Capitulo Dos
Un brazo flexible de duracero de un sensor todavía pendía de la pared. Ferus probó su peso en él y aguantó. Usándolo como apoyo, fue capaz de enganchar sus dedos sobre el borde superior e impulsarse para echar una rápida mirada al lugar del antiguo huerto.
Con un gruñido, Ferus se equilibró sobre sus palmas. El huerto no había sucumbido por el fuego, vio, había sido volado. Trozos de piedra ennegrecida bloqueaban la antigua entrada. El cristal se había hecho pedazos y agujas de este material todavía yacían alrededor.
Recordó...
Parado al lado de Siri, mientras ella arrancaba una hierba y la sujetaba bajo su nariz.
—¿Qué te dice esto?
—Es una hierba —dijo.
—¿Pero qué dice eso?
—No lo entiendo, Maestra. ¿Qué quería ella? Ferus solo tenía trece años, estaba en los comienzos de su aprendizaje. Tenía miedo todo el tiempo de hacer o decir alguna cosa equivocada.
—Esto es parte de la Fuerza, también, Ferus. Conexión con las cosas vivas. Cierra los ojos. Huele. Bien. Ahora. ¿Qué te dice?
—Dice… almuerzo.
Siri mostró su risa corta.
—No es muy imaginativo, pero supongo que tendrá que servir. Probemos con otra.
—¿Maestra? A Yoland Fee no le gusta que nadie recoja sus hierbas. Es una regla para los Pádawans.
Siri se giró hacia él, con las manos llenas de flores comestibles y hierbas verdes. Sonrió.
—Sabes, Ferus, si pudieses conseguir quitar algo de almidón de tu túnica nos llevaríamos mucho mejor.
Ferus sintió la tensión a través de sus brazos por sostenerse. Se dejó caer de vuelta al saliente. No había sido completamente consciente de que entrar en el Templo sería más peligroso que las tropas imperiales. Preferiría soldados de asalto antes que recuerdos cualquier día.
Siri había estado en lo correcto, por supuesto. Pensando en ese momento, recordó qué cuidadoso había sido para mantener recta su columna, la mirada nivelada. Había sido consciente de cada palabra, ajustándose a lo que debería decir o hacer el prefecto aprendiz.
Cada vez que Ferus volvía la mirada hacia un recuerdo de sí mismo como Pádawan, se preguntaba cómo podía aguantarle nadie. Fue solo más tarde, en Bellassa, a través de su amistad con Roan Lands, cuando aprendió a salirse de los rígidos contornos que se había impuesto, a ver que la perfección era una prisión que había construido y le mantenía apartado de los demás. Echaba de menos su antigua vida con Roan tanto como echaba de menos a los Jedi.
La guerra y el Imperio habían desgarrado su vida en dos, como a tantos otros en la galaxia. Al principio no había reconocido el cambio. La acumulación de poder de Palpatine había sido tan lenta, tan cuidadosa. Tan endiabladamente inteligente. Había sabido que en momentos de confusión los seres buscaban liderazgo, y no examinaban muy cuidadosamente hacia dónde se dirigía ese liderazgo. Cuando la realidad detrás de la máscara emergió, era demasiado tarde.
—Las piedras se han colapsado alrededor de la abertura —le dijo a Trever—. Tendremos que volar alguna. ¿Crees que puedes hacerlo?
—Pensaba que nunca lo preguntarías.
Había descubierto que Trever era una clase de experto en explosivos. Trever podía desmontar serenamente una carga alfa y amplificarla o debilitar su potencia sin pestañear. Su hermano Tike había sido parte del movimiento de resistencia en Bellassa y le había enseñado. Tike había muerto, junto con el padre de Trever, a manos del Imperio. Después de eso, Trever había hecho su vida en las calles de Bellassa, y había adquirido bastantes conocimientos por el camino. Era un producto de la guerra y el sufrimiento, mayor antes de tiempo, escondiendo las debilidades de un niño que todavía se encogía debajo de sus bravuconadas.
