Capítulo 20

AZARIEL

La lluvia no para ni un solo segundo, lo que me frustra muchísimo más. No debimos quedarnos aquí cuando comenzó, debimos entrar a la casa.

Y luego el estúpido teléfono no tiene ni una barra de señal, ni Ernesto ni Antonia están en la finca porque se fueron al pueblo antes de que se nublara, los trabajadores se fueron hace horas también. El granero es seguro hasta cierto punto, no hay goteras, pero aquí no es bueno que Emma esté, sabiendo bien que en cualquier momento puede dar a luz.

—Amor... tenemos otro problema. —Emma comienza a hiperventilar de la nada. Me giro para verla y creo que me va a dar un infarto, está sentada en una silla y por debajo se comienza a formar un charco. Al saber que no hay goteras por ningún lado, sé que se trata de su fuente ahora rota.

—¡Los bebés ya vienen! —Me acerco a ella y busco algún lugar seguro para recostarla y, afortunadamente encuentro las colchonetas donde dormía Emma aquí. Voy hacia ellas y las acomodo en el suelo para después instar a Emma a recostarse—. Voy a llamar a emergencias, pero van a durar al menos una media hora en venir... ¿Te duele?

—Solo un poco... no estoy preparada aún, amor. —Comienza a llorar y yo trato de calmarla sobando su cabeza. Beso su frente, dispuesto a aceptar que tenemos que actuar porque con la fuente rota, los de emergencias llegarán para cuando estén naciendo.

Los llamo rápido, y tras darles la dirección, me dan unas cuantas indicaciones de qué hacer mientras llegan.

Miro a Emma de nuevo.

—Prepararé las cosas, creo que hay unas mantas en la bodega, calentaré agua en el fogón con la leña de reserva, tú estate tranquila, mi amor, te ayudaré a traer a nuestros hijos.

—Tengo mucho miedo, no debían nacer hoy, la fecha...

—Isaí dijo que podían nacer antes también, no te preocupes, he ayudado a parir a chibas y a yeguas...

—¡No soy una chiba ni una yegua, no mames, Azariel! —Me da manotazos y después parece doblegarse y grita—. ¡Ay, está empezando a doler fuerte!

Me pongo a actuar, buscando todo lo que necesito.

Caliento el agua en el fogón y la echo en un balde. Las mantas las arrimo a donde está Emma teniendo otra contracción.

—Esto duele horrible —se queja cuando la contracción se detiene y me toma fuerte de la camisa para que la vea a los ojos—. Te cortaré el pene cuando esto pase, maldito, no vas a volver embarazarme.

—Si me cortas el pene, no haremos el amor, y a ti te gusta mucho de eso. Mi pene es tu amigo favorito. —Me suelta y yo voy colocando una manta previamente humedecida debajo de su espalda y su trasero, y comienzo a quitarle la ropa interior.

—Cállate, obsceno, los bebés te escuchan, ¿qué estás haciendo?

—La de emergencias me dijo que en lo que llegan, te asistiera. —Intento calmarla sobando su cabeza cuando noto cómo se contrae y de nuevo grita—. Dios, ¿de cuánto tiempo son las contracciones?

—No lo sé. —Toma aire y lo suelta constantemente—. No quería preocuparte porque no eran tan seguidas, pero he estado teniéndolas desde que estuvimos en el departamento. Perdón, estaríamos en el hospital ahora mismo.

—Tranquila, tranquila.

No es momento de lamentarse de lo que pudimos haber hecho, ahora mismo tenemos que procurar que esto salga bien.

—Cuando tengas ganas de pujar, tienes que hacerlo, ¿vale? —La instruyo con lo que me dijo la de emergencias—. Yo ayudaré en toco momento.

—Sí. —Su respiración sigue igual. Luego, cuando parece que va a tener otra contracción, busca mi mano para apretarla.

