7. Nostalgia

Como ya todos los días desde que tuve ese recuerdo, me dirijo al cementerio del pueblo para visitar a mi añorada madre.

Una vez que entro a la carretera, me transformo en mitad lobo para poder correr a mayor velocidad y llegar antes de que se anochezca.

Los exámenes se acercan y no pretendo reprobar ningún ramo para poder ir a la universidad, e intentar conseguir una vida normal.

Me adentro en un camino de tierra y acelero cuando veo las luces del pueblo. Me acerco más, hasta visualizar uno que otro guardia rondando en el pueblo y los saludo al tiempo que ellos me responden con un asentimiento de cabeza.

Soy bastante conocido aquí, porque mi abuelo es el alfa, como mi madre murió, mi padre es el siguiente y luego de él, vendría yo. Que por cierto no estoy nada preparado para cuando eso pase. Pero mi padre es relativamente joven y sé que cuando el abuelo muera, mi padre durará lo suficiente para yo poder madurar como lobo.

Ingreso al cementerio, compro algunas flores y comienzo a caminar entre las lápidas hasta encontrar la de mi madre.

Le dejo el ramo en un bonito florero y me siento como forma de indio frente a ella.

—Al parecer me escuchaste. Tengo que contarte algo —Le comienzo a hablar. Sé que no me escucha en carne y hueso, pero yo sé que en alguna parte de mi ser está. Me ayuda bastante para liberarme y reflexionar—. ¿Recuerdas a la chica que te conté que se enojó conmigo y que luego perdone? Bueno, ahora creo que hasta la podría considerar mi amiga. Ella y su círculo son personas de muy buen corazón, no lo digo por el simple hecho de que me hayan incluído en el, sino que me di el tiempo de olfatearlos y sentirlos para darme cuenta si no corría algún riesgo teniendo a esas personas cerca.

»Sé que está mal andar percibiendo la forma de ser y las intenciones de las personas, pero desde que Miriam me engañó y resultó ser de la manada de los malos, sufrí mucho. Y fue peor cuando supe que solo se acercó a mí para encontrar información de la seguridad del pueblo. Ya no puedo confiar tan fácilmente en las personas.

Miro la luna la cual comienza a brillar cada vez más, y recuerdo todas esas veces que iba junto a mi madre al jardín de nuestra casa y nos sentábamos en un viejo banco de madera a observarla y ver cómo resaltaba en comparación de las estrellas.

—Vez la luna— dice mi madre y yo asiento emocionado balanceando mis pies en la banca, ya que aún no alcanzaba el suelo—. Imagínate que esa eres tú. Tú luz, tu felicidad. Y que cada estrellita que ayuda a iluminar tu oscuro cielo son las personas que te aman.

—¿Y tú eres parte de esas estrellas? —Pregunto con temor a una respuesta negativa.

—Por supuesto que sí cariño. Yo te amo más que nada en el mundo. Realmente no sé qué sucedería conmigo si algo te pasara.

—Tampoco yo. Te amo mucho mami.

—Si algo me pasa, quiero que me prometas que nada en tu vida cambiará. Te harás un hombre fuerte y seguirás adelante protegiendo a tus estrellas —asiento y le doy un fuerte abrazo.

Así será mamá. Te lo prometo —digo y me pongo de pie. Limpio un poco mis pantalones y me dirijo a la salida del pueblo.

Cuando me alejo a una distancia prudente me preparo para correr de vuelta a casa. Pero un olor me detiene. Me volteo y tal cual como lo sentí, lo veo.

Unos brillantes ojos amarillos que reconozco como los del hijo mayor del asesino de mi madre.

Impulsivamente, me lanzo hacia el con mis garras ya fuera. Intento atacarlo pero este, al rebasarme por 15 años de vida y experiencia, me esquiva e intenta rasguñarme, pero lo único que consigue es romper mi camiseta.

En ese momento, dos de los guardias del pueblo se acercan corriendo y lo atrapan. Me hacen una señal de que me largue antes de que intente otra cosa. Les obedezco.

Comienzo caminando, trotando, corriendo y cada vez aumentando la velocidad.

Siento mis ojos llorosos y comienzo a lagrimear. No por miedo ni pena, sino por rabia del progenitor de ese chico.

Me deshago de la camiseta completamente rota, limpio las lágrimas de mis mejillas y continúo corriendo. Disminuyo la velocidad cuando visualizo la ciudad.

A tan solo media hora de caminata, siento algo punzante en mi pecho.

La nostalgia.

Las lágrimas comienzan a brotar de manera intensa, mientras yo intento ver el camino por la borrosidad que provocan.

Decido parar y sentarme en una acera de la calle por la que estaba pasando. Nadie notaría mi presencia dado que son las tres y algo de la mañana y todos duermen.

Me quedo ahí por un rato para desahogarme y no llegar con todo el peso en mis hombros a casa.    

