4. La Tierra de las Hadas

Aparezco en una construcción con forma de cúpula. Egan y yo estamos sobre una base circular con varios signos brillantes y azules que no soy capaz de entender. Pese a que no hay ventanas puedo percibir un rastro de luz. Tampoco sé dónde está la puerta. Ni mucho menos que es este sitio, pero intento ocultar mi nerviosismo. Me giro y veo que detrás de mí hay una enorme pantalla con un mapa. No sé dónde apunta este.

Egan da un paso y baja de la base, yo le imito, indecisa, y doy vueltas a mi alrededor. Por un momento temo que quizás muera porque la atmósfera me aplaste o mi cuerpo no reaccione bien. De nuevo, me planteo que todo esto es una mala idea: sin embargo mi mente está tan confundida que ya no sé qué pensar. ¿Es acaso el chico de fiar en realidad?

Las paredes parecen ser metálicas y grises. Cuando alzo la vista veo que hay una pequeña rendija arriba que es por donde entra la luz. Es una construcción pequeña y vacía, salvo por el monitor a mi espalda y los botones que hay a los lados.

Egan me mira de arriba abajo, para después fruncir el ceño. Ahora puedo notar las facciones de su cara mejor, pues en este mundo es de día, por lo menos eso creo. Su pelo es bastante ondulado y cae alborotado por su cabeza, es de un color rubio intenso, como una cascada de oro líquido. Su nariz es tan afilada que me resulta fea, al igual que su boca, por lo menos compaginan con la forma de su cara.

—Antes de entrar deberías abrigarte, estamos terminando el... —Hace una pausa, de repente su cara se apaga para acto seguido iluminarse, como si hubiera caído en la cuenta de algo—. Es verdad, distinto planeta, distinto nombre a los... ¿Cómo llamáis a los periodos de tiempo en la naturaleza?

Ladeo la cabeza, confundida,

—¿Disculpa?

Él se frota la barbilla, pensativo. En vez de responder, se acerca a la pared y, con un empujón, abre una puerta. Lo primero que hago es recibir una ráfaga helada de frío que me congela la piel. Me abrazo a mí misma en un vano intento por entrar en calor. Él me hace un gesto para que salga junto a él y accedo de mala gana, cuando lo hago veo que estamos en unas llanuras inmensas. Los árboles están secos y pelados en su mayoría, la poca hierba que hay está marchita y sobre ella hay una pequeña capa de nieve en algunas partes. También miro al cielo, hay un atardecer anaranjado con un sol incluso un poco más grande que el que hay en la Tierra. Juraría que parece que sigo en mi planeta.

—Cuando hace frío y nieva —dice Egan, no me esperaba que hablase, así que doy un respingo del susto—, el ciclo de Forhinter. Neråiden y la Tierra son planetas muy similares.

—Invierno —digo al saber a qué se refiere sobre ese ciclo de nombre tan raro—. Nosotros no tenemos ciclos, lo llamamos estaciones, y son cuatro.

Él asiente, maravillado por lo que le estoy contando. Me siento incómoda, nadie en la Tierra desconocería lo que son las estaciones. De pronto me siento una ignorante, no sé nada en absoluto de este mundo.

—Por suerte estamos entrando en el último mes del Forhinder y pronto llegará el siguiente ciclo: el de Zeurixi.

—En la Tierra se llama Primavera —comento para tener un tema del que conversar.

—Qué nombre tan raro —exclama. Sonrío por dentro, a mí los nombres que dice también me resultan extraños—. Nuestros ciclos se dividen en cuatro meses. En total son dieciséis al año.

Me sorprendo, pero a la vez empiezo a sentir más curiosidad. Si estoy en lo cierto, las estaciones y ciclos son lo mismo y no varían en nada; no obstante, su duración es diferente y aquí los años son más largos.

—¿Cuántos días son un año? —imploro, esperando no parecer agobiante con tantas preguntas, ya que seguramente iré preguntando más cosas conforme pase el tiempo.

Él tirita y estornuda antes de responder. Verle me provoca un tiritón. En la Tierra ahora mismo es abril y en esa época la primavera ya está bien arraigada.

