33 • Es así como se vive
Mónica
Sobre mi cama me rodeaban un montón de libros de arte, de los cuales tengo que sacar un increíble resumen para mí próximo examen, que sería el lunes de esta próxima semana.
En serio tenía que redactar y aprender todo lo que tengo que sacar de estos libros, pero simplemente no podía concentrarme.
¿Razones? Pues, tienen nombre y apellido:
Miguel Reynolds.
¿Por qué no puedo estudiar por mi hermano?
Por su maldita extraña costumbre de estudiar con música.
Verán, mi hermano tenía un extraño fetiche que a mí me resulta bastante estúpido. Se supone que cuando tienes que estudiar, aprender algo importante, necesitas el mayor silencio, paz, tranquilidad... ¡Pero Miguel no es así! Porque mientras él estudia con sus amigos en la sala, por la casa resuena Wasting My Emotions de Fawlin.
Era una gran canción, mi hermano no tiene mal gusto musical, ¡Pero no me deja estudiar un carajo!
Y no era solo por el buen ritmo de Wasting My Emotions si no también por las risas de los amigos de mi hermano, que son lo suficientemente gruesas y escandalosas para escucharse sobre la música.
Amo a esos chicos, en serio, pero ahora solo quería encerrarlos en un lugar oscuro para poder tener silencio.
Escucho una de las fuertes risas de Luke y es ahí donde mi límite se termina, necesito silencio para estudiar, tranquilidad absoluta y en este lugar no la voy a tener nunca.
Suelto con brusquedad mi lapicera sobre mi libreta de apuntes, salgo descalza de mi habitación y bajo las escaleras hecha una furia, los chicos ríen de algo aún sin notarme, aprovecho eso y bajo el volumen de la canción hasta que no se oye nada.
Los tres pares de ojos me notan con la mano en la perilla para bajar el volumen.
—¡Oye! Súbele, estamos estudiando —pide Miguel.
—Pues ustedes no son los únicos en esta casa que están estudiando para rendir exámenes la próxima semana. Necesito paz, silencio, ¡Tranquilidad! Y tú estúpida música no me deja concentrarme, Miguel.
—Lo siento, hermanita, pero yo necesito mi música para estudiar —responde mi hermano, levantándose del sofá.
Luke y Elliot, los dos mejores amigos de mi hermano desde la preparatoria, nos observan divertidos desde sus asientos. A ambos llevo años conociéndolos, así que discutir frente a ellos no me da pena alguna.
Total, ya había pasado antes he incluso Luke grabó.
—Venga, Mona, no seas dramática —secunda el pelinegro rizado.
La mirada de molestia que le daba a Miguel pasa a su mejor amigo y por un segundo, por uno muy pequeño, sentí que me quedé sin aliento.
Si conocieras a Luke Drayton del mismo tiempo que lo conozco yo, entenderías mis razones para sentir un poco de debilidad por él. Luke no solo es lindo, es bastante guapo, (pero obvio no diré eso en voz alta) es alto, el más alto de los tres, su cabello es una melena color azabache con rizos en las puntas y sus ojos diría que son su atractivo más grande.
Hace varios años me enteré que Luke tiene ascendencia albina y que el peculiar color de ojos que tiene lo había heredado de su abuela paterna. Miguel y yo tenemos un color peculiar: azul con verde heredado de ambos padres, ¿Pero Luke? Él tiene unos intensos ojos azules que en muchas ocasiones se confunde con color violeta he incluso se veía como podían combinarse ambos colores en sus iris, eso siempre le a dado ventaja entre las chicas desde muy joven.
Cuando tenía catorce cumplí ese cliché de «tener un crush con el mejor amigo de mi hermano» y solo llegó a ser algo platónico porque Luke nunca se fijaría en la hermanita de su mejor amigo. Con el tiempo lo superé y ahora solo puedo apreciar lo que el tiempo a hecho con él.
Elliot igual tampoco estaba nada mal: unos centímetros más bajo que Luke, (siendo mi hermano el más pequeño entre los tres) cabello castaño oscuro y con unas pecas más prominentes de las que tenemos mi hermano y yo y ojos verdes avellanados que me recordaban a los de Asia.
En conjunto con mi hermano, este trío de chicos robaron muchos suspiros en la preparatoria, lo digo yo que suspiré por uno de ellos tres.
