Capítulo 14

Luan no se hallaba de humor para estar solo en casa, así que decidió hacerle la convenida visita a Justin. De su mente no se alejaba la idea de que Caroline y su novio pasarían la noche juntos, y no podía entender por qué eso le dolía tanto. ¿Acaso porque la princesa le interesaba de verdad? ¿Sería por sus absurdas ideas de no estar a la altura para pretenderla? Ya fuera por un motivo o por otro, Luan envidiaba la noche de amor que Franz debía de estar disfrutando.

El biólogo se dirigió andando hasta el lodge de Justin. El ejercicio le haría bien. Llevaba una caja con seis cervezas en la mano, y la mente perdida en sus pensamientos. Unos minutos después, Justin le abrió la puerta con el semblante preocupado:

―Lo siento, Luan, olvidé que venías... ―se disculpó.

―¿Te pillo en un mal momento?

―Por favor, pasa. ―Justin le abrió paso y Luan entró. Se quedó de piedra cuando se encontró a Caroline en el sofá con los ojos llorosos y el rostro enrojecido.

―¿Estás bien? ―preguntó él desde la distancia, aunque era evidente que no lo estaba.

Caroline se encogió de hombros.

―Ha tenido una pelea con Franz ―resumió Justin y tomó las cervezas para ponerlas en el frío―. Regreso en un momento.

Luan se acercó a ella y se sentó.

―Lo siento ―susurró. No le gustaba ver a nadie llorar, y en el caso de Caroline se sentía impotente por no poder remediarlo. Debía amarlo mucho si una pelea la ponía así...

―Estoy bien. ―Ella se enjugó las lágrimas con las manos.

―No, no lo estás. ¿Qué puedo hacer para ayudarte?

―Nada, Luan.

El biólogo extrajo de su bolsillo un pañuelo y se lo brindó:

―Toma. No me gusta verte llorar.

―Gracias. ―La princesa aceptó el pañuelo.

―Supongo que tuvieron una pelea ―murmuró.

―Sí, pero no quiero hablar de ello...

―Ni yo soy la mejor persona para escucharte ―repuso él―. Sin embargo, Justin sí lo es, por lo que me marcho para dejarlos a solas y que puedan conversar.

―Por favor, no tienes que irte... ―Caroline lo miró a los ojos.

―Es mejor que me vaya. Solo quisiera proponerte algo que sé que te ayudará.

―¿Qué?

―Tenemos previsto un safari, ¿recuerdas? El amanecer es un buen momento para hacerlo. Paso por ti y Justin a las cinco de la mañana. ¿Te parece bien?

―¿Y el trabajo?

―Esto también es trabajo. Buscaremos locaciones para grabar, y en la tarde continuaremos con el plan de rodaje.

―Tendríamos que hablar con Justin, es el jefe.

―¿Escuché mi nombre? ―El espigado director hizo entrada e interrumpió la charla.

―Los convidaba a Caroline y a ti a un safari privado a las cinco de la mañana. A ella le preocupa la grabación, pero nada obsta para que puedan continuar grabando después.

Justin se quedó pensativo.

―Yo no iré ―respondió―, pues el año pasado ya estuve en varios recorridos y prefiero adelantar la grabación. Sin embargo, Caroline puede ir.

―¡No puedo ir si tenemos trabajo, Jus! ¡No sería justo!

―Por supuesto que puedes. Ve, busca buenas ideas para nuestras locaciones y llévate la cámara para que hagas buenas fotos.

―No estoy convencida de que sea una buena idea... ―protestó.

―Claro que es una buena idea. Te hará bien despejarte un poco. No puedes realizar tu labor creativa sintiéndote tan miserable como ahora. Necesitas descansar y dar un paseo ―le insistió―. Ya habrá tiempo de trabajar. Eva puede echarme una mano hasta que regreses.

―De acuerdo ―aceptó Caroline al fin―. Nos vemos mañana a las cinco.

