Fragmento III



Tan divino que se siente el tenerte cerca. Cerca, donde mis fantasías pueden para contigo cumplirse, ser grandes hasta llenarme y hacer volar las penas lejos donde ya el cielo se termina, donde ya el horizonte se pierde, donde ya las manos no alcanzan estando al filo de la espalda.

Tan divina el azúcar de tu piel morena bajo mis manos, tanto o más suave que mis ojos al posarse en los tuyos a la aparición del el lucero tempranero. Y así, de pronto... La noche ardió más que nuestros días, así a oscuras no había límite alguno para mis manos que ahora en su tibio tacto se fundían a tus entrañas, a tus deseos, y a los pesares que me pertenecían. Los mismos que en ti se derramaban cual rocío sobre tu rostro. Tan pausado y considerado como la brisa en pleno verano.

Tan divino era ubicarte en los pensamientos. Entre cuatro paredes.

¡Qué Dios bendiga tu presencia sobre mis sábanas!

El terciopelo de tu voz disipado en el sacudir de tus sentidos: un quiebre, un momento de paz.

Tan divina la fantasía que ahora entre mis brazos se hace realidad. Hacerte alguien una vez más. Llenarte la boca con mi nombre. Y de ser posible, ponerle mi seudónimo al comienzo de las finas hebras de tu cabello hasta los rosados talones de tus pies.

Rosado: color que entre arrumacos tiñe la exaltación desmedida de ambos.

Benditos los ojos que te ven, bendito tu aroma que me arropa, benditas las puntas de tus dedos que ahora me acarician curiosas. Bendito tú, tú en todo tu esplendor y quién sea digno de proclamarte, arremeter contra ti en actos mundanos, que a pesar de las dobles intenciones manchen de amor el rubor y puritana carita... bendito todo lo que me rodea y el honor que se me concede al verte de esta manera.

Tan divino el momento que me atormenta ahora y me rondará durante horas. Si tan sólo los deseos se cumplieran y así el calor no tuviese el designio de evaporarse. Si tan solo el cosquilleo de las manos se arrojara al precipicio y así quizá, la tempestuosa necesidad dejara de acrecentarse en cada parte, en cada recoveco, en cada beso que ahora te dedico y con el cual decoro tu piel para marcarte y aplacar mi sed.

Tan divina mi luna, que entera se muestra solo para mí en éste desmayo, en ésta ensoñación. Sincronización para las almas, para el cuerpo, para todo eso que invocamos en el encuentro. Toda materialización que habrá de disimular nuestra traición a los imperios.

Tan divino escuchar mi nombre brotar de tus labios, cual mantra que rezas por las tardes, por las noches. Inofensivo como me gustas... como me fascinas y colmas mi paciencia.

Jihoon...

Y así menguas aclarando las aguas, te vas, me dejas.

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Debería leerse como una entrega, como el momento en el que desfloras a otro y le quitas todo rastro de su inocencia. Pero supongo es muy vaga la redacción para dar a entender todo el asunto, de igual forma si llegaste hasta aquí te agradezco el haber leído. 


Ingeniero de peluche

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