˚。⋆⌛03┊❝𝖬𝖠𝖳𝖳𝖧𝖤𝖶'𝖲 𝖧𝖮𝖭𝖤𝖲𝖳 𝖶𝖮𝖱𝖪❞
⊹ ⪩⪨ ┆𝗰𝗵𝗮𝗽𝘁𝗲𝗿 𝘁𝗵𝗿𝗲𝗲: 𝗲𝗹 𝘁𝗿𝗮𝗯𝗮𝗷𝗼
𝗵𝗼𝗻𝗲𝘀𝘁𝗼 𝗱𝗲 𝗺𝗮𝘁𝘁𝗵𝗲𝘄 ‹𝟥
❪ original story by river ❫
.
El sol de la mañana apenas se filtraba por las cortinas de la cocina cuando Clara dejó caer el currículum arrugado de Matthew sobre la mesa. Lo hizo con discreción, como si se tratara de un documento clandestino que no quería que nadie notara. Se sirvió una taza de café, tratando de actuar con normalidad, aunque la sensación de haber cruzado una línea que nunca pensó cruzar la inquietaba más de lo que quería admitir.
No pasó mucho tiempo antes de que Jude hiciera su entrada triunfal en la cocina. Como siempre, lo hizo de la manera más exagerada posible, lanzándose sobre la silla junto a ella con una teatralidad innecesaria.
—¿Qué haces, sabelotodo? —preguntó mientras agarraba un par de pancakes sin cubiertos.
Clara suspiró, ya acostumbrada a sus tácticas de irritación matutina.
—Me preparo para un día productivo ¿Y tú? ¿Te bañaste, al menos?
Jude puso una expresión de falsa indignación y se llevó una mano al pecho.
—¡Jaja, qué graciosa! Sí, me bañé, gracias por tu preocupante interés en mi higiene personal. —Le sacó la lengua antes de servirse crema batida como si estuviera decorando un pastel.
Clara negó con la cabeza, pero no pudo evitar sonreír levemente. La rutina con su hermano tenía algo reconfortante, aunque la mayor parte del tiempo le sacara de quicio.
—¿Sabes dónde está mamá? —preguntó mientras giraba distraídamente su pulsera de cuencas entre los dedos.
—En la funeraria. Se murió alguien nuevo del pueblo. —Jude lo dijo con la indiferencia de quien ha crecido en un hogar donde la muerte es parte del día a día.
Clara asintió sin sorpresa. Para la mayoría de la gente, la muerte era un evento devastador, pero para los Rosenberg era casi una rutina.
—Necesito entregarle algo —murmuró, pero antes de que pudiera moverse, Jude ya había notado el papel sobre la mesa.
Con la rapidez de un halcón, lo agarró y comenzó a leerlo en voz alta.
—¿"Matthew Tucker Ramos"? —arqueó una ceja y miró a Clara con una mezcla de diversión y sospecha—. ¿Este no es el delincuente juvenil que la policía persigue por la ciudad?
—No es un delincuente… exactamente —replicó Clara, intentando quitárselo de las manos.
Pero Jude, disfrutando de la situación, se echó hacia atrás, manteniendo el papel fuera de su alcance.
—¿Currículum para chófer y mecánico? —soltó una carcajada—. ¡Oh, esto es oro! ¿Matthew Tucker queriendo un empleo decente? ¿En nuestra funeraria? Esto no puede ser real.
Clara apretó los labios, frustrada.
—Dámelo, Jude.
—Espera, espera —Jude agitó el papel como si estuviera sosteniendo la clave de un misterio—. ¿Esto significa que tienes algún tipo de interés en Matthew Tucker? ¿El chico problemático que, según tú, no es de confiar?
—No tengo interés en él —se apresuró a decir Clara, aunque sintió el calor subiéndole al rostro—. Solo… quiere cambiar su vida y necesita un trabajo.
Jude la miró con una sonrisa burlona.
—Ajá, claro. ¿Y me vas a decir que él mismo decidió trabajar en una funeraria porque siempre soñó con manejar un coche fúnebre?
Clara exhaló con exasperación y le arrebató el papel antes de levantarse de la silla.
—Olvídalo, voy a llevárselo a mamá.
Pero antes de que pudiera salir de la cocina, Jude la detuvo con un comentario que la hizo dudar.
—Oye, fuera de bromas… tal vez deberías darle una oportunidad.
Clara se giró para mirarlo con escepticismo.
—¿De qué hablas?
—Digo, siempre vives en este mundo de reglas, control y perfección. Quizás hablar con alguien como Matthew te haga bien. Aunque sea para confirmar que estás mejor sin tanto caos.
Clara lo miró en silencio por un momento.
—Eso suena a una pésima idea.
