II
Unos minutos antes, un muchacho suspiró antes de adentrarse por aquella ancha ventana que daba justo en la habitación de la princesa, donde se encontraba su objetivo. No había nadie, eso le facilitaba bastante las cosas, y con pasos silenciosos y escrupulosos se acercó al joyero que estaba en el brillante y recogido tocador. Lo abrió con cuidado, buscando con su mirada aquel objeto dorado que tanto buscaba.
— Aquí estás— susurró con una sonrisa, sin ser vista por el trapo que tapaba esta, mientras que en su mano derecha tomaba aquel brazalete de oro con piedras preciosas incrustadas en él—. Es hora de devolverte con tu dueña.
Volvió a cerrar la cajita mientras escondía la joya en sus ropajes, un tanto desgastados, e intentó volver a salir por la ventana, pero no se esperó que uno de los guardias lo pillara justo antes de salirse con la suya.
— ¡Hey, ¿quién eres y qué haces aquí?!— sacó su espada con rapidez, corriendo hacia el chico, quien lo maldecía en su cabeza mientras esquivaba los golpes—. ¡Vuelve, ladrón!
No tuvo de otra que salir por la puerta que seguía abierta, escapando así del guardia, pero como era de esperar, otros guardias se enteraron del aviso de su compañero, acorralando así al más joven.
— Me encantaría quedarme a charlar, pero— comentó burlón y se preparó para defenderse, sacando una pequeña daga de su manga derecha— tengo prisa~.
Los soldados se abalanzaron sobre él, pero no esperaban que el joven tuviera tanta fuerza como para zafarse de todos y así lograr escapar. Fueron tras él, pero era muy ágil y veloz, logrando huir fácilmente de ellos.
— ¡Alto, al ladrón!— gritó uno de los guardias, llamando la atención de los que estaban cerca, entre ellos, dos jóvenes criados.
No supieron con certeza qué había sido, pues de lo rápido que iba ni tiempo tuvieron de apreciar qué pasó frente a ellos. Eso sí, lo único que lograron distinguir fue una cabellera de un particular tono turquesa. Aunque el pelimorado quedó embelesado antes sus brillantes orbes de un esmeralda destellante.
Mientras en el pueblo...
La vida de los campesinos era un tanto diferente a la del castillo, por no decir que era justamente lo contrario. Nadie estaba al servicio de nadie, sino que entre ellos se ayudaban, todos los comercios estaban relacionados y todos salían ganando. Claro, si hablamos de los beneficios entre ellos, pues la mayor parte de sus cosechas y artículos iban al palacio, como un precio que debían pagar por vivir cerca de la "protección" de la reina para ellos.
Justo en una humilde panadería, una joven de largos cabellos rubios como el oro abría la ventana de madera para poder sacar el exceso de humo que se encontraba allí, pues sin querer se le había quemado el pan que intentaba hacer. No la culpéis, es nueva en el negocio familiar.
— Ay, no, se me quemó otra vez— se entristeció al ver la masa de pan totalmente ennegrecida, y al abrirlo se dio cuenta de que seguía crudo por dentro.
— No te preocupes, cielo, sólo es cuestión de práctica— en eso entraba su madre con una pequeña sonrisa, calmando a su hija—. Sólo un consejo, no lo pongas tan cerca del fuego, sino se hará mucho por fuera y por dentro no llegará el calor.
— Hum... Creo que no me apetece quemar más pan— se quejó quitándose el delantal con baja autoestima, recibiendo un cariñoso beso en su frente—. Estaré en mi cuarto, madre.
— Está bien, cariño. Lávate, pronto llegará tu padre y tienes un poco de harina aquí— le dio un toque en la nariz, causando una risita en su pequeña.
