Capítulo 9

El proyecto ejecutivo estaba demandando más tiempo del que Leonardo había contemplado. Una vez que el cliente aceptó su propuesta, se puso de inmediato a trabajar en los planos. También se reunió varias veces con su equipo de trabajo para darles las especificaciones técnicas tanto al constructor como a los diferentes contratistas explicando con detalle qué materiales y qué técnicas se debían utilizar para la creación del centro comercial. Por otro lado, se aseguró de que no hubiese dudas respecto al presupuesto y la fecha de finalización de la obra comprometiéndose a terminarla en tan solo tres meses.

Gracias a los contactos de su tío, había conseguido en tiempo récord la aprobación y los permisos necesarios por parte del Gobierno de la Ciudad. Por consiguiente, ya se estaba trasladando al terreno toda la maquinaria que se utilizaría para llevar a cabo la obra. Su cliente se había mostrado demandante y exigente en cuanto al cumplimiento de los plazos estipulados, pero no le estaba encima y, más importante aún, no escatimaba en gastos. Eso, sin duda, hacía que las cosas marcharan sin impedimentos ni demoras. Era la primera vez que encabezaba un proyecto tan importante y aunque sentía la presión sobre él, también lo estimulaba.

Ese lunes, luego de haber estado horas de reunión en reunión y haber tenido que cancelar sus clases en el gimnasio por falta de tiempo, por fin llegaba a su casa. No veía la hora de darse un baño y comer algo mientras se relajaba con una cerveza frente al televisor disfrutando del amistoso entre Argentina y Uruguay. Pensó en llamar a su hermano para invitarlo, pero entonces recordó que aún no había vuelto de su repentino e inesperado viaje de negocios.

Por lo que le había comentado más temprano la secretaria de su tío, Maximiliano estaba buscando expandirse y le había pedido a su tío reunirse para hablar al respecto. De hecho, habían quedado para verse la noche anterior, pero lo habían reprogramado a último momento. Al parecer, lo sucedido con Valeria lo había hecho cambiar de planes.

Sabía lo ambicioso y emprendedor que era su hermano por lo que no le resultó extraño que buscara crecer, pero por lo general, lo hacía partícipe de sus decisiones. Esta vez, en cambio, ni siquiera se lo había mencionado y peor aún, hasta su tío parecía evadir el tema. Si no hubiese sido por Leticia, quizás aún no lo sabría. Ella acostumbraba interceder cuando no se ponían de acuerdo en algo. Era la asistente personal de su tío, pero también su mano derecha. Siempre había contado con ella, sobre todo cuando lo había ayudado con ellos luego de la muerte de sus padres.

Negó con su cabeza al comprender que algo más que simple profesionalismo los unía. Sin embargo, por alguna extraña razón, ninguno de los dos daba el paso. Lo mismo sucedía con su hermano. Por la forma en la que había reaccionado al saber que Valeria no estaba bien, le demostró que lo que sentía por ella era más profundo de lo que él mismo quería reconocer. Si bien entendía su postura, estaba seguro de que no era nada serio lo que tenía con su mejor amigo, de lo contrario ella no lo miraría de la forma en la que la había visto hacerlo varias veces. ¿Acaso ambos sentían lo mismo y al igual que sucedía con su tío y su secretaria, ninguno hacía nada por miedo?

Por lo visto, las relaciones eran demasiado complicadas. Quizás por eso nunca había estado en ninguna. O tal vez porque nunca antes una mujer le había interesado para más de una noche —para lo cual tampoco solía tener problemas en conseguirlo—.

De repente, el rostro de Micaela irrumpió en su mente con una intensidad a la que empezaba a acostumbrarse. Seguía sin comprender qué extraño poder tenía sobre él que lograba siempre colarse en sus pensamientos. Eso mismo le había pasado cuando su cliente aceptó la propuesta inspirada en su idea. Lo primero que había deseado en ese momento fue compartirlo con ella, pero él también sentía miedo y por eso se contuvo.

