50: Los lords de Hydra
Lyra
Lyra despertó en condiciones que la preocuparon y aliviaron a partes iguales.
Estaba viva, lo cual era un hito en sí mismo, pero había perdido su vestido de ejecución. Llevaba un camisón más largo y menos transparente que la ropa de dormir que se supone debes llevar durante un matrimonio, pero seguía sintiéndose desnuda, en especial porque lo estaba, debajo de esa prenda.
No despertó en una celda, lo que significó muy poco para ella, pues el lugar donde cuidaba de los Nadie no se parecía a una fosa, e incluso así resultó ser la peor.
Su entorno no era más que una habitación sin decorados personales. Una cama cómoda, algunos armarios y aparadores, un taburete donde fue poniendo sus pies al despertar y -su parte favorita- una ventana decente.
Uno de los vidrios estaba abierto hacia afuera, dejando que una ligera brisa se inmersara en el habitáculo, moviendo las cortinas livianas en una danza que a Lyra se le antojó mágica.
Se levantó para ir hacia ella. Sus pies descalzos en contacto con la alfombra bajo la cama le dijeron que estaba en el santuario de alguna persona de buena posición social y económica. Cuando has pasado por una casa de preparación y dos castillos, uno más imponente que otro, aprendes a identificar la calidad del alfombrado.
Al acabar el trayecto de la alfombra, la madera también confirmó sus sospechas. No chillaba bajo su peso, era sólida, resistente, sin hastillas y pulida al punto en que podría tirarse al suelo y ver el reflejo de sus pendientes en el.
Llegó a la ventana, las cortinas rozando su rostro en una sutil caricia en medio de esa danza que el viento provocaba. Olía a gardenias con un ligero matiz químico, como de alcohol.
No era natural, era un perfume.
Se asomó hacia afuera y, aunque la ventana daba una vista muy poco provechosa del panorama para hacerse una idea real de su ubicación, Lyra advirtió cosas significativas.
Estaba en algún segundo o tercer piso, por la altura a la que estaba del suelo. Y había todavía más construcción hacia arriba. Una fortificación de ese nivel era suficiente aval para hacer de un don nadie un íntegro miembro de la nobleza.
Aunque su vista era un sinfín de hectáreas de campo que se perdía en la nada hasta volverse sombras a la altura de un sol de brillo matutino, como colinas que pasaban a acompañar las nubes al viento, de hecho era más que esclarecedor una vista semejante. El jardín contiguo que parecía extenderse a la eternidad, y el sol amarillo que no podía ser de Ara, eran determinantes.
Estaba fuera de Ara, en una casa noble con una cantidad de tierras verdes lo suficientemente amplias para parecer una eternidad, pero con un tipo de vegetación que no tenía símil con la de una granja, sino la de un jardín. Los perfumes característicos, y la plantación de girasoles de más de dos metros de altura...
«Estoy en Hydra, en la fortificación Sagitar», concluyó Lyra justo cuando la puerta de su habitación fue abierta de golpe.
Indyana Sagitar, la segunda hija del matrimonio Sagitar, entraba como una tormenta que azota durante su aparición una puerta mal cerrada. Interceptó a Lyra, quien parecía francamente tranquila para una interrupción tan súbita, hasta arrastrarla con un puño en su camisón hacia la pared donde la señaló con un dedo atemorizante.
—Mira, patito feo —escupió la joven dama de cabello cenizo y vestido distinguido—, será mejor que le digas a todos que sobreviviste esa noche porque algún aliado tuyo te dio los cristales nocturnos sin que se entere nadie, ¿quedó claro?
—Indy, déjala —regañó otra voz en tono pacífico, como si realmente no quisiera discutir.
Cuando la chica soltó a Lyra, ella pudo ver a un joven con un traje que solo la alta nobleza, o un principado, podría conseguir. Tenía un muy correcto porte y una sonrisa conciliadora. Ella no lo sabría en ese momento, pero se trataba de Ausrel Sagitar, legalmente el primogénito de los lord de Hydra, aunque biológicamente era un bastardo, lo que explicaba por qué su cabello iba más hacia el castaño que al rubio emblemático de la familia.
