🐌RESOLUCIÓN: ANTES DE TI

Helena se miró al espejo y sonrió. Verdaderamente feliz, sin ninguna sombra de tristeza o duda. El vestido era perfecto. Por supuesto, era el vestido que siempre había imaginado para su boda. De corte princesa, con escote corazón y cuello barco. Era romántico, dulce y bello. Parecía una princesa de cuento de hadas. De esos que tanto siempre le habían gustado. Se había recogido el largo y espeso cabello en un mono de estilo bailarina. La puerta se abrió y asomó la cabeza su hermano.

—¿Estás lista? —ella asintió. Sonriente su hermano entró, junto a su sobrino Iván. Ella miró a su pequeño monstruo. La mitad de su alma. Le tendió la mano. De todos los hombres de su vida, no imaginaba otro para qué la acompañará al altar. Sabía que era poco ortodoxo, pero ella quería ir de su mano. Tonik, le dio un fuerte abrazo a Helena. Tras el cual le arregló, en un gesto que a ella le encogió el corazón, la chaqueta a su sobrino. Luego, la música empezó a sonar. No era la marcha nupcial clásica. Era el vals de las flores del «Lago de los cisnes».  Ninguna otra canción tenía tanto sentido como esa. 

—¿Bailarás hoy conmigo, tita? —le preguntó Iván. Helena le cogió la manita con fuerza. Tanto por él como por ella. Ambos parecían nerviosos. Pero de esos nervios buenos. De los de felicidad.

—Contigo siempre —de la mano dieron los pasos que la llevarían hasta Owen. Él la esperaba de pie en el altar. Un lugar al aire libre. Repleto de flores y música, cerca de un lago. Aunque era otoño, no hacía frío. El día era espléndido. Owen allí de pie bajo el arco parecía el principe de cuento de hadas que siempre había soñado. Lo era. Helena le sonrió mientras iba llegando. Le sorprendió que Owen se emocionase de forma tan abierta. Unas lágrimas surcaron su rostro, pero las secó enseguida. Cuando ya estuvieron a su altura, ella no pudo evitar decir compungida—:Owen... —pero él se agachó hacia Iván, que le miraba muy serio.

—Muchas gracias, colega, por traerme hasta mí a la persona que más quiero en el mundo. Algo que compartimos. Espero que, a partir de hoy, también me consideres tu tío —Iván le abrazó muy fuerte y Helena sintió que las lágrimas le picaban tras los ojos. Pero no podía llorar. Aún no. Le tenía que durar un poco más el maquillaje.   

—Claro que sí, colega, ahora serás mi tito. Tienes que cuidarla mucho, me han dicho que te lo diga —Iván corrió de regreso hacia Tonik, que sonreía divertido. Su hermano no había podido escuchar las palabras de su hijo, pero supuso que las sabía.

Owen le devolvió la sonrisa y luego tendió la mano a Helena, que se la tomó sin dudarlo. Ese era su lugar. La ceremonia empezó con ese momento tan emotivo, pero no fue el único. Toda la ceremonia fue preciosa y perfecta. Desde el discurso, el «sí quiero», los votos, las palabras de su familia. Incluso, cuando la pequeña Anna en su precioso vestido les llevó los anillos, y se tropezó un poco. Un momento divertido y tierno. Todo fue perfecto. Una boda soñada. Cuando, por fin, ambos intercambiaron los anillos y se besaron, Helena no pudo sentir más felicidad. Owen le dio un fuerte abrazo, como haciéndose eco de esas mismas emociones que a ella le embargaban.

—Ahora nos toca divertirnos —le indicó con alegría y picardía. Helena sonreía con verdadera felicidad. De esas que pocas veces se siente tan profunda, pero se sabe que es verdadera.  

