Lo que éramos - Capítulo 2
Así que sus clases se acabaron, Giovanni escoltó a su mejor amiga al edificio de la biblioteca en persona. A estas horas estaba lloviendo y el aire era bastante frío afuera. Que él la estuviera llevando ahí en vez de irse a su casa de una vez por todas hablaba bastante bien sobre su carácter y lo considerado que era.
Aurora reconocía su bondad y por eso mismo lo abrazó con ganas antes de que se despidieran.
—Llámame si es que algo sale mal —él exigió, al apartarse—. Llora y grítame por teléfono, pero no hagas nada estúpido.
—Estaré bien —Ella le sonrió con una de sus típicas sonrisas falsas, cuyo brillo no llegaba a sus ojos—. Gracias, Gio.
—Cuídate, Rory. Chao.
—Chao.
El muchacho se fue y ella respiró hondo, tomando coraje para entrar a la biblioteca. Sacudió la cabeza, su cuerpo, e intentó deshacerse físicamente de sus miedos. Luego, comenzó a caminar. Pasó por el escritorio de la bibliotecaria —la señora Suzana—, le dijo hola, se dirigió a las escaleras y subió al segundo piso, a la sección de historia nacional. Alexandra ya estaba ahí, sentada en una mesa cercana a la ventana, revisando su celular.
—Hola — Aurora anunció su presencia con un tono neutro, casi severo.
—Hola —la atleta le respondió con una disposición opuesta, inclinada más al asombro y al alivio. Había pensado, por un momento, que ella no cumpliría con su palabra y que la dejaría plantada—. Oye...
—¿Hm?
—Reconsideré lo que discutimos en clase. Creo que es mejor si hablamos sobre Dickinson. Así que... —Alexandra bloqueó su teléfono y apuntó a los tres libros que tenía a su frente—. Agarré estas dos biografías y uno de sus poemarios para que lo estudiemos.
—Pero Goethe...
—Escuché que la Karina y el Daniel ya lo eligieron. Por eso cambié de opinión.
—Ah.
—Además, no mucha gente la conoce por aquí... Creo que sería interesante hablar sobre ella.
—Okay. Por mí todo bien —La artista se sentó en la silla contraria a su nemesis. Dejó su mochila sobre la mesa y se puso a sacar su cuaderno, para ver exactamente qué su profesor les había pedido incluir en el ensayo.
Mientras lo hacía, uno de los libros que andaba leyendo ahora, llamado "The Last Day Of Autumn" —o "El Último Día de Otoño"—, se deslizó afuera por accidente. Al verlo, el rostro de Alexandra se iluminó.
—¿También lees a Alaister Marwood?
—Ya te he dicho que leo muchas cosas.
—¿Y cuál es tu libro favorito?
Aurora abrió la boca para darle una respuesta hiriente, pero al recordar lo que había pasado en el baño, no pudo. Así que respiró hondo, metió el libro dentro de su mochila de nuevo y contestó:
—"The Shriek of the Shrike"... o como le decimos en español, "El Chillido del Alcaudón". Su idea de usar a esos pájaros como una metáfora para personas abusadoras, que usan a los demás para protegerse y aumentar su poder fue genial. O sea, los alcaudones empalan a insectos en espinas para marcar su territorio, preservar su comida y para probar que son más fuertes que los demás de su especie... —Ella paró de hablar de golpe, así que recordó a quién le pertenecía los ojos verdes mirándola desde el otro lado de la mesa—. Y ya te aburrí...
—No, no, para nada. Me encantan los libros de Alaister. Amo su manera de ver al mundo. Es muy fatídico, cierto... pero lo amo.
—Yo no diría que es fatídico. Diría que es realista.
—Claro que lo harías. Eres igual a él.
—¿Perdón?
—Es broma... —Alex aclaró—. Bueno, no del todo. Eres muy fatídica. Tengo que ser sincera.
—¿Y por qué carajos crees que lo soy?
—Ya lo sé, porque fui una perra contigo... —Su entonación se transformó de casual a arrepentida—. Así como lo fueron todos en el Liceo San Martín.