Micaela no era una mujer común. Su timidez y desconfianza lo obligaban a ir despacio, con cuidado. Podía notar lo mucho que tenía dañada su autoestima y aunque no sabía con exactitud su historia, estaba seguro de que no contaba con una familia que la apoyase. Su ex pareja, por su parte, reforzaba la creencia que tenía de sí misma, maltratándola. Porque no hacía falta que hubiese agresión física para ello —aunque en su caso también la había habido—. Ya el hecho de aprovecharse de su inseguridad para mantenerla sometida a su lado implicaba maltrato.

Para su fortuna, la fuerte amistad que compartía con Valeria y su permanente apoyo había sido crucial para que tuviese el coraje de alejarse de eso y, por lo que había visto el día en el que la llevó al hospital, el sentimiento era recíproco. Micaela no se había despegado de ella hasta que estuvo segura de que por fin se había quedado dormida. Recién ahí, había bajado a su encuentro dándole la posibilidad de conocerla un poco más. Esa noche se aseguró también de darle su número para que, en adelante, pudiese llamarlo ante cualquier eventualidad.

Cuando la tensión por fin pasó, continuaron hablando de temas menos sensibles. Así fue como le contó que, gracias a su ayuda, había podido convencer a su cliente. Ella se puso muy contenta y lo felicitó con sincera alegría. Por su parte, le comentó sobre el inminente cumpleaños de Valeria y lo mal que la ponía el no poder hacer nada para agasajarla. Sabía que se negaría a celebrarlo porque nunca hacía nada para sí misma y le daba impotencia no poder retribuirle de algún modo todo lo que siempre había hecho y continuaba haciendo por ella.

A él se le ocurrió que tal vez podían organizarle una fiesta sorpresa y le comentó que hablaría con su hermano ya que era quien conocía lugares donde podrían hacerlo. Micaela se mostró encantada con la idea, en especial al enterarse de la posible participación de Maximiliano. Sus ojos incluso habían brillado al oír su nombre y él no pudo evitar sentir una punzada de celos. Pero entonces, la oyó decir que quizás era lo que ambos necesitaban para darse cuenta de lo que tenían delante de ellos y comprendió que su interés era exclusivamente por su amiga.

Quedó en llamarla cuando tuviera una respuesta por parte de su hermano y se marchó. Nada más despedirse, se dio cuenta de que esa mujer, tímida y retraída, tan diferente al resto, en verdad le gustaba, y mucho. Desde entonces, no había vuelto a hablar con ella. Pero sí lo había hecho con Valeria quien, al día siguiente, lo llamó para pedirle que estuviese atento a los movimientos de su amiga mientras ella estaba en cama. Al parecer, su ex la había contactado para pedirle de verse y si bien había podido convencerla de que esperase, temía que él lograra persuadirla.

Las palabras de su vecina lo habían puesto en alerta. Lo que menos quería era que ese tipo volviera a acercarse a ella. No obstante, estaba seguro de que ese imbécil no se quedaría de brazos cruzados y por eso, no pensaba bajar la guardia. Esta vez, no volvería a cometer el mismo error.

Maximiliano se sentía un tanto culpable por haberle ocultado su viaje a su hermano, pero para lo que tenía en mente, estaba convencido de que era lo mejor, al menos hasta que todo estuviese encaminado. Ya su tío, quien siempre lo había apoyado en todos sus proyectos, se había mostrado reticente cuando le habló al respecto. Para él, había muchos lugares en los que podría invertir sin necesidad de, según sus palabras exactas, remover el pasado que tan bien hacían en dejar enterrado.

Era consciente de que tanto su tío como su hermano evitaban hablar del lugar en el que ellos habían crecido. Para ambos, eso no hacía más que traer recuerdos dolorosos. Pero él pensaba diferente y procuraba no quedarse anclado en el pasado, mucho menos en su parte negativa. Antes del accidente en el cual sus padres murieron, habían tenido una maravillosa vida en ese lugar y él no podía, ni quería, borrar esa parte de su historia.

Por esa razón y viéndolo incluso como un desafío tanto profesional como personal, había decidido viajar a su pueblo natal ese fin de semana y ver los avances que se habían hecho en la zona a lo largo de los años. El mismo estaba ubicado en el interior de la provincia de Buenos Aires, a unos trescientos kilómetros de la Capital. Allí el frío era mucho más intenso, pero la tranquilidad que reinaba en el ambiente hacía que, de algún modo, se sintiese ameno, cálido.

