CAPITULO 6



EN ALGÚN LUGAR DEL NORESTE DE ÁFRICA Y ORIENTE MEDIO...


https://youtu.be/bAdh68ZUEZc

                  EL RUSO

Las hélices en el aire con su estrepitoso movimiento mientras descendemos en el helicóptero, provocan una nube de tierra en el polvoriento lugar.

Y hago una mueca de desagrado cuando desciendo de este, acomodando mejor mi sombrero en color claro que contrarresta el calor del Sahara Africano.

Mientras con un pañuelo ya algo húmedo de tanto secar el sudor de mi frente, limpio y sacudo el saco de mi traje blanco.

Asquerosa tierra.

Y asqueroso lugar, me repito por centésima vez.

Siempre uno, magma de traslado de producción diferente de pétalos rosas.

Siempre.

No puedo arriesgar nada.

Nada.

Más cuando está en juego tantos millones de por medio.

- Im 'aqmar eadidat la taraa ya sayidi...(Muchas lunas, que no nos veíamos señor). - Me recibe como saludo Mesut con un trote a mí, cuando desciendo de este.

- ¿La remesa, ya llegó? - No respondo a su saludo.

No me interesa.

Solo pregunto lo que me importa, mientras nos hacemos camino entre las ruinas de la vieja y polvorienta construcción, hacia una gran carpa armada a un lado de esta y que se levantó para mi llegada y dar reparo con su sombra.

Su dentadura amarilla y arenosa como la vestimenta que lleva mercenaria, se dibuja en su rostro trigueño bajo su Kafiyyeh.

- Como siempre, mi señor... - Formula complacido y en mi idioma pero con acento, ofreciéndome un vaso de agua helada que saca de las manos de una jovencita, que se acerca temerosa y con su mirada baja hacia nosotros.

Satisfecho doy un gran sorbo, recorriendo su cuerpo entero para luego el lugar que me rodea, mientras es empujada por otro a que vuelva al interior por una puerta trasera y ajada por el tiempo.

Uno de tantos hombres dados, por la joven madre de todo esto.

O como gusta, que la llamen.

La reina madre.

Que me otorga, bajo mis órdenes y con cada convoy de carga, que cruzo hasta otro país para su venta.

Elevo la mano que lleva el anillo de mi cofradía en alto y con un movimiento como orden a Mesut, dejando el vaso sobre una silla plegable.

No necesito hablar.

El silencio del inhóspito y desértico lugar, se mezcla con los ladridos de este, dando órdenes.

Para que un veintena de hombres a medio encapuchar y con armas colgando sobre sus espaldas, se pongan en movimiento.

Corriendo.

Yendo y viniendo del lugar acatándolas y surgiendo entre la media docenas de Jeeps oscuros y doble cabinas que estacionados que comienzan a rugir sus motores al ser encendidos, como los dos camiones de carga mediana estacionados, en la entrada y que de temprana madrugada, ya están alistados.

Los gritos como gruñidos en su dialecto y fuertes pisadas sobre la arenosa tierra del lugar, se contrarresta con las ferrosas rejas que se deslizan de forma seca, contra las puertas blindadas traseras de ellos al ser abiertas de par en par para comenzar, con la carga de la mercadería.

Y el sonido dando el comienzo a todo es música para mi oídos y se acopla, con el aullido de dos coyotes solitarios que gimen hambrientos desde la zona rocosa, mientras me hago paso al primer Jeep que a la cabeza, que dará comienzo este viaje en caravana hasta el puerto.

Busco mis lentes oscuros de sol del bolsillo del saco de vestir de mi exquisito traje europeo, mientras abren por mí la puerta trasera de este para que suba.

Los acomodo sobre mi rostro bajo el sol y calor sofocante, mientras observo a las bestias relamiendo y hambrientas desde su alto y entre las piedras.

Esperando...

"Hoy no hay sobras...ni desechos...muchachos..."

Les susurro para mi e introduciéndome al interior.

Sonrío.

Hoy...no...

AMELY

- ¿Qué? - Chillo sobre mi lugar y sin moverme.

Al menos lo intento, tomando la cuerda de siempre y cuelga del primer mástil, que ya se hizo carne en mí, para no caer y mantenerme a flote.

Puto y jodido galeón, que se balancea más a orillas del acantilado donde arribó.

Mi vista recorre desde su base, su alta superficie que muchos metros más arriba y cual a duras penas por su altura descomunal, se logra divisar la tierra prometida del otro lado.

Y que para llegar a ella, hay que escalar entre sus estriadas e irregulares paredes verticales.

Con una mano tipo visera sobre mis ojos por el sol que no tiene piedad desde su cielo despejado, miro para ambos lados de todo el lugar.

Mis hombros se caen.

Porque, tampoco es reconfortante y de gran ayuda.

Su extensión de cientos de metros por kilómetros, se pierden en la inmensidad y a la vista de uno a lo largo y extremo de cada lado.

Cubriendo toda la costa oceánica como grandes murallas naturales rocosas y haciendo frente a las rugientes y altas olas guerreras, que golpean una y otra vez sin compasión sus riscos.

Como si entre ellas hubiera un amor de pura naturaleza contenida con odio, entre estos dos elementos.

Agua contra tierra.

Cuando se encuentran y colisionan entre sí.

Miro mis bracitos que aún, siguen a medio vendar, pero ya sanas su cicatrización.

Las elevo frente mío y sobre mi camiseta raída y algo rota por su navaja, que fue lo que encontré sobre un rincón de la habitación al despertar.

- No podré... - Sale de mí, insegura.

Constantine lanza el ancla y se gira a mí, sacudiendo sus manos.

- Eres sanas... - Murmura, con esa voz baja de mierda y sexi con acento milenario que tiene, mientras se encoje de hombros como si nada. - ...son solo, un par de metros para arriba... - Señala el alto y por demás, rocosa pared de ciento de metros de altura del acantilado. - ...podrás con ello... - Serio y sin dejo de emoción.

Pero, que hijo de perra.

Le estrecho los ojos con odio sin moverme, mientras lo observo que con un último amarre de una gruesa soga, que provoca con varios movimientos jalando de sus fuertes brazos, que las velas bajen y de forma ordenada reposen como dejen de izarse, arremolinándose sobre sus parantes y que el viento costero deje de jugar con ellas.

Logrando que la vieja barcaza de la época de Moisés, merme su balanceo a orillas de la costa contra su oleaje y quede quieta a orillas de esta.

Elevo ambos brazos al aire exasperada y soltando la cuerda.

- ¿En serio, dejaras... - Señalo el acantilado a metros y frente nuestro, tratando en vano con un nudo maltrecho echo por mí, para acomodar mi camiseta cortada por él y que tapa a duras penas mis chicas. - ...que escale, eso? - Suspiro resignada. - ¿Y que camine como 20 kilómetros, bajo este sol hasta tu hermano?

Luego del episodio de la tormenta y de casi, morir ahogada en el mar con ese sexi y caliente momento en su camarote de ambos desnudos y recostados para darnos calor.

Ambos, sucumbimos en un sueño reparador de fuerzas.

Al menos, yo.

Donde la última imagen.

Corrección.

Última, sensación que tuve.

Fue de sus tibios labios que con cuidado y ternura, reposaron en mi brazo malherido diciendo algo en su idioma, que nunca entendí.

Pero siendo suficiente, para que la tranquilidad que tanto necesitaba para apaciguar mis miedos y que siempre me embargan, se borraran llamando al dios de los sueños.

El tal Morfeo.

Como el miedo a lo sucedido con la aves y su ataque en el puerto.

Seguido al pánico a la tormenta y por ende a la muerte y de hacerlo ahogada.

Y también, que tengo miedo siempre a todo lo nuevo.

Como el no menos importante y que colma todo mi ser, desde lo que lo vi por primera vez.

Temor que es toda esta locura de saber vivo, al que creí muerto.

Al hermoso príncipe de las mareas y oscuridad, que es este hombre y que tengo en frente.

Que amé y sigo amando, más allá de todo.

Y que a veces en situaciones como, cuando sanó cada una de mis heridas bajo la ducha con sumo cuidado y dedicación, luego del ataque de las gaviotas.

O momentos después, rescatándome de la furia de la olas y de no morir en el mar poniendo en juego su vida y me rescató, para luego resguardarme entre sus brazos para darme calor en el camarote.

Haciéndome pensar, que con cada uno de sus lindos y tiernos gestos, nació de los brazos de una dulce madre humana.

Y no como ahora y lo miro, más con odio.

Que fue directamente engendrado del culo de algún personaje del escritor King, por su insensible y frío corazón a juego con el color como mirada de sus ojos hielo y que me regala, por mi negativa de sentirme abandonada por él y en medio de este paraje entre océano, rocas altas y desierto.

De pie y a metro mío, solo vestido con unos viejos pantalones que en sus mejores épocas fueron de un gris intenso como su mirada.