Solo dos hojas y listo. Me estiro un poco, agito mis brazos, cabeza y tronco para despertar. Mis huesos crujen con cada movimiento.

Prefiero quedarme estudiando hasta tarde un día que no sea el anterior al examen, para que el día de éste, tenga un sueño radiante.

Los exámenes del instituto ya comenzaron, y en dos días más tengo el primero, de química. Miro mis desordenados apuntes de la clase y los comparo con el hermoso y colorido resumen que estoy haciendo. Me quedan solo dos hojas que resumir y me podré ir a dormir tranquila.

Es de noche y no hay nada de ruido. Solo le logran escuchar de repente uno que otro ladrido de algún perro o algún carro pasar a lo lejos. Amo la noche, amo su silencio y amo las curiosidades que puede tener. Miro la hora en mi teléfono, 3:27 hrs.

Comienzo a leer mis apuntes y destacar -o pintar- las ideas más importante de los parrafos.
Comienzo a escuchar el ladrido de un perro, luego de otro, y otro hasta ser un gran cúmulo de ladridos. No son fuertes para despertar a la cuadra entera, pero si lo suficiente para despertar mi curiosidad.

Me paro de mi escritorio y me dirijo a la ventana de mi habitación que da a la calle.

Busco al conjunto de perros pero no encuentro nada. Lo único que logro ver, es a un extraño señor sentado en la acera del frente de mi casa.

Con lo curiosa que soy, salgo de mi habitación y bajo las escaleras hasta la sala para quedar con una visión más cercana del hombre.

Miro por el ventanal de la sala y nada. Veo que tiene ambas manos cubriendo su rostro, lo cual me causa algo de tristeza, ya que se ve como si llorara. Abro la puerta principal y me acerco lenta y cuidadosamente a la persona misteriosa.

Alguno de estos días alguien me matará por ser tan metiche. Ya saben, la curiosidad mató al gato. (Es broma, el gato se suicidó al ver la realidad).

—Emm... Disculpe, ¿está bien? —me acerco y doy unos golpecitos en su hombro desnudo con mi índice. Espero no sea un borracho sufriendo por amor. Ya me tocó una vez consolar a un desconocido porque su novia le había cambiado por su mejor amigo.

Este levanta la cabeza y me muestra sus ojos rojos e hinchados tanto llorar, su cara roja y su cabello castaño alborotado.

—¿¡Tyler!? —Me siento rápidamente a su lado y apoyo mi mano en su pierna para intentar calmar su llanto—. ¿Estás bien? —este asiente— Pues no parece. Ven, vamos a dentro. Te puedes resfriar aquí.

—No Emily, ya debo irme —dice con su voz en un hilo.

—Insisto, te prepararé un té. Vamos. —Extiendo mi mano y él la mira por unos segundos antes de tomarla y entrar a casa—. Espera aquí en silencio. Te traigo la taza enseguida.

Me dirijo a la cocina y le preparo un té caliente para que se le pase un poco la pena.

—Ten. Subamos a mi habitación que aquí al lado están mis padres y no sería bonito que se enteran que entré a un desconocido a la casa. —asiente limpiándose las lágrimas, toma la taza con el líquido y me sigue por las escaleras hasta mi cuarto— Siéntate en mi cama si quieres.

Tomo todas las hojas desparramadas en mi escritorio y las ordeno para guardarlas y terminar mañana. Me siento en la silla de escritorio mientras observo al triste Tyler dar cortos sorbos lentos al té.

Después de cinco minutos de la misma forma, noto que no trae camiseta, dejando ver su marcado abdomen. Miro más a fondo sin que se dé cuenta y logro ver una gran cantidad de cicatrices de gran tamaño y hacia todas direcciones. Me quedo callada y no digo ni pregunto nada al respecto. De seguro tuvo en un pasado un accidente o seguramente lo maltratan en casa. No lo sé. Prefiero no pensar tan negativamente, no hacerle recordar cómo se las hizo.

Deja la taza ya vacía en el velador, la observa por unos segundos y vuelve a llorar de manera intensa. Inmediatamente me paro de mi lugar para sentarme junto a él en mi cama, afirmando nuestras espaldas en el respaldo de esta.
Lo abrazo fuertemente, este se tensa, pero luego de unos segundos me lo devuelve con la misma o mayor intensidad.

—Tranquilo. Lo que sea que suceda se resolverá. En eso consiste la vida, en caer, resolver y aceptar para ser más fuerte —Deshago el abrazo y busco su mirada. Está completamente roto, nunca imaginé verlo así. Y es mucho más raro el hecho de que lo vea en este estado apenas conocernos. Creo que llora por alguna de las razones extrañas que vi en su mirada.

Me regala una sonrisa caída y se acerca para abrazarme nuevamente. Y así nos quedamos por bastante rato hasta que no doy más del cansancio y me quedo dormida entre sus cálidos y fuertes brazos.    

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