Dispuesto a conectar con sus raíces, se alojó en un complejo de cabañas a orillas del lago al que solían ir de chicos durante las vacaciones de verano. Sus anteriores dueños, un matrimonio mayor muy querido por todos, habían fallecido hacía algunos años y el lugar había sido adquirido por una joven pareja con una hija pequeña y otro más en camino. Si bien lo apenó la triste noticia, se alegró al darse cuenta de que tenía muchas cosas en común con el nuevo propietario y eso, sin duda, le facilitaba las cosas.

Al igual que él, a este le gustaba mucho el entrenamiento físico y, para su sorpresa, había armado un pequeño gimnasio en una parte del complejo. El mismo estaba equipado con algunas máquinas de musculatura —un tanto desactualizadas, por cierto—, y otras cardiovasculares, tales como cinta caminadora y bicicleta fija. Pero lo que en verdad llamó su atención fue el hecho de que él mismo las había adquirido debido a la poca oferta de gimnasios en la zona y sus alrededores. Saber eso, no hizo más que reforzar su idea de que invertir allí era lo correcto.

Conversando con él, se enteró de que su intención había sido, desde un principio, comprarlo para remodelarlo y convertirlo en un lugar moderno, sin dejar de lado ese toque familiar y romántico que lo caracterizaba. No obstante, por los altos costos en la construcción y la proximidad del nacimiento de su pequeño, no había podido embarcarse aún en un proyecto de tal magnitud.

Maximiliano le contó entonces que había vivido allí hasta su adolescencia y que hoy buscaba invertir en el lugar. Le habló acerca de la profesión de su hermano y le describió cómo sería el proceso en el caso de que estuviese interesado en formar una sociedad. Si aceptaba, ya no tendría que preocuparse por el diseño, habilitaciones o las remodelaciones que fuesen necesarias. Ellos se encargarían de todo, por supuesto siempre con su aprobación.

Este lo escuchó con atención y se mostró muy interesado. Le encantaba la idea de instalar un gimnasio moderno con lo último en tecnología. De hecho, tanto él como su esposa querían hacer que el lugar se destacase del resto, no solo por la vista y la paz que los rodeaba sino por los diversos servicios que ofrecerían y nada mejor que lo que él les proponía para lograrlo. Deseaban que los huéspedes se sintieran tan cómodos que no tuvieran la necesidad de salir del complejo, salvo que así lo quisieran. Por esa razón, además de la instalación de un gimnasio, querían también construir una pequeña sala de cine, un sector de juegos para niños y un bar para los adultos.

Maximiliano se maravilló ante sus ambiciosos planes y no pudo evitar sentirse entusiasmado. Sin duda, había mucho por planificar, pero estaba seguro de que juntos podrían lograrlo. A pesar de eso, era consciente de que su hermano estaba al frente de un proyecto importante que no podía dejar de lado y sabía que no sería fácil convencerlo, pero estaba dispuesto a intentarlo. Después de todo, era lo que siempre habían soñado.

Ya en su habitación, pensaba en la suerte que había tenido. El viaje había sido mucho más productivo de lo que había imaginado y se sintió tan cómodo que incluso decidió quedarse un día más de lo previsto. Necesitaba recabar la mayor cantidad posible de información para poder hacerle una presentación sólida a Leonardo y así convencerlo de que se trataba de una oportunidad increíble que no podían dejar pasar.

Dispuesto a descansar esa última noche antes de emprender la vuelta, se dio una muy necesaria y reconfortante ducha y se acostó en la cama. Estaba por apagar la luz cuando una notificación de mensaje llamó su atención. La cobertura en la zona no era la mejor por lo que no le sorprendió que no hubiese escuchado antes la llamada. Definitivamente era un tema que incluiría en el presupuesto.