Tose.

- 15 kilómetros hasta uno de los puestos de la guardia real... - Susurra. - ...son más kilómetros, hasta el palacio... - Me corrige, limpiando su sudor con esa especie de manga en cuero y otro material que siempre cubre, parte de su brazo y muñeca que nunca se saca.

Hace a un lado su pelo suelto al pasar por mi lado detrás de su oreja, ignorando completamente mi presencia, como mi cara de pocos amigos por su dicho.

Regalándome a mi placer, todo esa simetría de rostro despejado de belleza exótica de piel dorada, por la mezcla de esas dos culturas etnias como por pasar tantas horas bajo el sol, mientras desaparece escotilla dentro.

Para aparecer minuto después, poniéndose una camiseta negra sin mangas.

Y yo, me fastidio y tengo ganas de llorar como nenita.

Por cubrir esa tela ese pecho duro y tonificado de cuerpo tallado con gran altura, cincelado por algún tipo de dios Egipcio bajo ella, mientras viene a mi dirección con otra prenda entre sus manos.

Y entrecerré más mis ojos, ante el resplandor del sol agarrándome otra vez y más fuerte de la soga que me sostiene mientras camina hasta donde estoy.

Santo Dios.

Porque, Constantine Kosamé.

Es un hombre.

Rudo.

Duro.

Con algo de peluche, aunque lo niegue.

Pero hermoso.

Muy hermoso.

Cambié el peso de mi pie algo incómoda, cuando se detuvo frente a mi invadiendo mi espacio personal, causando que me incline algo hacia atrás para nivelar la altura de su mirada, creando una pequeña superficie de más distancia entre su pecho y el mío, casi rozándose.

Pero tomando mis caderas con ambas manos, no se inmutó y de un movimiento me jaló contra él chocando nuestros cuerpos.

Y un jadeo de asombro salió de mí, al sentir su calor y ese contacto.

Su piel, contra la mía.

Y algo pequeño, se dibujó en sus labios por eso.

Tal vez, una sonrisa.

Para luego con otro movimiento diestro de sus dedos, romper el precario nudo que unía las dos partes rotas de mi camiseta, exponiendo mis pechos desnudos a su vista y con otro, dejarme libre de ella haciéndolo un bollo y lanzarlo sobre el viejo piso en madera del barco.

No me quejé, ni grité como la otras veces.

Solo me limité a cubrir mis pechos desnudos con mis manos.

Porque si algo descubrí, en estas últimas horas de Constantine.

Era que nada le importaba.

Y que tristemente, yo.

Amándolo y siendo mujer y completamente o media desnuda ante él, como ahora o antes.

No se inmutaba.

No le afectaba, cuan sexi fuera la situación.

Porque, no conocía el miedo.

La vergüenza o la excitación.

Como el pudor de lo ajeno, cuando esa prenda que sostiene entre sus manos puso sobre mi cabeza, pero con cuidado la deslizó sobre mí, para cubrir mi desnudez.

Y por ende, no sintió como yo la piel erizarse por nuestro contacto, por sus dedos recorrer mi piel.

Solo salió de él, algo así como un leve bufido al entreabrirse sus labios, luego de cerciorarse que estaba cubierta.

Nada más.

Triste.

Pero real...

CONSTANTINE

De la confrontación momentos antes de lo sucedido con las gaviotas, pasamos a la ducha semi desnudos.

Luego otra nueva confrontación, para luego terminar en la cama desnudos por el incidente con la tormenta y ser lanzados contra el mar.

Y ahora nuevamente a una tercera y pateo mis pelotas internamente, porque toda esta actitud con la mariposa en estas 24h es un poco caliente.

Y mi pene bajo mis pantalones, se mueve con una amenaza de una erección de grado 9.

¿Acaso, no se da cuenta la inconsciente, que todo lo de ella me llama?

¿Qué sentí cada jodido minuto que la vi dormir y porque yo no pude hacerlo, mis pelotas ponerse de un azul intenso por mantener la precaria distancia de su bonito cuerpo desnudo contra el mío en mi cama, mientras le daba calor?

Una cama suficientemente blanda, perfecta y cómoda, para cogerla de veinte maneras diferente y a mi placer?

¿Y cuando lo único que deseaba, era una y otra vez enterrarme en ella, hasta hacerla gritar mi nombre con cada orgasmo llenándola de mí, con el mío acabando?

Ya que, cada condenada porción de su piel, olía tan bien.

Rico.

Dulce.

Como a mariposas y flores.

Gritando mi nombre, cada jodido rincón de su cuerpo y diciéndome.

Y no quiero.

Porque, no puede ser.

Que la mariposa, es mía.

Mía.

Y solo mía.

Mi Argema Mittrei.

Siempre ejercí el control sobre todo lo que fue mi vida de temprana edad, sin otro remedio ante la muerte de mi madre querida en manos de León y sus brutales castigos siendo un niño.

Como en la desaparición de ese hermano que siempre adoré, pese a la distancia y en la búsqueda por su paradero hasta encontrarlo.

Me hice duro.

Fuerte.

Me forjé implacable, para que las emociones no me controlaran y convertirme en un Qurash.

Por mi gente.

Mi pueblo y su rey.

Mi hermano.

Donde derramar sangre enemiga, no me conmueva bajo mis sables.

Como la de miles de Leones más, cruzarme con cada paso de justicia que doy si es necesario para obtenerla.

No siento emoción alguna ni arrepentimiento por ello.

Pero la mariposa provoca en mí, el único sentimiento que no debo.

La de millones de sensaciones que hace acelerar mis latidos, apropiándose de mí.

Y la ira me llena, por no poder dominarlo.

Pero, no me permití terminar de sentir esos pensamientos que me llenan con solo verla.

Lo interrumpí antes de que pudiera molestarme por completo, estas emociones vainillas y tan rosas que golpean mi corazón.

Y caminé ignorando por completo su presencia con rostro desencajado, por mi respuesta sin nada emoción, al verse sola para regresar hasta el palacio de mi hermano a kilómetros de la costa.

Aunque no pude evitar una sonrisa engreída y divertida, por su bonito rostro ante mi frialdad, caminando al interior de mi Sambuk por ropa para ambos fuera de su vista.

Porque y aún quedaba en mí, del viejo Constantine.

Ese príncipe de la realeza, caballero y atento de años atrás.

Incluso bajo estas miles y miles de otras cosas que soy ahora.

Más duras.

Más inflexible.

Hasta más brutal y que, bajo mi vestimenta guerrera me puedo convertir en algo muy cruel.

- Bueno...entonces, qué? - Me saca de mis pensamientos mientras con un último vistazo, cercioro que una de mis camisetas que busqué para ella cubra su torso desnudo y sin poder evitar que un suspiro se escape al entreabrir mis labios, por lo hermosa que se ve con ropa mía y sus pechos desnudos, dibujando la redondez de sus lindos pezones bajo ella por no llevar sujetador.

Se aleja algo de mí y esa distancia me hace sentir vacío.

Alqaraf...

Deja caer sus brazos de forma cansada.

- ...dejarás que trepe... - Señala el risco dudosa y con cierto temor. - ...sola?

Arqueo una ceja.

- ¿Tienes miedo? - Exclamo, caminando a un pequeño cobertizo por algo.

- No soy buena, en eso tampoco... - Su respuesta en voz baja resuena a espalda de mí, inclinado para abrirlo.

Y trato de morder mi risa, negando.

Porque la mariposa, parece creer que no es buena en nada.

Dejo caer mi cabeza hacia adelante, provocando que mi pelo cubra la totalidad de mi rostro.

Alllah min alssama' ( Dios del cielo), me murmuro para mis adentros y cerrando mis ojos.

Porque presiento, que es todo lo contrario esta mujercita...

AMELY

Su espalda se sacude, creo por una risita.

Creo.

No lo sé bien, porque inclinado abre una pequeña puerta a un lado del barco que nunca noté su existencia, para sacar lo que parece un arnés con una especie de cuerda a él y en cuero trenzado, que enroscada con cuidado y cuelga en uno de sus hombros, mientras camina al borde del barco para saltar a la orilla con un pequeño morral con cosas en su interior.

- Busca tus pertenencias, te subiré a la superficie del risco... - Exclama frío, soltando la cuerda de cuero sobre el rocoso suelo, para rodear su cintura con esa especie de arnés.

Corro barco dentro por mi cartera y mi querida cámara, evitando hacer algún tipo de tontería, como un bailecito de la alegría por su ayuda.

Cualquier cosa.

Menos que ese corazón frío y de piedra como sus emociones, por una demostración de felicidad hagan que se arrepienta por oxidarse de una expresión de alegría mía y ayuda samaritana.

El suave clic de un dispositivo de seguridad al ser cerrado y rodear su cintura, es el único sonido que se siente con las olas, cuando salto a la orilla y regreso a él.