Tras la ceremonia, los invitados fueron entrando al comedor. Christine había elegido un lugar tradicional, aunque bastante renovado. Era una especie de hotel rústico, donde además de celebrar la ceremonia, los invitados se hospedarían la noche. El lugar era precioso. Helena no sabía como lo había encontrado, ni tampoco como había conseguido introducir todos los elementos de los que habían hablado. El comedor era abierto con mesas de madera clara y repleto de flores salvajes. No habían asignado sitios para que todos sus amigos e invitados se sentarán donde les apeteciera. Se mezclarán con quien quisieran. El menú era sencillo, suculento y con mucha comida. Sobre todo para agrado de su cuñado Jules que no paró de felicitarles. Jesús también alabó el buen gusto de su tía, tanto en la decoración como la comida. Christine estaba radiante por tantas felicitaciones. Helena y Owen también comieron mucho y se rieron con su familia. Eran felices y eso se contagiaba. En determinado momento, Owen se levantó para charlar con Ryan y Rena, y ella se quedó a solas con Ariel y Tonik. Su hermano las miraba con cariño y Helena apoyó la cabeza en su hombro.

—Hoy soy muy feliz —dijo su hermano abrazándola—. No hubiera imaginado mejor marido para ti. Owen y tú hacéis una pareja perfecta. Y no es ningún secreto que me cae muy bien.

—¿Y cuándo encontraremos una pareja perfecta para ti? —le increpó Ariel divertida, que estaba mordiendo cariñosamente la mejilla de Anna, que apartó a su madre con delicadeza, para seguir devorando su trozo de pastel con ferocidad. Estaba claro que el apetito lo había heredado de su padre. 

—¡Qué pesadas! Yo no necesito amor, hermanitas. A mí dejadme tranquilo, ya tengo suficiente con vuestros líos —Tonik se levantó para coger otro trozo de pastel para Iván. Ambas se rieron divertidas. Era su intuición, o parecía que su hermano estaba últimamente diferente. Algo más... cariñoso y abierto a ese tema que antes.  

—¿Te imaginas casarte algún día de una forma tan bonita? —le preguntó Nuria, moviendo su copa champán con melancolía. Su amiga era toda una romántica empedernida—. Espero algún día tener una boda tan preciosa.

—¿En Londres? —dijo Eva, escéptica. Mirando el precioso cielo soleado, que allí brillaba por su ausencia —. Tú flipas...

—Está bien soñar. Además, hay cambio climático. De algo tiene que servir —Eva se echó a reír sin poderlo evitar. Como tampoco pudo evitar observar a Tonik que se acababa de levantar a coger algo más de tarta. Su porte sereno y sonriente, le aceleró el corazón. Estaba muy atractivo con el traje y sin corbata. Con la camisa un poco abierta, mostrando el tatuaje de la clavícula. Eva negó agobiada. Nuria se percató— ¿Qué pasa?

—Nada, pensaba en lo boba que eres. Además, ¿quién quiere casarse? —Eva sorbió su copa y se levantó, alisando su vestido negro de seda. Demasiado ajustado y sexy. Descarado como ella. Rebelde—. Es más divertido ir de flor en flor —seductora se acercó hasta Emilio, que la miró con deleite. Necesitaba desconectar, divertirse y pasar un tiempo relajada. Es cierto que, quizá no fuera buena idea, volver a pisotear el corazón de ese pobre hombre. Él estuvo enamorado de ella, pero ¿qué importaba? Si ella les diera la oportunidad también se lo pisotearían. El amor no para ella no era real. No sí no podía abrir su corazón. Era mejor ir de flor en flor y divertirse. Al menos, así le hacía daño, pero no un daño mortal. 

Jesús observaba a su hijo, que compartía un trozo de tarta con su novio. Ambos enfrascados en su conversación. Ajenos al mundo exterior que les rodeaba. Suspiró. No sabía qué hacer. Le agradaba ver a su hijo tan feliz, cómodo y alegre. Pero a la vez, le daba un terrible miedo que descubriera la otra parte del amor. Esa parte que te dejaba con el corazón roto y echo un asco. Aunque tampoco es que él pudiera evitárselo. Era parte de la vida, claro. Un carraspeo le hizo tensarse.