Su corazón latió con fuerza al ver el nombre que exhibía la pantalla. Valeria nunca lo había llamado antes, mucho menos, dejado un mensaje. Preocupado, se dispuso a escucharlo. Cerró los ojos e inspiró con fuerza en cuanto oyó su voz. Sonaba agitada, asustada y por el ruido que había de fondo, parecía encontrarse en la calle. ¿Le habría pasado algo? Reconoció la tensión en su cuerpo y maldijo para sí mismo. ¿Por qué no podía simplemente olvidarse de ella?

No, no podía y peor aún, cada día que pasaba le resultaba más difícil tenerla cerca y no tocarla. Justamente por eso se había ido la otra noche en cuanto Leonardo y Micaela volvieron con la medicación. No podía quedarse más allí, necesitaba tomar distancia o se volvería loco. No obstante, no había servido de nada. Esa llamada que acababa de recibir le confirmaba que aun estando lejos, ella lo afectaba del mismo modo. Solo bastaba oír su voz para que todo su ser reaccionara.

Supo con absoluta certeza que no había forma de apartarla de su mente —y de su corazón— y que, aunque le doliera no tenerla del modo en el que quería, prefería mil veces eso a que no estuviese en su vida. Tras una exhalación de resignación, decidió devolverle el llamado.

Había estado en cama durante cuatro días completos y ya no lo soportaba más. Ese lunes nadie le impediría volver al trabajo, ni siquiera su jefe a quien ya lo había puesto al tanto de su decisión. Tras levantarse temprano en la mañana, se duchó rápido y luego de vestirse, se sentó a desayunar con su amiga quien le insistió en que al menos comiera algo antes de salir. Micaela no estaba de acuerdo en que retomase sus actividades tan pronto, pero ella se sentía mejor y no se quedaría ni un minuto más encerrada en su casa.

Se despidió de ella y con renovadas energías se encaminó hacia su auto. Nada más subirse al mismo, sintió el perfume de él. No pudo evitar cerrar sus ojos e inspirar profundo para llenarse de su olor. ¿Cómo era posible que aún se sintiera después de tantos días? El recuerdo de esa noche estaba un tanto difuso, pero de algo no se había olvidado y era de esa voz femenina que había llegado a distinguir al otro lado del teléfono. Procurando no volver a pensar en ello, encendió la radio. "Hot N Cold" de Katy Perry inundó de pronto la cabina. Sonriendo ante la ironía de lo que decía su letra, subió el volumen y se puso en marcha.

La jornada en el hospital después de su breve licencia por enfermedad no resultó tan ardua como había esperado. Si bien los casos de gripe continuaban, ya no se percibía el miedo y la paranoia que había predominado la semana anterior. Las noticias se habían encargado de brindar información sobre cómo prevenir el contagio y la gente comenzó a evitar ir a las guardias para no exponerse de forma innecesaria. No obstante, su trabajo no paraba nunca y cuando quiso acordarse, ya había llegado la hora de volver a su casa.

Se deshizo del guardapolvo y se colocó su abrigo. Luego de despedirse de todos, salió en dirección a la playa de estacionamiento. Tal y como era de esperarse, ya había empezado a oscurecer. Ajustando bien la bufanda alrededor de su cuello, se encaminó hacia su auto. Un repentino movimiento a lo lejos llamó su atención, pero para cuando dirigió sus ojos hacia ese lugar, no había nada extraño.

Continuó avanzando a la vez que sacó las llaves del interior de su bolso. Estaba por llegar a su vehículo cuando oyó que alguien se acercaba por detrás. Estaba por girar cuando su agresor la sujetó con fuerza para luego presionar un objeto duro contra su espalda. No podía estar segura, pero todo parecía indicar que se trataba de un arma. Al parecer, su vida no hacía más que empeorar cada día más.

—Dame el bolso —lo oyó susurrarle al oído—. Y no hagas ninguna tontería si no querés que te pase nada.

Por la tranquilidad con la que el hombre hablaba y el tono empleado en su voz se dio cuenta de que no estaba bajo el efecto de ningún narcótico y eso la tranquilizó un poco. No obstante, la llenó de impotencia el sentirse a merced de un delincuente. No pensaba ceder tan fácilmente. En su billetera estaba toda su documentación y sabía lo tedioso que sería tener que volver a tramitarlos.