Jude se encogió de hombros con una sonrisa traviesa.
—O a una historia interesante.
La chica no respondió y salió con el currículum en la mano, pero no pudo evitar que las palabras de su hermano se quedaran flotando en su cabeza, mientras se dirigía a ver a su madre.
Clara respiró hondo antes de tocar la puerta de la oficina de su madre. Aunque había decidido traer el currículum de Matthew por su propia cuenta, no dejaba de preguntarse por qué lo hacía. No era su problema si él conseguía o no un empleo, y sin embargo, ahí estaba, con el papel en la mano, sintiendo un leve cosquilleo de nerviosismo que no quería reconocer.
Dentro de la oficina, Helene organizaba meticulosamente las finanzas, su bolígrafo deslizándose con precisión sobre las hojas mientras revisaba balances y facturas. Clara observó cómo su madre colocaba cada documento en su carpeta correspondiente, con una disciplina que le resultaba extrañamente familiar. Por un breve instante, se vio reflejada en ella, algo que nunca antes había considerado posible.
—Mamá, ¿puedo hablar contigo? —preguntó, sintiendo que su voz salía más insegura de lo que esperaba.
Helene levantó la mirada y se quitó las gafas de lectura. A pesar de estar ocupada, siempre tenía la costumbre de dejar todo a un lado cuando sus hijos querían hablar con ella. Jude nunca tenía problemas en decir lo que pensaba en cualquier momento, pero Clara… bueno, cuando Clara pedía hablar, era algo que merecía atención.
—Claro, pequeña. Dime, ¿qué pasa?
Clara dudó por un momento antes de estirar la mano y dejar el currículum sobre el escritorio.
—Bueno, dejaron esto.
Helene arqueó una ceja y tomó el papel con curiosidad.
—¿Alguien dejó un currículum en mis manos sin que yo tuviera que perseguirlo? Esto es nuevo —comentó con una sonrisa mientras se colocaba las gafas de nuevo.
Mientras su madre comenzaba a leer, Clara sintió un nudo en el estómago. ¿Por qué le importaba tanto que Matthew trabajara allí? No podía dejar de pensar en la forma en que él, la persona que más odiaba el trabajo duro, le había suplicado una oportunidad. Y aunque él le resultaba exasperante, algo en su insistencia y encanto le resultaba… intrigante.
—Déjame ver… —murmuró Helene mientras recorría el documento con los ojos.
Su expresión pasó de concentrada a divertida en cuestión de segundos.
—Mmm… "Matthew Tucker Ramos", habilidades… "puedo prender autos sin uso de llaves"… —Helene levantó la mirada con una ceja arqueada—. Esto no es precisamente un punto a favor para un chófer de funeraria, pero sigamos.
Clara ya sentía cómo el calor le subía al rostro.
—Mamá, tal vez podrías solo mirar lo importante…
—"Tengo dedos rápidos y soy un galán"… Interesante combinación de talentos —continuó Helene, ignorando la súplica de su hija—. "También puedo conseguir que muchas mujeres acepten pagar mis servicios… fúnebres. ¡No mal piense, señora Rosenberg!"
Helene soltó una carcajada mientras Clara se hundía en su silla, deseando desaparecer en ese preciso instante.
—¡Dios, este niño! —rió Helene, dejando el currículum sobre la mesa. Luego miró a su hija con una sonrisa astuta—. ¿Quieres que lo contrate, verdad?
Clara abrió la boca para protestar, pero luego cerró los labios. No había forma de que pudiera negar lo obvio.
—Bueno… creo que darle una nueva oportunidad a un chico como él podría ser algo bueno, ¿no crees?
Helene apoyó el codo sobre la mesa y la miró con curiosidad.
—Ajá. Y dime, ¿qué tiene este chico que de repente te hace interesarte tanto en sus oportunidades laborales?
—Nada. Solo… creo que todos merecen un nuevo comienzo.
Helene sonrió con picardía, como si pudiera ver exactamente lo que pasaba por la mente de su hija.
—Mmm… claro. Un nuevo comienzo.
Clara bufó, sabiendo que su madre no se tragaría su respuesta tan fácilmente.
—Mamá, por favor, solo piénsalo.
Helene recogió el currículum de nuevo y lo dobló cuidadosamente.
—Lo haré. Pero si lo contrato y resulta ser un desastre… será tu responsabilidad.
Clara suspiró con alivio y se puso de pie, pero antes de que pudiera irse, su madre añadió con una sonrisa divertida:
—Y deberías decirle que haga otra carta de presentación. Tal vez una en la que no suene como un gigoló con antecedentes penales.
Clara se llevó una mano a la cara y salió rápidamente de la oficina mientras Helene reía detrás de ella.