—Al menos lo admites —Aurora miró a su cuaderno.
—Lo hago —la otra chica contestó con sinceridad, haciéndola levantar su mirada de nuevo—. Creo que fui demasiado bruta contigo cuando me senté a tu lado en clase, pero no retiro lo que dije... De verdad lo siento.
—Explícate entonces —la artista demandó—. Dices que lo sientes, pero, ¿por qué lo hiciste? ¿Por qué me trataste como basura? ¿Cuál fue el punto?...
Alexandra suspiró. Cerró los ojos por un segundo. Toda su liviandad y buen humor se esfumó.
—Nada de lo que te llamé en esos años es cierto. Partamos por eso —Cruzó los brazos—. Yo solo proyecté mis propias inseguridades sobre ti porque era más fácil que reconocer que las tenía —Respiró hondo—. Insultarte era mejor que odiarme a mi misma. Además... yo estaba teniendo algunos problemas en casa y humillarte era una manera que tenía de redirigir todo el estrés que sentía a diario. No era correcto, ni nunca lo será... pero por eso hice lo que hice. Y no te culpo por odiarme. Yo también me odiaría si estuviera en tu lugar.
Aurora cerró su cuaderno.
—Mi odio no es exclusivo hacia ti. Yo odio al mundo. Todo aquí es una mierda.
—¿Ves?... Fatídica —la atleta bromeó de nuevo y de esa vez, logró su cometido.
Las esquinas de la boca de la artista subieron.
—Okay... ¿Podemos comenzar nuestro trabajo de una vez? —La morena dio por finalizada la conversación, por reconocer que aún no estaba del todo lista para tenerla.
Alexandra entendió su pedido, por suerte. Y lo acató.
—Claro... ¿Por dónde comenzamos? ¿Biografía o por sus obras?
—Biografía.
—De acuerdo —Agarró el libro y lo abrió, con un suspiro largo—. Aquí vamos... Dickinson nació en Amherst, Massachusetts, el 10 de diciembre de 1830...
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Al llegar a casa, Aurora le escribió un mensaje a Giovanni, explicándole todo lo que había sucedido en la biblioteca y notificándole del milagro del día: ambas sí habían logrado trabajar con eficiencia y rapidez, pese a la tensión que todavía existía en el aire a su alrededor. La mitad de su ensayo ya estaba hecho y tan solo se demoraron dos horas en elaborar la primera parte del mismo.
—Con razón está lloviendo con tanta fuerza —Él le mandó un audio—. ¿Las dos? ¿Llevándose bien? El cielo se va a caer...
La artista miró afuera. Rayos furiosos iluminaban el cielo en la distancia.
—Creo que van a suspender las clases mañana —le respondió, luego de presionar el botón del micrófono—. Las calles de mi barrio están anegadas y dudo que la del colegio esté mucho mejor. ¿Nos juntamos?
—¿Está lloviendo a cántaros y te quieres juntar?
—Mis padres no están en casa, ¿se te olvida? Están de viaje. Como siempre. Ven aquí y vemos películas todo el día. Tengo todo un stock de palomitas en la cocina. Incluyendo esas de queso asquerosas que tanto te gustan.
—Me encantaría, pero tengo que preguntarle a mi vieja si me deja. Aunque creo que ya estás planeado cosas por adelantado. Total ni sabemos si realmente van a cancelar las clases...
—Estoy viendo las noticias ahora, Gio. Y el alcalde acaba de cancelarlas. ¿Quieres venir o no?
—Ya te dije, le tengo que preguntar a mi vieja. Por mi ya estaría ahí, haciéndote compañía junto a Manchas.
Algunos minutos pasaron. Giovanni le mandó otro audio:
—¿La mala noticia? No me dejaron salir. ¿La buena? Puedes invitar a Alex, ahora que se volvieron compas...
—Ja. Ja. Ja. Pero que chistoso eres —ella respondió con un tono sarcástico y ácido—. Bueno, entiendo a tu mamá. Está lloviendo tanto que estoy pensando en armar un arca a lo Noé.