―Estupendo. ―Luan todavía no podía creerlo―. Me marcho ya. Que tengan buenas noches.

―¿Y las cervezas? ―preguntó Justin.

―Quédate con ellas para la próxima ocasión.

Sin decir nada más, Luan se marchó del lodge con mil ideas bulléndole en la cabeza. No se alegraba de la decepción que había sufrido Caroline, pues no le gustaba verla sufrir. Sin embargo, aprovecharía la ocasión para mostrarle un mundo maravilloso que la hiciera sonreír y olvidar lo que hasta a ese instante la perturbaba tanto.

Caroline despertó bien temprano en la mañana; comió algo y se vistió con ropa cómoda de color claro. No olvidó tomar su cámara para hacer fotos, pero dejó conscientemente su teléfono celular. No quería que Charlotte, ni Franz, ni nadie perturbaran su paseo. Le había pedido a Justin que les explicara con quién se encontraba, y que no se preocuparan. Necesitaba estar a solas y sentirse, por una vez, verdaderamente libre.

Luan llegó a la hora justa para recogerla. Estaba ansioso por empezar su día con la princesa, y un poco nervioso también.

―Buenos días ―le saludó con una sonrisa―. ¿Estás lista?

―Lo estoy ―respondió ella―. ¡Buenos días!

Subieron a una camioneta 4x4 de combustible, y tomaron un camino que, según pudo advertir Caroline por una señalización, llevaba a las inmediaciones del Parque Kruger.

―Creía que no nos moveríamos de la reserva.

―He cambiado un poco los planes, espero que no te moleste ―le contestó enigmático.

―Seguimos yendo de safari, ¿verdad?

―¡Por supuesto! Solo que nos dirigiremos al valle del río Sabie. Te tengo una sorpresa.

―De acuerdo. Me encantan las sorpresas.

―¿Estás mejor? ―preguntó él con tacto―. ¿Pudiste dormir un poco?

―Un poco, pero no quiero hablar de ello, por favor. ―El recuerdo de su discusión con Franz y las palabras de Max le generaban inquietud, y ella necesitaba pasar un buen día.

Luan respetó su silencio, hasta que llegaron al consabido lugar. Era un lugar precioso, con elevaciones de color esmeralda y un majestuoso río de fondo con el cielo comenzando a amanecer.

―La gente local lo conoce como el "río del miedo", debido a que a menudo se inundaba y estaba plagado de cocodrilos.

―El sitio es precioso, pero temo que quieras deshacerte de mí en sus aguas...

Luan soltó una carcajada y le acarició brevemente la mejilla con uno de sus dedos.

―Jamás querría deshacerme de ti... La sorpresa que te tengo está justo allí. ―Luan señaló con su dedo a unos metros de distancia. Caroline volteó la cabeza y se encontró con algo que jamás esperó ver.

―¿Estás loco? ―Rio nerviosa.

―Vamos, bájate del coche. ¡Es la hora de partir!

―No estarás hablando en serio... ―Continuaba alterada, pero no podía dejar de reír por los nervios de la situación―. Dijiste que iríamos a un safari...

―Exacto ―respondió él―, pero desde las alturas.

Un enorme globo aerostático aguardaba por ellos. La cesta se hallaba en el suelo, sujeta con amarras, y el globo de disímiles colores estaba totalmente desplegado, listo para volar, gracias al quemador que le infundía el aire caliente suficiente para conquistar las nubes.

―¡Luan, estás completamente loco! ―repitió.

―No se alarme, su Alteza, es completamente seguro.

―No me digas así ―protestó.

―Justin me advirtió de que te encantaba ese tratamiento, y he querido hacerte enfadar ―reconoció riendo―. Sobre el globo, te aseguro que es una experiencia que atesorarás por el resto de tu vida. Es una atracción frecuente entre los turistas. Se hace cada mañana al amanecer, siempre que el tiempo lo permita. He organizado este vuelo para ti. No tengo una alfombra mágica, pero quiero mostrarte este mundo espléndido. Ven, princesa, y deja a tu corazón volar. ¿Confías en mí? ―le preguntó extendiendo la mano.