Joy subió las escaleras que estaban justo en la parte de atrás de la zona abierta al público, pues lo que era su casa estaba en un piso más arriba. Su habitación era muy simple, y por su bajo nivel económico no tenían mucho con lo que mantenerse, por lo que su cama era un montón de paja cubierta por una tela para que fuera un poco más cómodo, y al lado un cubo lleno de agua del pozo con el que se podía lavar las manos y la cara. Suspiró para luego sentarse en su cama, mirando por el hueco de la ventana, sintiendo la brisa ya no tan fría del final del invierno. Veía a los demás aldeanos comprar, intercambiar objetos o simplemente paseando, le gustaba ese ambiente tan unido en el que se encontraba.
— Hey, Joy— una voz grave le hizo sobresaltar, pero se calmó al ver a su mejor amigo asomarse por la ventana.
— ¡Bon! Te he dicho que no me asustes así— le regañó sutilmente, ayudándole a entrar en su cuarto—. Y no entres por aquí, puedes caerte y hacerte daño.
— Tú siempre tan preocupada por todo— rió levemente mientras se quitaba la capucha dejando ver sus cabellos turquesas y el trapo de su boca, suspirando con una leve sonrisa—. Igual, yo también me alegro de verte.
En eso el chico sacó de su bolsillo cierto objeto que recién había logrado robar, aunque él lo consideraba más bien recuperar, asombrando a la joven, pues había logrado devolverle aquel presente que su querido primo lejano le había regalado a sus prontos 16 años.
— ¿C-Cómo has...?— seguía asombrada mientras Bon le colocaba aquel complemento en su muñeca derecha—. Bon, ¿qué has hecho?
— No te preocupes, tan sólo se ha montado un poco de lío nada más en la puerta del castillo, ni me han visto llegar— sonrió despreocupado, aunque contento de haber hecho justicia.
— P-Pero... Si la princesa se entera podría acusarte de robo. ¡Podría ahorcarte, Bon!— tomó sus manos muy preocupada, desconcertándose ante la risa del mayor.
— Tranquila, Joy, ni siquiera saben quién soy— se soltó del agarre y se asomó por la vente, sentándose en el marco y mirando la aldea—. Yo no robo por avaricia, sino por necesidad. Además, lo tuyo ha sido necesario, esa princesita no tiene derecho a quitarnos las pertenencias así como así.
— Hum... Si lo dices así...— acarició su muñeca sobre la pulsera dorada y, con una sonrisa, puso su mano blanca sobre la morena del contrario—. Muchas gracias, Bon.
El moreno no hizo más que sonreír, estaba feliz de ver a su amiga alegre. La consideraba su hermanita pequeña, y siempre velaba por ella. Él sólo quería lo mejor para ella, hacerla sentir que era especial. Él sacrificaría su vida por ella, hasta la última parte de su cuerpo.
— Ah, por cierto— recordó buscando en su pequeña bolsa de tela—. Me pidieron que te entregase esto.
— Oh, vaya... Es hermosa...— se maravillo al ver aquella pequeña talla de madera en sus manos, pues se veía a ella misma estando de pie, como si el viento moviera sus cabellos y sus ropajes con total elegancia—. Muchas gracias.
— A mí no me las des— suspiró antes de colgarse del marco de la ventana para luego saltar a un árbol cercano, volviendo a cubrir su cabello con su capucha oscura—, dáselas al tallista.
De vuelta al castillo...
— ¡¿Cómo habéis podido dejar que se escapara ese ladronzuelo?!— la voz de la reina resonaba en toda la sala del trono—. ¡Sois unos inútiles!
— Majestad, calmaos, por favor— la mujer de mirada oliva trataba de calmar a la pelirroja.
— ¡Encerradlos a todos!— golpeó el apoyabrazos del trono donde estaba sentada con furia.
— Ay, madre, no es necesario— suspiró aburrida la pelirroja menor, mirando a los soldados temblar ante su castigo—. Total, sólo era una pulserita sin importancia, pudo llevarse algo más valioso, pero sólo se llevó algo sin importancia— miró ahora a su progenitora—. Guarda las mazmorras para algo que sí merezca la pena.
— Hum... Tienes razón, hija— miró a los caballeros—. Retiraos, y que no se vuelva a repetir.