—¡HOLA AURORAAAA! —Giovanni le mandó un audio de su madre, así que la joven le envió el suyo—. Sé que estoy siendo una aguafiestas cariño, pero juro que es por una buena razón. Está lloviendo demasiado y Gio se está resfriando...
—Estoy bien.
—Bien mal, ¿quieres decir? —la señora lo cortó—. En fin, eres más que invitada a pasar el fin de semana aquí, cuando la tormenta pase... Aprovecha y trae a Manchas si quieres. Es imposible no amar a ese perro.
Aurora se rio. Apretó el botón para grabar de nuevo.
—Acepto la invitación, tía... Por ahora. Veamos cómo sigue el clima. Tengan los dos una buena noche y manden un saludo al tío Juan —ella mencionó al padre de Giovanni.
Y con eso, su celular se descargó. Con un suspiro molesto, ella lo puso a cargar en su mesa de noche y fue a dar un paseo por su casa vacía. Se preparó palomitas dulces, porque no tenía ganas de cenar, y aprovechó que sus padres no estaban en casa para hacer lo mismo que le había propuesto a su mejor amigo: ver películas. En algún momento, decidió ver series también, y terminó eligiendo Dickinson. Ya la había terminado, pero repetir los episodios no le dolería.
Eventualmente el cansancio, el aire frío, la calidez de su perro acostado contra su pierna y su estómago lleno la volvieron somnolienta. Y antes de lo anticipado, se quedó dormida.
Al despertar, ya era de día. Aún llovía, pero el viento ya no era tan fuerte como en la noche anterior. Con un bostezo, ella estiró sus brazos y miró alrededor, buscando a Manchas. Lo encontró de pie, devorando su comida, con tanto desespero que llegaba a empujar su pote de plástico por el suelo. Corriendo la mano por su cabello enmarañado, la joven le hizo cariño mientras pasaba por él y se metía a su habitación, a recoger su celular. Giovanni le había mandado un par de notas de audio ayer, deseándole buenas noches, y otros por la mañana, diciéndole que en efecto se había resfriado.
Ella le respondió:
—Cuídate y descansa. Tómate un té, ibuprofeno, y mantente calentito. No puedes morir antes que yo.
Al minuto, él le había contestado:
—¿Y por acaso te di permiso de morir?
—Todos vamos a morir algún día.
—Yo no. Voy a vivir para siempre convirtiéndome en un vampiro millonario.
—O sea, ya estás a mitad de camino. Eres tan pálido que llegas a brillar. A lo mejor te vuelves un Cullen.
—Eres una maldita.
—Nunca te dije que no lo era.
Aurora se rio de su propio comentario. Salió de su chat y revisó otro, el de su madre. La señora Reyes le había dicho por audio que le había depositado dinero en la cuenta para que se fuera de compras lo más pronto posible.
—Oímos por aquí que se viene una tormenta muy grande, cariño. Trata de comprar comida que puedas preparar sin energía eléctrica, además de velas, linternas, y todo lo que pienses sea necesario para aguantarla. Mantenme informada en caso de cualquier emergencia. Tu papá te manda un beso y tus abuelos también.
—Hola mamá... Me ducho y después me voy al súper. Te voy a mantener al tanto si algo pasa... ¿Cómo están los abuelos?
Algunos minutos se pasaron, y la respuesta vino:
—Postrados, pero su salud dentro de todo está mejor. Ya están comiendo de nuevo, lo que es excelente. Vamos a quedarnos por aquí hasta que el sistema frontal pase y la nueva cuidadora llegue.
—Okis... Eso me pone más tranquila. Avísame cualquier cosa.
—Lo haré, cariño.
Al terminar de hablarle, Aurora se fue a su armario, recogió una ropa apta para salir a la calle y se fue a duchar.
Jeans viejos, botines de cuero reparados con cinta adhesiva, sudadera manchada con salsa barbecue, chaqueta cortavientos tan colorida que parecía una caja de froot loops y una gorra con visera de un concierto de rock que había ido con Giovanni —y del que ni lograba recordar por estar ilegalmente ebria—, más una mochila vacía; este era su fantástico outfit del día, que con nada combinaba, pero al menos la hacía sentirse cómoda.