—Necesitaremos media carga, solo lo suficiente para abrir un pequeño agujero —le dijo Ferus a Trever—. No queremos atraer ninguna atención.
Trever sacó una carga alfa de su cinturón de utilidades.
—Esto debería bastar. Álzame.
Ferus le impulsó. Agarró los pies del chico mientras Trever se contoneaba, colocando la carga entre las masivas piedras.
—Cubrámonos —dijo Ferus soltando a Trever.
—Es solo media carga.
La explosión casi tira a Ferus del saliente. Agarró el protuberante sensor y se meció en el aire, azotado por un viento que le abofeteaba. Atrapó su cuerpo y le hizo girar como una caña. Decidió seguir el consejo que le había dado a Trever y no mirar hacia abajo. Meció sus piernas de vuelta a su viejo saliente. Trever se había deslizado hasta la abertura excavada.
—¿Eso era media carga? —preguntó Ferus con incredulidad.
—No es una ciencia exacta, ya sabes —contestó Trever tímidamente.
—Esperemos que los soldados de asalto no lo hayan oído. Vamos.
Ferus se impulsó una vez más para inspeccionar el trabajo manual de Trever. A pesar de la potencia de la explosión, el agujero era pequeño, un testamento de la fuerza de la piedra. Era lo suficientemente grande como para pasar apretadamente a través de él.
Bueno, eso se ocupa de uno de mis miedos, de todas formas, pensó Ferus. No se quedarían atrapados en esta torre. Al menos podrían entrar. No pensaría cómo iban a salir. Todavía.
Ferus dio un salto de F
uerza hasta la abertura y se equilibró. Le tendió una mano a Trever y le izó. Se doblaron y se metieron a través de la abertura que había abierto Trever a través de la piedra.
Ya estaban dentro del Templo, en un lugar que Ferus conocía bien, pero se encontró perdido durante un momento. Esto no se parecía al Templo que había conocido. Estaba en un área excesivamente dañada, y durante un momento no pudo orientarse. Una pared estaba demolida, otra ennegrecida por el humo. El pasillo hacia el que había esperado girar había desaparecido. En lugar de eso, había una montaña de escombros.
—Tendremos que ir por aquí —dijo, girando en dirección contraria.
Escalaron una pared derrumbada. Ferus permaneció inmóvil un momento. A pesar de todo lo que había ocurrido, la Fuerza permanecía presente. Todavía estaba aquí para él, y él se conectó a ella. De repente, se sintió completamente orientado, y muy claro.
El Templo podría ser un laberinto gigantesco para las personas ajenas, pero para un Jedi el diseño tenía sentido. Había sido diseñado para amoldarse a la vida de un Jedi, para que desenvolverse fuera fácil. Por eso seguía los ritmos de un Jedi, con meditación fluyendo en la actividad física, en la naturaleza, en la comida, en el estudio, en la investigación y el soporte.
—Ésta solía ser el área de reparación de droides —le dijo Ferus a Trever—. Por lo que también debería haber un acceso a los túneles de servicio aquí.
Se habían formado charcos de agua en el suelo. La lluvia goteaba en el interior. El olor del humo ascendía de las ennegrecidas paredes. Ferus trató de apartar cualquier emoción. Necesitaba centrarse.
—Me gusta mirar a los droides —dijo Anakin.
Ferus asintió. Había ido para dejar un pequeño droide para reparar como favor para un Maestro Jedi. Para su sorpresa, había encontrado a Anakin Skywalker revisando partes de droides.
No conocía muy bien a Anakin. Había llegado al Templo el año pasado. Había oído los rumores, por supuesto. Lo fuerte que era Anakin en la Fuerza, cómo le había sacado Qui-Gon Jinn de un remoto planeta desértico. Cómo Obi-Wan Kenobi se había ofrecido para entrenarle personalmente después de la muerte de Qui-Gon. Cómo podía ser el Elegido.
—Construí un droide en mi planeta natal —dijo Anakin. Algo en su voz le dijo a Ferus que Anakin estaba solo.