—Lamento el maltrato, mi lady —se disculpó Ausrel, las mano enlazadas en la espalda y una ligera reverencia de su rostro para indicar respeto—. Mi hermana no es la más paciente de los Sagitar. Y, sin embargo, no miente. Por su propia seguridad y la nuestra, lo mejor será que no mencione a nadie nada con respecto a lo que hizo para sobrevivir.
Lyra frunció el ceño con ligereza, haciendo un esfuerzo por mantener el porte y no cruzar los brazos sobre su pecho, incluso sabiendo que era poco probable que se notara a través de una tela como esa.
—¿Sobrevivir? —cuestionó ella con la voz perdida—. No lo entiendo, mi lord, ¿qué fue lo que se supone que hice?
—Sí, justo así —aceptó el joven con una risita cómplice.
Lyra respondió a su risa con tal gesto de disgusto que el hombre se cortó en seco.
—No entiendo qué le hace gracia, mi lord. No he pasado precisamente mis mejores días para que además se burle de mí.
Sagitar se vio francamente avergonzado por su comportamiento, que no había hecho con ninguna mala intención, y le dijo:
—Lo siento mucho, mi lady, pero... ¿De verdad no recuerda nada de lo ocurrido?
—¿Se refiere a después de haberme desmayado de dolor en algún punto de mi tortura? —preguntó Lyra. Seguía siendo serena y fría a pesar de sus palabras, en ningún momento alzando la voz, pero estaba esa leve inflexión en su tono que se sentía quebrado, provocando en Ausrel un profundo remordimiento por sus acciones—. No, mi lord, si algo pasó después, que es evidente, ya que estoy viva y muy lejos del castillo, no lo recuerdo en lo absoluto.
—No estás muy lejos del castillo —acotó Indyana en tono de que algo en ese comentario le hacía gracia.
—Indy —advirtió su hermano.
—¿Estoy mintiendo? —Ella le lanzó una mirada que iba enmarcada por una profunda curva en sus cejas—. Ella está, de hecho, en el castillo.
—Pero no en el castillo que conoce y teme, mi lady —aclaró Ausrel Sagitar—. No tiene nada de qué preocuparse.
«Es lo que siempre me dicen», pensó Lyra.
«Vas al mercado en una semana, Lyra, no tienes que temer a nada, todas pasan por esto».
«Hubo un cambio de último minuto. Ya no irás al mercado, eres la princesa prometida al heredero. No temas, tu vida cambiará para mejor».
«Acepto, hija, ven a casa. Puedes reinar aquí, te protegeré ante cualquier cosa. Jamás tendrás que volver a sentir miedo por nada».
«Vas a casarte. ¿Estás asustada? No deberías, todo va a salir bien».
Lyra había aprendido de muy mala manera que, cuando existía una promesa de por medio de que todo estaría bien, es porque con toda probabilidad las estrellas harían que todo se estropeara.
—¿En dónde estoy? —preguntó Lyra con la vista perdida en dirección a la puerta abierta detrás de los hermanos. Su pregunta realmente no era dónde estaba, sino si le permitirían salir.
—A salvo.
Y esas palabras de Ausrel fueron suficiente para ella entender que la respuesta a su verdadera pregunta era «no».
—Está asustada —señaló Ausrel con cautela.
—Y con razón —murmuró Indyana.
—Indy, por favor. No estás ayudando a la pobre.
«Pobre», repitió Lyra para sí, saboreando el eufemismo.
—La dejaremos para que se aliste, mi lady —terminó Ausrel al verla tan ensimismada—. Mis padres querrán verla pronto. Nuestros sirvientes traerán su comida para acá, imaginamos que no está en condiciones para una cena en grupo en un momento como este. Así que, por estos días, puede permanecer aquí y solo hablará con nosotros y nuestros padres. Para no abrumarla.
—¿En serio? —inquirió Indyana en todo burlón—. No has terminado de hablar y ya me abrumé yo.
Su hermano volteó a verla con una expresión que la silenció, aunque no sin antes hacer una mueca.