Hace a un lado su pelo por la brisa marina, mientras trabaja en silencio y anexa algo a su muñequera de siempre que saca del morral y que está unido a ese tipo de arnés profesional con la cuerda de cuero oscura.

Un pequeño artefacto del tamaño de su ante brazo.

- ¿Cuánto pesas? - Suelta, cerrando un ojo y de la nada, apuntando con su mano que lleva ese aparataje hacia el alto del acantilado.

¿Qué?

¿Acaso, preguntó eso?

¿Y a una mujer?

No puedo responder.

Porque tapo mis oídos con ambas manos, ante un zumbido tipo disparo lanzando la extensa cuerda trenzada, que vuela montaña arriba y con un golpe certero la púa de su punta, se empotra y ensambla, en la cúspide de esta y entre las rocas.

Guau.

Le achino los ojos.

- ¿Qué, cuanto peso? - No me lo creo, bajando mis manos.

Me mira con cara de nada.

- Si. - Como si fuera normal.

Me cruzo de brazos, mientras me dejo amarrar por él.

Y jodido cielo y bendito arnés, que hace que nos una cuando estamos seguros uno frente al otro.

Y pegados.

Empuja el precinto con fuerza con su brazo para verificar mi seguridad, haciendo que me atraiga más a él y me roba un suspiro por ello, mientras me mira profundo y en su silencio muy a lo hermanos Kosamé, con esos ojos grises color hielo.

Y arquea una ceja por ello, juguetonamente.

Pero, que puto creído.

Miro para el otro lado.

- Necesito saberlo, por el soporte de peso... - Prosigue, mirando a lo alto y cerciorándose mientras empuja para abajo la cuerda que nos subirá con su otro brazo.

Y una media sonrisa de satisfacción, se dibuja en sus labios al notar su firmeza.

Oh.

Junto mis índices dudosa.

- Bueno...no sé... - Susurro, mirando ellos. - ...con la dieta de la luna de la otra vez, creo unos 55 kilográ...

Y no puedo seguir hablando.

Por la fuerza potente de algo.

Que es la cuerda, subiendo para arriba y nos lleva a ambos a gran velocidad, robándome un grito de asombro y sorpresa mientras ascendemos.

Mi pelo vuela y sin soltarme de Constantine por temor, trato con una mano de acomodarlo con la vertiginosa subida.

Elevo mi barbilla para nivelar su altura, al sentir sus pies descalzos que se enroscan con los míos en el aire por ello, dándome estabilidad y más seguridad, pese al arnés que nos une y uno de sus brazos rodeándome con cuidado sobre mi cintura.

Pero fuerte.

Para encontrarme, con su mirada glacial y profunda.

En mí.

Pero y pese a ese frío color.

Hay calidez en ellos y hasta juraría que cierta diversión, por disfrutar todo esto y mi temor, con cada metro que subimos por la ladera del alto risco montañoso.

Y por solo un momento.

Tan solo, un momento.

Nuestras miradas dejan de hacerlo.

Porque ambos hacemos algo, que es imposible no.

Mirar mientras somos jalados cuesta arriba.

El hermoso panorama, que nos regala la gran altura con su vista.

El oceánico mar con su horizonte sobre su frente, donde se une con el astro rey.

Para regalarnos un cálido atardecer dorado en tonos naranjas fuego sobre el cielo y las aguas, para dar lugar a la próxima noche.

Y no puedo evitar, apoyar mi rostro sobre su pecho luchando contra el viento por mi pelo.

Porque, esta sensación de adrenalina y momento, con el exótico e impredecible Constantine.

No me lo voy a olvidar.

Nunca.

Me lo prometí con este cielo, el océano y abrazada en el aire a él.

Jamás.

Un relincho de caballo nos recibe y rompe el encanto, cuando con su ayuda trepamos el par de metros para llegar al su cúspide, una vez que llegamos.

Sacudo mi jeans al ver un hermoso alazán negro como la noche, como su impecable montura en cuero lustrado y que relincha más, al notar a Constantine y se acerca a él como si fueran amigos de toda la vida, mientras nos deshacemos del arnés.

Y lo son.

Porque Constantine hace dos cosas, que casi me noquean de amor.

Una.

Acariciar al pura sangre, con cariño bajo su cuello.

Cariño.

¿Entienden?

Y lo segundo.

Y que, tuve que usar toda la fuerza de mi voluntad y la que no tengo.

Pero mucho de esta primera.

Para no tomar mi cámara fotográfica que cuelga de mí y hacer una serie de disparos con ella, peleando contra mi corazón por ello.

Al ver y poder retratar a Constantine.

Sonreír.

Sonreír natural.

Espontáneo y jovial a su caballo por el encuentro.

Una sonrisa que nunca abandonó su rostro, con cada caricia amistosa que le da mientras creo que mi sangre si abandonó el mío.

Porque Constantine, tenía una de las sonrisas más lindas del mundo.

Y porque, lo hacía con sus ojos también y pareciendo, lo que es lejos de todo lo que creó con ese personaje y fingiendo su muerte.

Un muchacho, de no más de 24 años.

Me acerco con timidez al caballo que recibe también mi caricia con agrado, haciendo arquear una ceja curioso a Constantine.

Me encojo de hombros y sonrío por ello.

Sus labios se entreabren para decir algo por eso, pero la bocina de un Jeep todo terreno del color de la arena que pisamos, lo interrumpe mientras de una frenada precisa, se detiene a metro nuestro manejado por Cabul, que nos saluda desde el volante y manteniendo el motor encendido.

Y como si un interruptor activara a Constantine.

Su seriedad vuelve, dejando atrás a ese juvenil chico de sonrisa linda y natural de momentos antes.

Para ser el Constantine de siempre.

El sin dejo de emoción.

- Fi alwaqt almunasib, kama hu alhal dayimaan...(A tiempo, como siempre). - Exclama serio y caminando hacia el compartimiento trasero del Jeep para lanzar el arnés con la cuerda, como el dispositivo que se encastra de su muñeca de un movimiento, mientras saca un bolso oscuro y que hay a un lado para colgarlo de un hombro.

- Dayimaan ya sayidi...(Siempre, señor). - Responde este, complacido y con una reverencia con ambas manos unidas, tanto a él como a mí.

Y yo, miro a ambos perpleja y aún, acariciando al caballo sobre mi lugar mientras Constantine ignorando o tal vez olvidándose de mi presencia, acomoda ese gran bolso negro sobre la parte trasera de la montura de su caballo, absorto en su pensamientos.

Señalo a Cabul.

- ¿Acaso, sabía que estaríamos acá... - Toco el animal. - ...cómo tu caballo?

Constantine se sonríe, ajustando más el apero y de un bolsillo de ese bolso, saca algo oscuro para rodear su caballo y de un salto montarlo.

Me mira desde arriba, mientras noto que lo que sacó, es un Kafiyyeh negro.

- Cabul, lo sabe todo... - Me responde, haciendo a un lado su pelo que siempre cubre casi la totalidad de su rostro, para colocárselo sobre su cabeza, para luego tapar parte de él y dejando a la vista solo sus ojos hielo.

Mi Dios.

Misteriosamente caliente y hermoso el jodido.

- Y Eadhab...(Tormento). - Palmea su caballo. - Me sigue a donde voy, mariposa... - Finaliza maniobrando su alazán con intenciones de irse.

Pero me interpongo en su camino con brazos abiertos, obligando a que el caballo haga una maniobra imprevista y se eleve en dos patas.

- ¿Te vas? - Exclamo.

Asiente, bajo su Kafiyyeh.

- Tengo cosas que resolver... - Quiere esquivarme, pero me vuelvo a interponer y me gano una de sus miradas de hielo y de mierda.

Pero, no me importa.

Miro todo.

- ¿Esto estaba previsto, no? - Digo. - ¿Nunca me ibas a dejar escalar el risco y caminar los kilómetros bajo el sol, verdad? - Pregunto algo tímida, para luego mirarlo fijo a él. - ¿A dónde vas, tiene algo que ver con ese traje raro que usas? - Relamo mis labios, por la sequedad del calor y temor que me da saber eso.

Su mirada también está en mí, cuando dice.

- ...yo nunca, voy a dejar que estés en peligro, Argema Mittrei... – Murmura, nombrando mi animal favorito otra vez, haciendo un leve trote.

Pero detiene el caballo y se gira a mí, por sobre un hombro.

Y siento su sonrisa, bajo la máscara.

- ...y pesas más de 60 kilos, mentirosa... - Afirma divertido.

¿Eh?

Y sin más.

Se larga cabalgando con su alazán de un color tan noche.

Que parece que destella azul por el brillo de su pelaje negro, bajo el sol y siendo montado por Constantine.

Y yo, no dejo de mirar ambas criaturas hermosas mientras se pierden en la llanura del desierto y entre las dunas de arena en su carrera.

Carajo.

