CAPITULO 4
CONSTANTINE
Amarro mejor la soga desde el alto en que estoy, para que la vela de uno de los mástiles una vez abierta y con su cierta inclinación a proa, sea mejor y óptima para mi pronta navegación al Mar Rojo.
Limpio el sudor de mi rostro por el azotante calor del mediodía africano, con una parte de la muñequera que llevo siempre conmigo y cubre gran parte de mi antebrazo como mano izquierda.
Verifico su fuerte agarre que ya, con ambas velas desplegadas cubriendo el ancho de mi Sambuk, provocan por estar izadas, que mi galeón se mueva de forma suave al ritmo de las olas golpeando estas, en el muelle donde está amarrado por causa del viento proveniente del Noreste.
Miro el horizonte, respirando una gran bocanada de ese aire marino y salino copando mis pulmones y que llega a mí, desde la elevada altura que me encuentro de pie y sobre un parante que cruza gran parte de mi barco.
Corro mi pelo ahora algo más largo y sujeto a una media cola que cae sobre mis ojos por la brisa, haciéndolo a un lado para fijar mi vista en el mar.
Donde se une con el cielo despejado y el sol cuelga de él, como el astro rey que es, iluminado algunas barcazas pesqueras de costa a la distancia.
Medianas y otras grandes embarcaciones que utilizando rutas marítimas desde épocas antepasadas para su comercialización, mi pueblo milenario al igual lo hicieron los antiguos Egipcios, Creténces y Fenicios, navegando por las aguas del Mediterráneo con verdadera Talasocracia.
Gobierno de mares, atribuido en esa época por el rey Minos.
Verdaderos maestros de la navegación.
Una segunda soga que cuelga en un extremo, pero de menor grosor envuelvo sobre mi brazo y con un fuerte agarre, me lanzo desde el primer mástil y su altura, dejándome llevar por el aire hasta pisar el suelo de mi galeón.
De un movimiento me libero de ella y con otro, tomando el cuello de mi vieja camiseta sin mangas y toda sudada que llevo puesta, me la quito y con ella misma, limpio todo el sudor que baña mi rostro como pecho y brazos.
Quedando solo con mi pantalón algo suelto de lino claro y descalzo.
Color y atuendo, para combatir el abrazante calor del solsticio.
El crujir de unas pisadas por el viejo piso en madera de mi Sambuk, se siente a espaldas de mí.
Sonrío.
Porque, no hace falta que me gire para saber quién es.
- ¿Yumkynuk maerifat 'ay shy? (¿Averiguaste algo?). - Solo digo, sin voltear ni dejar de observar mi vista náutica de veleros como barcos pesqueros vecinos y como yo, están aparcados en este lado del muelle.
Siento que se sonríe como también, la reverencia que todavía me hace por respeto a lo que fui.
El antiguo Constantine.
- 'Iidha Shayj...(Sí, Shayj). - La afirmación del viejo Cabul, se mezcla con el chillido del centenar de gaviotas sobrevolando la zona del muelle y bajo los gritos de hombres, tanto de pescadores como antaños mercaderes, que por su arduo trabajo que demanda pertenecer al mar día a día, lo hacen desde sus puestos yendo y viniendo por el puerto.
Sea capitán, oficiales de cubierta, marineros o los simples grumetes serviciales.
- ¿Entonces, es? - Giro y camino hacia él, para que me entregue un sobre oficio en papel madera, mientras todavía sigo secando algo de transpiración de mi nuca.
Lanzo a un lado mi vieja camiseta contra un rincón de mi barco, para leer el par de hojas que hay en su interior usando como base, mi pierna flexionada que elevo y apoyo sobre el borde de este, mientras Cabul desata lo que prolijamente está atado por un pañuelo de seda marroquí en los tonos verdes y trajo consigo para mí.
Algo de pan y queso, recién hecho por cocineras del palacio de mi hermano.
Niego divertido por esa ya vieja costumbre que adoptó en estos años, de traerme a escondidas comida como toda la información que siempre me provee y necesito para cuidar mi pueblo.
Y el de Caldeo.
Su rey.
Pero mi sonrisa desaparece de mi rostro, al notar y ser confirmada mis sospechas.
Que Mijhail Varcovich.
El ruso como lo llaman.
Está entre nosotros.
Saco del interior del sobre las tres fotos que Cabul mandó a revelar del chip de la mariposa.