ˑ ִ ֗ 𓏲 💿 𓄹 ࣪ ˖ 𓂃
Matthew Tucker Ramos se despertó con un sobresalto. No era la alarma (porque, obviamente, no tenía una) sino el sonido estridente de su madre, Yolanda, peleando con la cafetera en la cocina.
—¡Este trasto viejo otra vez no quiere funcionar! —gruñó, golpeando la cafetera con la palma de la mano.
Matthew, aún medio dormido, se restregó los ojos y se giró en la cama, intentando ignorar el caos matutino. Pero entonces, el aroma de los huevos revueltos lo golpeó, sacándolo del letargo. Se levantó con el cabello revuelto y enredado en todas direcciones, se puso los jeans arrugados que había dejado en el suelo la noche anterior y se arrastró hacia la cocina.
—Mamá, deja de pelear con los electrodomésticos, ya sabes que siempre ganan.
Yolanda le lanzó una mirada afilada mientras servía los huevos en un plato.
—Cállate y come antes de que se enfríen.
Matthew se dejó caer en la silla de la cocina, con el torso desnudo y los ojos aún pegados de sueño. Agarró el tenedor y empezó a devorar los huevos revueltos como si no hubiera comido en días.
Mientras masticaba, tomó un libro grueso de la mesa, uno que había encontrado la noche anterior en la parte trasera del taller de su vecino: un manual de mecánica de autos.
Yolanda, que ya había asumido que su hijo solo leía cuando había cómics involucrados o cuando las letras venían acompañadas de mujeres en bikini, arqueó una ceja.
—¿Desde cuándo te interesa la mecánica?
Matthew tragó un gran bocado y alzó el libro con una sonrisa engreída.
—Desde que Clara Rosenberg me consiguió un empleo.
Yolanda casi dejó caer la taza de café que tenía en la mano.
—¿Perdón?
—Voy a trabajar en la funeraria de los Rosenberg. Chófer y mecánico.
Su madre parpadeó varias veces, como si intentara procesar la información.
—¿Me estás diciendo que conseguiste un trabajo? ¿Uno de verdad? ¿Con cheque y todo?
—Sí, mamá, ya sé que es sorprendente, pero aquí estoy, un hombre reformado.
—¿Y nada más de hierba ni negocios turbios?
Matthew levantó las manos como si se entregara.
—Lo prometo.
Yolanda se llevó una mano al pecho, dramatizando su alivio.
—¡Dios bendito! Esto sí que no me lo esperaba. ¡Mi hijo con un trabajo decente!
—Oye, tampoco exageres. Aún no he empezado.
Yolanda sonrió y revolvió el cabello desordenado de su hijo con cariño.
—Pero lo harás. Y eso, mijito, ya es un milagro.
Matthew volvió a su libro mientras su madre seguía celebrando su repentino cambio de rumbo. Aunque no lo admitiría en voz alta, la idea de trabajar en la funeraria lo ponía un poco nervioso.
Pero si eso significaba estar cerca de Clara y demostrarle que no era solo un caso perdido... bueno, valía la pena intentarlo.
Y, conociéndolo, seguro se las arreglaría para convertir incluso un trabajo en la funeraria en una aventura caótica.
La horas pasaron y Matthew estaba tirado en el viejo sofá de su casa, hojeando distraídamente el manual de mecánica mientras rascaba la panza de su perro, Chato, un mestizo callejero que había adoptado sin pedir permiso. Chato resopló satisfecho y Matthew sonrió. Su mañana estaba siendo increíblemente tranquila para alguien que usualmente se metía en problemas antes del mediodía.
Entonces, el teléfono sonó.
El aparato, un teléfono de disco color beige con el cable enredado, descansaba sobre una mesita tambaleante junto al sofá. Matthew se estiró perezosamente para alcanzarlo sin levantarse, pero terminó cayendo al suelo con un golpe seco.
—¡Maldición! —gruñó, frotándose el codo.
Se sentó en el suelo y descolgó el auricular.
—¿Diga?
—¿Matthew? —la voz de Clara sonó del otro lado de la línea, clara y con ese tono serio que siempre usaba con él.
Matthew sonrió de inmediato.
—Oh, vaya, la señorita Rosenberg en persona. ¿Qué he hecho ahora? ¿Se me olvidó pagar impuestos? ¿Me atraparon por robar corazones?
—Cállate y escúchame.
—Uy, qué miedo.
—Matthew.
—Vale, vale, te escucho. ¿Es sobre el trabajo?
—Sí. Mamá leyó tu... ejem... peculiar carta de presentación y contra todo pronóstico, te ha aceptado.
Hubo un silencio breve antes de que Matthew estallara en una carcajada.
—¡¿En serio?! ¿Tu madre leyó todo eso y aún así quiere contratarme?