Tras unos eternos veinte minutos, nos la pasamos así, incluso, cuando ella grita, lo hago también. Y, finalmente, llega el momento.

—Creo que ya... ya viene el primero.

Se ríe de lo que a mi parecer es miedo y emoción. Yo comienzo a contagiarme más de miedo que lo otro.

—Bien, mi amor, puja —pido, al momento en el que grita de dolor y comienza a pujar—. Lo haces bien, Emma, sigue pujando.

Nada pasa a la primera, incluso entra en pánico y me grita que no puede.

—No te alteres, todo saldrá bien, solo debes repetir la acción, vamos. —De nuevo puja al sentir la contracción y mi corazón da un vuelco cuando miro que está saliendo el primero—. ¡Ya viene, amor, sigue así!

Tras un gran grito por parte de ambos, de ella de dolor y de mi parte de pánico, el llanto inunda el granero cuando termina por salir y lo tomo con cuidado en mis brazos con una de las mantas. Le limpio la carita despacio.

—Es Elisa, nuestra niña —le informo y ella llora, pidiendo verla y se la entrego.

—Es hermosa. —Su respiración se calma un poco.

La ayudo con el saco que sale al empujar su vientre, como me explicó la de emergencias y siento cómo se va contrayendo de vuelta.

—Tómala. —Vuelve a hiperventilar. En seguida tomo a la niña y la envuelvo bien para ponerla en una de las colchonetas.

Emma vuelve a pujar y el granero se inunda de sus gritos y del llanto de Elisa, y luego de varios intentos, también lo hace el llanto de Azael.

—Lo has hecho bien, mi amor, lo lograste —la apremio mientras limpio al bebé. Hago el mismo procedimiento con el saco y pronto lo hemos logrado los dos, por lo que lo siguiente que hago es colocar a ambos bebés en su pecho. La ambulancia se escucha a lo lejos, lo cual me da mucho más alivio.

—Esto fue... espeluznante, creí que me iba a morir —dice bajito, tratando de recuperar la compostura—. ¿O me morí? Siento que estoy soñando.

—Ya pasó, mi amor, todo está bien. —Me inclino para besar su frente y, cuando me alejo, la noto más débil que antes, incluso va cerrando los ojos—. Emma, no te duermas.

Comienzo a alterarme al tiempo en el que los bebés comienzan a llorar fuerte. Los tomo y, una vez que los coloco en la colchoneta de vuelta, trato de despertar a Emma. No sucede nada.

—¡Emma! —Desesperado, me acerco a la gran puerta del granero y, al visualizar la ambulancia, comienzo a hacerle señas. El que siente que se va a morir soy yo ahora mismo.

Los paramédicos entran inmediatamente. Les voy explicando todo y luego uno de ellos revisa a los bebés y otro a Emma.

—Tiene el pulso débil —le dice a otro paramédico que va bajando una camilla—. Hay que llevarla al hospital cuanto antes.

Actúan tan rápido que ni los siento moverse. A mi parecer todo se detiene y no soy capaz de decir una palabra cuando me dicen que suba a la ambulancia, lo hago callado. El llanto de mis hijos retumba tan fuerte que solo eso me hace actuar en automático. Miro a Emma inconsciente y mi interior se desmorona.

¿Qué está pasando? No me puedes dejar, Emma, no otra vez.

***

—Son tan bellos —me cuenta Karen cuando vuelve de la sala de maternidad. Allá no me dejan pasar a mí. Yo me mantengo estoico—. Estará bien, Aza, el doctor dijo que un parto múltiple es una cosa riesgosa, y más sin atención médica, solo está dormida.

—Lo sé. —Suspiro—. Pero no puedo dejar de pensar en ese segundo en el que quedó inconsciente, sentí que la perdía para siempre.

—Ya todo está bien, no te mortifiques —habla Danna ahora. Vino hace media hora, cuando Isaí le contó que Emma había dado a luz ya—. Cuando despierte, apuesto a que te dirá que no te libras de ella nunca.