Un zoom que ordené de su mano derecha indica que es él, hablando en el restaurante de anoche por el anillo con el escudo de su hermandad que lleva puesto en su meñique.
Y que solo su legión, lo reconoce y otros pocos como yo.
Genocidas.
Sin corazón.
El holocausto a por venir vestidos de traje, corbata y empuñando como espada el dinero.
Mucho dinero.
Rasco mi mandíbula sobre mi barba de tres días, pensativo y aceptando el pedazo de pan y queso algo tibio aún, que Cabul me ofrece.
El ruso es el enlace o como lo dicen en la jerga de ese ambiente.
El pasaporte escarlata.
Mi meta, es derrocar su negocio nauseabundo que por años lidera en la Unión Soviética y gran parte de Asia, como un porcentaje de Europa y ahora el Medio Oriente asociado con otros de esa misma hermandad.
Porque Varcovich, me llevaría a la reina madre en todo esto en África.
El grano de arena que quiero destruir y que es parte de todo este mar que compone esta mierda.
Abolir completamente una de las cuatro patas o pilares que compone esta base de comercio como tráfico y que crece a pasos abismales y en secreto, detrás de grandes líderes mercantiles como consumista mundiales en secreto.
Mastico el crujiente pan horneado con un resoplido.
- ¿Mi hermano está fuera de todo esto, verdad? - Digo, elevando mi vista a un sector y distancia de mi lugar del muelle, por cierto alboroto chirriante ante de una docena de gaviotas sobrevolando sobre el mismo lugar.
Extraño...
Cabul asiente, descorchando una botella que también trajo consigo, de sabb de flores de amapola dulce y sirviendo en unas pequeñas tazas que buscó del interior del barco.
Me ofrece y se sirve uno él, tomando asiento a mi lado y observando como yo, esa bandada de gaviotas que desde su baja altura, vuelan sobre algo bajo ellas.
Da un sorbo a su té.
- Pero el Sayyid lee las noticias Shayj y nota a su pueblo preocupado... - Hace una pausa por ese grupo de gaviotas exaltadas, que aumentan sus graznidos sobre lo que sea que siguen. - ...pero, está tomando todos los precauciones, aumentando la vigilancia y las medidas correspondientes...
Me pongo de pie, dando el último trago a la infusión y frunzo mi ceño, porque no quiero metido en toda esta mierda a mi hermano.
Caldeo, no sabría cómo enfrentarlos.
- El Sayyid lleva la sangre Qurash, Constantine... - Habla Cabul de forma suave, leyendo mis pensamientos y preocupación, dejando también su taza a un lado. - ...gran aprendiz de la disciplina del pueblo de Abraham y qalb alnnar...(corazón de fuego). - Prosigue.
Y niego vehemente.
Porque, no quiero que salga lastimado en todo esto.
- Mañana bajo la estrella de Orion, partiré con el Sambuk, Cabul... - Apoyo ambas manos sobre el borde de mi barco y en una postura relajada, cierro mis ojos dejándome llevar por el suave meneo de este, bajo la brisa cálida y marina que golpea mi rostro. - ...muharibina, (mis guerreros) tienen que estar listos para mi regreso... – Advierto y Cabul asiente, con una reverencia y responde.
Pero, no puedo oír sus palabras.
Por ese pequeño grupo de gaviotas insipiente con su chillidos.
Abro mis ojos y arrugo más mi cejas, haciendo a un lado mi pelo sobre ellos.
Ya que, ese revoloteo inquisidor no es normal.
Como tampoco, la época de apareamiento para volverlas tan agresivas.
Con un nuevo movimiento y de un salto, trepo por el borde de la popa al techo de mi galeón para llegar hasta el segundo mástil.
Tomo una soga que cuelga de él y me dejo llevar por ella cruzando por el aire, hasta el primer mástil y trepar a su gran altura con ayuda de mis pies descalzos y un brazo agarrado de él.
Y entrecerrando mis ojos por el sol golpeando frente a mí, diviso a distancia lo que confirma mis sospechas.
Alguien está siendo atacado, por esas aves intentando sacarlas de encima suyo y defendiéndose como puede con la cartera que lleva en manos.
Un par de viejos puesteros del lugar, intentan socorrerla con viejas escobas y gritando para ahuyentarlas, pero nada detiene su aleteo constante como ciertos picotazos a la mujer y entre los mismos pájaros.
Un grito de auxilio sale de ella, cuando el abrigo que cubre su cabeza se hace a un lado por las mismas aves y su propio forcejeo, descubriendo su rostro.