—Empiezo por lo básico, pero antes sígueme. —Hace un ademán con el brazo para que vaya tras él.

El edificio del que hemos salido tiene una forma de cúpula y tampoco he preguntado por él, pues sé que es un transportador. También me gustaría saber dónde estamos exactamente, pero creo que es más importante conocer lo básico. Al fin y al cabo, la ubicación no la tengo por qué saber si me preguntan.

Estamos por unas llanuras enormes, sin apenas un relieve. Deben de ser preciosas en primavera, aunque deberé de olvidarme de ese nombre y empezar a usar el otro. Mientras caminamos contemplo distraída el paisaje, que es aburrido y monótono. Esperaba encontrar a algún animal, pero con el frío que hace mis esperanzas se han desvanecido.

—Los días duran veinte horas —comienza a explicarme Egan—. Una hora aquí no es lo mismo que en la Tierra, duran distintos minutos. No sé cuántos terrícolas.

»El año empieza el ciclo de Forhinder, que sería vuestro invierno. Cuando empieza el ciclo empieza el año. Tiene ciento seis días, siendo el más largo junto con el ciclo de Welannet, que es su opuesto. Los meses tienen una media de veintiséis días y se dividen en estandes de ocho días.

Supongo que un estande será una semana, así que al final nuestro calendario no es tan distinto. También quisiera saber los nombres de los ochos días que componen los estandes y los nombres de los meses.

—Como si te digo tantos nombres nuevos te olvidarás, te diré que hoy es el quinto día del estande, latheni, del tercer mes del año, y en el ciclo de Forhinder. Ah, y estamos a veintitrés. —Él sonríe mientras yo repito los nombres una y otra vez, pero solo consigo acordarme del nombre del ciclo porque es algo que ya ha repetido varias veces. Suspiro y odio al Forhinder por ser tan frío.

—Supongo que ya me aprenderé todo esto —digo con una voz muy débil, resignada. Por si fuera poco, todavía me queda aprender cómo se llama el lugar en el que estoy.

Egan me hace un gesto para que pare de caminar. Estamos al lado de un bosque. Tiene casi todos los árboles secos, con sus ramas desnudas, los árboles que tienen hojas son de un color verde apagado y oscuro, con un poco de nieve sobre estas. Los pocos rayos de sol de la tarde son capaces de filtrarse hasta el suelo. Algunos me dan en la cara, pero no son demasiado cálidos.

Algunos árboles tienen repliegues en sus troncos, otros circunferencias e incluso líneas muy abstractas en ellos. Hay algunos que tienen flores llenas de inmensos pétalos y otros cuyas hojas son planas y finas. No consigo ver a un animal, lo que me frustra. Alzo la cabeza al cielo para comprobar que por el horizonte se está tornando todo oscuro y veo estrellas que nunca había contemplado antes. Lo más hermoso es ver a las dos lunas aparecer.

Egan se acerca a mi lado, sacando de su bolso una cosa extraña que empieza a desplegar una y otra vez hasta que forma una tienda de campaña diminuta. Justa para caber los dos, apretujados, pero cabemos. Con unos palos que ha recogido a la entrada del bosque, consigue plantarlos en la tierra y usarlos como soporte para que la tienda no se caiga encima.

Más que triangular es cuadrada, aunque un poco caída hacia los lados. Si tiras de una cuerda en el interior, podrás abrir una especie de cortina a modo de ventana. El suelo es duro y me siento sobre él, al menos es mejor que estar al aire libre, porque esto guarda el calor. La entrada es una cortina que aún no sé cómo se cierra y abre.

Egan lo ha hecho todo mientras yo miraba. Eso me ha hecho sentir una inútil y un estorbo, porque tampoco sabía muy bien cómo ayudar. No entiendo por qué este chico me está ayudando tanto.

—Es lo mejor que tenía —comenta, observando la medio caída tienda con un tono de resignación—. No podemos ir así de la nada en una ciudad, menos cuando no sabes dónde estás.

