Nunca será

Entre la multitud bulliciosa del mercado, una figura alta con porte imponente hizo que el silencio fuera un ente casi palpable más entre las personas. Todos se hacían a un lado para darle camino a la figura blanca, junto a expresiones de sorpresa, asombro, respeto y sobre todo: temor.

Me quedé quieta como los demás, pero a diferencia de los otros, era a la única que parecía mirar la mujer de ojos inexpresivos y aura de poder. La mujer hecha de mármol, con grietas que obstruían el apreciar por completo su belleza, lucía peligrosa. Y en contraste a mí y las marcas rojas que pasaban a través de mi rostro y cuerpo, sus cicatrices le daban poder, demostraban qué tan importante era. Su título estaba por encima de todo hombre.

Era la dama del mundo, la señora del todo. Aquella que fue extraída de entre piedras preciosas y ríos de sangre. La que cargaba el mundo entre sus manos llenas de heridas.

La Emperatriz.

Y con miles de pensamiento donde ella me castigaba o arrebataba la vida pasando por mi cabeza, me tiré al suelo e incliné la cabeza.

Como todo el mundo, su gente.

La majestuosa mujer habló con voz potente, capaz de ser escuchada hasta en el fin del mundo:

—Ziemia, hija de mis entrañas, mármol tallado de cicatrices y forjada de rubíes—su voz caló hasta lo más hondo de mi ser—. He venido por ti.

Así que era aquel tiempo, donde ella no podría llevar tan colosal nombre por tantas llagas y agravios. Donde buscaba a alguien capaz de llevar el mundo entre dos manos, alguien herido y ofendido por las personas.

La nada convertida en el todo.

Me tomó de la mano, sin levantarme de la tierra. Su fría piel de mármol estaba siendo ensuciada por la mía, que estaba casi ensangrentada y caliente.

—Las noches serán tuyas junto a sus astros y planetas, el día y el solo lo serán también —dijo la Emperatriz—. Todo el oro del mundo, sus riquezas, los tesoros y las personas serán tuyas, pero te digo que lo serán también el egoísmo, el odio y las guerras.

El peso de aquellas palabras haría añicos a cualquier ser, aunque no estuviera hecho de carne y huesos.

—Y aun con todo esto, nunca será suficiente. Ni para ellos, ni para ti.

Me levantó de la tierra, y me llevo entre la gente, que, con sus rostros postrados, gritarían mi nombre lleno de júbilo y envidia por siglos.

Todo hasta el fin de mi mundo.

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