—¿Cuánto es «estos días»? —indagó Lyra, perdiendo su vista en los jardines de la ventana.
—Cuanto usted considere, mi lady.
—¿Y luego? —Entonces se giró a verlo—. ¿Luego cuánto?
Ausrel Sagitar eludió su pregunta con una sonrisa amable.
—Recupérese pronto.
~❄️🦢❄️~
Las vendidas de los Sagitar le llevaron las mejores comidas. La ayudaron a asearse y la vistieron con los ropajes típicos de Hydra. Para salidas al exterior, su moda era muy similar a la de Baham. Una falda suelta de tela liviana que el viento pudiera mover sin problema, y por separado telas cruzadas para cubrir estratégicamente el pecho y dejar el resto de la piel a la vista. Por decoro o consideración, agregaron a Lyra una capa vaporosa.
Una vendida tejió su cabello en una especie de coronilla hecha por tres juegos de complicadas trenzas, dejando el resto suelto y colgando a su espalda.
Luego se le permitió salir acompañada por un guardia hasta un recibidor amplio de techo abovedado y complicados ornamentos que hacían de la fortificación una majestuosidad imperial.
—Princesa —saludó una mujer al alcanzarla y dar dos besos al aire, cada uno junto a una de sus mejillas, como saludo.
Pese a que el diseño de su vestido también formaba esa equis de tela en la parte superior que resultaba igual de reveladora como en Lyra, se notaba la distinción social en los acabados de plata de aquel ropaje, como delgadas costuras en forma de astros específicos, acabando en una falda escarchada -con dos profundas aberturas en los laterales- que refulgía al andar por la luz del fuego blanco.
Eso, y la poco sutil diadema, se sumaron al porte distinguido y hasta despectivo de la mujer para revelarle a Lyra su estatus social.
«Es lady Indus», concluyó Lyra para sus adentros.
—Hola, querida, sé que debes estar muy abrumada pero ya se te pasará, y mientras más rápido salgas de esa pocilga más rápido será eso. Mi nombre es Indus, aunque aquí escucharás a todos llamarme lady Sagitar, y él...
La mujer señaló detrás de sí a un hombre que era aterradoramente idéntico a Indyana Sagitar, con el mismo cabello cenizo y ese gesto duro y hostil en su rostro.
—Él es mi marido, Kaus Sagitar. Ya conociste a nuestros hijos, ¿no es así?
Lyra solo asintió, tímida, sin siquiera hacer contacto visual.
—Acompáñanos, princesa. Te gustará conocer el castillo y te convendría saber más sobre nuestra familia.
Lyra los siguió de cerca. Mantuvo una postura decente pero sin igualar la de lady Indus, que era de imponencia casi ofensiva. Lyra prefirió deambular por el perfil bajo, escuchando y asintiendo sin comentar o hacer interrupciones para sus dudas.
Los lords de Hydra le mostraron apenas el gran salón, relatando acerca de los múltiples bailes que con frecuencia celebraban como anfitriones. Le mostraron los falcos de la familia, donde se sentaban en distinción del resto de la sociedad para escuchar a la orquesta. La pasearon por el comedor, tan amplio que podría haber sido una escuela, y por las habitaciones de la servidumbre, aunque sin ingresar a ninguna.
Lyra entró a un salón de arte, otro de música y un área de esculturas. Todo sin tener idea de por qué era relevante para ella, y suponiendo que de hecho no lo era, que no se trataba más que de alguna formalidad aparentemente necesaria.
Fue cuando llegaron a la galería de perfumes que lady Sagitar se detuvo e inmersó a la princesa en esta, más que solo pasar y señalar como había hecho antes.
—¿Sabes a qué nos dedicamos, lady Cygnus?
—Al comercio, mi lady —respondió Lyra.
—Al comercio, es correcto. Nuestra familia y la familia real han mantenido una relación comercial muy próspera desde que Levith Sagitar I empezó a explotar la plantación de girasoles al descubrir sus propiedades cítricas que podrían ser usadas en para perfumar distintos productos y para fines culinarios. Además de con la familia real, hace milenios que exportamos a todo el reino grano, frutas, licores, carnes, azúcares, harinas, flores, telas, vegetales, incluso agua. ¿Sabes lo que significa una expansión así, un negocio tan próspero, un monopolio de ese estilo?