—No sé si "quiere" sea la palabra correcta, pero sí, tienes el trabajo.
Matthew apoyó la cabeza contra el sofá, aún sonriendo.
—¡Esto es histórico! ¡Matthew Tucker Ramos, ciudadano productivo!Deberíamos hacer una placa conmemorativa.
—Solo no la robes.
—¡Oye, qué feo! ¿Así tratas a tu nuevo compañero de trabajo?
—Así trato a la gente que me lanza piedras en la cabeza.
—Touché.
Clara suspiró, pero en el fondo sabía que él estaba disfrutando demasiado esto.
—Tienes que presentarte mañana temprano. Mamá quiere que empieces cuanto antes.
—Perfecto, ¿a qué hora?
—Ocho en punto.
—Ah, eso es... temprano.
—¡Matthew!
—Está bien, está bien, ahí estaré. Tal vez hasta lleve flores para mi primer día.
—Las flores son para los muertos, Matthew.
—Exacto. Voy a encajar perfectamente.
Clara no pudo evitar soltar una pequeña risa antes de aclararse la garganta.
—No llegues tarde.
—Prometo ser el mejor empleado que tu madre haya tenido.
—Eso no es difícil, considerando que Jude intentó trabajar allí un verano y perdió a un cliente.
—¿Perdió a un cliente?
—No hablemos de eso.
Matthew seguía riendo cuando Clara colgó. Miró a Chato, que lo observaba con curiosidad.
—¿Escuchaste eso, Chato? ¡Tu humano es un hombre con empleo!
El perro solo ladeó la cabeza antes de soltar un bostezo.
—Sí, yo tampoco me lo creo.
Pero ahí estaba: su boleto de entrada al mundo de Clara. Y Matthew no planeaba desperdiciarlo.
La mañana había llegado antes de lo que Matthew hubiera querido. Se arrastró fuera de la cama, se puso unos jeans decentes (sin agujeros, un milagro en su guardarropa) y una camisa que, aunque arrugada, al menos estaba limpia. Su madre, Yolanda, le había deseado suerte con una palmada en la cabeza y le metió a la fuerza un desayuno mientras él intentaba atarse los zapatos.
A las 7:50 a. m., llegó frente a la funeraria Rosenberg. El edificio, con su fachada de ladrillos oscuros y un letrero elegante con letras doradas, se veía imponente a la luz de la mañana. Respiró hondo y se pasó una mano por el cabello.
—Bueno, aquí vamos —murmuró antes de empujar la puerta.
El sonido de una campanita resonó en el aire y, tras unos segundos, apareció Clara desde una puerta lateral. Llevaba una blusa blanca bien planchada y una falda oscura que la hacía ver como la imagen misma de la seriedad. Su cabello rubio estaba perfectamente peinado, pero lo que más llamaba la atención era su expresión: mezcla de sorpresa y leve fastidio al verlo ahí, de pie en la entrada como si estuviera a punto de vender enciclopedias.
—Llegaste a tiempo —dijo, cruzándose de brazos.
Matthew puso una mano en su pecho con fingida ofensa.
—¿Por qué suenas tan sorprendida?
—Porque eres tú.
—Vaya, qué confianza en tu nuevo compañero de trabajo.
—Todavía no eres mi compañero, primero tienes que sobrevivir a mi madre.
Justo en ese momento, Helene Rosenberg apareció en el marco de la puerta con un café en la mano y una mirada analítica sobre Matthew.
—Así que decidiste presentarte —dijo, con una media sonrisa.
—Claro, señora Rosenberg. Un hombre de palabra, ese soy yo.
—Mmm... eso está por verse. Ven, te enseñaré lo básico.
Helene le hizo un gesto para que la siguiera y Matthew caminó tras ella, pero no sin antes lanzarle a Clara una mirada divertida.
—¿Me deseas suerte?
—No —respondió ella sin titubear.
—Eres fría, Clara. Pero me gusta.
Clara puso los ojos en blanco y le hizo un gesto para que se moviera.
La funeraria tenía un ambiente extraño. No aterrador, pero definitivamente algo lúgubre. Había un ligero olor a incienso y madera vieja, y las salas de velación estaban impecables, con cortinas pesadas que daban un aire solemne. Helene lo llevó a la parte trasera, donde se encontraba el garaje y el taller mecánico donde arreglaban las carrozas fúnebres y otros vehículos.
—Bien, muchacho —dijo Helene, tomando un trago de café—. Te contraté porque me dijiste que sabías de mecánica.
—Así es, señora. Puedo arreglar cualquier cosa con ruedas.
—Perfecto, porque la carroza fúnebre tiene un problema con la transmisión y quiero que la revises.
