𝐅𝐫𝐢𝐞𝐧𝐝𝐬 𝐓𝐨 𝐋𝐨𝐯𝐞𝐫𝐬
𝑭𝒓𝒊𝒆𝒏𝒅𝒔 𝑻𝒐 𝑳𝒐𝒗𝒆𝒓𝒔
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La primera vez que se conocieron, los dos tenían once años.
Althea Lyx contempló a su tía riendo a carcajadas con algunos alienígenas que la rodeaban en la mesa de juego. A través de la vidriera que las separaba, podía ver las grandes bolsas de créditos que intercambiaba con ellos momentáneamente.
Ella se encontraba fuera del casino al que su tía la había arrastrado para no dejarla sola en su apartamento (y así no arriesgarse a que quemara la casa) mientras esperaba a que terminara de apostar su dinero en los juegos y finalmente se marcharan del lugar, pero daba la impresión de que a su tía aún le quedaban varios créditos en el bolso con los que jugar.
El frío de las abarrotadas calles de Coruscant la tenía acurrucada contra el cristal del edificio, con tan solo un fino abrigo de plumas de Porg falso cubriendo su pequeño y entumecido cuerpo. No le habían dejado pasar al casino por su tierna edad, obligándola a quedarse en el exterior y observar todo desde la vidriera. Al principio, su tía le echaba rápidos vistazos para asegurarse de que no había desaparecido. Pero, tras la cuarta copa de brandy, dejó de mirar siquiera hacia adelante.
Althea era huérfana. Sus padres habían fallecido el año pasado en un accidente aéreo del que ella se salvó por la llamada "Fuerza" que la protegió de no ser arrollada por el transbordador de un conductor borracho. La custodia pasó a manos de la tía de Althea, quién intentó entregarla a los Jedis tras descubrir el poder que los relacionaba. Sin embargo, ellos la consideraron demasiado mayor para ser entrenada.
Althea lloró ese día.
Sus padres habían muerto, su tía no quería cargar del todo con ella, y los Jedis la rechazaron. Althea creyó que no pertenecía a ningún lugar en la galaxia.
Entrecerró los ojos cuando notó la figura de un hombre joven, con poca barba en su rostro y un corte de pelo recogido en un pequeño moño, deslizándose por el interior del casino. El hombre miraba a todas partes con cautela y llevaba una túnica extraña, cuando sus ojos bajaron hacia su cintura, Althea reconoció al instante el arma que llevaba colgando. Un Jedi.
Se contuvo de soltar un resoplido. Su visión sobre ellos había cambiado bastante desde que le cerraron las puertas en el rostro. Al parecer, cuando tenía dos años, los jedis habían intentado llevársela para entrenarla como a una más de ellos. Sus padres no lo permitieron en ese entonces.
Althea sopló una fría ráfaga de aire y dibujó una amplia sonrisa en su rostro al notar la mancha de humedad que había dejado en el cristal. Estuvo tan concentrada en escribir las palabras "FUCK JEDI" sobre la vidriera que no escuchó los pasos de alguien acercándose detrás suya hasta que hablaron:
— Me han dicho que esa es una mala palabra.
Althea dio un brinco en su lugar y se giró rápidamente para encontrar la figura de un chico alto, muy alto, que la miraba con un brillo de timidez en sus ojos. A pesar de que su altura imponía bastante, Althea no pasó por alto lo cohibido que se veía frente a ella, como si temiera acercarse más o hablarle de nuevo.
— ¿Qué? —soltó ella, desconcertada.
El chico tenía una piel dorada casi envidiable, besado suavemente por el sol. Althea se fijó en su cabello rubio que, en ese momento, parecía estar en un proceso de ondulación. También tenía unos bonitos ojos azules que brillaban bajo la farola que los iluminaba directamente. Pero lo que más llamaba la atención, era una espantosa trenza colgando desde su cabello hasta el hombro.