—¿Preocupado? —la voz de Alejandro sonaba grave y contenida. Rara. Nunca se la había oído así, pero no le desagradaba.

—Un poco. ¿Tienes hijos? —le preguntó. Alejandro negó y sonrió descarado.

—Complican las cosas —musitó, aunque parecía un poco mustio. Quizá no había podido tenerlos.

—Según como se mire —Jesús no quería hablar con ese hombre que le desconcertaba. No sabía por qué le buscaba, pero no le apetecía preguntarlo. Simplemente, quería pasar página. Bastante tenía con lo suyo. Como si Alejandro se diera cuenta de que sobraba, se acabó marchando y dejándole solo con sus preocupantes pensamientos.  

El sol se escondió por el horizonte. En esa hora mágica donde el cielo se teñía de violeta, Helena y Owen, se posicionaron en el centro de la pista. El vals del «Lago de los Cisnes» sonó por toda la sala. Ambos se movieron con felicidad por el centro. Owen y Helena bailaban como si fueran una sola persona. No necesitaban decirse nada para saber el movimiento que haría el otro. Se complementaban. De una manera tan increíble que ella no pudo evitar apreciarlo. Nunca había bailado así con nadie, y ahora entendía por qué. Porque solo podía ser con él. Sin embargo, cuando el vals terminó y la música salsera comenzó, ellos siguieron bailando. Bailaron salsa, merengue, chachachá, bachata. Todo ello lo bailaban igual de bien y de compenetrados. Esa era la realidad. Disfrutaron tanto que Helena incluso decidió quitarse sus preciados tacones, para ponerse un zapato plano.

—Eres realmente pequeña cuando bajas de esos zancos que te empecinas en ponerte —Helena rio divertida contra su pecho sin poderlo evitar. Y siguieron bailando. Hasta que la luna estuvo bien alta en el cielo. Jules decidió que era momento de pinchar él. Lo que su cuñado hacía con la música era único. Con sus bases y su manera de hacerlas especiales, el lugar se caldeó. La gente bailaba encantada. Esa boda era insuperable. Pero, Helena y Owen agotados, decidieron irse a dormir. En menos de diez horas cogían un vuelo. Ella quería descansar, quería disfrutar de verdad. Esa noche dormían en el hotel, donde Mika y Eira ya habían ocupado el lugar de honor en la suite—. Déjame que te ayude con el vestido. Es la primera vez que voy a desnudar a mi esposa. Me muero de ganas —dijo con picardía, su ahora marido.  

—Tengo que enseñarte algo —dijo Helena con misterio. Él se relamió de gusto. Dejó que Owen la desnudara con ternura y dulzura, hasta llegar al bajo de la espalda. Él detuvo su avance cuando vio las cuatro runas. Una encima de la otra. Eran runas vikingas.

—¿Y esto? ¿Esto es lo que me quieres enseñar? —preguntó. Helena asintió emocionada. Se las había hecho hacía dos días y le había costado horrores ocultárselas—. ¿Qué significan?

—Son runas de amor, estabilidad, felicidad y armonía —dijo señalando cada una de ellas. Sonriente le besó—. Quería tener también una marca que me recordará a ti, a nosotros, a tu película y el inicio de esta aventura —Owen la besó con cariño.

—Hablando de eso... hay algo que tengo que contarte. Aún no se lo he dicho a nadie, pero pronto se va a saber —Helena le miró preocupada, pero él estaba muy sonriente. Expectante y feliz, sin más Owen dijo—: Me han nominado al Óscar como actor protagonista por esa película. Esa película que siempre me recuerda a ti. Tu película —Helena saltó a sus brazos emocionada. Sabía cuanto significaba para Owen ese reconocimiento. Lo importante que era conseguir un título así. Helena le felicitó, le besó, lo celebraron en su intimidad. Hicieron lo que mejor sabían hacer; perderse en su mundo de caricias repleto de sueños.