Matthew se frotó las manos. Finalmente, algo en lo que era bueno.
—Déjemelo a mí.
Helene le indicó dónde estaban las herramientas y lo dejó solo, no sin antes advertirle:
—Si me destrozas el auto, cavaré una tumba aquí mismo y no será para un cliente.
—Entendido, jefa.
Clara, que había estado observando todo con atención, se acercó y se apoyó en el marco de la puerta del garaje.
—¿Vas a poder con eso? —preguntó con una ceja arqueada.
Matthew se quitó la chaqueta y se remangó la camisa, revelando sus antebrazos cubiertos de pequeñas cicatrices de trabajos anteriores.
—¿Me estás subestimando, Clara? Qué cruel.
—Solo digo que si arruinas la carroza fúnebre, podrías ser tu primer cliente.
Matthew sonrió de lado y la miró con intensidad.
—¿Te importaría un poco si lo fuera?
Clara sintió que el aire a su alrededor se volvía más denso.
—No hagas preguntas estúpidas.
—Entonces significa que sí.
Ella se giró sin responder y salió del garaje, pero Matthew juró haber visto un ligero sonrojo en su rostro antes de que se diera la vuelta.
—Interesante... —murmuró antes de meterse bajo el auto.
Matthew trabajó en la carroza durante una hora, pero, como era de esperarse, no todo salió bien. Justo cuando creía haber encontrado la falla, un pequeño error hizo que el vehículo se moviera repentinamente hacia atrás, casi atropellándolo.
—¡Mierda! —gritó, rodando fuera de peligro.
El estruendo alertó a Clara, que apareció corriendo.
—¡¿Qué hiciste?!
Matthew, aún en el suelo, levantó un pulgar.
—Tranquila, solo le di una prueba de vida al coche.
—¿Quieres que te despida en tu primer día?
—Vamos, no fue tan grave. Además, ahora sé cuál era el problema.
Clara suspiró y se cruzó de brazos.
—Dime que al menos puedes arreglarlo.
Matthew se puso de pie, se limpió el aceite de las manos en un trapo y la miró con una sonrisa confiada.
—Te apuesto lo que quieras a que lo dejo funcionando antes de que acabe el día.
Clara alzó una ceja.
—¿Cualquier cosa?
—Cualquier cosa.
Ella lo miró, pensativa.
—Si logras arreglarlo, te dejaré acompañarme a la tienda de discos este fin de semana.
Matthew parpadeó sorprendido.
—¿Eso es... una cita?
—No te emociones. Solo sería conveniente tener a alguien que cargue las bolsas.
—Oye, oye, si es una cita, dilo con todas las letras.
Clara giró sobre sus talones.
—Tienes hasta el final del día. Si no lo logras, olvídate de la oferta.
Matthew la observó salir con una sonrisa en el rostro.
—Oh, querida Clara, no tienes idea de lo motivado que estoy ahora.
Y con eso, volvió al trabajo, decidido a hacer lo que fuera necesario para ganar esa pequeña apuesta.
Matthew estaba cubierto de grasa hasta los codos, con una camiseta que alguna vez fue blanca, pero que ahora parecía haber sobrevivido a una guerra. Había pasado horas peleando con la carroza fúnebre, asegurándose de que cada pieza encajara, cada cable estuviera en su lugar, y cada maldito tornillo estuviera bien apretado.
Pero el condenado motor no quería encender.
Intentó una vez más. Giró la llave con la esperanza de escuchar el rugido victorioso del motor. En su lugar, obtuvo un clic seco y un silencio sepulcral.
—¡Maldita sea! —soltó, tirando la llave sobre el asiento y pasándose la mano por el cabello, dejando un rastro de grasa en él.
El sol ya se estaba ocultando, y él sabía lo que eso significaba. Se suponía que debía haber tenido esta maldita cosa lista para el final del día, pero el tiempo le había ganado.
Y, por ende, había perdido la apuesta con Clara.
Se dejó caer en un viejo taburete del garaje, limpiándose la cara con un trapo (lo que solo empeoró su aspecto) y suspiró derrotado.
—Dios, esto es humillante...
Y justo cuando pensaba que no podía sentirse peor, escuchó pasos acercándose.
—Ohhh, vaya, vaya... —canturreó una voz conocida.
Matthew cerró los ojos con cansancio.
—Dime que es un fantasma y no Jude Rosenberg.
—Lamentablemente para ti, soy muy real
—dijo el chico, apoyándose en la entrada del garaje con una sonrisa burlona—. ¿Y qué tenemos aquí? ¿Acaso el gran Matthew Tucker no logró cumplir su gran desafío?
—Cállate, niño.