Ferus deseó tener la habilidad de decir lo correcto, de responder con calidez a un chico que no conocía. Deseó que su torpeza no pasase por rigidez. Deseó ser más como Tru Veld o Darra Thel-Tanis, quienes podían hablar con cualquiera y hacerse su amigo. Pero era difícil para él saber qué decir. No tenía ese don. Sus maestros siempre le decían que estuviese más en contacto con la Fuerza Viva.
—No recuerdo mi planeta natal —dijo finalmente—. O a mi familia.
Anakin le miró bajo una mata de pelo rubio. —Entonces tienes suerte.
Ese niño solitario se había convertido en un Jedi asombrosamente dotado. Y ahora estaba muerto. Ferus no sabía cómo o dónde. Había estado poco dispuesto a preguntarle a Obi-Wan. La mirada en la cara del Maestro Jedi cuando se mencionaba a Anakin era suficiente para detener a Ferus. La pena había marcado a Obi-Wan, y parecía más viejo y más gris de lo que correspondería a su edad.
Ferus comenzaba a darles sentido a las formas ennegrecidas y retorcidas. Allí, el montón de duracero fundido, esa había sido la estantería que había recorrido toda una pared. Había tenido partes de droide. La piedra se había desmoronado en guijarros que crujían bajo las botas de Ferus mientras avanzaba por el resonante espacio. Pateó algunas partes derretidas en el suelo. Los agujeros abiertos en el techo habían dejado entrar la lluvia matutina. Los crujidos le dijeron que ahí vivían criaturas, escurriéndose a través de los escombros.
Los droides de protocolo eran formas extrañas, medio derretidos, con las órbitas de los ojos vacías. Parecían soldados caídos.
El olor de descomposición estaba en sus fosas nasales. La descomposición, el fracaso y la ruina.
Y era solo el principio de lo que vería.
—¿Dónde está la entrada a los túneles? —preguntó Trever.
Ferus trajo su mente de vuelta a la tarea actual. Miró alrededor tratando de orientarse.
—Esa abertura de allí conduce al vestíbulo principal. Creo que deberíamos evitarla.
La entrada a los túneles de servicio estaba por allí. Al menos, creo que estaba ahí. Miraron a través del cuarto hacia un montón gigantesco de escombros.
—Todo lo que puedo decir es, si tenemos que pasar a través de eso, será mejor que estés en lo cierto —dijo Trever.
De repente escucharon el sonido de pasos.
—Soldados de asalto —murmuró Trever.
Ferus señaló rápidamente hacia un imponente montón deformado de metal retorcido. Se había fundido por el calor; una vez había sido una pila de droides. La puntiaguda La naturaleza del montón había creado agujeros en todas partes. Podrían meterse dentro y esconderse debajo. Justo a tiempo, un escuadrón de soldados de asalto con armaduras blancas entró en el espacio a través de la abertura volada que llevaba al vestíbulo principal. El oficial al mando habló a través de su comunicador en el casco.
—Los sensores indican actividad de formas de vida.
Trever miró a Ferus, alarmado; Ferus observó cómo el escuadrón comenzaba a peinar el espacio sistemáticamente, cuadrante por cuadrante. Ese era el problema con los soldados de asalto, pensó malhumoradamente; eran tan eficientes. En unos minutos los divisarían. Ferus no tenía ninguna duda. Estaban rodeando los montones de droides, comprobando cada hendidura, cada rincón oscuro. Ferus sintió algo húmedo y encrespado frotando su pierna. Solo la más severa disciplina Jedi, arraigada en sus huesos, evitó que se sobresaltase. Una rata meer, gorda y negra, contoneándose por ahí. Antes de que Ferus pudiera avisarle, Trever saltó levantemente, golpeándose la cabeza contra el metal. El ruido metálico más débil resonaba a través del espacio.
—Detengan la actividad. —El oficial se giró, apuntando una vara luminosa a escasos centímetros de su escondite—. Evidencia de intrusos. Buscar y destruir.
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