«Poder», pensó Lyra con discreción en su mirada.
—Dinero —respondió lady Sagitar al ver que Lyra negaba ligeramente con la cabeza—. Hace apenas cinco décadas empezamos con el imperio del perfume Sagitar. Todas las fragancias imaginables al alcance de un frasco, como un elixir. —Señaló el anaquel y las vidrieras, todos llenos de perfumes en envases distintos, con líquidos de colores varios, algunos etiquetados otros con el nombre grabado al cristal—. Paz, pasión, maldad, lujuria, amor, sueños, playa, brisa, bosque, magia... Todo puede evocarse con una fragancia, y para cada una hay un perfume. Habrá otros perfumistas en Áragog, por supuesto, pero somos pioneros en tener un repertorio tan amplio de dónde escoger, e incluso a día de hoy, con un conflicto tan brutal en vigencia, mantenemos un acuerdo comercial con Jalas'tar Nashira, el gran mercader de Baham, porque no hay guerra que pueda contra la vanidad.
La mujer se giró hacia Lyra y le sonrió al finalizar su relato declarando:
—Fue el regalo de Aus, nuestro heredero, en su último cumpleaños. El negocio es enteramente suyo ahora.
Lyra le sonrió amablemente en respuesta.
—Indyana estaría celosa, pero ella es una emprendedora —continuó la mujer, avanzando al fondo de la bodega para señalarle a Lyra, que la seguía de cerca, el resto de la galería—. Desde sus doce años se interesó en el negocio de los minerales, su padre le enseñó todo lo que sabe sobre joyas. Puedes preguntarle lo que sea sobre diamantes, ella te lo dirá. Cuando llegue el momento tomará posesión de la joyería. Es su herencia.
«¿Por qué me está contando esto?», se preguntó lady Cygnus, incluso sabiendo que su rostro no expresaría más que un adecuado interés. Todo en sus expresiones era medido al detalle, nada en muy baja medida que pudiera significar una ofensa, nada en exceso que pudiera tomarse como avaricia.
—No eres de muchas palabras, ¿o sí? -le preguntó lady Sagitar.
—No crea que no la escucho, mi lady, o que no estoy procesando lo que dice —se excusó Lyra—. Solo temo abrir la boca y hacer un comentario indebido, o que aporte menos que mi silencio. Por ello escucho, y agradezco. Créame que en el momento en que sienta que mis palabras puedan hacer un aporte significativo, las oirá.
—Me gusta —finalizó lady Sagitar—. Te estarás preguntando por qué te cuento todo esto, ¿no?
—Me intriga el motivo, mi lady, aunque no me desvela. Estaba disfrutando el relato.
—Vamos al jardín. —La mujer se volvió hacia su marido—. Si quieres puedes ir a atender tus asuntos, cariño, ya has hecho suficiente.
~❄️🦢❄️~
Deneb tenía jardines, aunque todos fuesen casi inhóspitos para cualquier resquicio de vida. Árboles baldíos, fuentes congeladas en el tiempo, esculturas de hielo que contaban historias del pasado, y algunos retoños de flores en las mejores temporadas, especialmente pálidas, esas únicas de la vegetación de las tierras nevadas que evolucionaron para sobrevivir a ellas.
Mujercitas no tenía un jardín, pero sí había espacios artificiales floreados. También estaba la sección de flores en el mercado donde las aprendices de vendidas solían distraerse por horas. Lyra en primer lugar.
Ara tenía muchos jardines, en especial aquel del castillo. Era el lugar favorito de Lyra. Lo fue en especial cuando se vio privada de las visitas a este y empezó a recordar los encuentros que tuvo en él, las tardes contemplando las estatuas emblemáticas, las risas furtivas, las conversaciones aparentemente inofensivas sentadas en un banco, una junto a la otra, mientras contemplaban flores y Lyra recitaba en su cabeza todo lo que conocía de ellas.