Porque son hermosos.

Y suspiro, sonriendo por su último dicho, subiendo el lado del acompañante y junto a Cabul.

Porque tiene razón y se dio cuenta que peso mucho más.

Y quiero reír a carcajadas por eso.

Ya que, tampoco soy buena con las dietas.

Acomodo mejor mi cámara como la cartera, sacando algo de su interior.

El extraño anillo, que dejó este exótico hombre que amo en mi habitación esa noche.

Suelto una risita al recordar, mientras lo acaricio entre mi dedos.

- El loquito del manicomio... - Susurro, logrando una mirada curiosa de Cabul sobre el volante, retomando el irregular camino hacia el palacio de mi mejor amiga.

- Un Rammisha de la sangre Qurash, de Los Ur de Caldeos... - Solo sale de su boca, mientras con maniobras diestras, esquiva dunas y arbustos del sinuoso camino, sin dejar de mirar al frente y donde conduce.

Así lo llamó Ghoro, mi compañero de trabajo de la redacción.

Pero miro interrogante a Cabul, por lo último que no sabía.

- Dinastía familiar del Sayyid y su hermano... - Me explica. - ...la sangre real del pueblo de Abraham corre por sus venas... - Me mira por el rabillo del ojo. - ...sangre guerrera en los hijos varones...la Qurash... - Repite y finaliza, al llegar a la primer detención de la seguridad real a pocos kilómetros del palacio.

Y frunzo mi ceño, porque no puedo preguntar nada ante los guardias que nos saludan con más reverencia, para luego dejarnos proseguir ya sobre un lindo camino de empedrados y adoquines de larga distancia y rodeado por árboles de tupida copa alta, regalando una sombra reparadora ante el gran calor del solsticio.

Me giro a él preocupada abriendo la palma de la mano, que sostiene el famoso Rammisha.

- ¿Esto, es un arma de defensa, verdad? - Pregunto y su asentimiento sin dudar, hace morder mi labio con temor.

Miro mis pies, para luego cerrar mis ojos.

- ¿Él lo dejó, para que me defienda?

Su mirada de lado, me lo confirma.

- Un Qurash, nunca pierde sus armas, 'amirti...

¿Pero, por qué iba a necesitar eso, yo?

¿Una simple fotógrafa de un semanal?

- Cabul... - Murmuro con cierto dejo de preocupación, por lo que agolpa en mi mente y elevo el anillo sobre nosotros. - ¿Esto tiene algo que ver, con lo que tiene resolver y ese traje de loquito medieval, que sabe ponerse?

Y me gano una risita baja y simpática de él, al detener el coche para que sean abiertas las grandes compuertas, que dan el ingreso al palacio por más servidores.

Su pesado y labrado hierro forjado con madera, rompe con su crujir y su abrir empujados por guardias, la soledad del paraje y nuestras miradas fijas.

Para luego hacer unos metros al ingresar al interior, pero detener otra vez su marcha a mitad de esta.

Sus manos abandonan el volante para girar su cuerpo hacia mí y tomar el anillo entre mis manos, pero con una reverencia de su cabeza bajo su turbante por ello y sostenerlo con su mirada fija en él.

- El Shayj es un guerrero, farashat al'amir...(princesa mariposa). - Murmura, mientras intento entender por cómo me llama, pero no puedo.

Haciendo una nota mental, que necesito urgente retomar más clases de árabe y notando, que responde lo que Constantine no.

Eso de "resolver con ese traje, cosas..."

- ...corre por sus venas la justicia, como muchos lo hicieron de sus antepasados... - Prosigue, mientras con su otra mano libre, toma la mía con respeto.

Para ser precisa, la izquierda.

La eleva sobre mí.

- Constantine es, hariq...(fuego). - Eso si entiendo y sonrío.

Cabul, también.

- ...Constantine es, 'iinsaf...(equidad). - También, lo entiendo. -...Constantine es... - Prosigue acomodando el anillo sobre mi anular.

Mierda.

- ...alaittihad walttahaluf, aldhy yurid...(unión y alianza con lo que quiere). - Eso sí, que no entendí y sonríe por ello, de forma paternal. – Porque, Constantine Kosamé es... - Murmura deslizando el anillo sobre mi dedo y cubriéndolo con cariño con sus manos, para finalizar con esos viejos ojos de haber visto y vivido mucho, pero llenos de amor por esos hermanos príncipes que cuida y vela como hijos propios. - ...hi aleatifat alnnaquiat walharb...(pura pasión y guerra).

Finaliza, mientras extiendo mi mano con el anillo puesto en mi anular.

Sin comprender mucho este lindo y emotivo momento, por tanta información contenida en este corto periodo.

Pero sí, perfectamente sus últimas palabras.

Y sonrío, sobre mi lugar y sin dejar de observar el anillo puesto.

De un dorado profundo.

Tal vez, oro.

Labrado con el escudo de su familia real por sus ancestros, parece.

Y donde en esa pequeña punta saliente de cuatro como defensa, corona la inicial de los hermanos y su pueblo en diseño grabado.

La letra "C."

Lo llevo contra mi pecho, mientras Cabul vuelve al manejo y nos introducimos más sobre los jardines internos.

Hermoso en diseño como construcción, coronando con sus hectáreas todo lo que es este único y paradisíaco en vergel con oasis.

Y sonrío más.

Cabul, tiene razón.

Porque, Constantine Kosamé.

Es.

Pura pasión y guerra...

Dos horas después y guardar de mala gana el anillo, en uno de los bolsillos traseros de mi jeans.

Y luego de escuchar los chillidos, primero de horror de mi mejor amiga y casi hermana Juno, olvidando por completo su protocolo de princesa en uno de sus salones principales, bajo la risita de su esposo y rey, Caldeo al ver mis heridas como de toda la gente que compone su emirato.

Justificándolas por el ataque de esas horrendas aves y a causa de las dichosas pulseras, pero obviando la presencia de Constantine y solo, murmurando estar en el puerto por fotos nuevas para mi colección personal.

Estalló de alegría una vez que verificó de la curación total de ellas, cuando me despojé de las vendas y desnudé mis brazos para recibir los suyos con un gran abrazo.

Y no pude reprimir, ciertas lágrimas por invadirme muchas emociones contenidas.

Sensaciones que viví en poco más de 24 horas y descubrí que estaba vivo.

VIVO.

Y que al rudo, ermitaño y guerrero.

Lo amaba, más que nunca.

Y que mantener su secreto, es alegría y dolor.

Alegría.

De saberlo vivo y que nunca murió.

Y dolor.

Y mis ojos se llenan de más lágrimas por eso, cuando por sobre el hombro de Jun que me abraza, las reposo en su marido y un gran amigo que descubrí tener como querer mucho.

Que de pie y feliz por mi llegada, pero atendiendo algún asunto de estado por una carpeta que le alcanza uno de sus excelentísimos.

Nunca sabrá, la verdadera situación de ese hermano que amó, tanto lloró y aún, lo hace por su muerte.

Pero algo me embarga de alegría, borrando un poquito de este doloroso secreto.

Y es por los pequeños pasitos, pero decididos con su trotecito de mi hermosa Sabanna, cuando aparece por unas de las escalinatas que dan a esta gran sala.

La hija de Jun y Caldeo.

La princesita de corazones, como la llama Cabul.

Porque, lo es con su apenas tres años por cumplir.

Siendo una hermosa metamorfosis de mis amigos.

Piel blanca como Juno.

Algo pecosa y con la mirada de ella.

Pero su pelo de un negro azabache como su padre y con la herencia de esos ojos cristales como el hielo, bajo unas pestañas oscuras que los protegen como si fueran diamantes.

Suspiro.

Al igual que lo de Constantine.

Y no me hago rogar y me inclino sobre mi lugar, para recibirla entre mis brazos y llenarla de besos, haciendo que ría a carcajadas.

- ¡Cumpliste y a tiempo! - Mi amiga palmotea feliz, mientras yo me como los cachetes de mi sobrina. - ¡Para el festejo del cumpleaños de Sab! - Exclama feliz y dejándose abrazar por atrás por Caldeo.

Pero, me mira raro y arrugando su nariz.

- ¿Y tu equipaje, Amm? - Pregunta extrañada y prestando más atención a mi ropa puesta.

Diablos.

Ruedo mis ojos.

- Volqué mi bebida y solo encontré a mano esta vieja camisa que traía en mi cartera por muda... - Me justifiqué. - ...mi equipaje vendrá después, fue viaje relámpago... - Prosigo y me quiero patear, porque ni yo me lo creo bajo la mirada de ambos y un Cabul detrás de ellos atento.

Juno inclina su cabeza y me estrecha los ojos.

La muy jodida me conoce demasiado.

Me señala con un dedo.

- Esa camiseta que llevas, es como tres tallas más grande que la tuya y de hombre... - Masculla y Caldeo me arquea una ceja por eso, depositando más su mirada gris y tan hielo como su hermano sobre la prenda.

