Fragmentos VII: Cregan Stark.

TW: Contenido violento. Mención de tortura (implícito).

N/A: Los fragmentos no tienen un orden específico, tampoco va por el nivel de importancia, se publican cuando es necesario para la historia.

Eso, besitos.

"A heart that's full up like a landfill.
A job that slowly kills you.
Bruises that won't heal.
You look so tired, unhappy".
No suprises. Radiohead.

Había un sonido recurrente en sus oídos.

No era un pitido, Cregan lo habría preferido, más podía considerarlo una explosión.

Cada vez que sus dedos sentían el anillo contra su piel, detonaba esa explosión. Pero no era una explosión. Una explosión lo habría asesinado sin piedad. Habría reventado su cuerpo en trozos y acabado con su dolor en un instante. Lo que lo atormentaba era un disparo. Solo uno.

Un único atronador, demoledor, aterrador y perturbador disparo.

Y la sangre que brotaba de sus manos, que goteaba y ensuciaba su existencia, se encharcaba a su alrededor y lentamente lo sumergía en un pozo de profunda desesperanza y agonía. Lo envolvía y ahogaba, quemaba y entumecía. Que permanecía entre sus dedos por más que lavara y tallara, y quemara con agua caliente y helada, y rompiese por la sensibilidad que confería la humedad. Destrozó su piel una y otra vez buscando librarse de la suciedad, pero no logró más que revivir los sucesos.

Roderick le dijo que confiara. Que todo era por un bien mayor. Le dijo que era un novato tonto, que no se obsesionara. Que tenía todo para perder, y casi nada que ganar. Le dijo que no se metiese en más problemas de los que podía afrontar. Le dijo que solo tratara con un malo a la vez.

Y Cregan pactó con Mysaria, estando con Borros. Se creyó inteligente. Pensó, tontamente, que podría imitar a Luke, porque si Luke podía, él también. Luke era un niño y podía manejarse en ese mundo, él podría con la misma facilidad.

Salvo que Luke podía navegar entre esos mundos porque no tenía ataduras. Él solo tenía una motocicleta y una mala actitud, y a Mysaria de su lado. Tenía la confianza de Borros, por increíble que sonase. Cregan no planeaba culparlo por eso, Luke tenía una cara confiable, y Roderick le dijo que no se metiese con él. No le dijo por qué, Roderick se guardaba más de lo que compartía, pero su expresión no fue amigable cuando se quejó del niño idiota que interfería en su trabajo.

Le mostró una foto, Roderick lo hizo jurar que no lo molestaría.

Roderick le dijo que confiara. Le dijo que una mirada valía mil años en vida, y que, si se concentraba bien, podría saber lo que alguien pensaba con solo mirarlo con detenimiento. Por eso le dijo que no molestase a Daemon Targaryen, ni que volviesen a esa casa, aún cuando obtuvieron una orden. Cregan quería, Roderick dijo que no. Confió en Roderick. Siempre confiaría en Roderick.

La palabra de Roderick era su ley, era su superior, su mentor. Llevaba cinco años con él, trabajando con él, conviviendo con él. Pasó de odiarlo por representar a la única figura que lo aterrorizaba en sus sueños, a quererlo por lo mismo.

Era el hombre más inteligente que conocía, un viejo cascarrabias que le llamaba novato y lo mangoneaba como a un niño. Golpeaba su espalda con un poco de fuerza de más y se aseguraba de que comiese y durmiese cuando estaba sobrepasado.

Puedes decir que no, tomarte unas vacaciones —le dijo un día. Cregan acomodaba su chaqueta de cuero, el lobo a sus espaldas parecía aullar más  fuerte que nunca.

Descansaré cuando termine.

Llevas más de un año en cubierto, pequeño idiota, te estás perdiendo en tu cacería.

Pero Cregan no podía. No estando tan cerca de atrapar a Borros, no habiendo hecho un trato con Mysaria. Estaba cerca, podía hacerlo. Haría de Roderick un hombre orgulloso cuando apresaran, finalmente, a esa basura. Entonces invitaría a Roderick a su hogar y lo presentaría a su esposa. Alyssanne solía quejarse de lo poco que viajaba, de lo sola que estaba en su casa. Cregan era consciente de su presión por terminar, y era consciente de lo pronto que eso sería.

