castigo.
— ¿Debo tener miedo?
— Oh, no es nada malo. Creería que incluso te alegrarás de haber perdido.
Dudosa, Roseanne obedeció sin peros. Cuando su piel entró en contacto con la fría superficie de madera, sintió como la abundante humedad resbalaba por sus pliegues, y confirmó que estaba haciendo un desastre. Esperó que Lisa no lo note, ya que la avergonzaba. No había forma de que tanta humedad sea normal. Cuando estuvo acomodada como la menor le indicó la miró, expectante.
— Dos reglas— inició la tailandesa—. No puedes pararte de la silla hasta que yo lo diga, y no puedes usar tus manos de ninguna forma. Manos sujetas al borde de la silla, por favor.
Rosé no estaba acostumbrada a no ser quien dominaba estas situaciones. Sin embargo, estaba descubriendo que le encantaba el lado autoritario de Lalisa. Además, podía ver genuino placer en sus ojos al llevar la voz de mando, y verla disfrutar era todo lo que quería. Por encima de todo, para ella siempre estuvo el placer de Lisa. Se colocó como se lo pidió, y la castaña sonrió satisfecha. Se subió a la cama y se sentó en el centro.
— Ahora solo disfruta, cariño.
Se acomodó sobre sus rodillas y echó su cabello hacia atrás. Estaba preciosa, una deliciosa mezcla de dulzura y erotismo. Su piel pálida se veía tan suave que Roseanne solo quería recostar sus mejillas en ella. Los chupetones resaltaban en su cuerpo, y los acarició orgullosa.
— Me encanta que me marques.
Con la mirada más seductora del mundo, bajó sus manos hacia sus pechos. Los apretó a la vez, liberando un pequeño jadeo. Rosé tembló en su silla, ansiosa por ser ella quien tenga las manos sobre su cuerpo. Lisa rió ante la impaciencia y sin quitar los ojos de la australiana, tomó sus pezones entre las puntas de sus dedos y dio un tirón suave, experimental. Una corriente eléctrica le recorrió el cuerpo, y liberó el primer gemido.
— Rosé...
Los ágiles dedos jugaron con sus pezones un rato más. De vez en cuando, en respuesta a una caricia especialmente placentera, las caderas de Lisa se movían suavemente hacia adelante. Había descendido hasta que su centro casi tocaba el edredón, y aún seguía sobre sus rodillas, con las piernas abiertas. Rosé tenía una vista perfecta de la ropa interior empapada y se moría por ver más.
Como si le leyera la mente, las manos de Lalisa bajaron por su abdomen, y acariciaron su cintura y su pelvis con lentitud. La menor buscó la mirada de su acompañante, y cuando logró sostenerla, le guiño un ojo, mordió su labio inferior y bajó una de sus manos hasta su intimidad.
Roseanne casi se desmaya en ese instante. Ver a Lisa tocarse había sido durante muchos años una de sus más grandes fantasías. Se lo llegó a insinuar una vez, pero la menor era algo tímida, y con besos la convenció de que prefería que ella la toque. Luego de eso, no lo intentó más, tenía miedo de incomodarla. Sin embargo, nunca dejó de ser uno de sus más grandes deseos, y presenciarlo ahora, con la nueva actitud traviesa de Lalisa, la tenía al borde de la locura.
Con solo su dedo índice, Lisa trazó una lenta línea desde su entrada hasta su clítoris. Se inclinó un poco hacia atrás, apoyándose en su otra mano, y comenzó a dibujar delicados círculos sobre su sensible nervio. Las delicadas bragas rosas se encontraban tan mojadas que se transparentaba un poco, y a Rosé se le hizo agua la boca. Lisa aumentó la presión en su dedo y volvió a gemir, esta vez un poco más alto.
— Mm, Rosé, estoy tan mojada...
La mencionada tuvo que hacer grandes esfuerzos para no lanzarse sobre ella.