Re mierda.

Cambio el peso y postura de mi pie, incómoda por la situación y cuando creo que voy a sucumbir en el infierno de mi mentira siendo descubierta, otro chillido de emoción de mi mejor amiga me saca a mí y a Caldeo, de nuestros pensamientos propios y profundos.

- ¡Dios escuchó mis ruegos! - Se suelta de su marido, para volverme a abrazar con su hijita entre mis brazos. - ¡Por fin, encontraste el amor y lo olvidaste! - Su alegría no se contiene y pega mi hombro con cariño y tipo reproche. - ¿Y me lo tenías guardado, Amm? ¿Qué clase de mejores amigas, somos? - Pero su sonrisa otra vez dibujada en su rostro, borrando su enojo fingido y tocando la suave tela. - ¿Es de él, verdad? - Y su mirada, brilla ante la expectativa.

Como, no.

Y quiero rodar mis ojos por ello.

Si Juno fue mi confidente.

Testigo y hermana como la siento, de mi dolor por la muerte de Constantine.

Como ese amor incondicional por él y a lo largo de estos tres duros y largos años.

Haciendo totalmente difícil confraternizar y por ende imposible, casi intimidar con algún hombre en lo sexual.

Por más intentos y empeño que puse con cada cita.

Bajo la mirada aprobatoria de Cabul, asiento en silencio.

Y algo feliz, dentro de esta gran mentira.

Porque, un pedacito de verdad tiene.

Ya que, la camiseta que llevo puesta es de mi amor.

Pero, el de siempre.

- Anyel... - Repite mi pequeñita, aún entre mis brazos y con su dulce vocecita infantil, tocando la tela como segundos antes Juno.

Miro curiosa a todos y mi amiga, rompe en carcajadas mientras la toma por mí, para besar sus regordetas mejillas.

- No, cariño... -La corrige con dulzura, para luego mirarme a mi rodando sus ojos divertida. - ...Sabanna tiene un amigo imaginario que quiere mucho y lo llama ángel. Lo saluda desde los jardines cuando lo ve desde los riscos... - Me informa para otra vez, besar a su bebita. - ...la camiseta no es de tu amigo el ángel, cariño. - Me vuelve a señalar.

Y como fichas de encastre, entiendo todo.

Viajando mi mirada a Cabul que dentro de su siempre serenidad, me confirma lo de ese ángel.

Y me ahogo de los nervios, provocando que mis amigos me miren preocupados y golpeen mi espalda para subsanar mi ataque de tos.

Sacudo mi cabeza.

- No...no. - Toso. - Estoy...bien... - Aseguro, tomando una profunda respiración y un trago de agua, que me alcanza la servidumbre en un vaso.

Pero la pequeña aún obstinada, niega cruzando sus bracitos porfiada, ante la negativa de su madre.

- Ño... - Toca mi camiseta. - Anyel... - Vuelve a repetir.

Imposible.

Todos reímos y yo, beso su frente con amor.

Porque, jodidamente mi nenita inteligente, tiene razón...

Luego de un par de días de relajación disfrutando de la compañía de mis amigos con su hospitalidad y cariño, haciendo que olvide de a ratos al desaparecido Constantine sin saber de él y por más ruego que imploré a un mudo Cabul, pero con mirada cómplice.

Pero sin antes avisar a mi trabajo por mi ausencia, bajo un Ghoro algo triste por ello, pero deseándome una feliz estadía en el palacio del rey en el teléfono.

Llegó el gran día del festejo número tres de Sabanna y con ello.

La llegada un día antes de toda la familia Mon, Grands y Montero como los Nápole arribando al país Africano en el avión privado de las T8P.

El Impala III.

Cual todo fue alboroto como llantos de alegría con muchos abrazos, de vernos todos reunidos y con sus respectivas familias.

Fresita con Salvador y los integrantes de la exbanda de Caldeo, con Cisco y Bruno.

Los padres de las chicas.

Los de Caldeo, como también los de Caleb y el padre de Cristiano.

Como una Hope, que lejos de ese carácter dominante y controlador, vive su historia de amor con su marido Caleb.

Convirtiéndose en estos cortos años junto a él, en uno de los mejores bailarines de ritmos latinos y ganadores absolutos en lo que aman con pasión.

El Tango.

Con varias medallas de oro como plata por ello y que decoran la gran vitrina en su salón de baile, donde dan sus clases incentivando que nada es imposible tanto a niños como adultos y a las especiales, los que sufren alguna discapacidad.

O como Tatúm y Cristiano con su historia de amor.

Mis otros amigos, que quiero mucho.

Qué y aunque dicen, que el hilo rojo es solo una leyenda oriental.

Un mito urbano.

Una linda fábula sobre ese sentimiento.

Es verdadero.

MUY VERDADERO.

Porque existe y sonrío por ello.

Ya que, es como Cristiano dijo una vez besando a su pequeña Lulú entre sus brazos y con amor, antes de que yo parta a vivir a África y mostrando su alianza de casamiento con Tate.

Un hilo rojo, enroscado en sus muñecas.

<< Solo hay elevar el meñique al aire y sentirás flotar el hilo rojo en él...>>

Palabras que nunca olvidé y que aún, llevo en mi memoria después de tres años y en el gran día del cumpleaños de la pequeña Sabanna, que comienza de tempranas horas a la tarde.

Convirtiéndose en una gran fiesta a la noche, con la temática de llevar una máscara en los rostros de cada invitado.

Y donde los reyes abren sus puertas para su pueblo, para que festejen como ellos en kilómetros a la redonda y del palacio, el cumpleaños de su futura reina.

Pero bajo la mirada vigilante y rapaz de un Cabul dando órdenes a cada guardia, como parte del regimiento que compone y vela este reinado.

Sigiloso entre los invitados y como una sombra.

La cena para los centenares de invitados es deliciosa y exquisitamente saboreada por cada comensal, como las diferentes bebidas que lo acompañan en los inmensos jardines donde es el festejo, bajo la noche cálida y despejada, adornada con luces como guirnaldas multicolor que cuelgan del paisajismo vegetativo con los hermosos lienzos propios del país de su tela marroquí con sus estampas en seda, sobre las columnas en dorado y blanco, que rodea el palacio haciendo del lugar bajo su música.

Uno de ensueño.

Donde podría jurar, que la célebre recopilación medieval en lengua árabe de cuentos tradicionales del Medio Oriente de Las mil y una noches, se inspiró en este castillo y su gente como musa para ser escrito.

Cual, esta tierra de fantasía con su magia.

Convierte todo en realidad.

Porque, yo creo en ello y robo una copa de un color mora en su contenido para brindar por ello a un mesero que pasa por mi lado, mientras esquivo los invitados que felices conversan entre sí, para vagar por una pequeña escalinata sosteniendo con mi otra mano libre del trago, mi largo vestido en color natural para no caer de mis tacones al pisarlo.

Y doy un gran trago a modo salud, por esa magia con un brazo en el aire y frente a mí, tomando asiento sobre un gran cantero de piedra natural, llena de flores y vegetación, haciendo a un lado el pequeño antifaz de mi rostro que Jun mandó hacer para mí, de encaje claro como el vestido que llevo puesto y me regaló.

El líquido dulce, pica mi garganta por su fuerte sabor y alcohol.

Pero agradable al paladar con su frescura, que contrarresta el suave calor nocturno.

La carcajada de una parejita de invitados se siente detrás de mí, y entre los arbustos esculpidos por jardineros diestros.

Y hago un segundo brindis por ellos y su amor, bajo la música que invade en todo el lugar.

- No moriré borracha de amor... - Me susurro bajito. - ...pero sí, borracha de buen alcohol... - Finalizo feliz, vaciando mi copa con el tercer trago mientras lo miro ya vacío.

Carajo.

Tendré que ir por otro, maldita sea.

- El vino espumante de la bodega del palacio, es delicioso para una noche de verano como esta... - Alguien, dice detrás mío. - ...pero, créame que no se compara con una buena copa de champagne fresco...

Me giro y tengo que elevar mi barbilla mucho, para nivelar la altura del chico que tengo frente mío.

Un atractivo hombre rondando sus treinta y de smoking en su perfecto color negro y que bajo su antifaz blanco, muestra unos lindos ojos color avellanas alegres como su sonrisa.

¿Será, extranjero como yo?

¿Un potencial cliente de Caldeo o inversor?

Y me encojo de hombros, porque no tengo idea.

Pero sí, acepto la copa de champagne extra que me ofrece.

- Gracias... - Murmuro con otra sonrisa.

- ¿Americana? - Pregunta desde su lugar y asiento sobre mi copa bebiendo y mirándolo a través de ella.

- ¿Por trabajo? - Señala la fiesta, que se siente detrás nuestro.

Niego.