Jesús vio como su hijo subía a dormir con su pareja. Él tampoco se iba a quedar mucho rato más. Estaba cansado. Ariel miraba divertida como su bebé bailaba las canciones de su padre. Era increíble la marcha que tenía su sobrina. Sin duda, en eso también se parecía a Jules y Owen. ¡Que Dios les cogiera confesados! Jesús dejó la copa divertido y se dispuso a marcharse. El hotel que había elegido Christine era rústico, pero de alto lujo, por lo que esperaba con deleite sumergirse en esa cama. Una mano paró la puerta del ascensor antes de que se cerrará. Jesús se estremeció cuando lo vio entrar. Alejandro estaba arrebatador en ese traje oscuro. Iba acompañado de una mujer de curvas de infarto, que quitaban el hipo. Jesús se tensó incómodo. Ninguno dijo nada, aunque él tenía claro lo que iban a hacer esa noche. La mujer le miró de arriba abajo y le sonrió. Jesús apoyado contra la pared del ascensor, no pudo evitar sonreírle de vuelta. Siempre era agradable que alguien apreciará la belleza de uno.

—No me había fijado en ti. ¿De parte de la novia o el novio? —le preguntó con amabilidad. Jesús le sonrió confiado.

—Podría decirse que de ambos —la chica le tendió la mano—. Me llamo Jesús.

—Soy Dulce —indicó divertida. Era mala actriz, por supuesto ya sabía quien era él. Su mirada pícara brilló. Alejandro sonrió con calidez.  

—Dulce es una de mis alumnas más brillantes —musitó con melosidad, ella le sonrió con ternura—. Se mueve con una fluidez impresionante —el tono de su voz era seductor. A Jesús se le tensó el cuerpo ante el tono de voz de Alejandro—. ¿Te gustaría verlo? —Jesús le miró muy serio, evitando que se reflejará la confusión y anhelo que sentía.

—¿A qué te refieres? —Alejandro le miró con evidente diversión. Estaba claro que le gustaba controlar el juego y a los participantes.

—A si te gustaría verla moverse —Dulce les miró tentadora, desabrochándose un poco el botón del escote. Jesús se sentía tan tenso como un alambre—, encima de mí o de ti. Como tú quieras —Jesús les siguió como en un estado de embriaguez que no acababa de entender. Alejandro les metió en su cuarto. Esa enorme cama donde deseaba sumergirse. Sin embargo, no lo hizo. Solo se dejó tumbar. Dulce se movía realmente bien como ya le había dicho. No era la primera vez que Jesús jugaba un juego así. En otras ocasiones había compartido cama. Era un juego divertido, pero solo un juego.

Sin embargo, esa noche el juego era distinto. Era algo más. Las miradas de Alejandro, mientras Dulce le daba placer, sumieron a Jesús en un extraño estado de excitación. Cuando ella hizo lo mismo con Alejandro, tampoco pudo evitar mirar. Y cuando finalmente, ambos, estuvieron uno frente al otro, no supieron contenerse. Jesús besó a Alejandro con ferocidad. Durante un rato solo existieron ellos dos, para diversión de Dulce. Y los tres, en esa cama, disfrutaron de placeres distintos. Cambiando su vida para siempre. 

Eva apoyó la cabeza contra la pared del ascensor. Estaba agotada, aunque había sido una boda espectacular. Si la de Ariel y Jules había sido romántica y dulce, aunque algo empalagosa para ella. En esta se había divertido muchísimo. Solo podía describirla como única. Había pensado en acabarla con Emilio, pero en último momento, se había arrepentido. No le apetecía volver a empezar con él. A dar explicaciones absurdas. Abrió los ojos cuando escuchó que la puerta volvía a abrirse tras cerrarse. Tonik llevaba a su hijo en brazos. Poco tiempo le quedaba de cargar a Iván en esa posición. Él le sonrió con alegría.