Lyra amaba los jardines. Si pudiera tener una vida normal, tendría una pequeña casa en la zona rural de Cetus y empezaría una plantación que sería su proyecto de vida. Ella, el aire libre y las flores. Sería suficiente.
Pero, si tenía que escoger, diría sin temor a pecar de impresionada que jamás vería un lugar semejante a los jardines del castillo de Hydra.
El castillo estaba encima de una colina, y todo en su descenso estaba fielmente tapizado. El trabajo había sido meditado al milímetro, pues todo parecía seccionado, y extenderse hasta el infinito. Si veías en una dirección, te toparías con hectáreas de rosas con motas violetas. Visto desde arriba tenía un patrón, algo digno de replicar en bordados. Pero, si desviabas la vista unos pocos centímetros, podrías ver a lo lejos el laberinto más amplio inmenso naturalmente posible. Y así era con todo. Árboles de todos los colores, fuentes funcionales con criaturas vivas bebiendo y revoloteando cerca de ellas.
Lady Sagitar le señaló una colina en el horizonte donde reinaba una enorme represa con las compuertas cerradas. Le explicó que aquella construcción mantenía su tierra seca, y que la aliviaban una vez al mes para regular el nivel del río.
Al otro polo le señaló lo que sería el comienzo del río, la zona más cercana a este desde su ubicación y le dijo que en aquel lugar estaba la caída de agua natural más grande de todo Áragog.
Lyra jamás había visto nada semejante. Ni ríos, ni playas, mucho menos cascadas que se formaran naturalmente, solo las artificiales del castillo.
Pero no lo mencionó, porque por mucha curiosidad que tuviera no sabía si quería estar en ese lugar, porque no conocía a las personas que la habían llevado hasta el.
—¿Qué te parece la moda de Hydra? —le preguntó de pronto lady Sagitar, mostrándole un árbol blanco al que escalaban ardillas negras.
Lyra se miró desde las sandalias hasta el escote antes de responder:
—Es distinta.
—Sí, ya me imaginaba que no estarías acostumbrada a mostrar tanto. No es todo el tiempo, de todos modos, pero es lo ideal para paseos como estos. Si vistieras aquí como en la capital o, ¡líbrame, Ara!, en Deneb, tendríamos que buscar una cuadrilla de curanderos que atiendan tus desmayos. O como mínimo tendrías que tomar un baño cada seis minutos. Lo que llevas es lo mejor para el calor.
—Eso noto, mi lady —dijo Lyra, cuya falda ondeaba como las cortinas de su habitación al viento de la tarde—. Se siente correcto así.
—¿Habías visto el sol antes? En Deneb no tienen, ¿o sí? Y el de Ara apenas y aporta frescura, no calienta.
—El cielo de Deneb es un lago de nubes congeladas —explicó Lyra evocando sus recuerdos de Deneb—. No, no hay sol, solo un resplandor blanco que resulta suficiente para iluminar y proporciona los nutrientes necesarios a nuestra vegetación.
—«Nuestra». —La mujer le dedicó una sonrisa extraña—. Qué intrigante la manera en que te refieres a una tierra que apenas visitaste. Creciste en Ara, ¿no? Pero parece que te sientes parte de Deneb.
«Soy parte de Deneb», corrigió Lyra para sí misma. «Pero no parece ser algo que usted quiera escuchar».
—Supongo que pertenezco a cualquier lugar al que pueda adaptarme, siempre que me sienta recibida.
La mujer sonrió, un gesto leve e inquietante, la expresión de quien degusta un sabor prohibido que le resulta grato.
—Aquí en Hydra siempre serás bienvenida, princesa. Como sus lords, haríamos hasta lo impensable por tu comodidad. —Se detuvo a arrancar fruta fresca de un árbol de tallo en espiral, algo que Lyra jamás había visto pero se instó a investigar luego—. Estás a salvo aquí, Lyra, aunque luego de lo que has pasado lógicamente te cueste creerlo. Nuestra prioridad es tu bienestar.