Ya vestida, caminó a su porche y agarró su bicicleta. Luego de cerrar todas las puertas y ventanas de su casa para que su perro no se escapara, ella se subió al asiento de la misma y pedaleó bajo la lluvia hacia el supermercado más cercano.
Para llegar a él debía pasar sobre un puente viejísimo, que en días normales era muy poco utilizado. Los automóviles preferían manejar unas cuadras más abajo y cruzar un puente más nuevo, grande e imponente. Este, ya considerado una reliquia de los tiempos dorados del suburbio, era más amado por ciclistas y peatones locales. Aquel día no había nadie por allí, solo Aurora. Lo estaba cruzando a una velocidad bastante lenta, queriendo evitar accidentes innecesarios, cuando escuchó gritos furiosos viniendo de las márgenes abajo. Una pareja estaba discutiendo y por el volumen de sus voces, la cosa estaba a punto de ponerse violenta.
Sin pensarlo, ella frenó. Su sentido común le decía que si no era su asunto mejor se quedaba fuera de él, pero su moral la impidió de seguir adelante. Decidió escuchar el resto de la discusión antes de intervenir, eso sí:
—¡¿POR QUÉ TE CUESTA TANTO ENTENDERLO ÁLVARO?! ¡NO TENGO A NADIE MÁS! ¡NO HAY AMANTE ALGUNO! ¡NUNCA TE ENGAÑÉ!... ¡SIMPLEMENTE YA NO TE QUIERO! ¡Y NO PUEDO CAMBIAR ESO!
—¡ESTÁS CONFUNDIDA!...
—¡NO ME DIGAS ESA MIERDA, PORQUE SABES QUE NO ES CIERTO!
—¡¿MUJERES, ALEX?! ¡¿POR ESO ME VAS A CAMBIAR?!
—¡¿CREES QUE TENGO ALGUNA OPCIÓN?! ¡YO NO ELEGÍ NACER ASÍ!
—¡ESO ES UNA MENTIRA, ALGUIEN TE DEBE HABER INFLUENCIADO!...
La disputa siguió aumentando sus niveles de agresión. Pese a su asombro por lo que escuchaba, y pese a saber muy bien a quiénes dichas voces les pertenecían, Aurora decidió actuar rápido, antes de que algo peor pasara. Se dio la vuelta con su bicicleta y pedaleó hacia debajo del puente, en dirección a la pareja.
—¡Oye, Alex! —Al oír su voz, el rostro molesto de la atleta se cubrió con una mezcla de alivio y sorpresa por su aparición milagrosa—. ¿Estás bien? ¿Este tonto te está molestando?
—¡¿De verdad la llamaste aquí?!...
—¡¿CÓMO CARAJOS SE SUPONE QUE LA LLAMÉ AQUÍ?! ¡HE ESTADO HABLANDO CONTIGO TODO ESTE PUTO TIEMPO!...
Álvaro dio un paso adelante y por un segundo, parecía que le iba a pegar a Alexandra. Pero Aurora soltó su bicicleta y se metió entre ambos, haciéndolo retroceder con su mirada furiosa.
—Vete de aquí.
—¡¿Y tú quién eres?!...
—¿Qué huevos quieres que te rompa primero, el izquierdo o el derecho? Porque si me sigues hablando así, saldrás de aquí sin uno —Aurora lo interrumpió y defendió su postura al dar otro paso adelante como retaliación—. Vete.
El joven hizo una mueca molesta y, al percibir que no podría salirse con la suya, pateó el suelo como un niño maleducado. Se puso el gorro de la sudadera sobre la cabeza y salió corriendo en dirección a su vecindario entre las gruesas y resplandecientes cortinas de lluvia.
—¿Estás demente? — Alexandra, con cierta dificultad para respirar, la reprochó—. ¡Él te podría haber roto en dos!