Caroline se ruborizó por completo por la alegoría a la película Aladdín. Una princesa y un plebeyo, sacados de una película de Disney, dispuestos a viajar por el cielo.

―Sí ―respondió dándole la mano―. Confío en ti.

Se fueron tomados de las manos hacia el globo. Una mesa cercana ofrecía café y té a los viajeros, y el responsable del vuelo los saludó con amabilidad. Era amigo de Luan y no dudó en abrir un espacio en su agenda para la princesa y el biólogo.

―¿Quieres un poco de café? ―preguntó Luan.

―Té, por favor ―respondió ella.

El sudafricano mismo le sirvió una taza que ella se llevó a los labios.

―¿Tienes miedo, Carol?

―Le tengo respeto a las alturas ―confesó dejando la taza sobre la mesa.

―Todo estará bien. ―Luan le pasó el brazo por la espalda para confortarla, era un simple gesto de afecto, pero ella se estremeció en el acto. Pensó que sería la frialdad de la mañana, pero, ¿a quién engañaba? Era él quien la hacía temblar con su presencia.

Jabu les explicó el procedimiento del vuelo y las medidas de seguridad. Una vez hecho esto, subió a la cesta, acompañado de Luan y de Caroline.

―¿Están listos? ―preguntó el hombre.

Los viajeros se miraron a los ojos y asintieron a la vez. Jabu dio la orden de soltar las amarras y el globo fue ganando poco a poco en altitud.

―¡Santo Dios! ―exclamó Caroline cuando vio a las personas hacerse cada vez más pequeñas―. ¿Cuánta altura puede alcanzar?

―Dos mil metros ―respondió el experimentado muchacho―. Puede confiar, señorita. Hago esto cada mañana ―añadió él con una sonrisa para tranquilizarla.

Jabu iba controlando el quemador del globo, mientras este se dejaba llevar por el viento. La cesta era amplia, pues podía albergar hasta más de quince personas. En este caso era un vuelo privado, y la pareja aprovechó el espacio para colocarse en un punto discreto de la cesta donde tuviesen más privacidad. Jabu estaba a sus espaldas; por lo general se encargaba de dar las explicaciones durante el recorrido, pero al ir Luan, que era todo un experto en la zona, delegaría en él la tarea de mostrarle los lugares de mayor interés.

Caroline no podía negar que estaba exaltada, alegre y nerviosa a la vez, como si estuviera en el más impactante parque de atracciones de Europa. Esto era mucho mejor que eso. Era la expresión más perfecta de libertad, ella que pocas veces se sentía tan libre de ataduras. Cuando soltaron las amarras del globo fue como si se soltaran las suyas: el protocolo, la buena conducta, la sonrisa impecable, las maneras, los deberes... Todo. Estaba en Sudáfrica, en la provincia de Mpumalanga, haciendo algo impensado al lado de un hombre que conocía poco, pero que la emocionaba como ninguno.

―Es maravilloso. ―Caroline se acercó a él. Se aferró a su brazo mientras los rayos del Sol invadían el valle de Sabie con el río debajo de sus ojos. El paisaje escarpado de Drakensberg, las cataratas, y un grupo de hipopótamos disfrutando de un chapuzón matutino la hicieron suspirar.

―¿Tienes miedo? ―preguntó Luan, pensando que su proximidad se debía al temor a las alturas.

―No ―respondió ella, y sin embargo continuaba asida a su brazo.

―Me alegra saber eso ―susurró.

Se mantuvieron en silencio mientras el globo se deslizaba con suavidad sobre el aire, participando del juego de color del alba. Caroline creyó oportuno separarse un poco para tomar su cámara fotográfica. ¡No podía desaprovechar la oportunidad de captar con su lente las maravillas que observaban sus ojos!