Y mi mandíbula se desencaja, desde la altura en que estoy.
No.puede.Jodidamente.Ser.
- ¡Alqarf! - La blasfemia sale de mí, deslizándome por el mástil y saltando a mitad de este, para correr en dirección a las viejas tiendas de puestos de ventas del puerto.
- ¡Cabul calienta agua tibia con yodo medicinal! - Grito en mi carrera y tomando la vieja camiseta del rincón donde la dejé y enroscándola entre sí sobre una de mis manos, en el momento que salto entre mi galeón y el muelle, para dirigirme a salvar a algo que jamás imaginé que podría ocurrir.
Ver a mi mariposa acá.
Y de este lado de la parte portuaria.
La clase baja.
La trabajadora.
La obrera.
Donde muchos viven y hacen el trabajo sucio de la pesca industrial, para su exportación o venden sus humildes mercaderías en viejos puestos.
AMELY
Esquivando más desecho de gaviotas que hay en gran parte del piso y una manada de gatos, peleando por trozos de pescados tirados por los mismos pescadores a un lado de sus tiendas a la venta de sus productos de mar, camino sobre ellos observando cada puesto y marinero en cuestión.
Este lado de la zona del puerto es de escasos recursos.
No es la mercantil y donde grandes buques pesqueros o como la flota de convoy marítimo, que el padre de Juno tiene para el transporte de su acero hacia las T8P.
Cada hombre de gran porte como altura y vergonzosamente, pero con disimulo chequeando su trasero miro en detalle, en la búsqueda del chico misterioso del callejón y loquito del manicomio con látigo, que besa como Constantine.
El lugar al aire libre, está bastante concurrido de puesteros gritando su venta de mercancía como de gente comprando en ellas o rondando el lugar por jóvenes grumetes marineros, cumpliendo órdenes llevando y trayendo cosas.
Cada uno de ellos, con sus atuendos típicos y su dialecto milenario.
Ese idioma que te enamora al escucharlo.
Como su cultura y que llevan en la sangre con devoción.
Cada cosa.
Es una hermosa imagen visual, para ser captada por mi cámara fotográfica.
Un gran tesoro fotográfico para mi colección.
Y no me hago rogar, desenfundándola de su estuche, hago un par de disparos sobre lo que me rodea.
La magia del lugar, me envuelve haciendo que olvide por completo, hasta el cierto olor fétido y propio de la pesca que de por sí, colma en los puertos.
Bajo mi cámara, después de sacar una última foto a un grupo de marineros que beben en lo que parece una tienda de alcohol.
Su risa algo ebria entre ellos por algo que dicen entre sí, me hace sonreír.
Pero suspiro triste, mirando el anillo del loquito que aún llevo en la mano, pero vuelvo a guardar en mi bolso.
- ¿Dónde mierda estás metido, chico misterio? - Me susurro bajito.
Y la risita de una niñita, me saca de mis pensamientos.
De unos seis años con su ropita algo desaliñada y carita sucia por algo de tierra, que me mira divertida mientras arma algo con sus manos, por debajo de un viejo puesto de semillas y legumbres, armado con viejas telas que cuelgan de él.
Flexiono ambas rodillas, para nivelar su altura.
- Marhabaan jamila...(Hola hermosa). - Digo suave, con lo poco que aprendí del idioma.
Observo como sus pequeñas manitas y de forma habilidosa, fabrican algo con algo de tanza de pesca y lo que parece caracolitos y ostras de mar.
Mis ojos van a una vieja cajita de té, donde hay más de ellas armadas.
- ¿'Asawr? (¿Pulseras?). – Pregunto y asiente con una bonita sonrisa, pero no habla.
Solo se limita a seguir armando la que tiene entre sus manos.
Su madre camina detrás del puesto, acomodando la mercadería en pequeños costales y sobre la precaria mesa.
Al notarme, hace una reverencia como saludo y me invita con cortesía a ver sus productos, pero niego con respeto como una sonrisa y ella con otra reverencia, sigue con su labor.
Una tristeza me embarga, por no poder comprar sus productos.
No soy fans de las semillas.
Pero ver el viejo puesto, a esa madre trabajadora y su pequeña hijita en tales condiciones, ataca mi conciencia.
- Oye... - Murmuro, señalando la cajita con pulseras. - ...kunt tabie ly? (¿Me las vendes?).