—Deja tu «Mona», Drayton, ¡También la música! Nunca me a molestado que estudien aquí hasta este momento, siempre soy yo la que los deja escuchar su ruidosa música mientras estudian, ¿Por una vez ustedes, y sobretodo tú, Miguel, no pueden acceder a estudiar en silencio?
En serio que hasta este momento su poca falta de consideración hacia mí no me había molestado, pero ya estaba harta, ¡Es demasiado! La música, las risas, sus voces. Siempre he sido yo la que cede, la que tenía que adaptarse, ¡Hasta hubo una vez dónde tuve que encerrarme en el ático para estudiar tranquila! Eso no podía repetirse de nuevo.
—Este examen que viene es muy importante y necesito concentrarme, Nica.
—¿Y tú crees que los míos no importan? —me río incrédula, también un poco histérica—. Que estudies leyes no significa que tu carrera está por encima de la mía ni que tus necesidades a la hora de estudiar también lo estén. No es justo lo que haces ahora y espero lo sepas cómo buen abogado que se está formando.
Lo veo dudar un momento, aprieta los labios y desvía la mirada un segundo.
Al final suspira.
—Lo siento, Nica, pero esto es necesario.
Tengo que admitir que eso dolió.
Me trago el coraje y la molestia y asentí hacia él.
—Vale, escucha tu estúpida música, ya veré dónde estudiar.
Le paso por un lado, chocando mi hombro con el suyo sin importarme que sentiré un dolor después. Esto me molestaba y decepcionaba al mismo tiempo. ¿No podía él, por una vez en su mísera existencia, no estudiar sin su música?
Subí otra vez a mi habitación y guardé en mi mochila todos los libros que consideré necesarios. No seguiría estudiando aquí con todo el ruido ocasionado por los tres monos de abajo.
Sí, ahora son monos.
Me pongo el primer par de zapatos que encuentro, tomo mi mochila y bajo otra vez las escaleras bajo las atentas miradas de los tres chicos, todos seguían en sus misma posiciones.
—¿A dónde vas? —me preguntó Miguel cuando pasé de la cocina hacia la puerta principal.
—A otro lugar, donde alguien sí entienda que necesito silencio para estudiar —respondo, molesta—. ¿O vas a ser así de desconciderado he injusto y no vas a dejar que me vaya?
Ví como el arrepentimiento llegaba a su expresión.
—Nica...
—No, tranquilo, rían, hablen, escuchen música, hagan todo el ruido que quieran, yo veré dónde estudio en paz.
Y tras decir eso, voy hacia la puerta y al salir, cierro de un portazo.
Salida dramática, lista.
Discurso para que se le baje la moral, listo.
Lugar para estudiar al fin en paz, sí, eso no está listo.
Actué un poco sin pensar por la molestia, pero no iba a volver y encerrarme en el ático para estar en silencio. No iba a repetir eso. Ni siquiera podía trabajar en el estudio de mamá porque el sonido se cuela facilmente.
Pensé en varios lugares para ir, incluso llamé a Amapola a ver si podía darme alojo temporal en su casa, pero al escuchar el grito de guerra de sus hermanos cuatrillizos, desistí a la idea.
—Tú puedes pensar en algo, Mónica —me digo a mí misma.
Pensaba en lugares a dónde ir mientras caminaba calle abajo por la acera, alejándome de la casa. No sabía si Miguel había vuelto a encender la música, pero tampoco me importaba demasiado. Estaba muy cabreada con él, ¿No puede entender una vez? Solo pido eso.
Believer de Imagine Dragons empieza a sonar desde mi celular, delatando que era una llamada de la persona que había modificado el ringtone de su número con esa canción.
Saco mi celular de mi mochila y contesto la llamada.
—Hey, hola —contesto sin muchos ánimos.
—¡Hola! —saluda él desde su lado, sonando muy feliz—. ¿Todo bien?
—Sí, todo bien.
—Hum... tu tono dice lo contrario, ¿Qué pasa?
Suspiré, por más que quiera, a él no podía ocultarle muchas cosas. Creo que no puedo ocultarle nada.
—Necesito un lugar para estudiar ya que tengo un examen el lunes y en mi casa no puedo porque mi hermano estudia con música y yo necesito un rotundo silencio.