El Cañón del río Blyde era un punto emblemático; uno de los cañones más grandes del mundo, aunque tenía como particularidad ser "verde", debido a su florecimiento subtropical que lo diferenciaba de muchos otros. Caroline tomó algunas fotos, continuaba con el corazón agitado cuando lo escuchaba hablar de su tierra, con una pasión que podría conmover hasta al ser más impasible.

El biólogo colocó una mano en la espalda de la princesa y con la otra señaló hacia tres formaciones rocosas de aspecto redondo.

―Esta es un sitio de interés ―le dijo al oído―. Son las Tres Rondalves. Se conocen así porque su forma redondeada recuerda a las casas rondalves de estilo africano que son pequeñas cabañas de paja. Las formas se deben a la erosión de la piedra caliza.

Caroline se volteó hacia él, su voz y aquellos expresivos ojos de color esmeralda le nublaban el juicio. Sin pensarlo dos veces, le tiró una foto. Él soltó una carcajada, halagado, pero también sorprendido y se apartó un poco deslumbrado por el flash.

―¿No se supone que sea el cañón el objeto de tu arte?

―El arte está en muchos sitios ―respondió ella―, y el verdor de tus ojos sigue siendo mi tono favorito.

Ella miró hacia las rondalves nuevamente, un tanto avergonzada de lo que había dicho. Luan frunció el ceño; estaba feliz, pero no respondió nada. "¿Qué había sido todo aquello?". Percibió que Caroline temblaba un poco a su lado, tal vez por el frío de la mañana y la altitud. Se sacó la chaqueta que llevaba y la colocó sobre sus hombros. Las manos de él descansaron sobre ellos unos segundos, mientras Caroline hacía una foto.

―Gracias ―le dijo ella, aunque era probable que aquella última instantánea estuviese mal encuadrada. Aquel contacto la hizo perder por completo la concentración y el pulso.

Llegaron a la conocida zona de God's View o ventana de Dios. ¡Era un lugar espectacular que robaba el aliento!

―Es el sitio más hermoso que he visto ―comentó Caroline―. El sueño de cualquier fotógrafo ―añadió con la cámara en función de retratar.

―Si miras hacia abajo podrás entender por qué se le llama la mirada de Dios ―le contó Luan―. Es un área impresionante de esplendor escénico, digna de tu lente de artista. Se conoce así por la vista panorámica de Lowveld hacia bajo en un exuberante barranco cubierto de bosque indígena. Uno puede observar las colinas y los bosques hasta donde alcanza la vista.

―Es como si uno pudiese ver para siempre.

―Para siempre ―repitió él―. Es una ilusión, como esto que estamos viviendo los dos...―La alegoría se le escampó, sin embargo, le parecía muy adecuada.

Caroline volvió a voltearse hacia él. En una mano llevaba la cámara, pero con la otra le acarició la mejilla.

―¿Y si te dijera que es la ilusión más bonita que he tenido en mi vida?

―Sería difícil de creer ―respondió con voz ronca.

―Pues es la verdad, Luan. Tengo la sensación de que mi corazón se encuentra en las nubes ―susurró.

―Literalmente estás casi en las nubes, Carol, pero es a causa del vuelo ―respondió él.

―No, no es el vuelo ―replicó dando un paso más hacia él―. Eres tú.

Caroline se irguió sobre las puntas de sus pies en busca de sus labios, y los encontró... Luan la añoraba, pero la recibió con cierta sorpresa; sus manos se posaron sobre su cintura y la estrecharon aún más contra su cuerpo, anhelante. Se hallaban en un frenesí tan estremecedor que elevó su exaltación a la misma altura del cielo africano que sobrevolaban. Caroline, perdida en el dulzor de sus labios, descubrió que había algo más cautivante incluso que la libertad: el amor.

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