Capítulo 14 🎤

Alicia estaba en la cama de hospital, la iban a dejar una noche en observación por los golpes que tenía. Gaby estaba con ella, la muchacha le había pedido que por favor no llamaran a su madre, por lo que no la dejaron sola ni un solo instante.

Sin embargo, Lautaro caminaba enfurecido de un sitio al otro de la sala de espera. Cuando Alicia se durmió, Gaby salió y lo contempló desde el umbral de la puerta.

—¿Quieres tomar un café? —le preguntó—. Tienes que calmarte...

—Está bien...

Lautaro y Gabriela caminaron hasta un bar que había en la esquina del hospital y entraron allí por un café.

—No puedo creer —dijo él—, no puedo creer...

—Lo sé, a mí también me cuesta creerlo, pero no podemos hacer nada, Lautaro... tenemos que esperar un poco más y tratar de hacerla entrar en razón.

Unas horas más temprano, la policía llegó a la casa y ambos testificaron lo que habían visto, sin embargo, Alicia no dijo ni una sola palabra. La llevaron al hospital donde atendieron sus heridas, y ella siguió sin decir nada. La policía les informó que si ella no denunciaba no podían hacer nada, y cuando estuvieron solos, Alicia les dijo que no lo haría.

Lautaro se ofuscó e intentó hacerla entrar en razón, pero solo logró asustarla, por lo que Gaby le pidió que la dejara sola con ella e intentaría convencerla, cosa que no había logrado.

—Ella está segura de que él la ama y que lo hace por amor, porque solo se preocupa por ella...

—¿Te das cuenta lo que dices? —inquirió él a punto de golpear la mesa.

—Yo sé, sé que está ciega, pero no puede salir de allí, y no la vamos a ayudar si no le hacemos ver las cosas con calma. Con tus gritos y así de nervioso no solucionas nada —dijo la muchacha.

Lautaro sorbió su café y suspiró.

A esas alturas, Gaby estaba segura de que a él le gustaba Alicia, por eso se tomaba el tema de manera tan personal, y le resultaba tierno que reaccionara así. Lo vio allí, abatido y no pudo evitarlo, lo tomó de la mano.

Lautaro no logró reaccionar a aquel gesto, si hubiese podido, habría sacado su mano de inmediato, se habría alejado de la chica que lo intentaba tranquilizar porque con solo su contacto, todas sus señales de alertas se habían encendido. Sin embargo, su pequeña mano sobre la suya se sentía bien, era como si con ese gesto, su alma se calmara.

—Estuviste muy bien hoy, fuiste muy valiente —dijo Gaby con dulzura—, yo me paralicé, no sabía qué hacer... y tú... de verdad... —añadió con una sonrisa.

—No fue nada... —dijo él—, hice lo que cualquiera haría.

—No... no cualquiera...

Quedaron un rato en silencio sin soltar el contacto.

—Debes ir a casa a dormir, tienes que cuidar de Pilar y de tu abuelo. Además, esa herida de tu rostro está muy fea. ¿No quieres que te la cure? —inquirió.

Lautaro la miró a los ojos, se veía dulce, su preocupación era genuina y por un instante, sus barreras se debilitaron.

—Está bien... —asintió—, pero no en casa. Mi casa es chica y despertaría a todos...

—Vamos a la mía... te hago una curación y luego te llevo, ¿sí? —inquirió—. Mañana tú vendrás a verla... yo... debo trabajar —añadió lamentándose de no poder estar allí para su amiga.

—No te preocupes...

Salieron de la cafetería y subieron al auto. El silencio otra vez los acompañó durante el camino, pero esta vez no era incómodo, sino electrizante. Una energía extraña se había desplegado entre ellos, Gaby pensaba que era porque habían sido testigos de algo muy fuerte, pero sentía que el ambiente había cambiado.

Sacó su llave y entró en silencio. La casa de Alejandro era grande y el cuarto de invitados que ocupaba Gaby estaba en la segunda planta, al otro lado de las habitaciones de la familia.

—Espérame aquí —dijo ella llevándolo a la cocina—. Traeré el botiquín.