—¿Y por qué no vienes a estudiar a mi casa? —propone él, haciéndome quedar en silencio por la sorpresa—. ¿Mónica? ¿Sigues ahí?
Paso una mano por mi cabello.
—Eh, sí, sigo aquí... Dijiste, ¿En tu casa?
—Sí, si no tienes donde estudiar puedes venir aquí.
—No lo sé, Dave, no quiero... no sé, perturbar tu paz o yo qué sé.
Oigo el sonido de su risa.
—¿Perturbar mi paz? —repite en una carcajada—. Por favor, Mónica, nunca perturbarías mi paz, eso es ridículo.
—Aún no estoy muy segura.
—Vamos, aquí se es muy tranquilo. Estarás en el silencio que tanto deseas.
Suspiro otra vez.
—Vale, iré para allá.
—Genial, aquí te espero.
—¿Y para qué me llamabas? —comienzo a tomar camino hacia la estación de tren o hasta alguna parada de autobuses cercana.
—Ah, eso, necesitaba que me acompañaras a un lugar, pero si necesitas estudiar, no hay problema, puedo ir solo.
—¿A qué lugar?
—Te cuento cuando llegues, te espero aquí.
—Vale, te veré allá.
Cuelgo la llamada y guardo mi celular. Ah, esto es muy tierno de parte de Dave, así que con una sonrisa, emprendí camino al edificio donde vive.
Me toma al menos media hora llegar por el estúpido metro, el portero me saluda con amabilidad dejándome entrar al lobby donde habían algunos residentes que no conocía y por ello solo seguí mi camino hacia el ascensor.
Estando por fin frente al apartamento de Dave, toco la madera de la puerta con un ritmo que recién me inventé.
Es un sonriente Dave quien abre, se veía más feliz de lo que normalmente ya lo es.
—Pasa —se hace a un lado, dejándome entrar—. Deberías tocar así cada vez que vengas, así sé que eres tú.
—¿Es como mi ringtone en tu puerta? —me río dejando mi mochila en uno de los sofás.
—Básicamente.
Su apartamento, cómo cada vez que vengo, está impecable he incluso huele bien.
Esto es impactante, un chico ordenado.
—Gracias por dejarme estudiar aquí, Dave —le sonrío viéndolo cerrar la puerta.
—No hay nada qué agradecer, está bien.
Tomo asiento en uno de los reposabrazos del sofá que daba a la puerta, él estaba de pie aún manteniendo esa sonrisa emocionada. Parecía como si fuera a explotar de la emoción.
—Suéltalo —digo cuando empieza a moverse inquieto.
Cuando está feliz y ansioso de contar algo, Dave empezaba a actuar como si estuviera aguantando las ganas de orinar, era divertido verlo todo ansioso y emocionado.
—Te tengo una gran noticia.
—Muy bien, ¿Cuál es? Se te ve ansioso, pareces a punto de explotar de la emoción.
Él ríe pasando una mano por su cabello negro.
—¿Recuerdas cuando te hablé sobre la pasantía en el hospital?
Empecé a asentir lentamente al recordar esa charla que tuvimos.
Había sido una charla que tuvimos al menos hace una semana, Dave me había hablado sobre la pasantía en la que se había inscrito en el Hospital General de Massachusetts, hospital dónde trabaja su papá. No sé muchos detalles del tema, solo que si la conseguía lo ayudaría bastante con su carrera porque básicamente es la residencia que necesita para tener más créditos en la universidad.
—Sí, ya lo recuerdo, ¿Pero qué tiene que ver...? —dejo la pregunta incompleta cuando veo que su sonrisa se acentúa y se vuelve incluso más de alegría—. Espera, ¿Las has conseguido?
Empezó a asentir entusiasmado, su emoción era muy contagiosa.
—¡La he conseguido!
Fue un acto hecho por la emoción el saltar de mi asiento he ir hacia él para abrazarlo con fuerza, Dave no duda en corresponder mi muestra de afecto, incluso me alza del suelo.
—¡La he conseguido, Mónica! —exclama abrazándome con fuerza para no dejarme caer.
Este era un momento lleno de felicidad para él, incluso si en verdad solo somos amigos, estaba muy feliz y orgullosa de esta meta que había alcanzado.