—Llevate lo que quieras, pero por favor dejame los documentos —dijo a la vez que intentó darse la vuelta.

—No te muevas y dame el puto bolso. ¡Ahora! —exclamó más nervioso.

Justo en ese momento, las puertas del hospital se abrieron dando paso a un grupo de enfermeras que salía tras acabar su turno. Aprovechando la distracción, Valeria intentó zafarse de nuevo, pero el hombre era fuerte y sujetándola del cabello para inmovilizarla, la obligó a entregarle lo que quería. A continuación, la empujó arrojándola al piso y salió corriendo. Una de las chicas vio la extraña situación y se apresuró a acercarse.

—¿Doctora, está bien? ¿Le hizo daño? —le preguntó a la vez que la ayudó a ponerse de pie.

—Estoy bien —aseguró a la vez que miró hacia donde se había ido el ladrón—. Solo se llevó mi... —Pero se calló de inmediato al divisar a lo lejos un rostro familiar.

Había sido una milésima de segundo, pero estaba segura de que había visto a Daniel a lo lejos. No obstante, este había girado demasiado rápido sin darle tiempo a confirmar sus sospechas. Asustada de que tuviese algo que ver con lo que acababa de suceder, le agradeció a la mujer y se metió en su auto. Necesitaba salir de allí cuanto antes, pero no podía regresar a su casa. Si lo hacía y en verdad se trataba del ex de su amiga, lo llevaría directo a ella.

Nerviosa y sin saber qué hacer, sacó el teléfono que por fortuna no había vuelto a guardar en su bolso y llamó a la primera persona en quien pensó. La llamada fue directamente al contestador obligándola a dejar un mensaje. Notó el temblor en su propia voz cuando, luego de la señal, le pidió que la llamara en cuanto pudiese. No sabía por qué había pensado en él, pero tampoco iba a ponerse a analizarlo en ese momento. Doblando en la siguiente esquina, se dirigió al lugar que sabía lo encontraría.

Durante todo el trayecto estuvo atenta al espejo retrovisor en un intento por asegurarse de que nadie la estuviese siguiendo. No volvió a ver a Daniel y eso la hizo pensar que tal vez se había equivocado. Sin embargo, su intuición no solía fallarle y no podía quitarse de encima la sensación de que había sido él. Recordó la insistencia del malhechor por llevarse todas sus cosas y aunque eso no debía llamarle la atención considerando que se trataba de un delincuente, le daba la impresión de que lo que en realidad estaba buscando era información.

¿Y si todo había sido un plan orquestado por él para conseguir su dirección y de ese modo dar con su amiga? Le pareció demasiado enroscado, pero, de momento, no descartaría esa posibilidad. Se sintió agradecida por no haber registrado aún el cambio de domicilio. Si de verdad ese tipo la estaba siguiendo para encontrar a Micaela, entonces era más peligroso de lo que creía. Afectada por sus suposiciones, aceleró en el último tramo para llegar a destino cuanto antes.

Nada más entrar, lo buscó con la mirada, pero no lo vio por ningún lado, como así tampoco a su hermano, quien debía estar en su clase como todos los lunes. Sorprendida, miró su reloj. Aún era temprano. ¿Por qué había tan poca gente? Quizás el frío los había disuadido de ir ese día. Se acercó a la recepcionista y le preguntó por Maximiliano. Esta la observó con desaire y exhibiendo una sonrisa más falsa que su cabello rubio, le aclaró que no había ido ese día. Desanimada por su respuesta, asintió con la cabeza y se alejó en dirección a la puerta.

—¿Te vas sin saludar, muñeca? —La voz seductora de Ignacio la hizo detenerse. Giró hasta quedar frente a él y lo miró a los ojos. Notó cómo se ponía serio de repente. Debía tener muy mal aspecto para que su expresión cambiara de forma tan rápida. La sonrisa juguetona desapareció de su rostro y, con el ceño fruncido, avanzó hacia ella—. Ey, ¿qué pasa? ¿Estás bien?

