C3: Flechas y Desvelos


El bosque siempre ha sido uno de mis lugares favoritos. La tranquilidad que me ofrece cada uno de los sonidos de la naturaleza no tiene comparación con nada en Red. Incluso cuando el sol se oculta y la luna ilumina el paisaje, a pesar de que muchos lo ven como un lugar sombrío, para mí el bosque tiene una belleza única durante la noche. Es mi refugio, el único lugar donde me siento completamente en paz.

Esa tarde caminé con calma, disfrutando del aire fresco que se deslizaba entre los árboles, hasta llegar al límite del territorio que colindaba con la manada Mondo. Mondo es una de las manadas más antiguas que ha hecho una alianza con la manada Red. Conocida por su vasta extensión territorial, pero tras los ataques humanos, su territorio se había reducido drásticamente. Desesperados, los reyes de Mondo acudieron a mi familia en busca de ayuda, ofreciendo una alianza a cambio de nuestro apoyo.

De repente, escuché una voz familiar llamarme desde lejos.

—¡Amber! —Richard, el primogénito de los reyes de Mondo, apareció frente a mí, su voz llena de alivio. Richard y yo siempre hemos sido grandes amigos, aunque, sin que yo lo supiera, él siempre había tenido la esperanza de que algún día yo lo viera de la misma manera en que él me veía a mí. La verdad es que siempre lo he considerado un buen amigo, pero no más que eso.

—Pensé que ya no vendrías. Se ha hecho tarde —dijo, sonriendo al verme.

—¿Y perderme la oportunidad de pasar la tarde con uno de mis mejores amigos? Eso nunca —respondí con una sonrisa, aunque noté la pequeña sombra de tristeza en sus ojos. Aunque intentaba ocultarlo, podía percibir que mis palabras habían hecho pedazos una pequeña parte de su esperanza.

—¿Y qué haremos hoy? Loon me vio raro cuando traje la espada —comenté, aliviada de poder escapar un poco de las lecciones del señor Lee.

Richard cambió de tema con rapidez, queriendo animarme.

—Hoy olvidemos las lecciones de espada por un rato. ¡Vamos a hacer esto! —dijo, sacando un arco y un carcaj lleno de flechas. Siempre llevaba estos consigo, y yo sabía que había sido él quien me había enseñado lo que sabía sobre el arco, algo que me hacía sentir una ligera ventaja sobre los demás en mi entrenamiento.

Tomé el arco con entusiasmo. Tenía una sensación especial al sostenerlo, como si finalmente pudiera probar algo que se le enseñaba a los alfas, algo que había soñado hacer desde pequeña.

—Tienes la idea, solo es cuestión de ajustar algunos detalles. La postura será la correcta —Richard me guió con paciencia, corrigiendo la forma en que sostenía el arco.

—¿Qué detalles? —pregunté, curiosa, mientras trataba de seguir sus instrucciones.

—Brazos rectos y alineados —me indicó. —Piernas ligeramente separadas —y ajusté mi postura hasta que Richard me dijo que estaba perfecta. —Muy bien, ahora apunta a esa rama.

Miré la rama que Richard me señaló. Estaba un poco nerviosa, pero decidí concentrarme y disparé. La flecha voló por el aire, directo al objetivo, y se clavó en la rama.

—¡Lo hice! ¡Lo hice! —exclamé, saltando de felicidad mientras veía a Richard sonreír con orgullo. No pude evitar abrazarlo, sintiendo que la alegría invadía mi pecho.

—No fue nada, Amber —respondió Richard, con una sonrisa, pero pude ver que estaba un poco melancólico. Su expresión no pasó desapercibida para mí.

Me separé del abrazo y le devolví el arco. Richard lo dejó a un lado, pero su mirada seguía fija en mí. De repente, sugirió algo.

—¿Qué te parece una carrera? De aquí hasta el riachuelo —dijo, con una sonrisa desafiante.

—¡Acepto el reto! —respondí de inmediato, disfrutando de la idea de seguir pasándola bien con mi amigo.

Nos transformamos en lobos, yo en un lobo de pelaje blanco y Richard en uno negro e imponente. Comenzamos a correr a toda velocidad, cada uno tratando de adelantar al otro. Richard, siendo más grande, me sacó algo de ventaja, pero yo, por mi agilidad, corría entre los árboles y arbustos, sorteando los obstáculos con facilidad.

Al final, fui yo quien llegó primero al riachuelo. De inmediato, regresé a mi forma humana, pero Richard, aunque ya había vuelto a ser humano, siguió corriendo y me alcanzó rápidamente. Se lanzó sobre mí, abrazándome por la espalda, y ambos caímos al suelo, riendo a carcajadas.

—¡Ya, Richard, levántate! —le pedí, entre risas, empujándolo para que se apartara, pero él no lo hizo.

Me miró fijamente, en un silencio incómodo que no había experimentado antes.

—Es en serio, tengo que regresar a Red —le dije, esperando que entendiera que ya era hora de volver.

—Solo unos minutos más —dijo él, acercándose un poco más.

Yo, algo incómoda, levanté mis manos y lo empujé suavemente.

—¿Qué te pasa? Te dije que te apartaras —respondí, con un tono más firme.

Richard se quedó en silencio, observándome con una expresión que nunca había visto. Al final, dejó escapar un suspiro y me miró a los ojos.

—Amber... Creo que sería mejor que lo supieras —dijo, con una seriedad que no había mostrado antes.

—¿Qué pasa? —pregunté, un poco confundida.

—Es que... tú me gustas. Creo que podríamos ser predestinados —me confesó, con una vulnerabilidad que me sorprendió.

Predestinados. Recordé las viejas leyendas que los ancianos solían contar, aquellas sobre las almas destinadas a encontrarse desde el nacimiento, unidas por el destino para complementarse.

—No puede ser posible —dije, con una sensación extraña en el pecho.

—¿Por qué no? Desde pequeños siempre hemos tenido una buena relación. Podríamos... —insistió él, sus ojos llenos de esperanza.

—Para ser predestinados, tiene que ser un sentimiento mutuo —le expliqué, aunque me dolió un poco decirlo. No quería que nuestra amistad se viera afectada por algo que yo no compartía. —Pero para mí solo eres un amigo. No puedo verte como algo más.

—Está bien, lo entiendo —respondió, levantándose del suelo. Se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia el lugar donde había dejado sus cosas. Me quedé allí, observando su espalda, sintiendo un peso en el pecho. Quizás había sido demasiado directa, pero sabía que era lo mejor para ambos.

Al cabo de unos minutos, decidí seguirlo, regresando al lugar donde había dejado la espada que había llevado conmigo. Aunque había sido un poco dura con él, sabía que era lo necesario. Richard siempre había sido muy insistente, y si no le dejaba las cosas claras, seguiría intentando hasta que me viera de la misma manera.

Tomé la espada y comencé a caminar de regreso a Red. Sabía que mi padre estaría preocupado por mi tardanza, y no quería que se alterara aún más. Además, había algo que me inquietaba aún más: las cartas que había visto en la mañana en la biblioteca. ¿Tendrían algo que ver con la conversación que mi padre quería tener conmigo después de la lección con el señor Lee?

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