—¡Felicidades! —las risas cesan pero aún hay sonrisas en nuestros rostros y aún seguíamos abrazados—. Guao, Dave... eso es... guao...
Pusimos un poco de distancia entre nosotros sin romper el abrazo, solo la necesaria para poder vernos a los ojos. Los suyo tenían ese brillo de emoción, de felicidad.
—Eso mismo dije yo ayer cuando me lo dijeron. La conseguí, Mónica. ¡La conseguí!
Exclama otra vez y da una vuelta rápida sobre su eje que me hace reír.
—Eso es increíble, Dave —digo cuando termina de hacernos dar vueltas y le doy mi más sincera y feliz sonrisa.
Y así pasamos al menos lo siguientes cinco minutos: abrazados, sonriendo, compartiendo la felicidad. Es más que claro que él está muy feliz y entusiasmado con esta gran noticia y yo comparto sus mismas emociones. Sabía que esa pasantía es algo que lo tenía muy ilusionado porque son los pasos que está siguiendo para cumplir su sueño y ver la sonrisa que tiene ahora es algo muy bonito de ser testigo.
Rompemos nuestro abrazo pero aún quedaba poca distancia entre nosotros, (fue un poco raro descubrir que la invasión a mi espacio personal no me molestó del todo). Sonrío, él también lo hace. Las palabras justo en este momento sobraban porque podía leer muy bien lo que decía su mirada, esa sonrisa suya que está llena de felicidad, pero también está ese pequeño atisbo de inseguridad.
—Hey, lo harás genial. Estoy segura de ello —aseguro, tomo su mano y doy un ligero apretón de convicción.
No tenía por qué dudar, se había esforzado mucho, estoy segura de que lo hará genial.
Dave suelta un suspiro que hizo a sus mejillas inflarce de manera graciosa, pero también lo hizo ver tierno.
—Aún... no me lo creo.
—Pues hazlo porque es real, ¡Conseguiste la pasantía! —cuando lo digo, él vuelve a sonreír—. Lo harás genial, Dave, en... lo que sea de que se trate esa pasantía.
—Es en el sector de pediatría.
Enarco sorprendida ambas cejas.
—¿Tú trabajando con niños? Necesito ver eso.
—Aunque no lo creas, me gusta mucho trabajar con niños.
—Claro que lo veo, en el como cuidas a tus hermanos. Es muy claro.
Sonríe de lado, algo mucho más pequeño que hace un rato.
—Debería irme, tengo que ir al hospital a buscar los horarios.
—¿Es allá a donde querías que te acompañara?
Asintió.
—Pero está bien, tú estudia tranquila, yo estaré bien.
—Pero...
—Que estaré bien —me interrumpe, sabiendo que refutaría—. ¿No tienes problemas con quedarte sola? —pregunta yendo hacia la cocina.
—No, estaré bien. Me conviene porque hará silencio y eso es lo que necesito —veo como sirve en dos vasos jugo de naranja—. Gracias.
Da un trago antes de hablar:
—Bien, porque creo que estaré un par de horas afuera.
—No te preocupes por mí, estaré bien.
Asiente saliendo de la cocina y yendo hacia el pasillo de habitaciones, segundos después volvió con una chaqueta en brazos y algo más pequeño en una mano.
—Por si te vas temprano, ¿Podrías cerrar mi humilde morada? —me hace ojitos de bebé.
En la mano Dave me extendía un llavero pequeño de una sola llave.
—Vale, pero ¿Cómo entrarás tú? —acepto tomando la llave y dejándola en la barra junto al vaso de jugo vacío.
—Es la llave que tengo de repuesto —responde—. Ahora sí me voy, si no llegaré tarde —se pone su chaqueta caminado hacia la salida—. Deséame suerte.
—Te irá bien, tonto —abre la puerta—. Pero igual, buena suerte, Dave.
Me sonríe una última vez antes de irse.
—Muy bien, Mónica, a estudiar.
Me senté en el sofá y saqué todos los libros que había traído, que no eran todos los que tenía en mi habitación pero sí los más importantes de ellos. También saqué mi libreta de apuntes, mi lapicera y un resaltador para marcar lo más importante.