Miro a todas partes, estamos en campo abierto, a ojos de cualquier bestia de la noche o algún forastero que nos quiera atacar. ¿Quedarse en una cutre tienda de campaña es la mejor idea? ¿No podrá pasarnos cualquier cosa horrible durante la noche? ¿Por qué aquí y no en el bosque?

—Entra —propone corriendo la cortina de entrada. Lo hago y me siento en una esquinita. Si nos encogemos creo que ambos podremos dormir tumbados en el suelo—. Ahora debo decirte tu ubicación en el mapa —me dice una vez entra, yo me aparto para que tenga hueco.

Con un movimiento de manos y un susurro de palabras, cierra la cortina de entrada y la que actúa como ventana, dejándonos un poco a oscuras. El suelo se nota duro, pero no tanto por la lona que hay tirada en el suelo. Toco las paredes y, no sé cómo, son un poco gruesas, ahora entiendo por qué guarda el calor. Al menos no es fina como el papel, así que supongo que no me clavaré nada del suelo en el cuerpo.

—Estás en Faishore, mi país. Justo en las llanuras faishianas, un lugar neutro que no pertenece a ninguna región. —Sus palabras salen dulces de su voz, lentas para que pueda entenderlo todo—. Estamos cerca de la capital, cuando lleguemos te hablaré un poco de ella, no quiero contarte nada más. Has tenido un día duro y mereces descansar.

Meneo la cabeza.

—No —manifiesto—, estoy muy nerviosa y quisiera saber más de este mundo.

Él sonríe, es una sonrisa que te llena el alma y el cuerpo. Una sonrisa inocente.

—Ya has tenido demasiado por hoy y para mañana no vas a recordar casi nada —me responde en tono de reproche—. Si quieres saber algo más, Faishore está pegado al mar.

—¿No nos atacará nadie? —pregunto, antes de que él se tumbe para dormir. Eso no era lo que quería preguntarle, pero tampoco sabía cómo decírselo, tampoco tenemos mucha confianza.

El chico se recompone y me mira. Realmente estoy nerviosa, ¿cómo voy a pasar la noche durmiendo al lado de un desconocido en mitad de la nada? Es una locura, una tremenda locura, pero tampoco tengo más opciones, no puedo ir a ningún sitio más. Dependo completamente de él.

—En este ciclo nadie aparece por aquí. Poco a poco te enseñaré sobre la naturaleza y, el mes que viene, iremos a la capital y allí dormiremos en un... hotel. —La última palabra la dice tras cavilar qué es lo que quiere decirme exactamente—. Mientras tanto aprenderás a leer y sobre el país.

Antes de tumbarme y cerrar los ojos pienso que tardaré bastante en dormirme; ya sea por el nerviosismo o la inseguridad. ¿Realmente es de fiar? No lo sé, incluso es posible que mañana, cuando despierte, aparezca en otro sitio. Cierro mis ojos y me duermo en un sueño profundo.

Algo raro con cuernos me mira. Sus ojos se tornan y me observan, tiene una manzana en una mano, escucho una risa, pero no es humana. Las calles están oscuras, mientras yo camino con una niebla en el suelo. Me equivoco, sí que hay luz, y proviene de las múltiples farolas que han aparecido de la nada, al lado de cada casa. Todas son pequeñas y con un estrecho jardín.

Escucho en el tejado de una de ellas a un caballo mágico, de aspecto singular, trotando. Le quito importancia, la liebre ya me dijo que esto pasaría.

Camino por la larga carretera, pero no hay coches. Alrededor de la luz han aparecido polillas. Nada inusual, aunque hace frío y yo creía que esos insectos aparecían con el calor. Me miro la ropa, no sé por qué lo hago, y veo que llevo una túnica blanca y sandalias. Me encojo de hombros.

Entro en una de las casas y veo que delante hay unas escaleras, el fondo del pasillo da al trastero, a mi derecha está el salón. Allí está una chica llamada Brunilda, tiene el pelo recogido en una coleta mientras mira las noticias. El aire es incómodo y puedo verlo en su mirada, serie y aplacadora.

Cuando me siento a su lado en el sofá intento arroparme con las mantas del brasero.

—No deberías fiarte de él —contesta ella con una voz impasible.