- Amiga de la reina. - Respondo, bajo otra risita de esa parejita entre los jardines.

Y ambos reímos, algo incómodos y avergonzados por ello.

- Saben divertirse... - Justifica, frotando su nuca y tomando asiento a mi lado, bebiendo de su copa mirando todo lo que nos rodea.

Y yo me ruborizo, porque no tengo idea lo que es el coqueteo.

Carajo.

Estuve con un par de hombres, pero antes de Constantine.

Y no tengo idea, como se maneja ahora este tipo de situaciones.

Y por ello, bebo más.

Hasta vaciar el contenido de mi copa y de un solo trago, ganándome una mirada de asombro del chico.

- Guau. - Exclama él.

- Si, guau... - Exclamo yo y haciendo una mueca, por semejante trago que me mandé, jugando con la copa ya vacía y provocando que ría.

Otra linda canción comienza y ambos miramos como metros más arriba y sobre un extremo del jardín, docenas de personas se acoplan en pareja para bailar.

Y suelto una risita al ver entre el gentío a Caleb y Hope, que con pasos magistrales se ganan la ovación y aplauso del público al hacerlo.

- ¿Quieres bailar, señorita sin nombre? - Me invita divertido, por nunca habernos presentados.

Y cuando estoy por responder que sí, algo que es lanzado y con un golpe certero a un lado de su sien, lo desmaya contra mi regazo.

Para luego, ver aparecer en el extremo opuesto de la densa vegetación y de smoking también, acomodando como si nada su saco y sacudiéndolo de algunas hojas.

A Constantine.

- ¡¿Oh mi Dios. Oh mi Dios... - Chillo con mis manos como puño, sin poder tocar al chico que yace sobre mis rodillas desmayado. - ...lo mataste?!

Me hace seña que calle.

- Solo, está inconsciente... - Susurra, mirando para todos lados y cerciorándose que no es visto.

Para luego, empujar el cuerpo inerte del tipo que descansa sobre mi regazo, por bajo sus hombros y arrastrarlo a la oscuridad de unas plantas y a metros nuestro.

- Volverá en sí, en un par de horas... - Me asegura alisando su traje con ambas manos, como el antifaz en negro que cubre su rostro regresando hasta donde estoy.

Me cruzo de brazos, frunciendo mi ceño.

- ¿Y por qué, hiciste eso?

Arregla su pajarilla, aclarando su garganta.

- Te iba a tocar. - Pero no me mira, porque de pronto le parece interesante, un rosal que esta frente suyo.

Puto engreído.

- ¿Y, con eso? - Miro para ambos lados sin entender, para luego a él. - ¡Era lindo y solo quería invitarme a bailar! - Vuelvo a chillar.

Sacude una pelusa imaginaria de un brazo.

- Su postura, era amenazante... - Dice casual, seguido a apoyarse en el pie de una farola, que sostiene y envuelve una hermosa enredadera que se trenza sobre él.

Dios, es un bastardo hermoso.

Señalo con mi copa vacía, al tipo tirado "durmiendo" a unos metros y que bajo los arbustos, solo se ven sus zapatos lujosos.

- ¿Me estás jodiendo? - Se encoje de hombros y niega.

Dios...

- ¿Llamas peligroso a un chico, que quedó noqueado por una piedrita en su sien? - Digo.

- Potencial amenaza... - Susurra, bajo la tenue luz de la farola y un par de metros de mí.

Distancia y luz que juegan con las sombras y los diseños de todo este jardín florido, que se mueve al compás de la suave brisa nocturna y sobre la silueta de Constantine.

Siendo imposible por la semi oscuridad, dejarme en claro por su postura apoyada en ella y con manos en los bolsillos de su pantalón de vestir como rostro a medio cubrir.

Si lo dice en broma o con su agria seriedad marcada.

Pero, algo era indiscutible.

Ese magnetismo, que era todo él.

Tan fuerte para mí, que absorbía y tomaba toda mi persona, aunque él no lo supiera.

O no le interesara.

Mi oxígeno y mi espacio, con esa palpitante energía que irradia de todo él.

Una atracción más allá de lo sexual.

Porque Constantine, es como el Santo grial Egipcio del sexo.

Froto mi frente, indecisa.

Dios querido.

Este hombre era tan hermoso como raro.

Un raro, que por mis copitas de más, me enfurece.

Mucho.

Por todo esto que una vez soñé y hasta rogué, pidiendo con cada deseo que sucediera.

Pero confusa por tanta información y sin tener tiempo de procesar todo lo que fue nuestro encuentro luego de tres años.

Y con su aparición repentina ahora, luego de intentar saber algo de él en estos días.

Con su anonimato.

Y lo que en se convirtió.

Lo que es.

He hizo al chico dormido entre los arbustos.

Y en mi estado, medio de ebriedad.

Culo hermosamente sexi o no.

Me enoja.

Me sostiene la mirada, mientras me pongo de pie acomodando mi antifaz nuevamente sobre mis ojos.

- ¡Vete a la mierda Constantine, loquito del manicomio o la jodida cosa que seas... - Gruñí, intentando erguirme.

Putos tacones y mis traguitos de alcohol.

Y sin voltear hacia atrás y retomando los escalones, me sumergí nuevamente a la gran muchedumbre enfiestada sobre el extenso jardín de la entrada principal.

Dejándolo a él y a su hermosura, solos.

Una canción embriagadora envolvió el lugar, mientras entre los centenares de invitados bailando y bebiendo entre sí, pedí permiso y esquivándolos como podía y me hice camino entre ellos.

Embriagadora, como el perfume que me seguía.

Sentía.

Y me envolvía, con cada paso que daba entre la muchedumbre.

Amaderado.

Oriental.

He intensamente masculino, como la persona que lo lleva y que, pese a no voltear para verlo.

Lo siento.

Está, sobre mí.

Porque siento su mirada cretina, pero profunda y cristalina, detrás de mi nuca como si estuviera tocándome físicamente.

Sigiloso, entre este lugar atestado de gente y oculto entre ellos.

Mierda.

Trato de localizarlo, mirando a través de un hombro, pero los invitados son muchos y esquivo a unos que con alegría por el propio baile y la festividad me invitan a ser parte de ellos.

Pero niego divertida y con una sonrisa, otra vez intentando localizar a Constantine entre el tumulto con disimulo.

Pero nada.

Aunque, su presencia me invade.

Me colma.

Y llena de un dulce calor, parte de mi cuerpo que no sabía que podían arder tanto.

Otro mesero pasa con una bandeja entre los invitados y robo otra copa de champagne fría.

Y dando el primer sorbo y al fin, girándome nuevamente.

Nos encontramos.

No lo distingo bien entre el gentío que se cruza sobre nosotros y nuestra distancia.

Una distancia entre las sombras y las luces del jardín, ocultando parcialmente su cuerpo para él y donde estoy yo, entre el centenar de personas.

Me observa, sobre una pared apoyado y no pude eludir, mirar sus labios.

Eran llenos.

Marcados.

A medio sonreír, por toda esta situación de mi mandada a la mierda.

Y una media sonrisa devastadora y enigmática.

Enigmáticamente, prometedora.

Carajo...

Y hago, lo que mejor aprendí de mi mejor amiga.

Huir de un hermano Kosamé.

Que, cuando nota que lo esquivo entre las personas y escapo de él, bajo su antifaz negro niega con su cabeza divertido y sonríe en silencio.

Y yo muerdo mi labio, pidiendo más permiso entre la gente al notar que con un impulso de su hombro apoyado de la pared, viene con toda la confianza del mundo por mí.

Lentamente.

Pero qué, cabrón.

Cruza las personas y no sé cómo lo hace.

Pero nadie repara en su presencia de belleza milenaria patea culos, como altura y vestido con ese smoking, cuando cada paso que da lento y sigiloso entre la muchedumbre.

Es tipo felino y letal.

Trasmitiendo arrogancia y poder.

Todo un macho alfa.

Pidiéndome.

¿Guerra?

Mierda. Mierda y re mierda.

Logro escapar de la sofocante multitud, para internarme a uno de los lados laterales del palacio, buscando una puerta anexa que lleva a uno de los vestíbulos principales y escaleras arriba a las alcobas de invitados.

Un par de guardias en su vigilancia nocturna y por este lado del jardín, me regalan una mirada rara al ver que me deshago de mis tacones, con una maldición golpeando la pared y lanzando mi antifaz, por hacerme difícil mi caminar entre la pedregosa senda.

Pero al notar que me recompongo, con una reverencia prosiguen con su ronda.

Me apoyo sobre esta, ahogando un grito de frustración y tapando mi rostro con ambas manos que sostienen mis tacones.

Y algo de golpe, cae frente a mí.

Para ser exacta, del techo.

Y con su mano en mi boca para ahogar mi grito de miedo, me lleva y me empuja contra la vegetación densa.

Y más allá de ella.

Cuesta abajo.