Y la niñita, dibuja una gran sonrisa.
Tan linda.
Que juro que si tiene dos cajas de pulseras de caracolitos, se las compro de puro placer por volver a verla hacer eso.
Asiente, otra vez feliz.
Y yo también, mientras busco en el interior de mi bolso un par de billetes de gran denominación.
Sé, que será suficiente.
Mucho.
Para ella y su madre.
Beso su frente con ternura mientras me pongo varias de sus pulseras en ambas manos, porque son muy bonitas y mi corazón se hincha de felicidad, al ver su carita feliz al verme hacer eso.
- Serás una gran diseñadora de accesorios, pequeña... - Auguro, pero en mi idioma con una caricia en su mejilla, poniéndome de pie.
La saludo con mi mano al aire, mientras me sumerjo entre la gente nuevamente y reiniciando mi búsqueda del chico del callejón y veo, como corre a su madre y le muestra los billetes, señalándome y saltando sobre su lugar feliz.
Pero la madre llevando ambas manos a su boca, niega mirándome y haciendo seña a que vuelva con exclamaciones y frases que no logro traducir, porque me alejo entre la multitud.
Debe ser, porque es mucho dinero y niego saludando a ambas ya caminando, entre el gentío en dirección a los barcos.
El sonido del tintinear de los pequeños caracolitos de mis pulseras, son el único ruido mientras camino por la parte final ya, de lo que ocupan algunos puestos por la venta de sus mariscos por viejos pescadores.
Que con pedazos de cartón y sentados sobre banquetas viejas de plástico, se hacen aire para sí y combatir el calor sofocante.
Miro la hora de mi reloj.
Mierda.
Ya pasó mi hora de almuerzo, farfullo sacando mi fino abrigo porque empiezo a sudar como todos, mientras espanto un par de gaviotas curiosas que vuelan a mi alrededor.
Jodidos bichos.
Me detengo en lo que parece el fin de la comercialización de venta, pero el comienzo del muelle principal de barcos aparcados, de esta parte y lado de la zona.
Miro curiosa, porque media docena de gaviotas caminan a mi lado y juro, que observándome.
A mí.
Y mis ojos, se elevan para ver que otra tanda y chillando entre sí, vuelan a mi alrededor.
Bajo.
Muy bajo.
¿Y eso?
Camino un par de pasos y las que están a mi lado como las que vuelan.
Me siguen.
Y suelto una risa, porque eso tiene que ser imposible.
Pero al dar otro paso, ellas me imitan.
Miedito.
Y una, pica mi mano.
- ¡Oye! - Digo, espantándola y retrocede.
Pero, otra segunda la imita.
Y una tercera.
Como cuarta.
Para luego, todas viniendo hacia mí.
Sus picos filosos lastiman mi muñecas, brazos y parte de mi cuello como cabeza.
No entiendo, el por qué.
Corro e intento escapar, pero es inútil.
Bajan y suben sobre mí, con sus fuertes aleteos y chillidos, mordiendo mis brazos y provocando que varias de mis pulseras de caracolitos se rompan y rueden por el piso.
Y me cubro con mi abrigo, arrinconada sobre mi lugar e intentando a gachas escapar.
Los gritos del par de ancianitos de esos viejos puestos con algo entre sus manos, intentan alejarlas de su ataque y pueda huir.
Pero, no puedo.
El dolor me invade.
Arde y pica.
Porque, duele mucho cada picotazo que me dan haciéndome heridas.
Mis brazos cubiertos de sangre como mi manos, manchan y se hacen huellas rojas con cada arrastre que doy por el piso de cemento.
En un último intento por escapar, el abrigo que me cubre se escapa de mí y quedo más vulnerable a sus ataque, por eso cubro mi rostro con ambas manos húmedas y tibias por mi sangre, bajo mi grito de auxilio y las de los ancianitos luchando por espantar las aves.
Mis fuerzas me abandonan y me dejo llevar por el cansancio como desvanecimiento que me invade.
CONSTANTINE
Grito a los viejos, que se alejen de la mariposa como de las aves.
Es peligroso para ellos, también.
Me lanzo sobre su cuerpo recostado en el piso y con mi vieja camiseta que llevo enroscada en mi mano, cubro sus ojos para atarlo sobre ellos ante el ataque de los pájaros, cuando la giro como su cuerpo a mí y contra mi pecho.