—Es agradable —titubeo, sobre si ese es el adjetivo adecuado, pero no lo es.

—Ana lo estuvo acosando —contesta ella sin apartar la mirada del televisor, parece que está malhumorada—, dice que tiene algo extraño.

Brunilda se levanta y se acerca a la cocina, cuando voy tras ella aparezco en mitad de unas llanuras enormes y sin fin. No hay hierba. No hay árboles. No hay vida. De nuevo un frío se apodera de mí y yo me encojo. Me pregunto dónde estará la chica de antes, pero supongo que ya da igual.

De nuevo veo a esa cosa con cuernos. Me mira. Yo hago igual. Sonríe.

—Mátalo antes de que lo haga primero —me ordena. Yo meneo la cabeza, rebelándome—. ¡Ana ya te lo dijo!

Vuelvo a menear la cabeza, negándome a hablar. No me importa cuánta información posea Ana, Egan parece amable y sería un error matarle.

La figura de delante, llena de ira, tira un jarrón al suelo, haciéndose añicos. Vuelve a tirar varios y se escucha el sonido de estos resquebrajándose.

—Confío en él, es lo único que tengo —replico. Al instante me doy cuenta de mi error.

—¡DEBES MATARLO, ES IMPURO, ES UN VIL SER QUE TE TRAICIONARÁ! —Su voz me asusta y hace que dé un respingo hacia atrás—. ¡Mátalo, mátalo, mátalo! No hagas caso de su máscara, acabarás mal y lo sabes.

Yo intento moverme, hablar algo

Me despierto como si fuera a través de un susto. Lo primero que hago es recordar algo del sueño, extraño y sin sentido. Recuerdo a una chica en una casa, la cual estaba en un barrio vacío e inmenso. Me mencionaban ella y otro sujeto algo sobre alguien que había investigado a Egan, después me decían que lo matara. ¿Será porque tengo miedo de que me haga algo malo?

Cuando giro la cabeza descubro que no está: me encuentro sola en la tienda de campaña. Extiendo mi brazo y noto la zona fría, por lo que creo que lleva un rato fuera. Me siento e intento espabilarme un poco, pues me encuentro medio atontada. La cabeza me duele y me llevo una mano a la frente.

A pesar de estar adormilada, considero que ya me he espabilado lo suficiente como para salir al exterior. En realidad no me apetece demasiado, pero tengo curiosidad por saber dónde está Egan. Cuando aparto la cortina a duras penas el aire frío me da de forma tan brusca que es superior a mí.

Una vez fuera, miro a todos lados y veo a Egan sentado en un tocón al lado del bosque, mirando las estrellas. Si hubiera memorizado el cielo de la Tierra, quizás habría notado una considerable diferencia en las estrellas de este mundo, pero como tampoco le he llegado a prestar mucha atención, para mí lo único interesante es que hay una Luna más.

—Hola —le saludo desde la lejanía. Él, sorprendido, me mira. Ladea la cabeza.

—Hola, Ashley —susurra, aunque lo dice lo suficientemente alto como para que pueda oírle.

—¿No duermes? —pregunto, acercándome más a él y abrazándome a mí misma para mantener algo de calor. Está claro que esta estación no es para mí.

¿Cómo se llamaba? «Forind...» Da igual.

—Puedo aguantar hasta dos noches sin dormir. —Él me sonríe y alza la cabeza, contemplando la enorme bóveda celeste que se extiende sobre nosotros. Es un mar blanco de estrellas—. Era un poco raro que durmiéramos juntos, así que te he dejado el hueco para ti sola.

Doy unos pocos pasos hacia él, quizás sea por el sueño que no me hace pensar bien, o puede en la noche más profunda todos seamos más valientes. Es posible que jamás sepa la respuesta, pues lo único que veo es que la hierba seca me azota los pies y a él posando sus ojos sobre mi cara. La luz de las lunas inunda el cielo sobre nuestras cabezas, las estrellas danzan en el mar, mirándonos y siendo espectadoras de lo que ha pasado hoy. Y quizás es en lo que pienso cuando digo lo siguiente:

—¿Por qué me ayudas?