—Soy cinturón naranja en Judo. Que lo intente —Aurora afirmó con extrema casualidad, recogiendo su bici del suelo.
Sus padres la habían metido a estudiar este particular estilo de arte marcial así que ella cambió de colegio, para que pudiera protegerse en caso de cualquier nueva agresión, y también para que pudiera recuperar parte de su autoestima. La idea solo fue parcialmente fructífera.
—No tenía idea que eres atleta...
—No lo soy —ella respondió—. Paré de estudiar Judo hace un año, pero me quedé con el conocimiento. Ahora dime, ¿dónde vives?
—¿Qué?...
—Te voy a llevar a casa —Aurora hizo sonar la campana de su bicicleta—. Al menos que quieras volver allá corriendo, bajo esta tempestad horrenda, y quedarte toda sopeada...
—No... ¿Por qué estás ofreciendo llevarme de vuelta?
—¿Porque puedo? —ella dijo con un tono desinteresado.
—Huh...
—Mira, no necesitas convertir esto en un gran gesto. Solo te hago un favor. Pero si no quieres...
—Yo... —Alexandra la cortó y suspiró. Miró al río. Luego a Aurora—. De veras te agradezco... pero... la verdad es que no quiero volver a mi casa ahora. Mis padres se están peleando de nuevo y después de la discusión que tuve con Álvaro, tengo cero ganas de estar allá.
—¿Y no quieres que te lleve a la casa de alguna de tus amigas entonces?
—Todas reclamarán porque ya no estoy más con él, así que no... no quiero ver a nadie. Solo... vete. Te agradezco, pero... sí. Vete.
La artista respiró hondo. El viento golpeó su cuerpo y sacudió los mechones de cabello que se salían de su gorra. El aire era gélido y la lluvia estaba empeorando aún más. Ella podía detestar a la otra joven, pero no era inhumana. Abandonarla en una situación así no le parecía correcto. Aún más notando lo triste, enojada, y genuinamente derrotada que se veía.
—Mira, sé que no es de mi incumbencia, pero no te puedo dejar aquí. Es demasiado peligroso. Habrá una tormenta eléctrica hoy y la ciudad entera quedará intransitable. Mira al río. Las aguas ya están subiendo. Pronto te vas a quedar atascada aquí abajo y no tendrás cómo salir.
—Tal vez eso sea algo bueno.
—Por favor. Hay mejores maneras de morir que siendo arrastrada por un río —dijo en tono de burla, sin llevar las palabras de la muchacha a serio—. Si no quieres volver a casa, ni quieres irte a visitar a nadie... entonces ven conmigo al súper. No necesitamos hablar, ni fingir ser amigas, pero al menos estarás fuera de aquí, en un lugar seguro y más seco.
La atleta corrió su lengua por el interior de su mejilla y frunció un poco el ceño, como si estuviera contemplando la oferta.
—¿No me vas a matar y despedazar mi cuerpo con un hacha, cierto?
—Podría hacerlo ahora y nadie se enteraría, pero ¿me ves sosteniendo una?
Alexandra se rio y sacudió la cabeza.
—No, no lo hago.
—Entonces estás a salvo conmigo. Ahora ven... —Aurora se acomodó sobre su asiento de nuevo—. Sube fracasada, iremos de compras.
—¿De verdad acabas de hacer una referencia a Chicas Pesadas?
—Es mi deber, voy a estar sirviendo de chofer para la mismísima Regina George.
—¡Yo no soy Regina George! —Alexandra se le acercó.
—¿Me jodes? Andas siempre de rosado y tus padres son ricos. Además, te volviste una deportista semi-agradable después de años siendo una perra...
—¡Hey!
—¿Miento? —Aurora sonrió antes de que su cerebro pudiera registrar que lo hacía.
Al ver su expresión relajada, Alex se asombró.
—No... no lo haces —Enseguida se sentó en el portabultos detrás de ella, y trató de averiguar de dónde se podía sujetar, en vano—. ¿Puedo?...
—¿Qué?
—¿Agarrarme de tu hombro? Siento que me voy a caer.
