Capitulo 8: "No tengo hambre "
Alice respiró hondo frente a la puerta de cristal de la cafetería. "Café Yuri", decía el letrero tallado en madera, y desde dentro salía un aroma embriagador de café recién molido que se mezclaba con el sonido de las voces de los clientes y el ruido constante de las máquinas de espresso. Era su primer día de trabajo y, aunque había ensayado mentalmente todo el camino, no podía evitar sentir cómo su corazón martilleaba en su pecho.
El lugar era impresionante, mucho más grande y sofisticado de lo que había imaginado cuando Isabel mencionó "un café". Había plantas colgantes, luces cálidas que iluminaban el espacio como si fuera un pequeño santuario, y una barra enorme con un despliegue de jarabes, molinos y vitrinas llenas de panadería artesanal. A un lado, un área de mesas comunitarias rebosaba de laptops y clientes inmersos en sus propios mundos.
Alice apenas había dado un paso dentro cuando una voz profunda y retumbante la llamó desde la barra.
—¡Alice! —La voz pertenecía a un hombre enorme con tatuajes en ambos brazos, barba espesa y una mirada intensa que habría intimidado a cualquiera. Él estaba detrás de la barra, limpiando una taza con movimientos firmes.
Alice tragó saliva y se acercó tímidamente.
—S-sí. Soy Alice.
El hombre la observó por un segundo, luego soltó una carcajada tan fuerte que los clientes cercanos levantaron la cabeza.
—Relájate, pequeña. Yo soy Yuri, el dueño. Bienvenida al equipo.
Su tono cálido y su sonrisa desarmaron de inmediato la tensión que Alice sentía en los hombros.
—Gracias, Yuri.
—No hay de qué. Ahora ponte este delantal y sigue a María. Ella te enseñará cómo no arruinar un latte.
Alice rió nerviosamente y se puso el delantal. María, una mujer de unos treinta años con el cabello recogido y un aire seguro, la guió detrás de la barra.
—Bien, Alice. Aquí vamos rápido, pero no te preocupes. Todo el mundo comete errores al principio. Incluso Yuri derramó leche por todo el mostrador en su primer día, y eso que era su propio café.
Alice soltó una pequeña risa, aunque sus manos temblaban mientras se ponía los guantes de látex.
El caos del primer día
El turno fue un torbellino de actividad. María le mostró cómo tomar pedidos en la caja registradora, dónde estaban los diferentes utensilios y cómo calentar leche sin quemarla. La barra estaba llena de clientes pidiendo bebidas elaboradas como "cold brews infusionados", flat whites y algo llamado "latte de nube".
Alice intentó no sentirse abrumada, pero el número de cosas que debía recordar la hacía tropezar constantemente. Sirvió dos cafés equivocados, derramó un poco de leche y olvidó darle un croissant a un cliente. A pesar de todo, María y el resto del equipo la ayudaron con paciencia.
—Nadie nace siendo un maestro del café, tranquila —dijo María mientras le mostraba cómo espumar leche correctamente.
Yuri pasó varias veces junto a ella, revisando el trabajo de los empleados y haciendo comentarios rápidos pero amables.
—Alice, no te preocupes por hacerlo perfecto. Lo importante es que no dejes que los clientes vean que estás nerviosa. Finje confianza hasta que la tengas.
Yuri pasó varias veces junto a la barra, supervisando con su presencia imponente pero cálida. Mientras Alice intentaba limpiar un derrame con torpeza, escuchó que Yuri se inclinaba hacia María, hablando en voz baja, pero lo suficientemente cerca para que las palabras llegaran a sus oídos:
—Эта девушка — та, которую порекомендовала Птичка? (Ehta devushka — ta, kotoruyu porekomendovala Ptichka?)
Alice se detuvo en seco. Aunque no entendió la frase completa, su atención se quedó atrapada en la palabra "Ptichka".
—¿Ptichka? —repitió, tropezando con la pronunciación, su curiosidad al borde.
María levantó la cabeza con una sonrisa ligera, como si la pregunta le hubiera hecho gracia.
—¡Ah, Ptichka! ¡Qué bueno! —dijo, casi como si la mención de ese nombre le resultara familiar y tranquilizadora.