En ese momento los alcanzó Ausrel, quien iba a caballo junto a su hermana, vestido de blanco con unas hombreras doradas y prendedores distintivos por todo el traje. Lyra pensó que esa era la manera en que vestía un príncipe, no un lord.
—Madre —saludó el muchacho con una ligera reverencia.
—Qué alegría verte, cariño —le dijo la mujer con una sonrisa cauta, pero radiante—. Deberías terminar por mí el paseo de lady Lyra. ¿Te parece? Así se conocen mejor.
—Desde luego, madre. —Mientras decía aquello, bajó de su caballo y le entregó las riendas a su madre—. Yo me encargo.
—Quedará Indyana como chaperona —le explicó lady Sagitar a Lyra en voz baja—. Aunque yo no me preocuparía tanto por nada. En especial por mi hija. Ni siquiera sentirán su presencia, ¿de acuerdo?
Lyra, más confundida que nunca, se limitó a asentir y forzar una sonrisa.
Pronto se encontró continuando su paseo con lord Ausrel Sagitar.
—¿Qué le parece Hydra, mi lady?
—Mi lord, ¿por qué...?
—Llámame Ausrel. O mejor Aus, por favor. Las formalidades me abruman.
—En ese caso no debería llamarme «mi lady», ¿o sí?
—Eso depende... —El hombre se detuvo en un arbusto a arrancar algunas margaritas que luego ató en un ramo precioso con una cinta amarilla que llevaba en el bolsillo. Lo miró, y luego a Lyra, para así proceder a entregárselas—. ¿Te molesta si te llamo Lyra?
—Es mi nombre, Ausrel. Puede usarlo si gusta, para eso se hizo.
Lyra aceptó el ramo con amabilidad, no sabiendo muy bien qué pensar al respecto, pero muy clara de las preguntas que debía hacerse.
—Debe ser abrumador todo esto —dijo Aus—. Me disculpo de antemano por cualquier mal rato que pueda pasar aquí, o haber pasado.
—¿Por qué tendría usted que disculparse o yo estar abrumada? Me salvaron, ¿no es así? En ese caso debería estar agradecida, y lo estoy... Aus.
Lyra no creía que aquella disculpa fuera gratuita, ni que la hubiesen salvado por altruismo. Pero no tenía ninguna otra pieza para construir sus ideas, así que debía encontrarlas en aquella conversación. Ausrel parecía mucho más accesible que su madre.
—Hydra es precioso —respondió Lyra al fin—. Solo no dejo de preguntarme qué hago aquí. Usted entiende eso, ¿no?
—Perfectamente, Lyra. Ven, sigamos este paseo —dijo él extendiendo su brazo para que se lo tomara.
Lyra vio hacia atrás, hacia donde Indyana recolectaba fruta de la copa de los árboles desde la montura de su caballo. No parecía muy interesada en seguirlos a partir de ahí.
—Si te sientes más segura así, puedo silbarle para que nos siga...
Lyra volteó de inmediato a ver a Ausrel.
—No, estoy bien. Ella me da más miedo.
Sagitar se echó a reír y, mucho más animado, volvió a extenderle el brazo que Lyra tomó esa vez sin rodeos.
—No te preocupes por tu reputación —le dijo Aus—, en el remoto caso de que alguien nos vea a estas alturas del jardín, jamás dirían nada de ningún amigo de la familia.
—No me preocupa mi reputación, mi lord.
Aus asintió.
—Bien, salgamos antes de las preguntas fáciles para pasar a las demás. ¿Sabes quién soy, Lyra?
—El primogénito de los lords de Hydra.
—Sí, eso soy a día de hoy, pero no lo fui siempre.
Lyra entornó ligeramente sus ojos con confusión.
—Mis padres no son del todo «mis» padres. —Él le lanzó una mirada de soslayo—. Parte de lo que diré no es de dominio público, así que agradecería que no lo repitieras, ¿de acuerdo?
—¿Por qué me lo cuenta entonces?
El muchacho le sonrió tranquilizador y continuó ignorando esa pregunta.