—Adelante. Mientras no te caigas ni me ahorques, haz lo que te plazca.
Alexandra soltó un exhalo nervioso. Puso su palma sombre el abrigo de la muchacha. Se aferró a ella con fuerza mientras comenzaban a moverse. Aurora pedaleó de vuelta al puente, lo cruzó, y sin decirle más nada las llevó al supermercado.
Al llegar, luego de serpentear por algunas calles y veredas, la artista encadenó su bicicleta a un poste y caminó adentro, agarrando un carrito antes de comenzar su expedición por los enormes pasillos de la tienda. La otra joven la siguió con pasos rápidos, aún sorprendida por su cambio de disposición y de actitud.
—¿Y qué vas a comprar?
—Jamón, queso, pan, gaseosas, papas fritas... Todo lo que pueda comer si me llego a quedar sin energía en mi casa. Ah, y la comida de mi perro. Que come como si tuviera un agujero negro por estómago.
—¿Cómo se llama?
—Manchas.
—¿Y su raza?
—Es un quiltro*, pero luce como un golden retriever —Aurora caminó hacia el sector de mascotas. Recogió una bolsa pequeña de alimentos, sabor carne, la medió al carro y continuó caminando hasta llegar a otro pasillo, el de panes.
—¿No tienes fotos de él?
"Paciencia." La artista se dijo en su cabeza. "Tenle paciencia."
Sacó su celular del bolsillo de mala gana y buscó una de las centenas de imágenes del viejo baboso. Con una sonrisa de esquina, pequeña y algo molesta, se la enseñó a Alexandra.
—Ay... ¡Es una bola de pelos! ¡Y es adorable!
—En eso concordamos —Volvió a bloquear la pantalla—. Es un amor. Pero ya está viejito... y siento que a cualquier minuto me abandona.
—¿Y quieres adoptar a otro?
"No planeo estar aquí por mucho tiempo." Pensó, pero decidió no contestar.
—No creo que lo haga, no —Fue su respuesta genérica, ya bastante reutilizada, que solía funcionar con toda la gente que conocía.
—¿Y por qué no?
—Porque no quiero reemplazarlo.
—Pero no lo estarías reemplazando, solo ayudando a un animalito más...
—Tal vez —Aurora se encogió de hombros y siguió caminando—. Pero en todo caso, no sería una buena idea. Yo me iré de casa así que el colegio acabe y mis padres están siempre de viaje... Si adopto a un perro nuevo, el pobre se quedaría solo todo el día, porque nadie estaría ahí para cuidarlo.
—Espera, ¿te vas? ¿A dónde?
"Al cementerio." Le respondió en su mente, de nuevo.
—Al instituto técnico Gentileschi, si me toca la buena suerte.
—¿Y qué quieres estudiar?
—Bellas artes.
—¿Pintas?
—Y hago esculturas.
—¡Ah, verdad!... Se me olvida que ya vi algunas de ellas en las exposiciones del colegio. Tú hiciste ese busto del David usando lentes de sol, ¿no?
—Sí, fui yo —Aurora sonrió otra vez, pero ahora con menos irritación—. Me sorprende que sepas eso.
—Bueno, me gustó la obra. Es creativa y se ve genial. ¿Cuánto tiempo te demoraste en hacerla, en todo caso?
—Como una semana.
—¿Solo eso?
—Sí.
—¿Y te quedó así de bien?
—No me quedó tan bien... —La chica hizo una mueca incrédula—. Tengo esculturas mejores que esa.
—Me jodes.
—No, hablo en serio.
—Pues muéstrame fotos, si es que tienes. Quiero pruebas.
La artista, por alguna razón, le hizo caso. Le mostró una escultura de una ninfa que había hecho la semana anterior, usando arcilla, que milagrosamente le había terminado gustando.
—Siento que el David te quedó tan bueno como esto.
—Si te gustó tanto ese busto te lo regalo.
—¿Qué?
—Se va a ir a la basura pronto de todas formas, te lo puedes quedar.
—¿Cómo así? ¿Por qué lo vas a tirar?