— Sí, majestad— contestaron a coro mientras hacían la respectiva reverencia hacia la soberana, desapareciendo por la puerta principal.
Teressa se levantó de su asiento, suspirando fuertemente y tomando los volantes de su vestido para poder bajar por las escaleras de mármol, haciendo eco por los tacones de sus zapatos importados. Llamó a su hija, quien igualmente se levantó de su asiento, y ambas fueron a sus aposentos, acompañadas de sus respectivas damas de compañía.
— Pobre princesa, debe ser muy duro cargar con tantas responsabilidades— susurraba con pena la rubia de ojos magentas, mirando la lista de deberes de su alteza.
— Bueno, Chica, ese es su deber, y el de su madre es reinar— acariciaba los cabellos de su hija con cariño—. Pronto ella tomará sus mismas responsabilidades, y sus hijos igual. Es su misión en este mundo, así lo quiso Dios.
— Tienes razón, mamá— abrazó levemente a la mayor—. Iré a dar un paseo, antes de que la princesa me necesite.
Ante el asentimiento de la madre, la joven partió de la habitación para así poder caminar por los largos y extensos pasillos, despejando su mente. Desde pequeña fue educada en modales y elegancia, siendo ahora la adolescente refinada y paciente que era ahora. Ella no lo sabía en ese momento, pero muchos hombres peleaban por su mano, obviamente a escondidas, pues ella aún era joven para contraer matrimonio, pues apenas llegaba a los 18 años, además de que era de una alta clase y necesitaban el consentimiento de los padres, de su madre en este caso. Ella no aspiraba a formar una familia, no porque no quisiera, sino que estaba muy ocupada en servir a la princesa y estar al pendiente de sus necesidades. No podía pensar en ser amada por nadie, pues por lo que le decía su madre, el amor solamente la distraería de sus deberes, y la arrastraría a un mundo de pasiones y pecados del cual nunca podría salir aunque quisiera.
En eso no se dio cuenta de que tropezó con un joven que bien conocía de cara, pero jamás había tenido el placer de presentarse cordialmente.
— ¡Ah, cuidado!— unos brazos fuertes la sostuvieron de la cintura, evitando así que cayera al suelo y se golpeara—. ¿Estáis bien?
— A-Ah...— no supo el por qué aquellos ojos dorados que la miraban tan fijamente la dejaron congelada, sin aliento, y con un muy leve e inexplicable rubor en sus blancas y lisas mejillas—. S-Sí, estoy bien. Gracias.
Fue colocada delicadamente sobre el suelo de nuevo por aquel alto caballero, quien no podía dejar de verla. La había mirado de lejos unas cuantas veces, pero esa era la primera vez que lograba verla tan de cerca, logrando además poder tocarla. Se ruborizó al notar sus manos aún adheridas a la cintura de la menor, y las quitó de inmediato, pues era una gran falta de respeto.
— ¡D-Disculpadme!— se arrodillo ante la joven, avergonzado—. Perdonad mi atrevimiento, joven dama.
— N-No es necesario— lo miró con algo de pena, aunque una traviesa sonrisa asomaba por sus labios rosados—. Levantaos, noble caballero— el contrario acató la orden casi al instante—. Quiero agradeceros vuestras habilidades para salvarme de aquel descuido. ¿Me honraríais de conocer el nombre de mi salvador?— le miró con un brillo semejante a una piedra recién tallada por los ángeles, o así los veía el mayor.
— Sir Foxy the Pirate— tomó la mano de la joven, besando su dorso con delicadeza—. Pero vos podéis llamarme Fox, y estaré a vuestro servicio siempre que me necesitéis.
Sonrió, le parecía un nombre extraño y rudo, pero para ella era lindo. Se despidieron brevemente, siguiendo ambos caminos separados, pero no se dieron cuenta de que sus caminos iban a reencontrarse más de lo esperado.
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Esta historia es BxB, pero tiene más ships de por medio :3
Sed pacientes, pronto llegará lo weno(?
Los demás diseños :3
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