—No seas el desastre habitual, que no estamos en la comodidad de mi desordenada habitación —me digo a mí misma antes de ponerme a estudiar.
Creo que esto de estar hablando conmigo misma en voz alta debería preocuparme.
Mejor pensar en eso luego.
En un inicio todo está bien, estoy sentada en el suelo cruzada de piernas y apoyada de la mesita de café mientras dos de mis libros están sobre la mesa y otros dos abiertos en el suelo porque no entraban, pero con el pasar de la horas me vuelvo ese habitual desastre: mis marcadores estaban dispersos por el suelo, uno de mis libros creo que está bajo el sofá donde ahora estoy acostada al igual que uno de mis zapatos.
¡Ni siquiera recuerdo cuando fue que me los quité!
Esto no tiene nada que ver, pero para la próxima vez que te vayas de casa cabreada, ve bien los zapatos que te pones, que llevas puestas las botas de felpa fucsias.
No debería dejar esos zapatos en el primer lugar donde los encuentre, en serio, se supone que los uso en casa cuando hace frío y con mi pijama, ¡No para ir por la calle!
Pero mis zapatos tampoco me importaban demasiado, anoto todo lo que considero importante en mi libreta de apuntes, hace rato estaba cómoda frente la mesa de café, pero el dolor que se había instaurado en mi espalda me había terminado por obligar a acostarme en el sofá. Claro que estar boca abajo no ayuda de mucho pero así puedo leer y anotar con más comodidad.
Dios, de verdad que soy un desastre cuando me toca estudiar. No solo por el desorden, si no también por como siempre estoy moviéndome en busca de una nueva posición más cómoda que la anterior.
Anotaba un poco de todo, ya sea de historia del arte o de pintores famosos, este era uno de nuestros primeros exámenes del semestre y todos mis compañeros sabemos que estos son unos de los más importantes de todos.
Resalto en mi libro el párrafo que me pareció interesante y útil para después proceder a escribirlo en mi libreta de apuntes. El repentino ruido hace sobresaltarme asustada.
—Demonios —murmuro viendo cómo por el susto me fui de la línea y rallé un poco la hoja.
Seguí el ruido de mi celular y lo encontré bajo un libro de historia del arte que estaba a mis pies.
Lo tomo revisando de quién era la llamada entrante.
Resoplo rodando los ojos.
Llamada entrante de Miguel.
Era lo que decía el remitente y cuando la llamada se colgó, el mismo nombre vuelve a aparecer otra vez. Decido colgar y apagar mi teléfono. Miguel iba a seguir llamando una y otra vez y yo no pienso contestar.
Dejo mi teléfono sobre la mesita a un lado del sofá donde reposa una lámpara y un marco de fotografías digital. Ya tenía los siguientes datos anotados, ahora solo tenía que aprenderme estas cuatro hojas de información para mí examen.
En época de exámenes me concentraba más en estudiar que en cualquier otra cosa, olvido a mi alrededor y solo somos mis apuntes y yo, quizá también algún dulce.
Aún recuerdo demasiado bien el primer examen que tuve cuando apenas estaba en mi primer semestre en la universidad. Lo habían anunciado una semana antes y lo único que hice en esa semana fue estudiar a tope.
Las únicas veces que salía de mí habitación era para ir al baño a tomar una eventuale ducha y hacer mis necesidades, también hacia la cocina por comida para alimentarme, aunque normalmente lo que más consumía era fuerte café que me mantuviera despierta y barras de cereal para llenar un poco mi estómago. Cuando el café no servía: bebidas energéticas, mamá me decía que me parecía mucho a ella cuando estaba en la universidad y papá me lo confirmaba.
Suspiro acomodando los mechones sueltos de mi cabello, pero tomando uno en especial: mi mechón blanco, el que me recordaba a mamá.
De verdad que la extraño demasiado, ella de seguro en este momento podría estar diciéndome «Vamos, Nica, un descanso no te vendría mal» y con su cálida sonrisa convencerme. Su partida fue difícil para toda mi familia, fue difícil para los Bennett, mi pequeña familia materna, incluso la familia de papá, que vive en Nueva York, estuvo afectada por la muerte de mi madre.
Pero sin duda los más afectados fuimos nosotros.