Jude entró al garaje con las manos en los bolsillos y observó la escena. El auto seguía sin moverse, Matthew parecía haber pasado por una trituradora de aceite de motor, y la expresión en su cara era de alguien que había perdido más que una apuesta.
—¿Sabes qué es lo mejor de todo esto? —preguntó Jude con una sonrisa malvada—. No tengo que hacer nada. Estás derrotado solo.
—Gracias, chico. Me encanta la motivación.
Antes de que Matthew pudiera ahorcar a Jude con sus propias manos, otro par de pasos se escucharon en la entrada del garaje.
Clara.
Venía con su típica expresión de calma, pero Matthew notó el brillo de diversión en sus ojos. Y eso le dio una punzada en el estómago.
—Entonces... —dijo ella, cruzándose de brazos—. ¿Terminaste?
Matthew suspiró y se dejó caer contra el capó del auto.
—No. La carroza fúnebre me ganó. Puedes escribirlo en mi lápida.
Jude soltó una carcajada.
—¡Ja! Me encanta esto.
Matthew le lanzó un trapo grasiento, que Jude esquivó con habilidad.
Clara caminó hasta quedar frente a Matthew, observándolo con una mezcla de burla y algo más que él no supo descifrar.
—Bueno, según la apuesta, eso significa que no me acompañarás a la tienda de discos —dijo ella con tono neutral.
Matthew sintió que su estómago se hundía un poco.
—Sí... supongo que no.
Jude miró a su hermana y arqueó una ceja.
—¿Y tú realmente quieres ir sola?
Clara se quedó en silencio un momento. Luego, sin cambiar su expresión, giró sobre sus talones y comenzó a caminar hacia la salida del garaje.
Pero antes de cruzar la puerta, se detuvo.
—Nos vemos el sábado, Matthew.
Matthew parpadeó.
—Espera... ¿qué?
Ella se giró levemente para mirarlo de reojo.
—Voy a la tienda de discos contigo, aunque hayas perdido.
Jude soltó un silbido.
—Ooooh...
Matthew sintió una chispa de triunfo dentro de su pecho, a pesar de que técnicamente había fallado en su misión.
—¿Y eso no cuenta como premio de consolación? —preguntó, tratando de sonar relajado.
Clara se encogió de hombros.
—No. Es porque yo quiero.
Matthew la observó salir del garaje y sintió que, por primera vez en mucho tiempo, la suerte estaba de su lado.
Jude lo miró con una sonrisa burlona.
—¿Sabes qué significa eso, verdad?
—¿Qué?
—Que tienes algo que ni siquiera el maldito auto pudo conseguir.
Matthew arqueó una ceja.
—¿Y eso sería...?
Jude le dio una palmada en la espalda con una sonrisa de suficiencia.
—El interés de mi hermana.
Matthew se quedó viéndolo por un momento, luego miró hacia la puerta por donde Clara había salido.
Sonrió, realmente le gustaba esta chica.
ˑ ִ ֗ 𓏲 💿 𓄹 ࣪ ˖ 𓂃
Matthew pedaleaba por las calles de Solstice City con una satisfacción difícil de disimular. El aire nocturno le enfriaba la cara, pero nada podía apagar el fuego de su orgullo. No todos los días lograba algo realmente bueno sin que terminara en desastre.
Había ganado la apuesta. Había conseguido el trabajo. Y, lo más impresionante de todo, Clara Rosenberg no lo odiaba del todo.
Se moría por restregarle esto a alguien.
Cuando dobló por una callejuela de su vecindario, lo vio.
Otis estaba recargado contra una pared de ladrillo descascarado, con un cigarro colgando de sus labios y las manos en los bolsillos de su chaqueta gastada. Su postura era la misma de siempre: relajada, con ese aire de superioridad que le hacía parecer que controlaba todo.
Matthew frenó en seco, derrapando un poco con la bicicleta.
—¡Otis, hermano! —exclamó, con una sonrisa burlona.
Otis levantó la mirada y soltó una bocanada de humo antes de esbozar una media sonrisa.
—Mira nada más quién viene aquí, con cara de haber encontrado un maletín lleno de billetes. ¿Qué pasa, Matt? ¿Finalmente te volviste rico?
Matthew apoyó un pie en el suelo y cruzó los brazos sobre el manillar.
—Algo mejor, conseguí un trabajo.
Otis arqueó una ceja, claramente desconcertado.
—¿Trabajo? —repitió, como si la palabra le resultara extraña en la boca—. ¿Desde cuándo te interesa trabajar?
—Desde que me contrataron en la funeraria Rosenberg.
Otis se quedó en silencio un momento, estudiándolo con expresión impasible, antes de soltar una carcajada seca.
—¿Tú? ¿En la funeraria de Clara Rosenberg?
Matthew solo sonrió de lado.