— ¿Quién eres? —preguntaron los dos, al mismo tiempo. Él se sonrojó y ella arqueó una ceja.
— Me llamo Anakin —murmuró en respuesta—. ¿Y tú?
Althea lo pensó bien antes de decidir si debía contestarle o no: su tía a menudo le decía que no hablara con extraños, pero ella siempre la veía trayendo muchos a casa. Normalmente, su tía la obligaba a encerrarse en el dormitorio y pasaban horas hasta que le permitía salir de él. Althea tenía prohibido preguntar qué eran esos sonidos perturbadores que retumbaban en el apartamento cuando venían los extraños.
Pero el chico frente a ella no la miraba con la sonrisa descarada que le lanzaban esos extraños a su tía, ni recorría su cuerpo con la mirada. Simplemente estaba ahí parado, preguntándole cómo se llamaba.
Apretó los labios.
— Althea Lyx —susurró de vuelta, y aclaró su garganta—. Me llamo Althea Lyx —repitió, adquiriendo un poco más de firmeza.
Un destello cruzó por el rostro de Anakin durante un breve segundo antes de que el chico asintiera. Estuvieron unos largos segundos en silencio, sin saber muy bien que decir a continuación. Althea miró de reojo la vidriera y notó a su tía apostando más créditos sobre la mesa de juegos, con otra copa de brandy en su mano y una sonrisa desagradable en sus labios pintados de robo. La noche iba a alargarse.
— ¿Estás esperando a alguien? —le preguntó Anakin, atreviéndose a acercarse un poco más. Althea se dio cuenta de que también miraba al interior con atención.
— Mi tía está dentro —confesó ella, sin dejar de observarlo—. Bonita trenza, por cierto —mintió con descaro, señalándola.
Anakin miró su trenza con una sonrisa y después brevemente a las palabras escritas en el cristal. — ¿No te gustan los jedis?
Althea arrugó la nariz.
— ¿A quién le gustan los jedis?
— A mucha gente.
— No tanta como crees —aseguró la pequeña castaña, mirando al que se movía cerca de su tía—. Mis padres decían que roban niños.
Anakin frunció el ceño, ladeando la cabeza.
— No, eso no es…
Se calló cuando la chica dio un pequeño grito ahogado, saltando en su lugar y tomándolo de la manga del brazo: — ¡Mira! Está usando sus trucos juju.
Anakin alzó una ceja, divertido. ¿Trucos juju? Estaba claro que la niña no tenía idea alguna del poder de la Fuerza y prefirió no corregirla al respecto, le atraía su ignorancia.
Miró en la dirección que ella señalaba efusivamente y se sorprendió al ver que se trataba de Obi-Wan, hipnotizando a un guardia del casino para que lo llevara a algún lado. Anakin había querido entrar con él y ayudarlo en la misión, sin embargo, las restricciones de su edad lo dejaron como un cachorro abandonado a las puertas de una casa.
Decidió alejarla de la atención a su maestro, por si acaso. — ¿Quién es tu tía?
Ella hizo una mueca.
— ¿Ves a la mujer con un vestido lujoso y muchas joyas encima que acaba de ganar mil créditos?
— Sí…
— Pues la borracha que está detrás suya es mi tía.
Anakin contuvo una sonrisa mientras veía a la mujer balanceándose de un lado a otro con la mitad de una copa de brandy en el vaso y la otra en el escote de su vestido barato.
Después, dirigió su mirada a la chica junto a él. Althea Lyx era una niña bajita, con mejillas regordetas y rosadas, ojos verdes, y un fleco castaño tapando toda su frente. De cierta manera, se le hacía bastante tierna, incluso a pesar de que las palabras "FUCK JEDI" fueran obra de ese mismo rostro inocente. Optó por evitar mencionar a qué se dedicaba, tenía la sensación de que la chica le daría una patada en la espinilla y se largaría.
Anakin no quería perder la oportunidad de tener una amiga.