Alice frunció el ceño, confundida pero intrigada.
—¿Quién es Ptichka?
María se rio suavemente mientras limpiaba unas tazas.
—Es alguien. Nada de qué preocuparse.
Alice estaba a punto de insistir, pero en ese momento un cliente llegó a la barra con un pedido complicado, y María rápidamente cambió de tema.
—Por cierto, ¿ya sabes cómo hacer un flat white? Porque este cliente quiere uno.
Alice frunció los labios, obligándose a concentrarse en el trabajo, pero "Ptichka" quedó dando vueltas en su mente durante el resto del turno. Algo en la forma casual pero afectuosa en la que María había respondido hacía que pareciera que todo el mundo sabía algo que ella no.
Al final del turno, Alice estaba agotada, pero también emocionada. Aunque había cometido errores, Yuri le dio una palmada en el hombro antes de que se fuera.
—Buen trabajo para tu primer día. Mañana será mejor, ya lo verás.
Alice salió de la cafetería con el uniforme en una bolsa y una sonrisa en el rostro mientras caminaba a casa.
La casa estaba cálida y silenciosa cuando Alice abrió la puerta. Dejó su bolso junto a la entrada y se quitó los zapatos, suspirando aliviada. Al caminar hacia la cocina, se detuvo al ver a Lu, de pie frente a la barra, desempacando algunas cajas.
—¡Lu! —exclamó Alice con sorpresa y alegría.
Lu levantó la vista y le sonrió ampliamente.
—¡Sorpresa! Ya me mudé.
Alice corrió hacia él y lo abrazó antes de inspeccionar las cajas que tenía a su alrededor.
—¿Esto es todo? —preguntó, mirando la pila.
—Bueno, la mayoría son cosas aburridas. Pero traje esto. —Lu señaló una mesa de comedor apoyada contra la pared.
Alice levantó las cejas.
—¿Una mesa?
—Sí. Pensé que este lugar necesitaba algo que hiciera sentir que aquí vive gente normal.
Alice rió y lo ayudó a moverla al centro del comedor.
—Es perfecta. Gracias, Lu. De verdad.
Mientras él seguía desempacando, Alice le contó sobre su primer día en el café, gesticulando con entusiasmo y riendo de sus propios errores.
—Yuri suena... intimidante pero genial —dijo Lu, acomodando una caja vacía en un rincón.
—Lo es. Y es muy diferente a lo que esperaba, pero creo que me irá bien.
Lu sonrió, pero antes de que pudiera responder, Alice miró hacia las escaleras.
—¿Has visto a Isabel?
—Sí, estaba aquí cuando llegué. Me miró como si estuviera evaluándome para ver si merecía quedarme —bromeó
Lu se encogió de hombros mientras sacaba una taza de una caja- pero parece una buena persona. Me ofreció café cuando llegué y me dio un "bienvenido" que sonó... honesto. Bueno, a su manera.
Alice apoyó los codos en la barra, interesada.
—¿Te ofreció café? —preguntó con exagerado asombro—. ¡A mí me dio un taser!
Lu rió suavemente mientras conectaba la cafetera.
—Creo que está en su naturaleza ser reservada. Es amable, pero mantiene las distancias. Y, sinceramente, creo que es alguien que observa mucho antes de decidir si te tolera o no.
Alice ladeó la cabeza, pensando.
—Quizá le impresionaste con tu cara de modelo. Vamos, Lu, sabes que eres ridículamente guapo.
Lu negó con la cabeza, divertido.
—No creo que ese sea el caso. Ella no mira así.
—¿Así cómo?
—Como... la gente normal. Su mirada es fría. No sé cómo explicarlo, pero es como si siempre estuviera evaluando algo que nadie más puede ver.
Alice asintió lentamente.
—Sí, eso suena como Isabel. Pero es bonita, ¿no? —añadió casualmente, con una sonrisa.
Lu levantó una ceja mientras llenaba la cafetera con agua.
—¿"Bonita"? Esa no es la palabra. Es hermosa, pero de una manera que te hace pensar que deberías mantener cierta distancia. Como si fuera una pintura en un museo y no quisieras tocarla.