Hoy termino —juró, recibiendo una mirada aguda—. Luke obtendrá algo para incriminarlo, estaremos libres.

Roderick se vio de todo menos convencido, pero no le dijo más. Simplemente se despidió. Cregan solía absorber la imagen de su cabello canoso y revuelto, y de su rostro arrugado pero firme. Roderick se jubilaría ese año, se lo había dicho.

—Ya di todo por este trabajo —dijo—. Compraré una casa cerca de las montañas y existiré.

—¿Por qué en las montañas?

—Me gusta el inviernoCregan lo vio suspirar cuando observó la calle nevada—. Me gusta la nieve. Viviré solo y en paz.

—¿Y si te quiero visitar?

Tendrás mi dirección, obviamente —la sonrisa de Roderick era floja—. Visítame cuando quieras, y trae a tus hijos, siempre quise tener nietos.

Cregan sabía que Roderick nunca tuvo, y nunca tendría.

Sabía que un grupo criminal asesinó a su esposa e hijo como venganza por haberse metido demasiado en sus asuntos. Roderick nunca se recuperó, y nunca dejó de pelear contra el crimen. Escaló en su lucha y se asentó como capitán de un departamento de crímenes; podría haber seguido, podría haber llegado a ser un agente de ligas mayores; Cregan sabía que el MI6 lo codiciaba, un hombre sabio cuya experiencia desbordaba, lo sabía porque Cregan era parte. O lo sería pronto.

No podía solo llegar y trabajar para un servicio de inteligencia siendo tan joven, necesitaba méritos, experiencia, necesitaba recomendaciones.

Roderick le dio todo eso. Roderick le dio todo lo que tenía, y jamás se quejó por ello.

Ni siquiera cuando Cregan ingresó en la caseta de Borros esa misma noche y se encontró con su rostro desfigurado por los golpes, hinchado y ensangrentado. Sus dedos rotos sin uñas. Su cabello sucio y ropa destrozada y húmeda por la sangre que escapaba por tantos lados. Todo lados.

Y sus ojos azules lo miraron. Fue una fracción de segundo, iris celestes moribundos y torturados, viejos pero vivos, siempre vivos. Sabios y amables, gruñones.

Lo vio abrir la boca dispuesto a decir algo. A despedirse. A culparlo. A decirle que no era su culpa. A saludarlo. A decirle que lo quería. A regañarlo. A pedirle que no sufriera. A disculparse. A enojarse.

Borros disparó.

Los despojos de lo que alguna vez fue su mejor amigo y compañero cayeron al suelo en un charco de su propia sangre. A sus pies. Muerto. Una víctima de su insaciable deseo de justicia. Su víctima.

Roderick estaba muerto. Roderick Dustin, su mentor y padre, guía y colega, muerto. Muerto por su culpa. Por su ambición. Muerto. Muerto. Muerto.

A meses de su jubilación, de su casa en la montaña bajo la nieve, a meses de solo vivir y existir en paz. A meses de conocer a su esposa.

Muerto.

Eso le pasa a los que se meten donde no los llaman —Borros gruñó. Él limpiaba sus manos con un paño sucio, y observaba sin interés el cuerpo inerte de Roderick—. Lárgate ahora o serás el próximo.

Cregan fue un penitente. No sintió sus pies sacándolo de la caseta, no sintió el golpe de Luke al chocar. No sintió el ruido de la moto. No sintió la sangre en sus manos por estarse destrozando las palmas con las uñas. No sintió.

Deseó que fuese así siempre, para así no tener que sobrevivir al dolor que lo arrasó el instante en que recayó en que acababa de asesinar a su mejor amigo.

Roderick Dustin estaba muerto.

Jamás se jubilaría.

Su alma se encontraría con la de su familia difunta.

Existirían en un invierno eterno.

Ningún consuelo hizo algo por diluir un poco la garra de hierro que apretaba su tráquea y destrozaba su garganta, que se incrustaba por cada vena y tornaba todo en un dolor demoníaco e insoportable.

Roderick Dustin estaba muerto. Y lo último que tendría de él siempre sería la imagen fúnebre de su cuerpo quieto y frío tumbado a sus pies.

Una muerte humillante para un hombre honorable. Para el hombre más honorable.

Cregan lo había matado.

¿Qué le quedaba ahora?

Venganza.

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