Con su cuerpo pegado al mío, por apretarme sobre él.

Ya no grito, aunque su mano sigue en mis labios, como tampoco con fuerza, porque sé quién es.

Ya que ese perfume momentos antes me seguía, ahora me invade y se impregna de mí, como la seda de mi vestido por colisionar su cuerpo y el mío, con cada zancada que Constantine da para perdernos entre la espesura de la vegetación del enorme jardín.

Hasta luego de unos minutos que me parecieron siglos, dejarme bajo un gran árbol entre la oscuridad y lejos del palacio.

La aspereza de este, araña algo mi espalda descubierta por el fino corte del vestido.

Quiero moverme por ello, pero aún, su mano tapando mi boca me lo impide por la fuerza que ejerce sobre él y su cuerpo acorralándome.

Aunque la visibilidad es casi nula por la oscuridad del paraje, logro ver como con su índice de su mano libre, la eleva a sus labios y hace sobre nosotros el gesto que guarde silencio.

Asiento muda, para luego oír pasos algo lejanos.

De más guardias que con una charla amena en su idioma y por la negrura de la noche, se ve el fuego de un par de cigarrillos siendo encendidos, para proseguir su caminata de vigilia.

Continuo a solo sentir entre nosotros, el silencio de esta noche de verano y bajo la tenue, pero lejana música de la fiesta.

Un suave suspiro salió de su boca, cuando descubrió los míos lentamente con su mano y casi acariciándolos con sus dedos mis labios de forma lenta al sacarlos.

Mi Dios...

- Tenía que verla... - Susurra con su siempre baja y sexi voz de acento milenario, presionando su frente entre la base de mi cuello y hombro.

Titubeo por toda esta situación y ante su justificación, respondiendo a mis dudas y enojo en el jardín.

- ...a la pequeña Sabanna? - Murmuro, intentando entender toda esta irracional conducta y aparición de Constantine, exponiéndose a ser descubierto entre tanta gente y conocidos.

Y de su propio hermano.

Presiona ambas manos en cada lado de mi cabeza y contra el enorme árbol en el que estamos apoyados, para tomar una poca distancia y mirarme a través de sus ojos claros como el cristal, bajo el antifaz que aún lleva puesto, para negarme lentamente.

- A la Argema Mittrei... - Responde.

Muerdo mi labio.

- ¿Mi mariposa preferida? - Susurro, algo nerviosa y notando que la distancia que nos separa, ahora se acorta con otro paso de él contra mí.

Vuelve a negar, depositando un suave beso en mi hombro descubierto, causando que millones de descargas eléctricas por ese dulce contacto, golpeen cada centímetro de mi piel.

Sus labios se elevan un poco.

Solo algo, para susurrarme al oído.

- No me refería a eso... - Acaricia mi oreja, con la tibieza de su aliento. - ... lo dije por ti... - Suspira nuevamente. - ...mi mariposa. - Sus manos dejan el árbol, para bajar lentamente sobre mi cuerpo.

Santa Mierda.

¿Acaso, esto es una declaración?

¿O algo parecido?

Dudo afligida, porque soy muy mala también con respecto al amor y las deducciones.

Pero, no puedo evitar repetir.

- ¿Tu mariposa?

Su manos reposan en la curvatura de mi cintura y deslizando algo hacia arriba, la suave tela de mi vestido al acariciarme.

- Mía... - Responde como sus caricias.

Suave.

Pero presionando su vientre contra el mío y dejándome ver, lo duro que estaba por mí, al sentir su erección contra mi estómago.

El calor de sus labios, juega con mis mejillas.

- Eres mi mariposa, Amely... - Besa con dulzura mi barbilla. - ...la mariposa que robó algo de mí y que veló por mi cada día de mi muerte en el Hospital... - Confiesa.

Y un grito de asombro me sale y vuelve a cubrir mi boca con su mano.

Dios.

Porque, él recuerda todo.

Mis manos rodean la suya que tapa mi boca, para deslizarla para abajo.

- ¿Me escuchabas? - Murmuro.

Bajo la oscuridad, puedo ver que asiente levemente.

- ¿Y que te leía?

Vuelve a afirmar.

Mi mirada, baja.

Entonces, no fue un estado de coma inconsciente.

Sino, inducido.

Y eso, aclaró lo poco que entendía.

Que Constantine de su internación como su muerte en vida, fue todo planeado.

De un inicio.

Y lo empujo con fuerza, provocando que retroceda unos pasos.

Por la ira.

Lágrimas de impotencia, comienzan a deslizarse sobre mis mejillas.

- Eres un maldito bastardo y mezquino... - Gruño limpiándome estas, con bronca con mis manos. - ¡Planeaste fingir tu muerte de un principio! - Exclamo llena de furia, retrocediendo el paso que él intenta acercarse a mí. - ¿Importándote por tu egoísmo extremo, nada el sufrimiento de los demás? - Señalo con mi brazo en alto al palacio. - ...ni tu hermano, ni tu pueblo!

- Estás muy lejos... - Solo responde a mi ataque.

¿Eh?

He intenta nuevamente acercarse, pero lo rechazo con mi mano, aún en alto.

Niego.

- No te atrevas... - Amenazo.

Y quiero decirle un montón de juramentos.

Hasta improperios inventados.

Gritarlos con todas mis fuerzas, hasta sentir escupir mis pulmones.

Pero todavía algo de mí, lo sobreprotege de su perra fingida muerte y me limito a mirarlo con mi barbilla en alto.

- Jódete, Constantine Kosamé... - Finalizo, intentando caminar descalza entre la vegetación y maldiciendo, por haberme sacado los tacones y vaya saber Dios, donde quedaron.

Pero siento su bufido a mi espalda y que viene a mi dirección con pisada fuerte entre la maleza, haciendo que apure los míos.

Mierda.

Pero, es imposible.

En dos zancadas me atrapa sobre mi cintura y por la fuerza, obligando a mi espalda a chocar con brusquedad contra su duro pecho.

Lucho y forcejeo por alejarme de él.

Pero mi fuerza, es insignificante a lo que todo Constantine es.

- ¡Kunt turid 'an ttwqf! (¡Quieres parar!). - Exclama, en su dialecto enfurecido.

Pateo su pierna.

- ¡Vete la mierda! - Me defiendo.

Y siento su risita en mi nuca, frenándome.

- Shbal al'asad...(cachorro de leona). - Gime por el dolor, divertido y su presión para detenerme, se intensifica como la respiración irregular de su pecho, cuando la fuerza de sus brazos impidiéndome escapar, se transforma en un doloroso y enérgico abrazo por detrás.

Y por el brusco movimiento de no ceder en el terreno emocional, caemos contra la maleza duramente rodando metros abajo.

- ¡Te odio! ¡Te odio! - Mentira.

No lo hago, pero grito bajo él y escupiendo el pasto que tragué, golpeando su pecho con mis puños.

- ¡Te odio! - Lo empujo para zafarme de él, pero me envuelve más con su abrazo. - ¡Bastardo egoísta, jugaste con todos! - Lloro. - Con tu hermano... - Gimo entre lágrimas. - ...jugaste por tres años con mi amor... - Suelto entre llantos.

Y sus brazos se aflojan, al escuchar esto último.

Pero, no me suelta.

Solo se limita a buscar con su mirada la mía, haciendo a un lado mi pelo revuelto por la lucha y de algunas hojas, que cubren mi rostro y poder despejarlo de ellas.

- ¿Me amas? - Murmura.

Otro calor, llena mi rostro.

Uno húmedo.

Y es por nuevas lágrimas, rodando por él.

Lágrimas sinceras.

Y de amor.

Su salinidad llena mis labios al humedecerlos y asentir.

Para qué, mentir.

O fingir.

Había mucho de eso, en toda esta mierda ya.

Entonces Constantine hace algo, que me vuelve a noquear otra vez de amor como días pasados.

Vuelve a sonreír.

De esa forma natural y juvenil.

Mientras con suavidad, inclina su rostro hacia mí.

Para besar y beber de cada lágrima, que derramé por él.

- Jamilat tamama, ya farashatan...(Perfectamente hermosa, mi mariposa). - Susurra con cada beso, que roza mis mejillas.

Sus manos buscan las mías, para entrelazarlas con las suyas y sobre nosotros.

- ...no puedo ofrecerte, más que esto... - Sus labios juegan con los míos, pero no me besa. - ...y si me dices, que sí... - Promete, bajo la suavidad de su voz ronca y sobre mi piel apoyada. - ...ten presente, que no voy a parar... - Amenaza, mirándome a través de sus gruesas pestañas oscuras y sosteniéndome la mirada.

Una mirada, bajo su antifaz llena de promesas de conocimientos ocultos y que bajo ese color cristal, se tornan oscuros y misteriosamente de un gris líquido.

Promesas de un porvenir enigmático y que con el tiempo, quería descubrir el por qué.