— Déjame tocarte, por favor.
— No. Yo gané.
Bajó su dedo hasta su entrada, y empezó a acariciarla por encima de la tela húmeda. Sonrió al ver el rostro de su compañera.
— Me encanta cómo me miras. Me pones tan caliente.
¿Dónde había quedado su dulce Lisa, la que se avergonzaba tanto al intentar hablar sucio, la que ni siquiera era capaz de gemir demasiado fuerte sin ponerse roja? Rosé estaba anonadada con esta nueva versión, la estaba volviendo loca. Definitivamente era un cambio más que bienvenido. Adoraba la timidez y dulzura de su chica, pero también estaba encantada con su lado travieso y sucio.
Bajo la atenta mirada de la rubia, Lisa retiró su mano y la deslizó dentro de su ropa interior. El primer contacto con su vagina sensible la hizo estremecer. Llevaba ya buen rato necesitando algo de liberación, y la cantidad de humedad que encontró la sorprendió e hizo que sus mejillas quemen. Se acarició suavemente, burlándose de ella misma, y soltando pequeños jadeos.
— Lisa...
La menor la miró a los ojos sin dejar de tocarse. Rosé se veía realmente encendida, con las pupilas dilatadas y sus muslos apretando constantemente entre sí. Lisa retiró la mano de sus bragas y la mirada de la mayor cayó automáticamente a sus dedos empapados.
— Por favor, yo...
Con una sonrisa, la castaña de arrastró sobre sus rodillas hasta quedar a centímetros de Roseanne.
— Como lo estás haciendo bien, te voy a dar un premio.
Guió su mano cubierta de su esencia hacia la boca de su amante, y al ver pleno consentimiento en su mirada, apoyó los dedos delicadamente sobre sus labios. Rosé rápidamente los separó y tomó los dedos en el interior de su boca, rodeándolos con la lengua y tomando desesperadamente todo lo que se le ofrecía.
— Buena chica— susurró, para luego volver a su lugar sobre la cama.
Cansada de sus propios juegos, Lalisa se levantó sobre sus rodillas y tomó los bordes de su ropa interior. Muy despacio comenzó a bajarla, exponiendo de a pocos su monte de Venus. Cuando la prenda llegó hasta sus rodillas, se sentó sobre la cama y cruzó sus piernas, para levantarlas levemente y terminar de retirar la tela de su cuerpo.
Nunca había estado tan encendida en su vida. A lo largo de los años en los que no la vio, había desarrollado la fantasía de dejar que Rosé la viera tocándose. Tuvo varios orgasmos con ese pensamiento, pero nunca esperó que se fuera a hacer realidad. Con su ex novia intentó hacerlo, pero la vergüenza podía más, y se odió al darse cuenta de que solamente confiaría en Rosé para exponerse de esa forma.
Se deslizó hasta estar apoyada contra la cabecera de la cama. Movió suavemente sus piernas mientras acariciaba sus pechos, hasta que decidió dejar de ser mala y mostrarle a Rosé lo que tanto deseaba. Movió sus pestañas y se mordió el labio inferior en un gesto casi inocente, y de forma burlona separó sus muslos, lento y sin despegar sus ojos de la mayor, quien no le pudo mantener la mirada por mucho más y dejó que su vista caiga en los pliegues húmedos.
Lisa sintió que se mojaba un poco más al estar totalmente expuesta. Con coquetería se acomodó mejor, doblando sus rodillas y apoyando la planta de los pies sobre la cama, con los muslos totalmente separados. No podía creer el morbo que le ocasionaba mostrarse así frente a la dueña de sus fantasías. Sintió que su palpitante sexo se abrió ligeramente, y gimió.
— ¿Te gusta?
El cerebro y la boca de Roseanne habían perdido toda conexión, así que solo asintió.