—Porque mi habitación está llena de esculturas viejas y mal hechas, y yo necesito más espacio para guardar las nuevas.
—Pues yo encuentro que eso es una estupidez. ¿Si te deshaces de todo lo viejo, como vas a comparar tu progreso?
—¿Y para qué querría yo comparar mi progreso?
—¿No que eso hacen los artistas?
—Sí, los que tienen sueños de grandeza. Yo solo fluyo. No necesito mirar al pasado para saber si estoy haciendo un buen trabajo en el presente.
—Sé que no necesitas, pero igual debe ser interesante poder ver cómo has mejorado, ¿no?
—No me gusta mirar al pasado. Ni mirar a mis obras del pasado. Porque ahí recuerdo lo que estaba sintiendo cuando las hice y mi mente se va a un lugar oscuro.
Alexandra se calló de pronto. Dejó de caminar. Al percibir que la chica no la seguía, Aurora también frenó sus pasos. Retrocedió con el carrito y la miró a los ojos.
—De veras lo siento por todo lo que te hice.
—Es la cuarta vez que me dices eso.
—Y lo haré quinientas veces más si necesario. Porque de veras lamento mi comportamiento y me avergüenzo de él —admitió y su vista se nubló.
La artista soltó el carro y dio un paso hacia ella.
—Creo que el pasillo de lácteos del supermercado no es el mejor lugar para tener esta conversación.
La atleta miró alrededor con cierto asombro.
—Buen punto, ¿en qué momento llegamos aquí?
Aurora no pudo evitarlo. Soltó una risa corta y sacudió la cabeza, porque la reacción de la rubia le resultó demasiado cómica. Luego, prosiguió:
—Mira... yo te lo voy a repetir, porque necesito hacerlo: Yo no le tengo fe al mundo. No le tengo fe a las personas. La gran mayoría de la gente que habita este planeta es cruel, egoísta, ambiciosa, no sabe controlar su propia hambre de poder y no es capaz de reconocer sus errores, nunca... Y por eso yo suelo ser una persona muy desconfiada. Y muy, pero muy rencorosa. No me gusta tener altas esperanzas, no me gusta tener altas expectativas. Porque para mí, todos son capaces de todo. Y la decepción es algo que espero siempre... —Ella hizo una pausa para respirar—. Pero de esta vez quiero elegir creer que has cambiado. No te perdono, y dudo que algún día seré capaz de hacerlo... pero ya no te odio, ni quiero seguir odiándote. Si no por tu bien, por el mío. Así que para de pedirme disculpas... y pruébame que lo sientes. ¿Ya?
Alexandra, frunciendo el ceño y adoptando una expresión más seria, asintió.
—Si me dejas, eso es lo que quiero hacer. Probarte que cambié. Que no te voy a herir más. Que no quiero herir a nadie más.
Aurora se quedó callada. Pero lentamente estiró su mano adelante, invitándola a sacudirla. La rubia, en cambio, miró su palma y tragó en seco, algo intimidada por la oferta. Parecía estar sorprendida por la misma y no sabía si era genuina o no. Sin embargo, se armó de coraje y la envolvió con sus dedos. Le dio una sacudida tímida y sonrió, nerviosa.
Pero el universo es una entidad juguetona.
Y justo entonces, la luz del supermercado se cortó.
—¡AY, JODER! —Alexandra soltó un grito mezclado con chillido, dándole un apretón accidental a la artista.
Aurora soltó una risa divertida al oír su pánico.
—Creo que la tormenta está empeorando afuera —dijo enseguida, y prendió la linterna de su celular para mirar alrededor.
—¡¿CREES?! —la otra chica se quejó, corriendo la mano libre por el cabello.
Solo entonces, bajo el brillo blanquecino del dispositivo, la escultora percibió que el terror de Alexandra no disminuía. De hecho, parecía empeorar.
—Espera, ¿le tienes miedo a la oscuridad?