Y mi corazón se paraliza, al notar mientras intento espantar de las gaviotas sobre nosotros y recibiendo sus picotazos por ella y acurrucándola contra mi cuerpo, en como sus brazos, manos y parte de su cuello con lastimaduras por mordidas de las aves.
- Aimra 'at himqa ' (Mujer insensata). - Gruño, al ver el motivo del revuelo de los pájaros que aún, intentan sacar de sus brazos.
Como otro grupo de aves del interior de su cartera tirada sobre el piso.
Las pulseras de caracoles.
Achatina fulica.
De doble poder para este tipo de aves.
Por ser rica en nutrientes y su alto aroma similar al que emanan estas aves en su época de apareamiento y celo, provocando luchas encarnizadas entre machos alfas.
Rompo todas de un movimiento con la pequeña daga que llevo en mi baja espalda, provocando lo que quiero.
Que el centenar de caracolitos vuelen y se dispersen rodando por el piso y las gaviotas, dirijan su atención a ellos.
Y no pierdo tiempo pasando mis brazos por abajo de ella con cuidado, la cargo contra mí y tomando su cartera, corro en dirección a mi barco.
Mi grito alerta a Cabul mientras bajo por la escotilla del barco y al interior de una de las habitaciones, que al ver el estado de Amely y reconocerla, se apresura abriendo la puerta del pequeño baño por mí.
Como la ducha, mientras deja el pequeño recipiente con agua yodada y un trapo dentro, para luego cerrar la puerta detrás nuestro.
Un gemido lastimero y algo inconsciente por el dolor de sus heridas sale de ella y bajo mi camiseta que aún, ciega sus ojos cuando dejo que el agua de la ducha nos cubra con nuestras ropas puestas y abrazándola contra mí y sosteniéndola de su cintura, mientras la obligo a ponerse de pie.
- Yumkin litaflik...(Tú, puedes nena). - Le susurro con ternura y bajo el agua.
Me deshago de mi camiseta para despejar sus ojos y con la misma daga que utilicé para cortar las putas pulseras, de un movimiento desgarro su camiseta como su sujetador y las despojo de ellas, para curar sus heridas con el trapo yodado.
Gime sin abrir sus ojos pero de placer, al sentir el agua caer sobre ella y ante el contacto del trapo, pasando con cuidado por sus heridas por mi mano.
Atraigo su pecho desnudo contra el mío y resoplo el agua que trago de la ducha, mientras paso la medicina por su espalda desnuda.
Su mejilla reposa en mi pecho con una mano de ella cubierta de yodo, escurriéndose por su brazo y el agua.
Y un suspiro de alivio, escapa de sus labios entredormidos, intentando abrir sus ojos, pero la fuerte lluvia de la ducha, se lo impide como mechones de su pelo mojado cubriéndolos.
Acaricia mi pecho desnudo levemente con sus dedos, provocando que mi piel se erice por su dulce contacto.
Y por eso, cierro mis ojos echando mi cabeza hacia atrás para que el agua me golpee por eso y pidiendo a Alá misericordia.
Mi mano que no sostiene el trapo, dibuja la longitud y silueta de su cintura desnuda.
La ducha tibia, nos cubre casi desnudos bajo ella.
Abrazados.
En cuerpo.
Y alma...
Otro suspiro, sale de ella.
Y uno de mí.
Sus labios vuelven a entreabrirse pero jamás, sus ojos sobre mi pecho desnudo.
- ¿Constantine, eres tú? - Susurra bajito y con sus manos lastimadas, intentando abrazarme.
Pero fracasa con un gemido de dolor.
Y mi pecho se infla por el oxígeno que tomo y la respiración contenida, al sentir de sus labios mi nombre, cuando me llama por él.
Ya que, lo acaricia y es bálsamo para mis oídos.
Dulce.
Y lleno... de amor.
Mi mano suelta el trapo yodado.
Para que ambas, guíen las suyas entrelazándolas a mi cintura.
Apoyo mi frente con la suya.
- Sí, mariposa... - Susurro bajo y aún, con el agua cayendo sobre nosotros.
Y su pecho se pega más a mí, como respuesta al escucharme, como la suavidad de sus duritos pezones sobre mi pecho desnudo.
Y otra exhalación, se me escapa por ello.
Cierro mis ojos.
- Soy yo, Amely...
Finalizo...
* Sambuk: Buque árabe antiguo. Originario para la navegación del Mar Rojo, semejante en diseño a los primitivos barcos Europeos.
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