Fue entonces al baño, donde Andrea guardaba el botiquín de primeros auxilios y regresó.

—¿Es tu casa? —inquirió él.

—No, es la casa de mi hermano... yo vivo en Reyes... —añadió—, me quedo aquí este semestre...

—Comprendo...

Gaby le señaló para que se sentara en un taburete y ella colocó el botiquín en la mesa. Empapó el algodón con alcohol y se acercó.

—Va a escocer —susurró.

Lautaro asintió y Gaby le limpió la herida. Él se mordió el labio y ella no pudo dejar de mirar ese gesto, estaba muy cerca de él curándole la herida que tenía en el pómulo con sumo cuidado, y de pronto fue capaz de percibir la cercanía. Podía sentir su aliento y el calor de su piel, su aroma le pareció agradable. Entonces, ella sopló suavemente sobre la herida, como le había enseñado su madre cuando era pequeña. El ardor menguó, pero Lautaro no sabía bien si se debía a lo hecho por la chica o a que al sentir su aliento en su rostro se había olvidado por completo de la herida.

De pronto, sintió ganas de colocar sus manos en la cintura de la muchacha y traerla hacia sí. Quería sentir su cuerpo pegado al suyo. Desde donde estaba, podía contar las pecas que se desparramaban sobre su rostro dándole ese aspecto tan especial y dulce.

Gaby le colocó un medicamento y luego se apartó. Sentía calor, tenía la respiración alterada y temía que él lo hubiese notado dejándola en ridículo.

—Gracias... —susurró él—. Gabriela, siento mucho que nosotros... no hayamos empezado muy bien —dijo entonces con preocupación—, quizás... ahora...

—No te preocupes, Lautaro... la verdad es que hemos discutido por tonterías, pero... ha sido divertido.

Él sonrió y Gaby pudo apreciar la magia en su rostro. Tenía una dentadura perfecta, su mejilla derecha se doblaba en un tímido hoyuelo y sus ojos se achinaban dándole un aspecto más joven del que solía parecer. Gaby le devolvió la sonrisa.

—Bueno... será mejor que me vaya —dijo él levantándose.

—¿Te llevo?

—No... es muy tarde... no estoy lejos —añadió—. Descansa, mañana debes trabajar...

Gaby asintió y lo acompañó hasta la puerta.

—Oye... yo... —Lautaro se removió incómodo.

—¿Sí? —inquirió la muchacha.

—El póster... ¿crees que podrías dármelo?

—Claro, nada me haría más feliz —añadió y fue en su busca. Regresó un minuto después—. Dile a Pili que se lo compraste tú —pidió.

—No, le diré que es un regalo tuyo... Gracias por el gesto y... perdón por ser tan idiota.

Gaby le regaló una sonrisa dulce y negó.

—Tengo entendido que la crías solo, no ha de ser sencillo... te admiro mucho por ello.

Lautaro volvió a sonreír. La idea de que ella le admirara hizo que su corazón se agitara en su pecho. No entendía por qué alguien podría admirarle, y aunque no fuera cierto, el que lo haya dicho le hacía sentir bien.

—Prométeme que mañana no le dirás nada a Alicia... déjame eso a mí, ¿sí? —pidió la muchacha. Lautaro asintió.

—Hasta mañana...

—Mándame mensajes y cuéntame cómo va todo, por favor —pidió Gaby y él asintió—. Hasta pronto.

La muchacha cerró la puerta y él se dirigió a su casa, el fresco de la noche le hizo volver en sí. Debía alejarse de Gabriela porque bastó solo un poco de vulnerabilidad para que se le colara por la piel. Lo sabía, él se conocía lo suficiente para ser capaz de identificar cuando entraba en zona peligrosa... Ya demasiados problemas tenía consigo mismo y su familia como para meterse en una relación, lo mejor sería, mantenerse alejado y a salvo.

Gaby se recostó por la puerta y suspiró. ¿Qué era eso que había sentido? Más le valía alejarse de ese chico que le despertaba mariposas en el cuerpo. Ella tenía novio y una vida complicada, además, por la manera en que él se había preocupado por Alicia, ella estaba segura de que le gustaba su amiga. 

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