—Soy hijo legítimo de Indus Sagitar, mas no de Kaus. Entiendo que esto puede resultar abrumador... ¿Un bastardo de una mujer? Sí, eso fui. Por mucho tiempo, para evitar la discriminación y el escándalo, viví junto a mis hermanos como uno más de la familia. Igual estaba el desprecio intrafamiliar —añadió con una expresión de bromista—, pero al menos el resto de Hydra ignoraba mi origen. Hasta que mi hermano Levith murió. Era el primogénito, el único varón legítimo del matrimonio de Kaus y mi madre. Perderían su imperio al no tener un heredero...
—¿Qué pasa con Indyana?
Aus volteó a ver a Lyra con el ceño fruncido.
—Es mujer.
«Por supuesto».
—Pero... No quiero ser impertinente, mi lord...
—Aus, por favor.
—Aus —se corrigió Lyra—. Solo me pregunto si la condición de su hermana también le impide heredar fortunas. Eso no lo sabía.
—Lo que no puede heredar es el liderazgo, el título y dominio de estas tierras. No sin casarse. Y antes que dejar la herencia de los Sagitar a un desconocido de apellido cualquiera, Kaus prefirió reconocerme como su heredero legítimo.
«Si me está contando esto su madre debe estar al tanto, y si lo está sin duda no pretenderá que yo salga de este castillo pronto. No con vida».
—¿Y fue duro? —preguntó Lyra al no saber qué más decir—. Me refiero a perder a su hermano.
—Indyana todavía no lo supera. Eran inseparables. Lógico, son enteramente hermanos. Fueron —se corrigió—. Yo era su medio hermano, así que no éramos tan unidos. Me respetaba lo justo, y yo lo admiraba en secreto tanto como lo odiaba.
—¿Odiar?
Ausrel sonrió con el recuerdo.
—Era un maldito. De estar vivo, habría destruido el mundo con un poder como el que pronto heredaría. —Miró a Lyra, quien parecía francamente impactada por sus palabras—. Era el mejor en lo que se demandaba de él, e incluso en lo que no. Odiaba no tener nada motivos para odiarlo más que la envidia.
—Esa fue una declaración muy contradictoria.
—Tal vez. O tal vez cualquier sentimiento genuino lo es, ¿no?
Al fin Lyra sintió que estaba francamente de acuerdo en algo con el lord a su lado.
—Y tú, Lyra, ¿quién eres tú? —preguntó el hombre deteniéndose y parando frente a ella.
—Yo... Mi lord, ¿me está pretendiendo o estoy entendiendo todo mal?
El hombre se deshizo en una carcajada que llevó a Lyra voltear para no revelar nada de lo que podía estar implícito en su rostro.
—Lo siento, Lyra, no esperaba tal franqueza de su parte. Yo... —Carraspeó—. Mi familia organizará un baile en breve, quisiera que fueras como mi invitada. Cualquier duda que tengas te la responderé entonces, siempre que me concedas el honor. Hoy no te preocupes por nada, en serio. Nadie quiere lastimarte. Mi familia, yo incluido, solo queremos lo mejor para ti. Tu bienestar, y tu seguridad, será nuestra prioridad siempre. Y créeme que no hay otro lugar donde puedas estar más segura que aquí. Ni siquiera el rey se atrevería a importunar a los lords que mantienen su economía a flote. Además, tenemos el ejército más grande de toda la nobleza de Áragog.
Él dio un paso más hacia Lyra y acarició sus hombros desnudos en un gesto que pretendía ser reconfortante.
—Estarás bien.
Lyra forzó una sonrisa.
—¿Me acompañarás, entonces?
«¿Tengo opción?», se preguntó ella, pero en su instinto de supervivencia supo que lo correcto era decir:
—Encantada, mi lord.
~~~~
Nota:
A partir de ahora Lyra tendrá mucha más presencia en los capítulos futuros. La conocerán mejor, a ella y a su destino, y la acompañarán en todo un proceso de descubrimiento, impotencia, algunos chispazos de fuerza y evolución. Espero que lo disfruten 🤍
¿Qué piensan de la familia Sagitar? ¿Qué creen que hace Lyra en el castillo de Hydra y que le espere a partir de ahora?
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