Él se retuerce en su asiento, sin evitar el contacto visual. La luz del cielo ilumina con un tono su blanquecino, volviendo pálida su piel. Sus ojos brillan, verdes como es un bosque.

—Quizás no tenga motivo —confiesa, sereno—. Quizás lo haga porque no soporto ver a nadie sufrir. Incluso todo puede ser algo egoísta. —Su explicación más que ayudarme me confunde, lejos de darme alguna respuesta, sencillamente hace que prefiera obtener ninguna. Suspiro por la nariz, como si así fuera a disimular mi cansancio—. A veces deberíamos ayudar para hacer que el mundo sea mejor, ¿no?

Abro los ojos, y medito todo lo que puedo una respuesta.

—No te entiendo —opto por decir, confundida.

—Tú estabas mal, ¿no es ese motivo suficiente para ayudarte?

Meneo la cabeza. A él parece disgustarle este gesto, aunque tras unos segundos intenta ocultarlo.

—Pero yo podría estar mintiendo y luego hacerte daño —explico, me cuesta hacerlo porque estoy cansada y no me encuentro muy bien como para pensar—. Tu inocencia puede hacerte sufrir, no deberías ser tan confiado.

—Eso lo sabremos con el tiempo —sentencia, dejándome sin más que decir.

Después de eso le digo que me iré a dormir, y que agradezco todo lo que está haciendo. Me voy a la tienda de campaña y, cuando cierro la cortina, me tumbo en el suelo para después tener la conciencia intranquila. No estoy bien sabiendo que él va a pasar una fría noche afuera, y menos si es por mi culpa. Luego me pongo a llorar, quién sabe por qué, hasta caer dormida.

El sol me da en la cara, alguien ha abierto una ventana. Tardo un minuto en despertarme, otro en analizar dónde estoy y otros cinco para aceptarlo todo. Me levanto y salgo al exterior, donde el frío de la estación me da de lleno y me encojo. Doy un escalofrío y veo al chico cerca del bosque, tiene un número considerable de flores junto a él.

Cuando me ve saluda desde la lejanía y hace un ademán para que me acerque. Yo, vacilante, lo hago y veo que lo que ha cogido es casi el mismo tipo de flor. Igualmente, no consigo distinguirlas.

Coge varias de la misma especie y las junta en una mano. El aspira varias veces con la nariz y termino imitándole. Al hacerlo, huelo un olor dulce y suave, me entra en los pulmones gélidos. Me embriaga cada rincón del cuerpo y me estremezco de un escalofrío de forma brusca.

—Son forhíncleas —dice él, acercándome una mano para que las coja—, crecen solo en lugares fríos y dicen que con ellas puedes sentir el Forhinder en tu interior.

Veo las flores, son muy frías, tanto que parece que estoy sujetando un trozo de hielo entre mis manos. Los tallos son de un verde apagado, grueso. Los pétalos puntiagudos desprenden un polvo blanco, envuelven algo que creo que es un polen azul.

A continuación Egan me presenta otras flores más grandes con pétalos blancos y azules en su interior. Dos pequeñas campanitas salen del centro, quizás una nueva forma de polen o pistilos. Están envueltos en hojas muy espinosas.

Fulinos —pronuncia lo que creo que es el nombre de la planta—. Son las únicas flores que he encontrado en el bosque. Al menos has venido en el momento justo: nadie te hablará mucho de naturaleza.

—No sé si eso será bueno o malo. —Repito las palabras en mi interior, arrepintiéndome de ellas. Debí haber dicho otra cosa.

Él se levanta y para no hacer el ridículo hago lo mismo. Intuyo que estaré varios días (puede que incluso semanas) imitando todo lo que haga. Ignora mi comentario anterior, cosa que me alivia.

—Por cierto, en Faishore estamos en el año cinco mil cuatrocientos noventa y dos. Por si acaso —dice, como si hablara para sí. Cada vez que me da un poco de información me alivio. Sin embargo, siento que, a pesar de que no lo hace de una forma saturada, mi cabeza se lía con tanta cosa nueva.

Pasa el resto del día hablándome de su país con más detenimiento.