Los Reynolds Bennett éramos una familia bastante apegada, yo mantenía una gran relación con mi madre, no era la misma como la que tenía Miguel, pero si éramos bastante cercanas. A mí me dolió muchísimo la partida de mamá, pero para mí hermano fue incluso un poco más duro.
El día en que se fue siempre estará grabado en mi memoria, siempre será un día lleno de lágrimas, de tristeza porque ví como una de las personas más llenas de vida se iba de este plano terrenal y eso siempre va a doler. No importa cuando tiempo pase, el dolor de la perdida siempre va a estar presente. Algunos días serán mejores, otros no tanto y eso lo he aprendido con el pasar de estos últimos meses. Hay días buenos, otros no tan buenos.
A veces tengo el miedo de que en mi memoria siempre esté más presente el recuerdo de como la ví por última vez a que como la ví antes de toda la mierda del cáncer.
Aún lo recordaba, con demasiado detalle, como fue la última vez que la ví: como la calvicie por los efectos secundarios de la quimio se había llevado su lindo cabello castaño claro con mechones blancos, como los dedos que estuvieron muchos años llenos de pintura eran huesudos, como las mejillas rellenas llenas de ligeras pecas estaban hundidas por su flacuchento estado físico, como la piel que alguna vez fue de un lindo tono bronceado natural se había convertido en un tono pálido.
Lo único que sí permanecía igual en ella era ese brillo en sus ojos azules, el cómo aceptaba las cosas que vendrían para ella. Mamá sabía que sería la última vez que nos veríamos, que podríamos abrazarla y aún así estaba bien con ello porque sabía que aunque nos doliera, podríamos superarlo.
«Mis guerreros» fue uno de los apodos que nos puso en el horrible año dónde todo inició. En ese momento de partida, mamá sabía que haríamos todo lo posible por hacerle los honores a ese apodo.
Aunque nos doliera como el demonio.
Sus últimas palabras son otra cosa que tampoco podrán borrarse de mi memoria, como las dijo con la esperanza de que estaríamos bien, de que un día podríamos volver a vernos...
—Nunca, pero nunca olviden que los amo mucho —a pesar de su mal estado, de sus dolores, mamá tenía esa misma sonrisa que nos dedicaba cuando éramos más pequeños—. Mi par de cucarachas —mi hermano y yo reímos entre lágrimas—. Ustedes son mi mayor orgullo y son y siempre serán las personas que más amaré, lo más bonito que me pudieron pasar.
Esto duele, duele demasiado. Las lágrimas no paran de salir de mis ojos sin importar cuánto las limpie, siempre saldrán más.
—Nunca pedí perfección, pero ustedes fueron lo más cercano a lo que tuve de eso —nos mira a los tres—. Mi pequeña pero nada normal familia —ríe—. Sé que estarán bien, son fuertes, mis guerreros.
Sus ojos azules se fijaron en mi hermano que, al igual que yo, no podía evitar las lágrimas. Mamá puso su mano sobre la de él, que estaba sobre la cama hospitalaria donde estaba acostada.
—Miguel, mi bebé mayor, mi Nachito —mi hermano sonríe entre sus lágrimas—. Eres mi dulce corazón de miel, un gran chico, buscas la felicidad de otros por sobre la tuya, eso no está mal, cielo, pero aprende a buscar tu propia felicidad. No cambies tus lindos aspectos, y si lo vas a hacer, hazlo para bien, ¿Si?
Hay un breve ataque de tos que nos asusta al ver la sangre en el pañuelo cuando lo aleja de su boca.
Mi hermano se lleva la mano de mamá a los labios para dar un beso a sus dedos.
—Te amo, mamá —su voz está enronquecida.
—Yo también te amo, cielo, espero un día poder sentir cuan feliz eres. ¿Puedes prometerme que serás genuinamente feliz?
Miguel asiente.
—Te lo prometo.
—Bien... —murmura mamá, pasando su mirada hacia mí, soltando la mano de mi hermano para acariciar mi mejilla—. Mi pequeña niña, mi arisca, terca y loca Mónica —hay pequeña risas—. Tu abuela solía decirme que las personas que somos más bajas logramos grandes cosas y sé que tú podrás lograr algo grande, mi niña. Serás la mejor artista de todo este tiempo.
—Lo haré por ti, mamá —pongo mi mano sobre la suya aún en mi mejilla.