La joven asintió y por un segundo, Aurora contempló vengarse. Pensó en cómo sería agradable humillarla por dicha debilidad, en ridiculizarla por su expresión horrorizada y dramática. En hacerla pagar por todos los años de burlas, risas, y comentarios desubicados que había sobrevivido bajo su reinado de maldad...
Pero no lo hizo, porque no se sentía correcto. No lo hizo porque en su propia cara de espanto, logró encontrar familiaridad.
En cambio, le entregó el celular y dijo:
—Si quieres, podemos salir de aquí hasta que la energía vuelva.
—N-No...
—¿No?
—Estoy b-bien...
—No tienes que mentir. Si quieres salir, vamos afuera y ya...
—No q-quiero interrumpir tus c-compras.
—Si te lo estoy sugiriendo, es porque no tengo un problema con ello.
Las luces parpadearon y de pronto, volvieron a funcionar. El rostro de Alexandra se relajó visiblemente, pero la sombra de su pánico aún lo cubría.
—¿V-Ves que no necesitamos salir?... —El ruido fuertísimo de un trueno la interrumpió.
—Sí, pero la tormenta realmente está empeorando, tenemos que apurarnos —Aurora comentó, soltando su mano.
Solo entonces percibió que la había estado sosteniendo durante todo el apagón.
—¿Y qué te f-falta comprar?
—Jamón, queso, gaseosas, fideos y galletas.
—Toma —La atleta agarró el primer paquete de queso laminado que vio y se lo entregó—. ¿Te sirve? Está en promoción.
—Cuanto más barato, mejor —la morena concordó y lo tiró al carro—. Ahora vamos a buscar el jamón.
Recogieron lo que les faltaba con apuro. Pero mientras estaban en la fila de la caja, la luz se cortó de nuevo. Por instinto, Aurora prendió su linterna otra vez y buscó a Alexandra.
—Ya estamos casi afuera, tranquila...
—E-Estoy bien.
—Sí, claro. Se nota —Pese a su tono irónico, le terminó ofreciendo su mano de nuevo. De esta vez, la atleta no hesitó en tomarla—. La luz ya va a volver, calma...
Efectivamente, la energía volvió en breve. Aurora pagó por sus cosas y las llevó afuera, donde el cielo brillaba por los relámpagos y las gotas de lluvia rebotaban sobre el asfalto como canicas. Agarró su bicicleta, metió las gaseosas y la comida del perro en su mochila —a la que vistió al revés, para que Alexandra pudiera sentarse a su espalda con comodidad—, guardó el resto de las compras en el canasto frontal del vehículo y se preparó para comenzar su viaje de vuelta a su hogar.
—Oye... ¿Aún no quieres volver a tu casa? —le preguntó, por impulso.
—¿En verdad? No.
—Pues te voy a hacer una pregunta bien pendeja, pero... —Más truenos—. ¿Quieres venir conmigo a la mía?
—¿Qué?
—Mis padres están de viaje. No hay nadie allá, solo yo. Podemos usar el tiempo libre para terminar el trabajo de lenguaje.
—¿Y estarías cómoda conmigo allá?
—No, pero ya que estás intentando no ser una desgraciada conmigo, yo también quiero hacer lo mismo —Aurora suspiró—. ¿Y? ¿Vienes?
Un rayo enorme iluminó el cielo. Asustada, la atleta concordó.
—Si me dejas, sí.
—Entonces vamos.
Y asintiendo para sí misma, tratando de convencerse de que no estaba perdiendo la razón, la artista comenzó a mover sus piernas y las cadenas de su vehículo.
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*Quiltro: Perro que no es de raza
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Update: Descubrí que el "puente" que inspiró a las escenas de este capítulo (en verdad era un paso peatonal, pero soy de latam y esto es lo más cercano que tenía okay, dejénme soñar) fue demolido el año pasado mientras remodelaban el parque donde estaba ubicado :'(
Ese paso siempre me dio terror porque sentía que se caía a cualquier minuto, pero fue un escenario donde muchas cosas importantes pasaron en mi vida...
RIP. Puentecito. Serás extrañado.
(Saqué las fotos de google, no me pertenecen :c)
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