dejándome dolorida y asustada.

—Por favor... quiero volver a casa —supliqué con lágrimas en los ojos.

—Y lo harás, Anna. Cuando hayamos conseguido entrenarte y comprendas que la única opción para salvar a nuestra futura descendencia es unirte a nosotros.

—¿Futura descendencia? —pregunté, pues esas palabras me habían causado inquietud.

—Eso es Anna —dijo mientras se acercaba, agachándose hasta tomar mi barbilla con sus suaves manos—. No solo serás una gran hechicera, sino que ayudarás a que el Don blanco no vuelva a desaparecer.

Se levantó y salió de la habitación, dejándome en silencio y a oscuras, pues no me sentía con fuerzas para invocar a mis luces. Lo que acababa de decirme implicaba tantas cosas y tan horribles que disocié durante unos minutos, sopesando cual sería mi mejor opción para tener que evitar cumplir con sus objetivos.

Pensé que, en esos momentos, solo me quedaba una opción para salvarme y, cerrando los ojos con fuerza, recé por primera vez en muchos años para tener las fuerzas suficientes que me ayudasen a enfrentarme a ellos. Porque no quería pensar en las consecuencias de no conseguirlo.

Dios, Peter, ¿por qué no os hice caso?

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