—Faishore se divide en ocho regiones. Nosotros estamos al lado del bosque Zeurixi, que tiene el mismo nombre que la estación de las flores. Estamos por el sur, al lado de Selenia (la región en la que vivo), la región del bosque. Pronto subiremos al norte, a la capital del país y verás algo muy interesante.

—¿El qué? —Egan se ha mostrado amable conmigo y no le importa que haga muchas preguntas, prefiero eso a que me calle y, llena de dudas, la fastidie al interactuar con alguien.

—Cuando lleguemos a Zhyllem, la capital, lo verás. Ahora repasemos las definiciones.

Para que no se me olviden las cosas me ha propuesto repetirlas, y así hago. Forhinder es el ciclo en el que estamos, el del frío (que vendría a ser invierno). Estamos en el tercer mes del año, Neride, el cinco mil cuatrocientos noventa y cinco. Día veinticuatro. Los días se agrupan en estandes, hoy estamos a cressien. Faishore es el país en el que estoy, al lado del bosque Zeurixi, cerca de la región de Selenia, la del bosque. Hay dos lunas.

Repaso eso mismo en mi cabeza tres veces, hasta que luego seguimos.

—Estamos al sur del lago Feishor. Curiosamente sí se llamaba el país, al igual que el nombre viejo de la capital. En resumen, hubo una guerra, se empezó a llamar de otra manera y la pronunciación cambió. Y ahora esa «e» es más bien una «a».

—Al menos creo que me voy a acordar del nombre del lago —digo, quizás aliviada. Una lástima que los nombres que no existen en mi idioma no sean traducidos por sus semejantes mediante la magia.

—Faishore da al mar al este, con un archipiélago. La región se llama Orionte. Al norte es todo montañas, y luego hay un desierto. Estamos en las llanuras faishianas, o llanuras. —Creo, si no me equivoco, que algo de eso ya me había dicho, pero con tanta información ya no estoy segura. Y menos si me la repite—. Faishore no está al lado de ningún país. Aquellos sitios que no forman parte de un país se les conoce como Tierras raras.

Esa misma noche comienza a nevar y, cansado, Egan dice que irá a la capital a comprarme algo de ropa. Me pregunta mi talla, por desgracia, las medidas son diferentes y, como nuestro tamaño físico es similar, dice que ya comprará algo basándose en si le quedaría bien a él o no. Como voy a estar sola durante la noche, decidimos meter el campamento en el bosque, para que esté más oculto. Como es Forhinder (ya me he aprendido hasta la palabra y todo) no aparecerán muchas criaturas.

Él me asegura que tiene dinero suficiente y que en una capital con más de siete millones y medio de habitantes encontrará algo. Y, si no, hay más ciudades alrededor.

Cierro todo en la tienda de campaña y me aseguro de que no hay ni un solo hueco. Aquí no me siento muy segura, pero Egan la ha cerrado con magia, así que ahora ni yo puedo abrirla. Esa noche lloro un poco, supongo que porque aún no he sabido aceptar el enorme cambio que me supone estar aquí. Puede que porque no sé qué me deparará.

Aunque tardo en dormirme, lo hago.

Ya es mediodía cuando Egan entra y me despierta, lleva algo en la mano: mi ropa. Ha comprado varias prendas que, muy lejos de resultarme extrañas, no lo son. Lo primero son unas botas grises que se atan con unos cordones gruesos y de suela gorda. Luego unos pantalones en los que los hilos de color castaño son muy marcados. Llevan unos bolsillos con cremallera por las rodillas.

La parte superior consiste en una camiseta de mangas anchas y blancas, con varios repliegues. Veo que los botones tienen forma de copos de nieves. Luego algo más grueso, sin mangas, perfecto para proteger el torso del frío y con un cuello alto. Tiene un cinturón para atarse a mitad de la barriga.

Descubro que lo que es aquí la ropa interior son unos pantalones finos que me aprietan las piernas. Maldita sea la forma del cuerpo distinta.

Cuando me visto, estoy más en calor y me da menos vergüenza que alguien me vea. Egan me ha comprado hasta una capa suave y de colores grises, con el símbolo de una hoja verde dentro de un rombo.

