Parte dos
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ASUNTO: RE: El cuadro de la playa
¡Hola, Moisés!
Primero que nada, me gustaría darte las gracias por haberte tomado la molestia de contactarme y dedicarme esas hermosas palabras. Me han conmovido un montón. No sabes cuánto me alegra saber que al menos a alguien le ha gustado una obra que yo consideraba más que olvidada.
Es curioso que preguntes por ella, pues eres la primera persona que lo hace. No es una de mis pinturas más famosas, ni siquiera entre los pequeños círculos artísticos en los que me muevo. Durante mi juventud nadie la tomó en cuenta y yo misma prefería que así fuera, porque de lo contrario habría revelado una parte muy privada de mí que solo tú has logrado entrever.
Lamento haber tardado meses en contestar. Es posible que, una vez que leas esto, ya te hayas olvidado de mí y de la pintura.
Como ya te imaginarás, este correo estaba en desuso, hasta que lo abrí por cuestiones de trabajo y me he encontrado con esta sorpresa. Reflexioné mucho sobre lo que me contaste pero no era capaz de reunir el coraje para escribirte.
Si leíste mi biografía en Exposiciones Contemporáneas de Artes Plásticas, ya debes saber que nací en Caracas, en enero de 1968, y que me gradué en la Universidad Central de Venezuela; que soy la hija mayor de una familia antaño pudiente, que me casé muy joven pero jamás tuve hijos y que inauguré mi propia escuela de arte en el 2004. También emigré en el 2016 y actualmente estoy viviendo en Madrid. La biografía es muy concisa, y, como muchas, omite detalles importantísimos.
Que hayas asociado el «cuadro de la playa», cuyo nombre original es Vista al mar desde el balcón, con tu infancia y con tu madre, me ha producido un sentimiento agridulce. Esto es lo que puedo entender de lo que me cuentas: mi cuadro te hace rememorar el único recuerdo que posees con tu madre, de un valor inigualable para ti. Esto es interesante. Cuando lo pinté, mi intención era imprimir en él la acritud de las despedidas, la pureza de la infancia que se quiebra en miles de pedazos.
La verdad es que los dos niños eran mis hermanos pequeños, que por desgracia desaparecieron a la misma edad en la que aparecen retratados.
Para que te hagas la idea de lo que pasó, te lo explico con brevedad: ellos estaban bañándose en la playa, y yo, que en ese momento tenía catorce años, los miraba desde el balcón. Era un domingo en extremo caluroso y estábamos en la casa de playa de mis padres. En ese instante sonó el teléfono y fui a contestar.
Te juro que pensé que mis padres estaban en la playa con los niños. Mis padres, y en especial mi madre, eran muy protectores en ese aspecto. Mis hermanitos tuvieron tantas complicaciones durante su nacimiento que crecieron envueltos en un amparo constante. Jamás pensé que ellos estuvieran solos. No obstante, las dudas me surgieron cuando vi a mi madre cruzar el pasillo, con el cesto de ropa en los brazos. Fui hasta el balcón, pero no los vi en ninguna parte.
El resto ya te lo imaginarás. Mi mundo se vino abajo. Bajé hasta la playa, sin decir ni una palabra, con las manos temblorosas por los escenarios que en un segundo se entremezclaron en mi cabeza. Pregunté a todos los que pasaban y nadie me dio una respuesta. Me metí con ropa y sandalias al agua, pero no los encontré. Los llamé a gritos, pero no vi aparecer por ningún lado sus cabecitas pelinegras.
Todos empezamos a buscar como locos. Los buscamos durante días, semanas, meses. Aunque nunca he sido una persona religiosa, rezaba todas las noches para que aparecieran. Al final no ocurrió nada, ningún milagro. Ellos nunca volvieron y la esperanza menguó hasta convertirse en polvo. Y ahora, casi cuatro décadas después, desconozco qué pudo haberles sucedido.
Dicen que el tiempo cura las heridas, pero yo creo que el dolor de la pérdida nunca se cicatriza del todo. Sigue allí, en un latido imperceptible; es solo que te acostumbras a deslizarte en él, a vivir a través de él. Se dispersa en el ambiente y se convierte en una voz silenciosa.
Durante el resto mi adolescencia no volví a pintar un solo cuadro. Quedé tan afectada que tenía sueños frecuentes con mis hermanos perdidos, sueños en los que ellos aparecían jugando en la playa.
No logré culminar un cuadro hasta que cumplí veintiún años, cuando Vista al mar desde el balcón se convirtió en mi nada gratificante debut en el mundo del arte. Es una de mis peores pinturas si la comparas con mis trabajos posteriores. Sin embargo, cuenta una historia, una que tú también comprendes, y creo que es por eso que te sientes tan conectado con ella.
La pérdida de un ser querido es algo devastador. Una muerte, como la de tu madre, es una despedida rotunda. Sabes que no hay marcha atrás, y es una certeza que te hace sangrar el alma, porque por menos dudas que tengas tu dolor no será menos inconsolable. No existe el verdadero consuelo.
Por otro lado, una desaparición es una despedida a medias, una despedida incierta, desdibujada. Es un sombrío adiós que no sabes cuándo vas a pronunciar, que quizá no se despliegue nunca de tus labios.
Vista al mar desde el balcón narra, para ti y para mí, dos historias, entrelaza dos perspectivas: el fallecimiento de una madre y la desaparición de dos hermanos, que flota en nuestras mentes con el intenso olor salino del mar, la textura de la arena y el canto de las gaviotas, pero que es imposible trasladar desde el mundo de los sueños a la practicidad de las palabras.
Tras varios años con el cuadro me di cuenta de todo el daño que me causaba (no me sorprende que tu abuela lo tuviera en el depósito, me da la impresión de que para eso lo pinté, para que se llene de polvo y telarañas como todos los recuerdos que deseo desterrar), así que decidí venderla a un precio irrisorio. Entregué un pedazo de mi alma cuando vendí esa pintura, pero era necesario. Necesitaba desprenderme de ella.
Estoy muy feliz de que hayas decidido escribirme para contarme esto. Me hace sentir un poco culpable no haber leído tu correo antes, pero al mismo tiempo me alivia haberlo descubierto justo ahora, cuando estoy atravesando un momento de gran soledad. No ha sido ninguna molestia conocerte.
Te deseo lo mejor en tu vida, Moisés. Eres muy joven. Confío muchísimo en el potencial de los chicos sensibles e inteligentes como tú. Yo sé que lograrás grandes cosas.
Se despide, tu nueva amiga, Ligia Elena.
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