Su broma me hace sentirme ligero.

—Muchas gracias por venir —digo a ambas, no sabía a quién llamar cuando la señal volvió, y Karen que la que me llamó al teléfono de Emma.

—No es nada, compadre. —Louis llega con cafés en un cartón y nos lo entrega a cada uno.

—¿Sabes si ya puedo ver a los bebés? —Pregunto a Karen cuando doy un sorbo al café y ella asiente.

—Sí, fue lo primer que pregunté cuándo les entregué la ropita. Incluso el mismo Isaí me dijo que los llevarán a la habitación de Emma y que puedes ir allá.

—¿De verdad?

—Así es. —Isaí aparece por uno de los pasillos—. Sígueme que yo mismo te llevo.

Me hace lavarme las manos antes de llegar a la habitación. Me voy rápido a donde se encuentran mis hijos y desde ahí miro a mi esposa dormir profundamente. Me tranquiliza su pecho subiendo y bajando.

Azael Elías comienza a llorar y busco el modo de calmarlo desde mi posición, verlo tan pequeño y frágil me provoca miedo de tomarlo.

—¿Elisa? ¿Azael? —Doy un salto cuando escucho su voz.

—¡Emma! —Hago un trasteo antes de lograr pararme frente a la camilla—. Despertaste, no me dejaste.

—Supongo que me vas a tener que aguantar toda la vida —bromea justo como Danna dijo, pero luego parece sentirse mal de bromear así. Trata de incorporarse, pero no puede—. Mi cuerpo se siente como gelatina.

—Has estado inconsciente desde la madrugada, son las tres de la tarde —digo, entre lágrimas—. ¿Cómo te sientes?

—Bien... agotada, pero quiero ver a mis bebés, ¿dónde están?

—Están justo ahí. —Le señalo del otro lado de la camilla, donde los dejaron las enfermeras—. Son tan hermosos, Emma, Elisa tiene tus ojos y Azael tu nariz, muero de amor.

Beso su frente, y después la uno con la mía.

—Llamaré a Isaí para decirle que despertaste.

—Por favor, quiero que me diga si ya podemos volver casa.

No la dieron de alta sino hasta el día siguiente. Tenían que asegurarse que se pudiera mover y que el sangrado estuviera correcto.

La llegada a la finca está repleta de globos, pero nada escandaloso para no alterar a los bebés. Danna y Karen se encargaron de adornar todo junto a Antonia.

Louis nos recibe aun sin bajar del auto y toma a ambos bebés.

—Azariel, ayuda a mi compadre, tráetela en brazos, yo meto a mis niños a casa... ¡Ay, pero que preciosos son! Hola, Elisa, hola, Azael, soy su padrino Louis.

Les va haciendo mimos. Emma y yo nos reímos de su repentina actitud.

—Bueno, esposa, ¿quiere que la lleve en brazos a su querido hogar?

Suelta una risita.

—No tienes opción, me tienes que llevar cargando de todos modos.

—Y yo encantado, mi amor.

La meto a la casa en brazos y, tras llevarla directamente hasta nuestra habitación, la recuesto en la cama y me doy cuenta de que está llorando.

—¿Qué pasa?

—Nada —dice sonriendo entre lágrimas—. Solo acabo de asimilar que tú y yo hemos construido una familia como siempre lo soñé.

También siento que lloraré, sin embargo, me aguanto y le sonrío antes de besarle la frente.

No solo ella lo soñó, yo también lo hice y, pese a tratar de ocultar todo eso, al final la verdad salió a la luz. Dejar de amar a Emma nunca iba a pasar y volverla a ver me lo restregó en la cara, porque mi corazón latió con la misma intensidad cuando la vi entrar en mi hogar. Cuando supe que debía compartirlo con ella me llenó de silenciosas esperanzas. Esperanzas que se intensificaron cuando correspondió a cada uno de mis besos y a cada una de mis caricias.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top