—Sí, hermano. Ahora soy un ciudadano decente.
Otis negó con la cabeza y le dio una calada a su cigarro antes de soltar el humo con una expresión entre burla y lástima.
—No me jodas, Matt. ¿Me estás diciendo que ahora te dedicas a conducir carros fúnebres y a enterrar muertos en vez de hacer dinero de verdad?
Matthew sintió una punzada de irritación en el pecho, pero se obligó a mantener la calma.
—Mira, hombre, no necesito más mierdas turbias. Este trabajo es legítimo.
Otis suspiró y sacó algo del bolsillo de su chaqueta: una pequeña bolsita con hierba. La agitó en el aire con familiaridad.
—No digas tonterías, Tuck. Escucha, tengo un trato que te va a interesar. Conseguí un nuevo proveedor y necesito a alguien que se encargue de distribuir esto por el barrio. Fácil, rápido y sin riesgos. Como en los viejos tiempos.
Matthew sintió cómo su cuerpo se ponía tenso.
En otro momento, habría aceptado sin pensarlo. Era dinero seguro, dinero fácil. Y lo fácil siempre había sido lo suyo. Pero esta vez… esta vez era distinto.
—No puedo, Otis.
El otro chico frunció el ceño, como si no hubiera escuchado bien.
—¿Qué dijiste?
Matthew exhaló, frotándose la nuca.
—Que no puedo.
—¿Desde cuándo "no puedes"? —Otis dejó caer su cigarro al suelo y lo aplastó con el pie—. Matt, esto es lo que hacemos. Siempre lo hemos hecho. ¿Qué carajo te pasó?
Matthew apretó la mandíbula.
—Me contrataron para hacer algo decente. No voy a joderlo.
Otis se cruzó de brazos, con una mirada afilada.
—No me digas que esto es por ella.
El estómago de Matthew se revolvió.
—No tiene nada que ver con Clara.
—¡Ja! No me hagas reír. Claro que tiene que ver con ella. ¿Qué, ahora crees que puedes convertirte en un hombre de bien solo porque la princesita Rosenberg te lanzó un hueso?
Matthew sintió cómo la rabia burbujeaba en su pecho.
—No sabes de lo que hablas.
—Oh, vamos, Matt —Otis bufó—. ¿De verdad piensas que una chica como ella va a tomarte en serio? Viene de otro mundo. Tú eres solo… tú.
Matthew sintió que algo dentro de él se quebraba.
—Tienes razón —dijo con un tono más grave de lo que esperaba—. Soy yo. Y aún así, ella me consiguió este trabajo. Porque vio algo en mí que tú nunca has visto.
Otis entrecerró los ojos.
—No me digas que te creíste esa mierda de que puedes cambiar.
Matthew soltó un suspiro y montó su bicicleta.
—Míralo como quieras, hermano. Pero esta vez, no voy a hacer lo que tú digas.
Otis sacudió la cabeza con incredulidad.
—Te vas a dar cuenta de que este mundo no es para ti, Matt. Y cuando eso pase, adivina qué… yo seguiré aquí.
Matthew lo miró una última vez antes de pedalear calle abajo.
Por primera vez en su vida, había dicho no.
Por otro lado, Clara apenas había tenido tiempo de respirar desde que Matthew se marchó de la funeraria. Su cabeza todavía estaba llena de imágenes del chico en su primer día de trabajo, sus comentarios descarados, la forma en que intentó coquetear con ella con una mezcla de torpeza y seguridad que la descolocaba. Y ahora, tenía que enfrentar otra situación que podría ser igual de agotadora: explicarle todo a Daisy.
Apenas la escuchó llegar en su bicicleta, Clara fue a abrir la puerta de la casa. Daisy estaba ahí, con una bolsa llena de dulces y una sonrisa de suficiencia.
—Espero que hayas conseguido algo bueno —dijo Clara, tomando la bolsa.
—Obvio, traigo todo lo necesario para una noche de pijamada y despotricar contra la existencia masculina —respondió Daisy, quitándose la chaqueta vaquera y colgándola en la percha de la entrada.
—No vamos a despotricar —murmuró Clara, cerrando la puerta.
—Ajá, sí, claro. —Daisy la miró de reojo—. Hay algo en tu cara, Rosenberg. Algo sospechoso. Como si estuvieras a punto de soltar una bomba.
—Exageras.
—Siempre tengo razón en estas cosas. Te conozco.
Subieron a la habitación de Clara, donde Holly, su gata, dormía plácidamente en la cama. Daisy se tiró sobre el colchón, haciendo que la gata maullara con indignación.
—Dime que tenemos algo para escuchar —dijo Daisy, mientras sacaba chicles de su bolsillo.
—Puedo poner un casete de Fleetwood Mac —sugirió Clara.