Quería, ser parte de ello.

Y parte de ese lado, de esta vida oculta de Constantine.

Relamí mis labios, para solo asentir bajo él.

Solo afirmar.

Segura.

Muy segura.

Y como una extraña magia, una tranquilidad flota sobre nosotros después de mi aceptación.

Me mira fijamente por un momento, buscando una cosa en mi rostro acariciando con el dorso de su mano una mejilla.

Algo.

No estoy segura, de lo que es.

Pero sus ojos hielo, se vuelven más suaves.

Solo un poco y relaja sus hombros sobre mí y como si la confirmación de lo que pregunta en silencio lo encontrara.

Y entonces, asiente con la cabeza.

Con un suspiro lento pero decidido y aún encima mío, se incorporó lentamente para que arrodillado y a horcajadas sobre mí, sacarse de forma lenta su saco de vestir aflojando su pajarilla, como los primeros botones de su camisa y sin jamás, dejar de mirarme entre la media oscuridad que nos envolvía.

Para luego, seguir con su máscara y despejar para mí, la totalidad de ese rostro exótico como mirada egipcia.

Y un suspiro se me escapa.

Porque, también creo.

Que la desnudez de su alma.

Jadee cuando tomó mi cadera con una mano para dejarme inmóvil y el contacto de la otra con la seda de mi vestido y arremolinado lentamente, la subió hasta mi vientre.

Constantine observó con lentitud cada centímetro de mi cuerpo medio expuesto, al recorrerme con su mirada hasta llegar a mi rostro.

Leía mis labios nerviosos.

- Mi mariposa... - Susurró al aire, bajo y acariciando una longitud de mi pierna desnuda con suavidad, hasta la unión de ellas y sobre la tela de algodón de mi braguitas.

Y aire salió de sus pulmones, al sentir la humedad de ella en su mano, cuando me apretó dulcemente, provocando que me arquee bajo él.

- Mojada... - Susurró, haciendo a un lado la tela para acariciar con sus dedos mis pliegues como interior y empaparse de mi humedad con cada caricia, besando la curvatura de mi cuello.

Se deslizó abriendo más mis rodillas con uno suyo y el primer contacto de su boca con la mía, con sus dedos introduciéndose en mi interior entrando y saliendo de mí, con movimientos suaves, estuvo cerca de partirme en dos por esa dulce posesividad y bajo ese beso, que dibujando mis labios con lo suyos.

Jugando.

Rozando.

Comenzó a entrelazar nuestras lenguas.

Pidiendo más.

Succionando, tirando y lamiendo con necesidad como demandando más de ese beso.

Nuestros bajos gemidos y respiración entrecortada, comenzó a aumentar y a mezclarse con los sonidos de la naturaleza nocturna.

Nos ayudamos mutuamente a desvestirnos, empujando mi vestido por arriba y quedando en ropa interior y Constantine, solo con sus pantalones de vestir a medio abrir.

Siempre besándonos y tocándonos cada centímetro de cada uno.

- Dios, mariposa... - Gimió sobre mi boca, al sentir que iba a colapsar por mi orgasmo inminente de sus dedos trabajándome.

Y soltó con un gruñido mis labios, para hacerse camino con besos a mi clavícula y jalar mi sujetador, para descubrir mis pechos y lamer como besar cada uno de ellos.

Soltándolos con suaves succiones cada pezón y seguir descendiendo.

Y mi espalda se arqueó y susurré su nombre, cuando la tibieza de sus labios besaron mi intimidad, ocupando el lugar su lengua al retirar sus dedos y presionando su cara contra mis muslos.

Era tibio.

Dulce.

Y yo, sucumbí por esa sensación de ella en mi interior.

Constantine gimió al sentirme y rezó el mío en su dialecto, sin dejar de saborear mientras me penetraba con su lengua, para luego sentir que me corría en su boca.

Sosteniéndome con sus manos con ternura, para que no colapsara y me lastimara por el suelo, por mis piernas desfallecidas de placer.

Volvió hacerse camino sobre mí, subiendo y regando besos cada porción de mi piel con su mano y acariciando parte de mi rostro jadeante por mi orgasmo, haciendo a un lado un mechón de mi pelo sudado con cariño.

Y bajo la oscuridad, pude ver esa sonrisa juvenil de él naciendo otra vez, mientras se posicionaba sobre mí, para luego besarme con ternura y morder mi labio inferior.

Y yo, me relamí al sentir mi esencia interior en sus labios.

Sonrió.

Y también lo hice, acariciando el suyo sin dejar de mirarnos y abriéndome más para él.

Tomó mis manos y me guió a que rodee su cuello.

El sonido de la cremallera bajándose, seguido del paquete de condón abierto por su boca para deslizarlo sobre su duro pene, bajando algo su pantalón y apoyar en mi vientre su erección desnuda, hinchada y palpitante, fueron los únicos sonidos bajo nuestra respiración entrecortada propia de la excitación.

Y elevando algo mi cadera acomodándose en mi entrada, ambos suspiramos profundamente, por el calor de sentirnos y cuando me penetró con rapidez.

Fuerte.

Duro.

Y ahogando con un profundo beso, el grito de satisfacción de sentirnos.

Susurré su nombre con cada embestida y abrumada por la situación.

Y sus labios besaron más los míos por ello, mientras con esa tímida sonrisa que se formaba en los suyos, se empujó más y más dentro mío, haciendo gemir de placer y obligándome a callar con cada beso, entrando y saliendo de mi interior.

Su espalda bajo mis caricias se tensaban marcando cada músculo, empezando a sentir el esfuerzo que bramaba ante el placer.

Porque Constantine, se entregaba y me poseía con cada caricia como beso que iban al ritmo de sus duras embestidas.

Haciendo que se construya, otra vez algo dulce en mí.

Y su espalda se tensó, al sentirme en mi interior abrazándome más y profundizando con más fuerza cada penetración.

Y yo, gemí de placer al sentirme venir otra vez.

- Amely... - Jadeó dulce mi nombre con sus labios contra los míos, al sentir mi líquido orgasmo que se corría por su pene hinchado dentro mío y humedecía hasta la unión de ambos, mojándonos y dando más intensidad a nuestros cuerpos buscándose, mientras explotaba en un equilibrio perfecto y en millones de pedacitos por mi clímax.

Para luego.

Una.

Dos embestidas más.

Y abrazándome más contra él, echó su cabeza hacia atrás y con un gruñido de placer, el suyo llegó.

Podía sentirlo en mi interior.

Y cerré mis ojos para que esa dulce y agradable sensación se adueñe de mí.

Líquido, blanco y caliente.

Hermoso.

Me llevó contra su pecho y me apretó más contra él, bajo suyo y metiéndose en su boca otra vez, de uno de mis pezones.

Y lo chupó con fuerza, embistiendo con sus caderas ya de forma lenta, pero dura las últimas gotas de su corrida.

Y gruñendo por su éxtasis, me abrazó bajo él.

Ambos sudados.

Piel contra piel.

Segundos pasaron.

Tal vez minutos.

Pero nuestros pechos unidos siguen moviéndose, intentando recuperar el aire con nuestros cuerpos jadean, por la adrenalina de nuestra unión.

Constantine soltando mi duro pezón, pincela mis labios con los suyos con suavidad, acariciando mis caderas desnudas con ternura y para que abra los ojos.

Y lo hago.

Su mirada de color gris como el hielo cristalino, me recibe.

Continuo a desviarla a un lado de nosotros, de forma pensativa por un tormento de decisiones.

Y yo, acuno su cara con ambas manos y lo obligo a mirarme.

- Yo quiero esto, Constantine... - Susurro bajito y decidida.

Su mirada gris ante mi respuestas a sus miedos y dudas, recorren con cuidado cada centímetro de mi rostro.

Por un momento cierra sus ojos batallando, pero los vuelve abrir.

- Es peligroso, mariposa...

Acaricio su rostro que tanto amo, con mis pulgares y sacudo mi cabeza.

- No me importa... - Mi voz se quiebra. - ...te perdí tres años... - Niego. - No más... - Y mis labios tiemblan, por solo pensar no verlo más ahogando un llanto.

O peor, aún.

Por esta nueva vida que lleva, perderlo para siempre.

Yo, no puedo.

No quiero.

Y una profunda exhalación de aire contenida, sale de él bajo su decisión.

Apoya su frente en la mía, enredando sus manos sobre mi pelo y empujándose más dentro mío, para no perder nuestra unión y haciendo que mi interior lata excitada.

- La eeawdat 'iilaa alwara'ya Mittrei...(No hay vuelta atrás, mi Mittrei). - Murmuró lentamente.

Y eso.

Sí, lo entendí.

Comprendí.

Que era, mis puertas abiertas a esta vida del nuevo Constantine.

Dándome la bienvenida a lo que sea, por lo que iba a luchar.

A su lado...




















































Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top