63 ~ ¿Matadero?

—¿Estás casado? ¡¿Es en serio?!

Era el primer día de Bianca trabajando allí; una joven veinteañera. Aleix no podía negar que tenía buena presencia. Sus enormes orbes esmeraldas, compaginaban con el bronceado natural de su piel, pero su mayor atractivo eran sus labios carnosos. Tenía una larga melena ondulada color rubio grisáceo que le caía en cascadas sobre los hombros. Sus curvas, su destacable estatura y su pecho voluminoso, la hacían una mujer hermosa.

Y dicha belleza, había puesto sus ojos en Aleix, un treintañero cañón.

—Así es —exhibió el anillo frente a sus narices, sonriendo. A pesar de su compromiso, seguía sintiéndose orgulloso de provocar aquel efecto en las mujeres. — Incluso soy padre.

La encantadora joven volvió a sorprenderse. Era difícil imaginar que un tipo como Aleix — un hombre que asaltaba a la vista que le encantaban las aventuras esporádicas — se hubiera comprometido y fuera padre.

—Pero, ¡¿cuántos años tienes tú?! —se inclinó ligeramente sobre el balcón de recepción, sintiendo que perdía el equilibrio.

—Dímelo tú. ¿Cuántos años me echas? —coqueteó.

No podía negarlo, le estaba encantando conversar con aquella muchacha, pero lo que más le satisfacía, era el tener la glamurosa oportunidad de poder verle la curvatura de sus pechos asomados en el escandoloso escote.

La risa de Bianca saturó el ambiente, una melodía para los oídos de Aleix.

—Buenos días —les saludó un cliente recién llegado, y Bianca tuvo la iniciativa de atenderlo.

Por su parte, Aleix se dedicó a enderezarse la corbata de su traje.

—¿Tienen matadero? Es que siento la tentación de matar a cierto marido infiel.

Aleix giró tan rápido la cabeza que incluso le dolió el cuello. Ante él halló el rostro que se había grabado con más fuerza en su cerebro. Dicho rostro, expresaba aborrecimiento. Hoy, su ceño se acentuaba más de lo común y su mirada dictaba claramente: Te voy a matar.

—¿Perdón? —Bianca ladeó el rostro, confundida.

—No te preocupes, Bianca, yo me ocupo de atenderla —le toqueteó ligeramente el hombro, antes de mirar nuevamente a su esposa. — Marlene, ¿qué haces aquí?

Un manto oscuro se había ceñido sobre su rostro. Marlene tenía un aspecto temible.

Una sonrisa extraña se lució por entre tanta oscuridad.

—Vine a dejarte esto.

A Aleix se le desfiguró el rostro en cuanto vio el preservativo que Marlene dejó sobre el balcón.

—Y también esto —añadió una demanda de divorcio.

—Bianca, discúlpame solo un momento.

Sin esperar cualquier respuesta por parte de la novata, Aleix abandonó su puesto de trabajo, llevándose a arrastras a su esposa, la cual estaba más colérica que nunca.

Fue nada más abandonar el local, que Marlene expulsó toda la lava calcinante que había acumulado en el interior de su ser. Su rostro estaba terriblemente rojo, tanto o más que el de Campanilla.

—¿Ya vas a serme infiel? —le dio un puñetazo en el vientre a su marido, el que no pareció inmutarse. El muy cabrón estaba tan duro como una roca.

—Escucha, Marlene —ella le dio la espalda, negándose a hacerlo. —Escucha —la agarró por los hombros, obligándola a mirarle.— Apenas estaba conversando con Bianca. Es una nueva empleada, por lo que necesito ser más simpático con ella.

—Sí, sí, y por eso la estabas desnudando con la mirada. 

Lo peor de todo es que quería pintarla como una tonta, el muy imbécil.

—Ah...

Y como era de esperarse, Aleix se quedó en blanco por unos escasos segundos.

—¡Te juro que no iba a hacer nada con ella! ¡Marlene, sabes que yo solo te...!

Harta de aquella milonga repetitiva, Marlene se deshizo de su agarre con brusquedad. Tenía ganas de asesinarlo.

—¡Yo no quería nada de esto desde un principio! —de pronto, la furia se convirtió en un océano de lágrimas que se escurrió por su rostro. —¡Eres de lo peor! Yo... —pegó las manos a su pecho en un intento por reprimir el dolor en su corazón. —¡Sabía que esto pasaría!

Marlene no iba a escucharle.

Le insultó entre sollozos que no lograba apagar, aferrándose a su pecho con desesperación. Estaba sufriendo como nunca imaginó, pero el dolor se calmó en cuanto sintió una presión en los labios. Apenas habían pasado unas horas del último beso que se habían dado, pero lo había extrañado más que nunca.

Sus manos asaltaron su camisa, a la cual se aferró, desesperada.

—Marlene... —le susurró, mirándola con ternura. —Nunca te voy a engañar. No echaré a perder todo lo que he vívido contigo. Me has dado un hogar y una niña. Soy muy feliz a tu lado.

—Está bien —Marlene desvió la mirada, ahora avergonzada. —Deberías volver a tu puesto.

—¿Me crees? —no podría irse sin tener antes la certeza.

—¡Que sí! Vete.

—Mentirosa —encuadró su pequeño rostro entre sus manos. —No necesitas estar celosa.

—¡No lo estoy! —volvió a ponerse muy roja, pero no por las mismas razones.

Aleix le pinchó la mejilla con el índice, verdaderamente encantando con su actitud. Como una musaraña, ella lo apartó con un nada gentil manotazo.

—Ya. Vete.

Aleix asintió. Ya había apaciguado a la fiera que ella guardaba en su interior, así que ya era hora de que regresara a su trabajo.

—Espera.

En cuanto se giró, Marlene lo agarró de la camisa y se posicionó frente a él.

—De hecho, me apetece acompañarte — lo agarró por la corbata, mirándolo de forma penetrante.

Al parecer, se le había ocurrido algo, pero Aleix no le preguntó el qué. De todos modos, no tardó en descubrir de qué se trataba.

Durante una hora, frente a las narices de Bianca, Marlene no paró de pedirle besos a su esposo, restregándole así que era suyo.

—Esto... —Bianca estaba bastante incómoda la verdad. —Me alegra conocerte, Marlene. Aleix me ha hablado de ti.

—Ah, me alegro —Marlene esbozó una sonrisa de falsa simpatía. —Aunque yo no sabía nada de ti.

—Es que hoy es mi primer día —a pesar del tono de voz con el que le estaba hablando Marlene, Bianca seguía mostrándose simpática.

—Ah, ¿y cómo te está yendo? ¿Te gusta este trabajo? —le preguntó sin verdadero interés.

—Pues, no sé. Yo en realidad quiero ser escritora, pero no es para nada fácil —admitió con cierta melancolía.

—¿Eh? —Marlene pasó a verla con otros ojos. —¿Te gustan los libros?

—Me encantan. Podría pasarme todo el tiempo leyendo.

—¡Si quieres te recomiendo algunos libros que me encantan! —se estusiasmó de inmediato.

Se olvidó por completo del rencor y de los celos, y disfrutó en serio de aquella conversación. Incluso se hizo amiga de Bianca.

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