— ¿Vives aquí cerca? —le preguntó, rompiendo el silencio.
Althea asintió, volviéndose hacia él.
— Sí, mi apartamento está a dos calles de aquí —señaló con su brazo la dirección—. Vivo con mi tía, ¿y tú?
Anakin esquivó la pregunta. — ¿No vives con tus padres?
— No.
— ¿Por qué no? —preguntó con curiosidad.
— Porque me dan miedo los cementerios.
— Oh —Anakin asintió creyendo haberlo entendido. Hasta que de verdad lo hizo y abrió sus ojos al máximo—. Espera, ¿qué?
Althea hizo un gesto con la mano, restándole importancia.
— Murieron el año pasado —se encogió de hombros. Ya había llorado bastante en su momento, durante ciento de noches enteras antes de superarlo—. Oye, no me has dicho dónde vives, ni que haces aquí.
Anakin miró repentinamente nervioso hacia otro lado. No quería decirle que vivía en el Templo Jedi desde hace dos años, ni que había venido con su maestro a completar una misión y que no lo habían dejado entrar por su minoría de edad, lo que seguramente le habría pasado a ella.
— También vivo aquí cerca, en la Avenida Jall —mintió, diciendo lo primero que se le pasaba por la mente—. Mi hermano está consiguiendo algunos créditos para comprar una nave.
Afortunadamente, Althea le creyó.
— Ojalá hubiera tenido un hermano —comentó, con un puchero que distrajo a Anakin—. No me gusta hacer todo sola.
Anakin inclinó la cabeza.
— Si, bueno… El mío es bastante mayor, así que tampoco hacemos muchas cosas juntos —se encogió de hombros.
«A parte de ir a misiones, luchar codo con codo, desayunar, almorzar y cenar juntos, entrenar, meditar, etc»
En cierto modo, a Anakin también le hubiera gustado tener un hermano real: los niños en el Templo Jedi lo solían apartar por haber llegado a una edad muy tardía y por haber sido elegido padawan incluso antes de pisar el templo. Entendía que se sintieran celosos y enojados al respecto, pero él de verdad… quería un amigo.
Creyendo que lo comprendía pero ajena totalmente a la realidad, Althea le sonrió con emoción. — ¿Quieres ir a comer bollos a la tienda de al lado? Solo tenemos que rodear el edificio.
Y Anakin aceptó casi de inmediato. Claro que no esperaba que, en lugar de pagar para comerse los bollos, la niña metiera una docena de ellos en el abrigo y se echara a correr de vuelta al casino, dejando a un panadero gritando histérico y a un Anakin perplejo que la siguió tan pronto como notó al panadero con saliendo de la tienda con un rodillo de masa en sus manos.
Los dos regresaron al mismo sitio jadeando, rojos y sudorosos por la carrera improvisada que acababan de hacer. Althea se rió viendo el rostro de Anakin:
— Corres mejor que yo. —Le dio un mordisco a su bollo, lanzándole a él uno que atrapó ágilmente con sus manos—. Y eso es decir mucho. Llevo escapándome de la gente bastante tiempo.
Anakin sonrió con inocencia.
— Me gusta el deporte —se sinceró, complacido de que ella no detectara nada raro en sus palabras. Althea le devolvió la sonrisa con la boca llena y las mejillas repletas de migajas. Anakin se rió, estirando un brazo para quitárselas—. Comes como un gundark.
Althea se sonrojó furiosamente, sintiendo sus mejillas calentándose mientras que los dedos de Anakin apartaban suavemente los restos del pan.
— Una vez vi a uno en un documental de la HoloNet —sonrió con satisfacción, inclinándose—. Estaba comiéndose a un Jedi que había querido matarlo.
La sonrisa de Anakin se borró de golpe y alejó su brazo de ella. Bien, Althea Lyx odiaba definitivamente lo que él representaba, aunque no lo supiera.