Ella limpia una de mis lágrimas con su pulgar.
—No, Nica, hazlo por ti, por tus sueños, porque así lo desea tu corazón. No por una promesa, traza tus sueños por ti y no por terceros.
—Será difícil no rendirle honor a quien me enseñó lo que más amo.
Ella se ríe pero termina haciendo una mueca.
—Pero no será difícil, crea y haz tu arte por ti, ¿Si?
—Está bien, pero secretamente te dedicaré algo.
—Por eso eres mi terca Nica.
—Lo aprendí de la mejor —me reí limpiando las nuevas lágrimas de mis ojos.
Mamá aleja su mano de mi mejilla y ve a papá, que está sentado en la silla a un lado de la cama de ella, llorando en silencio.
—Gracias, Diego, gracias por los mejores años, por el mejor matrimonio, por darme a mis dos cucarachas. Gracias por tu amor, por tu confianza, por tu amistad, por todo.
—Gracias a ti, Cami, por dejarme ser parte de tu vida incluso cuando la mía era un desastre.
—Quiero que me prometas algo, que cuando tus heridas sanen, cuando estés listo, volverás a abrir tu lindo corazón para alguien más —todos nos quedamos viendo asombrados a mamá, pero ella solo veía a papá—. Prométemelo, por favor, mereces ser feliz y no vivir con el recuerdo de un amor. Quiero y deseo que vuelvas a ser feliz, incluso si ya no es conmigo.
»Mereces volver a encontrar la felicidad.
—Yo... yo te lo prometo —dice casi en un murmuro.
La sonrisa de mamá era una de satisfacción, como si todo estuviera bien para que ella pueda irse en paz.
—Una última cosa —toma una dificultosa profunda respiración—. No quiero que al momento de recordarme sea entre las lágrimas, quiero que lo hagan con una sonrisa, esa misma que me regalaron durante años, esa linda sonrisa que tienen mis cucarachas —Miguel y yo reímos sorbiendo nuestras narices—. Esa sonrisa —su voz sonaba más débil.
No estaba lista para este momento, no quiero que se vaya.
—Quiero que piensen en los buenos momentos, esos en donde todos fuimos felices, quiero que vivan sus vidas, con todo y altibajos porque es así como se vive, como se aprende.
»Nunca olviden que la vida se vive hacia adelante, pensar en el dolor del pasado no es una forma sana de vivir. Vivan el ahora, piensen en el futuro y vean hacia el pasado con una sonrisa.
»Porque la rueda debe...
—Seguir girando, la vida debe de seguir su curso y las sonrisas deben de seguir viniendo —completo por ella.
—Exacto, Nica. Eso es lo que quiero para ustedes —nos mira a los tres y noto que esa chispa en su mirada poco a poco, dolorosamente, se va apagando—. Ustedes son de las mejores cosas que me han pasado. Son mi familia y siempre lo serán. Los amo con todo el corazón, chicos, hasta el último latido y aún así, los seguiré amando.
Se instaura un silencio entre nosotros, sabíamos lo que se acercaba, el tiempo nos había alcanzado. Ya este es nuestro último momento juntos.
—¿Estarás bien? —pregunté con la voz rota.
Mamá asintió.
—Lo estaré, mi niña.
—¿Nos cuidarás? —preguntó Miguel.
—Siempre.
—Te amo, cariño —le dijo papá, dejando un beso en su frente.
Mamá sonrió con debilidad.
—Y yo los amo a ustedes.
Después de eso solo contamos entre lágrima viejas anécdotas, mamá y papá nos volvieron a contar su historia de amor, como se enteraron de nuestras existencias, nos reímos por nuestra viejas travesuras y así, vimos como la línea de vida de nuestra madre terminó con el sonido del oxímetro siendo solo una línea fina y un sonido doloroso.
Más lágrimas vinieron después y terminamos siendo una familia llorando en la sala de espera del hospital, llorando por la perdida de una de sus partes más importantes; la que era capaz de reconciliarnos a mi hermano y a mí después de una de nuestras peleas, la que encontraba soluciones a todo y brindaba seguridad con su sonrisa, la que era... la alegría y luz brillante de la familia.
Y aunque se haya ido, su amor seguía tan presente como cuando estaba con nosotros físicamente.
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