Le devuelvo su túnica y, por primera vez en unos días, ambos tenemos un aspecto presentable.

Seguimos el día hablándome de diversas criaturas que vemos, aunque no muchas. Me aconseja hablar lo más mínimo y hacer que parezca una chica de muy pocas palabras y reservada. Me habla por encima de la sociedad. En este caso, las clases sociales. El dinero es opcional, únicamente utilizado como un método para conseguir las cosas antes. La gente es muy autosuficiente. Las clases sociales están más bien divididas en los oficios de la gente y su manera de vivir que en su cantidad de dinero.

Curiosamente el comercio es de lo más importante en Faishore, pues, aunque el dinero no sea necesario, no significa que no sea importante. Puede ayudarte a conseguir cosas que no eres capaz de conseguir por tu cuenta, o por objetos y materiales que crecen en otro sitio y que alguien tiene. O que alguien pueda fabricarte cosas si tiene los conocimientos necesarios.

Egan me cuenta que se dedica más bien a explorar y hacer trueque con lo que encuentra por ahí.

Cuando se termina el mes de Neride y empieza el de Oerón, el mismo día dos Egan propone marchar rumbo a la capital.

—No sé si estoy preparada —comento, declinando su oferta.

—Lo poco que podíamos ver ya lo sabemos —dice, insistiendo. Yo me rehúso a ir a un sitio con mucha gente porque me da miedo y vergüenza, él se ha dado cuenta de que es mejor presionarme—. Ahora tienes que aprender cosas de la ciudad, y más o menos sabes cómo es Faishore, al menos esta zona y el calendario. Si te hablan de algún animal o planta lo vas a conocer, porque te he hablado de hasta fauna que aparece en otras estaciones. Sabes cómo es nuestra sociedad.

—Pero todo es muy por encima y hay cosas que se me van olvidando.

—¿Y qué?

—Además —intento añadir, sé que esta es mi última baza y la más fuerte, si esto no ayuda estoy perdida—, tampoco sabemos qué hacer conmigo. Ni siquiera he vuelto a hacer esa cosa rara que hice en la Tierra.

Él se mantiene en silencio, haciéndome sentir por un momento triunfante. Mi mente está alerta, por si no ha servido de nada y debo ceder. Los copos de nieve caen sobre nosotros, tiñendo el paisaje de un blanco puro, algunos danzan sobre él, juguetones.

—¿Y crees que estando aquí lo vamos a solucionar? No.

—Pero verán mis orejas...

—Y tus ojos, cuyo color no corresponde a los de ningún ser vivo de mi especie, pero ¿y qué? —dice—. Mira el lado bueno: un techo, no tendremos que dormir uno pegado al otro. Nadie te va a obligar a salir de la habitación.

Cansada, opto por hacer caso a su idea y asiento con la cabeza. Él da un salto de alegría, pues a mí no me quedan más motivos para negarme. Tampoco es que me agrade estar sola con él en mitad de la nada y sin testigos en caso de que me haga daño. Sé que parece agradable, pero apenas hace una semana, digo estande, que nos conocemos.

Y así, cuando lo recogemos todo y nos aseguramos de que no hemos dejado ni rastro de nosotros, seguimos hacia el norte. Antes de eso, lo repasamos todo una y otra vez, para ver si de verdad no hay marcas de nuestra presencia, tampoco es muy importante, pero no me fío y he insistido en ello.

Caminamos esa misma mañana hacia la capital del país, mientras que por el camino yo voy repasando cosas y respondiendo a las preguntas que él me hace. Quién sabe qué sucederá cuando lleguemos allí, no albergo muchas esperanzas de que suceda algo bueno, pero eso sólo el tiempo me lo dirá.



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Resumen del capítulo: llegada a Faishore, nombres raros, campamento, nombres raros, noche sensual (jajajaja, no), nombres raros, día congelado, nombres raros, proximidad al bosque, nombres raros, ida a la capital, nombres raros.

¿He dicho ya que hay nombres raros? Me encantaría saber cuáles os habéis aprendido.

Ah, y he modificado el mapa, podéis verlo en la nota de autor.

¡Gracias por leer!

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