Y así pasaron la noche, hablando de cosas tan triviales que cualquiera no recordaría al día siguiente. Pero ambos sí lo harían, cada una de las palabras quedaron grabadas en sus mentes mientras se reían y disfrutaban del resto de bollos: sentados en el suelo de la calle e ignorando las miradas curiosas de los alienígenas por ver a dos niños fuera del casino. Anakin no podía estar más contento de haber conocido a Althea, y ella se sentía exactamente igual. Aprendiendo de él varias cosas que no sabía de muchas criaturas en la galaxia que no sabía ni que existían. Y él aprendiendo de ella varias estrategias para ganar en los juegos del casino, habiendo observado diferentes trucos desde esa misma vidriera durante todo el año.
Llegó el momento de despedirse cuando la tía de Althea salió del edificio a trompicones, aferrándose a su bolso e intentando centrar la mirada en su sobrina:
— Vámonoss, niña… —balbuceó, con la voz distorsionada—. Ya ha passado la media noche y mañana tieness classe —le dirigió una mirada de reproche.
Althea suspiró, tomándola de los brazos y dándole la vuelta para que la mirara a ella y no al cubo de basura que supuestamente se le parecía.
— Tía Circe —la llamó pacientemente—. La media noche pasó cuando ni siquiera habíamos llegado al casino y sigo de vacaciones —le recordó antes de cerrar los ojos, exhausta—. Vámonos, tía.
Su tía balbuceó más cosas inteligibles mientras se soltaba de su agarre y procedía a caminar en dirección al apartamento, sin siquiera reparar en la presencia de Anakin. Althea le lanzó una mirada de disculpa.
— Lo siento…
— No tienes que disculparte —respondió Anakin, rápidamente. Se levantó del suelo y se acercó a ella con una media sonrisa, inclinando su cabeza para verla—. Me alegro de haberte conocido, Althea. Gracias por esta noche, y… —miró su abrigo con diversión— por los bollos.
Althea le devolvió la sonrisa, más animada. Antes de que Anakin se lo pudiera esperar, la pequeña castaña envolvió los brazos alrededor de su cuerpo y lo apretó fuertemente contra sí, haciendo que se sonrojara.
— Gracias a ti también —murmuró ella, con la cabeza en su pecho—. Espero volver a verte.
Anakin levantó las cejas, sorprendido.
— ¿Quieres… Quieres que nos veamos otra vez?
Althea dejó escapar una ligera risita que vibró en su pecho. Anakin sintió un agradable escalofrío.
— Eso hacen los amigos, ¿no? —alejó su rostro para ver el suyo. Él se dio cuenta de los pequeños hoyos que adornaban sus dulces mejillas y no pudo apartar la mirada—. Somos amigos, ¿verdad?
La pregunta lo devolvió a la realidad y Anakin lo pensó bien. No tenían a ningún amigo mas que Obi-Wan, pero era su maestro. No podía hablar con él lo mismo que hablaría con alguien que no le pusiera restricciones.
Mordió su labio pensándolo unos segundos y finalmente asintió, haciendo volcar el corazón de la chica.
— Sí, seamos amigos.
Y, desde entonces, Anakin Skywalker y Althea Lyx pasaron días y días encontrándose en el mismo lugar, escapándose de sus respectivos tutores sin ser atrapados. Año tras año. Hasta que esa bonita y dulce amistad floreció en algo que ninguno de los dos esperaba en su momento. Anakin se enamoró desesperadamente de ella y Althea no pudo haber estado más feliz, correspondiendo a todos sus sentimientos.
Con catorce años, los dos amigos se hicieron novios. Y con dieciocho años, los dos novios se hicieron esposos.
Sin embargo, no contaban con todas las mentiras y engaños que Anakin y Althea atiborraron a su matrimonio, para proteger así al otro en medio de una guerra.
Y con diecinueve años, los esposos se hicieron enemigos.
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