—Perfecto. Y ahora dime qué demonios hiciste hoy que tienes esa cara de “he cometido un error irreversible”.
Clara bufó, pero en el fondo sabía que no podía escapar de la conversación. Con un suspiro, puso el casete en su radio, presionó play y se dejó caer en la cama junto a Daisy.
—Está bien, pero prométeme que no vas a gritar.
—Depende.
—Daisy...
—¡Está bien, está bien! No gritaré. Ahora escupe el chisme.
Clara tomó una almohada y la abrazó, preparándose mentalmente para la reacción de su amiga.
—Matthew Tucker consiguió un trabajo en la funeraria.
Hubo un segundo de silencio en el que Daisy simplemente parpadeó.
—¿Qué?
—Eso. Matthew. Trabajo. Funeraria.
Daisy se sentó de golpe, mirándola como si hubiera dicho que había adoptado un cocodrilo.
—¡Espera, espera, espera! ¿Cómo demonios pasó eso?
—Bueno... él me lo pidió.
Daisy la miró fijamente antes de reír sin ganas.
—¿Tucker? ¿El mismo que una vez intentó venderle cigarrillos a una monja? ¿El mismo que casi incendia el gimnasio de la escuela con un petardo?
—Sí... ese Matthew.
Daisy se llevó las manos a la cabeza como si intentara procesar la información.
—¿Por qué aceptaste?
—No lo sé, creo que me convenció... Se lo tomó en serio, al menos al final.
—¿Al final?
—Bueno, empezó siendo un desastre. Me entregó un currículum con cosas como “puedo prender autos sin llaves” y “soy un galán”, pero mi mamá lo encontró gracioso y lo entrevistó. Y al final, lo contrató.
Daisy dejó caer la cabeza contra la almohada y suspiró.
—Clara, ¿tienes idea de lo que has hecho? Ahora tendrás a Tucker en tu espacio. En tu vida.
—No es tan malo.
—No, no lo es... es peor. —Daisy la miró con severidad—. Clara, ese chico es un caos con piernas. Su pasatiempo favorito es meterse en problemas. Sin contar su historial con las chicas...
—Lo sé. Pero también sé que él quiere cambiar.
Daisy levantó una ceja.
—¿Quieres que lo crea de verdad?
—No sé... solo... lo vi esforzarse hoy. Hizo su trabajo sin quejarse tanto y... dijo que quería demostrar que es más que un criminal en potencia.
Daisy la observó con una expresión que mezclaba escepticismo y algo de ternura.
—Clara...
—¿Qué?
—Te gusta.
Clara sintió que su cara se encendía.
—¡No digas estupideces!
—Dios, es tan obvio —Daisy rió—. Mira cómo te pones. Dices que solo le diste una oportunidad, pero mírate, estás hablando de él como si fuera algún tipo de proyecto de mejora personal. Como si fueras su hada madrina.
—No exageres.
—No lo hago. Solo digo que... cuidado. Tucker no es un tipo sencillo. No quiero verte lastimada por él.
Clara bajó la mirada, jugando con el borde de su almohada.
—No estoy diciendo que me guste. Solo... me intriga.
Daisy rodó los ojos con una sonrisa divertida.
—Claro, claro. Bueno, ya que tu vida amorosa se ha vuelto más interesante que la mía, al menos espero que no abandones nuestra pijamada por Tucker.
—Ni loca —respondió Clara, dándole un empujón con la almohada.
—Bien, porque ahora vamos a comer tantas golosinas que vamos a tener un colapso de azúcar.
Daisy sacó las barras de chocolate y las bolsas de caramelos que había traído. Pronto, estaban viendo una película de terror en la pequeña televisión de Clara, comentando cada escena con bromas y gritos exagerados. Holly saltó de la cama en cuanto empezaron a reír demasiado fuerte, molesta por la falta de tranquilidad.
A pesar de todo, Clara se sintió relajada. Era bueno estar con Daisy, sintiendo que todo seguía igual, incluso cuando su vida parecía haber dado un giro inesperado con la llegada de Matthew. Pero, en el fondo, sabía que las cosas no serían tan simples.
Porque por primera vez en mucho tiempo, alguien había logrado sacudir su mundo cuidadosamente construido.
Y ese alguien era Matthew Tucker Ramos.
¡otro capitulo pedorro! Me encanta fingir que esta novela es buena, por eso sigo publicando jiji.
▬▬▬▬PEQUEÑO GRÁFICO DEL CAPITULO
⋆ ❱ DEDICATORIAS ! 𐙚
folbooks sassenxch drearygwen -twilxght arixpeves -Coldnight wildmound nwgthlover
Y cualquiera que lea mi caca Jaja uwu
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top