—¿Ya te retiras? ¿Tan pronto? —Eva alzó las manos en gesto de rendición que sacó una agradable sonrisa al rostro de Tonik.

—Ya no soy lo que era. Me hago vieja —él rió divertido. Esa risa le parecía preciosa.

—No sabes lo que dices, si aún eres una mocosa —replicó relajado. Tocó su botón y esperó pacientemente. No le había visto fijarse en ella en toda la noche, pero él preguntó con curiosidad—: Pensaba que acabarías la noche acompañada. ¿Cómo se llama ese chico tan majo con el que estabas?

—Emilio. Y no, solo somos amigos. Buenos amigos —musitó Eva incómoda.

—Pero, fuisteis pareja, ¿verdad? Me suena que... —Eva le cortó con un gesto y preguntó—:

—¿No se despierta con tanto ruido? —dijo refiriéndose a Iván.

—¡Qué va! Este duerme como un tronco. Si lleva ya un buen rato tumbado en la silla, completamente roque. Es una marmota —riendo abrazo a su hijo con cariño y dulzura. Sin embargo, a los pocos segundos, volvió al ataque—: ¿No te gusta Emilio?  

—No, no me gusta. Es un amigo nada más. Eso ya pasó —Eva miró a Tonik. Su mirada era seria, se dio cuenta ella. No le había visto mucho así. Como si estuviera preocupado por algo. Sonriendo añadió divertida—: ¿Y este tercer grado? ¿No te quieres dejar más pasta en bodas?

—Por supuesto que no. A este paso me voy a arruinar y el traje me queda fatal —musitó poniendo los ojos en blanco. Eva se echó a reír con ganas. Jamás se hubiera esperado esa respuesta tan sincera y tonta. Tonik la miraba con atención. Ella se dio cuenta de que la mirada de él se desvió al escote tan pronunciado que llevaba, también a la pierna que se veía en la abertura lateral. Fue consciente de como esa mirada les quemaba a ambos y les pilló con la guarida baja. La puerta del ascensor se abrió y ambos se miraron como dos desconocidos. Sin despedirse, se dirigieron cada uno a su cuarto. 

La noche se estaba acabando. Ariel vio como su pequeña seguía moviendo las caderas al ritmo de la música que su padre agotado había dejado reproduciéndose. Jules estaba sentado a su lado, por lo que apoyó la cabeza en el pecho de su marido. Instantáneamente, la rodeó con sus brazos con ternura. Aunque llevará la gorra y las gafas, seguía siendo su Jules.

—Esta no se cansa. No para. Va a ser una cierra discotecas. Qué miedo —dijo Jules aterrorizado. Ariel se echó a reír— ¿Crees que ligará mucho?

—Owen dice que le va a ceder su testigo, ella será la próxima rompecorazones de la familia. Creo que no va equivocado. Se parece mucho a ti, lo que la hace preciosa —Jules le besó en la cabeza y se levantó para coger a su preciosa bebé. Aunque cada día era menos bebé. Ella hizo un mohín divertido cuando su papi la estrujó. Por supuesto, era menos bebé y mucho más independiente. Quedaba menos de un par de meses para que cumpliera dos años.

—No se lo voy a permitir. A cada chico que se acerque a ti lo voy a espantar —Ariel miró a su marido y su hija. Eran su máxima felicidad. Su vida entera. Levantándose, abrazó a su marido por la cadera.

—¿Te he dicho que te quiero, papá oso? —Jules le miraba sonriente.

—Yo sí que te quiero, nakama. ¿Te apetece otro trozo de pizza? —ella puso los ojos en blanco divertida. No le cabía ni un alfiler. En esa boda habían comido de lujo. Pero, su marido y su hija comieron más pizza. Luego, los tres se marcharon a su habitación. Aunque ambos creían que su hija iba a tardar en dormirse, por los nervios, cayó roque en cuanto tocó la cama. Ambos se cambiaron sin prisa y se tumbaron en la cama. Fuera empezaba a clarear, pero no estaban cansados— ¿Crees que casaremos a mi hermano?  

