IV
𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐂𝐔𝐀𝐓𝐑𝐎
the great war!¡ ⛑︎
❛ Trato de olvidarte porque quererte ya no quiero. ❜
Pablo regresa a casa con una sensación extraña recorriendo todo su cuerpo, no se esperaba reaccionar así, pero tenerlo enfrente y vestido de aquella manera le había hecho perder la cabeza completamente. Sentía como si en vez de sangre fuese fuego lo que le recorría las venas, no hay cosa que más odie que a un nazi.
Por su culpa Pablo no puede ser libre.
Aunque quizás no es el hecho de que Pedro fuese uno de ellos, sino que de todas las personas existentes en este planeta, le ha dolido como un tiro en la cabeza que fuese él. Que fuese uno de los que se visten de color marrón y juran lealtad a alguien como Hitler.
Pero, por mucho que lo intente jamás podrá encararle nada más que eso, porque tenía razón, ante él, Pedro parecía perfecto, algo dentro de él envidiaba eso, sentía celos por su vida en la que seguro que era perfecta, dias de trabajo en los que solo se pasea por el barrio, charlas con amigos, fiestas e incluso alguna que otra mujer con la que pasar la noche. Todo eso junto con la posibilidad de ir a donde quiera y con quien quiera.
De pequeño, Pablo siempre había soñado con viajar alrededor del mundo, le encantaría recorrer todos los países que pudiera, pero eso jamás ocurrirá.
No mientras el mundo libra una batalla en la que solo el más poderoso saldrá ileso.
Se levanta y pone rumbo en dirección al trabajo, hoy le toca turno de noche en la taberna y no puede perdérselo, ha quedado con Ferrán para ponerse al día, quiere pasar todo entiendo que pueda con su amigo antes de que le envíen a otro lugar por trabajo.
Al llegar se cambia rápido y se pone el uniforme. Sin duda se nota que hoy es viernes, hay más gente de la habitual, muchas caras nuevas aparte de los clientes frecuentes.
Un señor de mediana edad, quizás alrededor de unos sesenta años se acerca a la barra, tiene una sonrisa ladina que a Pablo no le gusta nada. Deja el vaso que estaba limpiando encima del fregadero.
— Hola cara bonita, ¿Por qué no te vienes conmigo y nos divertimos un rato?
— Estoy trabajando, disculpe.
— Venga, ¿Cuánto quieres? Puedo pagar lo que sea. - el hombre saca un fajo de billetes y comienza a contar.
— Su invitación es muy generosa, pero no puedo ir con usted, señor, vayase a su mesa, porfavor. - Pablo siente que se le forma un nudo en la garganta, mira hacía los lados en busca de auxilio, pero no encuentra a nadie.
Una mano se posa en el hombro del señor que tiene justo delante.
— Le ha pedido que se marche, ¿Acaso es que no escucha por la edad?
El hombre se gira y su rostro cambia drásticamente.
— Oficial García.
— Este chico es mi amigo, no queremos que nadie nos moleste, y cuando digo nadie es absolutamente nadie, ¿Entendido, Alfred?
El individuo asiente frenéticamente antes de marcharse.
— ¿Estás bien?
Pablo asiente con la cabeza, es el mismo chico de la panadería, ahora conoce que atiende al apellido Garcia, uno muy poco frecuente por allí.
— Ese hombre se dedica a acosar a chicos jóvenes como tú, no creo que te vuelva a hacer nada, pero ten cuidado.
— Gracias…
— Eric.
— Eric.
— Ponme un vaso de whisky, por favor.
Pablo comienza a prepararlo rápidamente y en menos de cinco minutos el vaso está sobre la barra. Eric coge el vaso y suspira antes de decir algo.
— No te quiero volver a ver cerca suyo a menos que sea por algo meramente necesario, ¿Me entiendes? Tampoco esperaba que lo hicieses, pero juzgar a una persona por su portada dice mucho de ti, Pablo.
Gavi no tiene palabras, está estático en su sitio mirando a la persona que tiene enfrente.
— Está vez te advierto, la próxima no seré tan amable.
Dicho esto, Eric se bebe de un trago el contenido de su vaso y abandona el lugar.
