Capítulo 4
Mario se ajusta la corbata azul a la camisa blanca y se echa un poco de colonia que se mezcla con el olor de su champú. Pasa un peine por su brillante pelo oscuro, que si bien lo lleva corto, es espeso, abundante y de un color muy negro, a juego con su piel naturalmente bronceada.
Suena el timbre (el de la puerta de la calle que da acceso a la urbanización).
—Soy Aura, la paseadora de perros —dice una voz femenina y muy suave. Sin embargo, ella se ha colocado fuera del alcance de la cámara del videoportero, así que no alcanza a verla.
Mario aprieta el botón del telefonillo y se escucha la apertura y cierre de la puerta. Aura tarda tres minutos en subir en ascensor. Nuevamente llama al timbre y los ladridos de Dama le indican que está frente a la dirección correcta.
—Buenos días, pasa —dice Mario.
Aura camina hacia el interior de la casa y se agacha para dejar que Dama la huela y la conozca.
—Hola, preciosa —le dice ella, con ese tono que suele ponerle a los peludos de cuatro patas—. ¿Quieres una galleta?
Mira de reojo a Mario.
—Le he traído galletas que son especialmente para perros, ¿le puedo dar o prefieres que no utilice premios?
El dueño de la pastora alemana se sobresalta y debe reconocerse a sí mismo que no ha escuchado nada de lo que Aura le ha dicho. Desde que esa mujer ha entrado le ha golpeado un olor a lavanda que, mezclado con unos ojos verdes felinos, y unas formas de lo más sugerentes bajo un bonito y ceñido chándal le han aturdido por completo.
—¿Perdona? Discúlpame tenía la cabeza en otra cosa —dice él—. El trabajo me tiene muy estresado.
—Decía, que si puedo darle galletas de perro de las mías o prefieres que no utilice premios... O quizá ella tiene sus propias chuches...
Mario traga saliva. Quiere contestar con cordura pero no puede dejar de mirar esos labios. ¿Quién es ella y por qué lo está torturando así? ¡Cómo si nunca jamás hubiese visto a una mujer guapa!
Respira hondo.
—Vale, no eres de dar premios. Sólo caricias, entendido —dice Aura visiblemente desorientada ante el silencio impasible del tal Mario.
—No, sí... Quiero decir, estaba pensando en si hay un máximo de galletas que le puedas dar en un día. O son de esas pequeñas que te dan más margen.
—Son de las pequeñas —responde ella.
—Entonces, sin problema. Dama responde muy bien a los premios —añade él con total seriedad.
Necesita dar la impresión de que controla la situación.
—Bueno, ahora que ya os conocéis, voy a dejarte una copia de la llave del piso y en esa repisa dejaré todos los días un billete de cinco euros, he visto que la propia web con la que trabajas tiene su propio seguro y que en principio sois de fiar —dice Mario en tono imponente.
Aura asiente, muy seria. Se ha incorporado del suelo y ahora su figura atlética y sus curvas quedan mucho más a la vista.
—Bien. ¿Te parece que venga a las ocho todos los días o prefieres que venga más tarde? —pregunta la paseadora canina. Ya que por el mensaje parecía que lo que le interesaba era un paseo a medio día o a media mañana.
Mario contiene el vaivén de su mirada, no pretende hacerla sentir incómoda ni que parezca que la está examinando de arriba a abajo. Claro que nunca fue un pecado ser consciente de la belleza femenina cuando uno la tiene cerca.
—Las ocho está bien —responde él lo primero que le viene a la cabeza—. Me voy a marchar, si tienes cualquier duda ya sabes cuál es mi teléfono móvil.
Se acerca y le estrecha la mano. Ella responde con profesionalidad y Mario abandona el piso. Dama empieza a llorar justo en el momento en el que su amo desaparece y Aura se agacha y le da mimos para reconfortarla.
Unos minutos después, la peluda y la paseadora se lanzan a las calles.
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