—Estoy segura de que encontrará a alguien si es lo que te preocupa —le dijo Ariel apoyándose en el pecho, mordiendo la barbilla para sacarle una sonrisa juguetona—. Pero no te entrometas, celestina. Mira... yo dejo que Tonik fluya.

—Pero, si no me he metido nada con Owen y Helena —ella puso los ojos en blanco ante su metomentodo marido. Sí, hasta había organizado su pedida de mano. No hay más ciego que el que no quiere ver. Felices y tranquilos se durmieron en brazos el uno del otro. 

Helena y Owen se despidieron de su familia a la salida del hotel. Entre caras de sueño y sonrisas, les dieron abrazos y palmadas de felicidad. Se notaba que habían disfrutado de mucha fiesta, aunque Anna la más fiestera, ya saltaba por el lugar llena de energía. Pobres Jules y Ariel, que Dios les cogiera confesados. Ellos tenían que coger un avión. Helena no sabía el destino. Él había preparado las maletas, bueno, había preparado todo el viaje junto a Jules. Sonriente, con sus gafas de sol, Owen conducía hasta el aeropuerto.

—Venga, tienes que decirme donde vamos —dijo ella en tono implorante, por enésima vez.

—No, es sorpresa —repitió Owen muy claro y serio. Aunque le costaba estarlo. Se sentía muy feliz.

—Eres un pesado, ¿sabes? —ella hizo un mohín que le encantó. A él le encantaba molestarla, era parte de su plan.

—Soy tu pesado fastidioso —Owen le besó la nariz nada más aparcar—¿Confías en mí? —ella asintió, para nada convencida. Puso los ojos en blanco. Divertidos, entre bromas y pullas, llegaron hasta la sala de espera. Una sala VIP, pero tras varias insistencias, Helena consiguió conocer el destino. Owen se dio cuenta de lo que pretendía. Así que todos le dirían que la estaba llevando a Roma. Su ciudad más querida en el mundo. Aún y estar deseosa de fastidiarle la sorpresa, como él ya pensaba, se quedó callada. Cogieron el avión, viajaban en preferente y Helena, que parecía más relajada, tras saber el destino, se quedó dormida. Cuando despertó, se dio cuenta de que ese paisaje no le recordaba Roma.

—¿Dónde estamos? —preguntó confundida. 

—Estamos a punto de aterrizar. Creo que ya puedo decirte a donde vamos. Vamos a Noruega, cariño y... —musitó divertido. Alegre por haberse adelantado a esa mujer que le volvía loco.

—Pero... la chica... o sea... yo... —dijo nerviosa, Owen sonreía encantado por haberla dejado descolocada.

—Ya imaginaba una estratagema similar, así que pedí que te engañarán. ¿Es que no puedes no ser cotilla? —Helena le miró mohína—. Vamos, creía que te haría ilusión ir a Noruega, a nuestros origines vikingos —ella sonrió a pesar de todo.

—Sí, pero es que... —ella se removió molesta—, creía haberte pillado. He fracasado.

—Solo vamos a estar aquí cuatro días. En verdad, venimos aquí porque vamos a celebrar una ceremonia muy especial. Vamos a casarnos como auténticos vikingos —Helena le miró alucinada e ilusionada, como él ya esperaba—. Luego, vamos a ir a Roma, tu querida Roma, una semana. También vamos a estar en Nueva York, diez días. Quiero que me enseñes todo de esa ciudad donde viviste tanto tiempo. Y finalmente, antes de regresar a casa, vamos a ir a Londres, quince días. Si pudiera quiero ver todo el mundo contigo —Owen la besó con cariño. Helena se quedó impresionada de ese viaje tan ajetreado, pero bien pensado. De la mano bajaron a Noruega, dispuestos a casarse de mil y una formas. Con su mitad, su alma gemela. La mujer que le había hecho creer en el amor. La que había conseguido que saliera de su caparazón de caracol. 

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