Satisfecha, Lisa volvió a llevar su mano a su intimidad. Esta vez no tenía la molesta tela de por medio, así que tiró suavemente de la delicada piel para liberar a su clítoris, y comenzó a acariciarlo directamente. Al primer contacto, tiró la cabeza hacia atrás y gimió fuerte. Estaba hipersensible, la estimulación directa sobre el órgano hinchado y duro la hacía querer sollozar de placer. Todo el tiempo que pasaron jugando la había preparado para ese momento, y no veía la hora de que sea Rosé quien la toque de esa forma. Tras unos segundos de lentas caricias, deslizó sus dedos hacia su entrada y despacio metió uno por el húmedo agujero. Suspiró y lo dejó inmóvil por un momento, disfrutando de la sensación.
— Mm, Roseanne.
— Por favor...
— ¿Qué sucede?
— Necesito tocarte. Por favor, no me hagas esto.
La tailandesa sonrió y comenzó a meter y sacar su dedo. Roseanne gimió con desesperación.
— Se siente tan bien, Rosie. Lo necesitaba desde hace tanto...
— Yo puedo hacer que se sienta mejor.
— ¿En serio? ¿Cómo...— un gemido interrumpió sus palabras, al tocar un punto realmente placentero en su interior— ... cómo estás tan segura?
— Porque te conozco. Conozco cada detalle de tu cuerpo. Sé lo que te gusta y lo que no, lo que te hace rogar, y lo que te vuelve loca de placer.
La menor no detuvo el movimiento de su mano. Llevó la otra a su pecho, y comenzó a jalar suavemente su pezón.
— Sigue hablándome— dijo con dificultad entre jadeos.
— Sé que te gusta que jueguen contigo, que te provoquen hasta que no puedas más. Sé que adoras que te mime con mi lengua antes de follarte. Sé como moverme dentro de ti para hacerte perder la cabeza. Sé que así como te gusta rudo, también te gusta cuando te tomo delicadamente mientras te digo al oído lo hermosa que eres y lo bien que lo estás haciendo. Sé que nunca estás satisfecha con un solo orgasmo, y sé también que siempre necesitas un beso luego de terminar.
Lisa gimió con desesperación. La mirada penetrante de Roseanne la estaba volviendo loca, y se sentía extremadamente sensible. Unos toques más serían suficientes para hacerla llegar, pero no quería hacerlo ella misma. Decidió que ya había torturado lo suficiente a Rosé, y con un suspiro de frustración, retiró la mano de su intimidad.
— Está bien, ven aquí.
Roseanne estuvo a punto de gritar de felicidad. Se puso de pie tan rápido que las piernas no le respondieron al instante, y disimuló su repentina falta de estabilidad trepando a la cama. Lalisa no se había movido ni un centímetro, sus piernas seguían separadas y dejaba todo a la vista. La mayor se arrodilló entre sus piernas y miró descaradamente sus pliegues mojados. El clítoris estaba tan rojo e hinchado que parecía rogar por su atención, y luego de unos segundos, Rosé no pudo aguantar más y se inclinó para comenzar a dejar besos húmedos en la cara interna de las rodillas pálidas.
— Extrañé tu piel— susurró entre besos. Lalisa llevó una de sus manos al cabello de la mayor y la acarició gentilmente, un gesto tierno que contrastaba por completo con las acciones de Roseanne. Lentamente fue avanzando por sus muslos, dejando algunas marcas en el camino. Al llegar al centro entre sus piernas, ignoró la intimidad de Lisa, subiendo con burla y regalándole suaves besos en su pubis, amenazando con tocar su clítoris. Las caderas de Lisa temblaron con impaciencia.
— Rosé, no puedo más.
— Guíame a donde me necesites, bonita.