Alice se rio ante la descripción.
—¡Qué poético, Lu! Tal vez deberías decírselo. Seguro se derrite con eso.
—Ja, seguro que sí... o me lanza su taza de café —bromeó, encogiéndose de hombros.
Alice apoyó la barbilla en su mano, reflexionando.
—A veces me pregunto cómo es vivir con alguien como ella. Es tan... cerrada. Es como si siempre tuviera un muro alrededor.
Lu asintió.
—Definitivamente, no la he visto más de un par de minutos. Pero bueno, me cae bien. A su manera distante, creo que es una persona genuina.
Alice sonrió suavemente, mirando hacia las escaleras.
—¿Sabes qué? Voy a invitarla a cenar.
Lu arqueó una ceja.
—Buena suerte con eso.
Alice se levantó de golpe, con determinación.
—Es hora de que esa pintura de museo salga de su marco.
Lu rió, mientras ella subía las escaleras con pasos firmes.
Alice subió y tocó suavemente la puerta de Isabel.
—Isabel, vamos a cenar. ¿Quieres unirte?
Hubo un breve silencio antes de que la voz de Isabel, apagada pero firme, respondiera desde el otro lado.
—No tengo hambre.
Alice frunció el ceño, pero decidió no insistir.
—Bueno... por si cambias de opinión.
Bajó las escaleras y le dijo a Lu lo que había pasado.
—¿Qué raro? —comentó Alice—. Apenas la veo comer.
Lu se encogió de hombros.
—Tal vez simplemente no le gusta la comida de compañía.
Alice se rio mientras preparaban unos emparedados en la barra.
Alice y Lu se sentaron en la mesa, con los platos frente a ellos y una botella de agua al centro. Alice levantó su emparedado.
—Bueno, oficialmente inauguramos el comedor.
Lu chocó su botella de agua con la suya y ambos comieron entre risas, hablando de sus metas, sus vidas y cómo la casa poco a poco empezaba a parecer un hogar.
Pero mientras reían, Alice no podía evitar lanzar miradas hacia las escaleras. Por alguna razón, la idea de que Isabel estuviera sola en su habitación, tan distante y reservada, hacía que sintiera una punzada de preocupación.
Más tarde, después de que Lu se fue a su habitación, Alice lavó los platos y subió las escaleras, pasando por la puerta cerrada de Isabel. Se detuvo un momento, sintiendo que debía decir algo, pero finalmente siguió adelante, dejándola en su espacio.
Alice se dejó caer sobre la cama, con el cansancio acumulado del día pesándole en los hombros. Su primer día de trabajo había sido un torbellino, Lu se había mudado oficialmente, e incluso habían logrado inaugurar el comedor con una cena improvisada. Todo estaba cambiando rápido, demasiado rápido, pero de alguna manera sentía que las cosas estaban avanzando en la dirección correcta.
Sin embargo, sus pensamientos seguían volviendo a Isabel. Esa voz apagada desde el otro lado de la puerta: "No tengo hambre". Había algo en la forma en que Isabel se alejaba de todo, siempre escondida detrás de una barrera invisible. Alice no podía entender cómo alguien que había hecho tanto por ella podía estar tan empeñada en mantenerse aislada.
Miró al techo, recordando un momento que había pasado casi desapercibido, pero que ahora parecía más significativo. Una semana antes, cuando Isabel la había acompañado al hostel a recoger sus cosas, habían tenido esa pequeña conversación en las escaleras. "Supongo que nada puede ser peor que tú", había dicho Isabel, con su voz seca y directa. Alice había protestado, indignada, y entonces, por primera vez, Isabel había reído. Había sido una risa breve, baja, casi imperceptible, pero real.
El sonido había sido inesperado, como si hubiera escapado sin que Isabel lo quisiera, y Alice lo había guardado en su memoria como un pequeño triunfo. Tal vez, pensó, Isabel no era tan distante como parecía. Tal vez había una manera de acercarse a ella, aunque fuera poco a poco.
Alice cerró los ojos, dejando que el cansancio finalmente la venciera. Mañana sería un nuevo día, y con él, una nueva oportunidad para entender a Isabel un poco mejor.
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