Poco después Ferran aparece por la puerta con una sonrisa, trae unos bocadillos que como no, vienen de parte de su madre. Pablo sonríe e ignora todo lo ocurrido para prestarle toda su atención a su mejor amigo.
…
Pedri teclea el número que mejor se sabe a pesar de que no quiera hacerlo, suenan tres pitidos hasta que una voz responde.
— Padre, soy Pedro.
"Hola hijo, ¿Qué quieres?"
— ¿Recuerdas eso que me propusiste hace varios meses? Quiero que me metas en la lista.
"Sabía que entrarías en razón Pedro."
— Con la única condición de que Eric también vaya. - Pedri toquetea la cabina telefónica con los dedos.
Su padre accede sin rechistar y lo felicita por habérselo pedido, ambos cuelgan.
Pedro se dirige a su casa, quizás son más de las doce de la medianoche, no está muy seguro, el ambiente es frío, tanto que tiene que rodearse a sí mismo con los brazos, a lo lejos puede ver una escena entre tres personas, el toque de queda ya ha concluido así que se acerca para mirar.
No esperaba encontrarse otra vez con él.
Pablo está intentando hablar con un oficial mientras que por suposición adivina que es Torres quien está en el suelo tambaleándose, por el olor se podría decir que está borracho.
— ¿Algún problema, oficial?
— Váyase a casa, el toque de queda ha pasado para todos. - el agente se gira en su dirección y le dedica una mirada poco amigable.
— Se lo vuelvo a preguntar, ¿Hay algún problema?
— ¿No me ha entendido? Todos los judíos a su maldita casa a partir de las doce. - el oficial lo empuja, no lo suficientemente fuerte como para siquiera desplazarlo.
— Yo no soy judío, y no tengo ningún problema en partirte todos los huesos, uno por uno. - Pedro le agarra del brazo a la vez que lo retuerce. - ¿Me ha entendido esta vez, oficial?
La luz tenue de una de las farolas iluminan la cara del más joven, el agente se da cuenta al instante.
— Ahora, ¡Largo!
El hombre se va corriendo y desaparece en la oscuridad.
— Pedro… - Pablo comienza a pronunciar algo, pero no consigue terminar la frase.
— Buenas noches, váyanse a casa.
Es en ese instante cuando en la cabeza de Gavi resuenan unas palabras.
“Yo no escogí hacer lo que hago.”
“No es mi culpa ser lo que soy.”
Y quizás si que nunca fue su culpa, ahora solo puede decir que fue injusto, más bien egoísta, también comprende las palabras de Eric de esta noche en el bar, incluso comparte esa opinión, no volvería a acercarse a Pedro González, ni aunque le quemase.
Podría estar muriendo por tocarlo, por hablarle, que la ley del hielo es con lo único que debería combatir eso.
Por otro lado Pedro se alejaba del lugar con lágrimas en los ojos, odiándose a si mismo por no poder dejarlo asi como así, porque su corazón no sea de piedra sino débil ante el chico del que tanto se enamoró aún sin haberlo conocido plenamente. Mientras camina intenta deshacerse de algo, y es tras estar lo suficientemente lejos de ellos que tiene la fuerza de voluntad suficiente para arrancarse la cadenita de la muñeca y tirarla al suelo, dejando así la barrera establecida.
El punto final.
A pesar de que Pedro deseaba, ansiaba con todas sus fuerzas que fuese un punto y aparte. Pero, eso jamás sería posible, no sabiendo que son tan distintos, tan opuestos que ni siquiera siendo de la misma condición se podría.
Y sobre todo por el demonio que carga en su espalda que jamás dudaría en acabar con lo que su propio hijo ama. No tardaría ni dos segundo en exterminar a un país entero si de esto se tratase.
Porque en el mundo de Pedro González no existía la posibilidad de amar a un él, casi estaba seguro de que no había posibilidad siquiera de amar en general.
Y poco a poco se estaba consumiendo. Se estaba adentrando en un pozo oscuro y sin salida.
Pero así es la guerra.
Así es como está historia tiene un principio, y claro está que el final será fatal.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top