Con movimientos temblorosos, Lisa tomó la mano de Rosé y la dejó sobre uno de sus pechos. La mayor automáticamente comenzó a jugar con el erguido pezón, y Lisa cerró los ojos para disfrutar de aquellos toques que tanto había extrañado. Cuando sintió que la necesidad era más grande que ella, tomó con suavidad las mejillas de Roseanne con ambas manos, y la dirigió hasta que los rojos labios se posaron sobre su clítoris.
El primer contacto de la boca de Roseanne fue mucho más de lo que se imaginó que sería. Todo el deseo y los sentimientos que había acumulado durante años explotaron en el instante en el que sintió sus labios envolver con delicadeza su clítoris y comenzar a succionar. La mayor no se detuvo con juegos, besó su vagina como su fuera su boca, con hambre acumulada y demostrando que aún sabía exactamente qué hacer para borrar en Lisa todo rastro de cordura. La castaña, por su parte, confirmó en ese momento que nadie nunca le había hecho sentir tanto como Rosé, y tuvo miedo ante la aparición de este sentimiento. Antes de que logre ponerse a sobrepensar, la mano que jugaba con su pecho bajó suavemente por su brazo. Se sobresaltó ante la pérdida de contacto, pero Rosé levantó el rostro y la miró a los ojos mientras entrelazaba los dedos con los suyos. Aquel gesto cariñoso le hizo saber que tal vez ella no era la única que se sentía como si por fin hubiera recuperado a su otra mitad.
La rubia puso más empeño en su trabajo cuando escuchó a los gemidos de Lisa volverse más agudos y frecuentes. La menor apretó su mano con fuerza como señal de que estaba a punto de correrse, y Roseanne descendió hasta su entrada y la penetró con la lengua.
Lisa arqueó la espalda. Rosé dejó su lengua rígida y comenzó a follarla lentamente, a pesar del temblor de las caderas.
— Por favor— gimió la menor—. Más.
— ¿Más qué?
— Ya sabes— sollozó.
— Usa tus palabras, preciosa.
Roseanne había reducido sus acciones a suaves besos sobre los labios mayores. Lalisa estaba desesperada, sentía a su intimidad palpitar y rogar por más.
— Tu pulgar en mi clítoris...— casi susurró. Le parecía tonto, pero realmente le avergonzaba tener que pedir lo que quería—. Haz eso que me gusta. Con tu lengua.
La mayor sonrió complacida y le dio lo que quería. Se acomodó y con el pulgar jaló la piel del capuchón del clítoris para dejarlo libre. Le dedicó una última sonrisa y se inclinó para acariciarlo con la punta de la lengua, primero dando toquecitos y luego dibujando círculos. Lisa gritó de placer, confiando en que la música a todo volumen impediría que las personas de abajo se enteren de lo que pasaba.
— Sí, sí. Me voy a venir.
Sintió que la lengua la abandonaba, y cuando se iba a quejar, Rosé tomó entre sus labios el clítoris expuesto y lo succionó con fuerza. Eso fue suficiente para empujarla a su límite, gimió desde su garganta, arqueó la espalda y liberó más humedad sobre la cama. Rosé recibió gustosa el premio, deslizó la lengua por sus pliegues hasta que la dejó limpia y el temblor su cuerpo cesó.
Dejó un último beso sobre su pubis y la jaló suavemente de los tobillos para echarla por completo sobre la cama. Subió con tiernos besos por su abdomen, pechos y cuello, mientras se posicionaba sobre ella, apoyada en sus antebrazos a los lados de su cabeza. Lalisa suspiró al sentir la tibia piel contra la suya, y llevó una de sus manos a acariciar su cintura. Estaba un poco tímida luego de haber perdido el control de aquella forma, y Rosé notó sus mejillas ligeramente sonrojadas, por lo que las picoteó con pequeños besos. Lisa soltó una de sus características pequeñas risitas, y Roseanne levantó su rostro hasta dejarlo a escasos centímetros del de ella. Bajó la mirada a sus labios e inconscientemente pasó su lengua por los propios.
— ¿Puedo?— susurró.
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