Valeria pensó qué decir a continuación. No, no estaba bien. Estaba asustada, cansada y la única persona a quien realmente quería ver, no se encontraba presente. Por lo general, solía reprimir ese tipo de emociones, incluso para sí misma. Cuando algo le provocaba tristeza, simplemente evitaba pensar en eso, pero esta vez le estaba resultando imposible. No entendía qué era lo que la angustiaba, si el miedo que había sentido ante la situación de peligro o el hecho de no encontrar el refugio que había ido a buscar.

Incapaz de seguir conteniendo las lágrimas que, por primera vez en mucho tiempo, inundaron sus ojos, se cubrió la cara con las manos y rompió en llanto. Ignacio se apresuró a abrazarla y la apretó contra su pecho intentando calmarla. Una cálida sensación la invadió provocando que cerrara sus ojos. No eran sus brazos los que anhelaba, pero, aun así, le permitió consolarla.

—Me robaron a la salida del hospital y no quiero que mi amiga me vea así. Por eso vine —murmuró contra su pecho.

Si bien era cierto, no era ese el verdadero motivo por el que había ido.

—¿Te lastimaron? ¿Estás bien? —le preguntó, preocupado.

—Estoy bien.

—¿Querés que te acompañe a hacer la denuncia? —le propuso mientras acarició su cabello con suavidad. La sintió asentir—. Bueno, dame unos minutos que cierro todo. Maxi viajó por el fin de semana y me dejó a cargo del gimnasio hasta mañana. —Ella se tensó ante la mención de su nombre. Nunca antes lo había visto ausentarse. Seguramente tenía que ver con esa mujer que lo había llamado la otra noche. ¿Habría viajado con ella?—. Después podemos ir a mi departamento si querés —agregó—. No me refiero a que durmamos juntos, Vale —aclaró al ver que ella lo miró con desconfianza—. Aunque tampoco pienso negarme si querés hacerlo —le dijo con una sonrisa pícara con la intención de aligerar el ambiente—. No, en serio, lo que quiero decir es que podés quedarte conmigo si no querés ir a tu casa para no preocupar a tu amiga.

Valeria no pudo evitar sonreír en respuesta. Si había algo que le gustaba de Ignacio era su espontaneidad y su humor. Descubrir que también tenía un lado atento y considerado, resultó ser una grata sorpresa.

—Está bien. Gracias, Nacho —respondió negando con su cabeza, divertida.

Luego de avisarle a Micaela que no la esperase porque pasaría la noche fuera, se sentó en uno de los sillones. Mientras aguardaba, miró hacia afuera a través del vidrio, a la espera de algún indicio que le indicara que lo que había visto no había sido producto de su imaginación o de los nervios por el robo. No obstante, apenas había movimiento en la calle. De repente, su celular vibró en sus manos, sobresaltándola. Miró la pantalla y reconoció el número del hospital. Al parecer, el personal de seguridad había encontrado su bolso tirado entre unos arbustos en la entrada y la llamaban para avisarle.

Tras preguntar por el contenido del mismo, le confirmaron que solo faltaba el dinero. Todo parecía indicar que se había tratado de un simple robo. Pensó en declinar la invitación de Ignacio. En definitiva, ya no había razón para no volver a su casa. Se debatía internamente qué hacer cuando su teléfono volvió a vibrar. Suponiendo que se habían olvidado de decirle algo, se apresuró a atender.

—Hola, soy Maxi. —No pudo evitar sentir un cosquilleo en la boca de su estómago al escuchar su voz—. Perdón que no te atendí antes. No estoy en Capital y en la cabaña donde estoy casi no hay cobertura. ¿Pasó algo? Parecías asustada.

Valeria volvió a tensarse al oírlo mencionar una cabaña. No pudo evitar imaginarlo allí con alguien más y la sola idea le molestó, pero más aún la perturbó la forma en la que le afectaba.

—Sí, no te preocupes. No sabía que estabas de viaje. Disculpame por haberte molestado.

—No es ninguna molestia. ¿Segura que estás bien? Yo mañana vuelvo, podría... —pero se detuvo en cuanto oyó de fondo la voz de su mejor amigo.

Un repentino e incómodo silencio se instaló entre ambos.

—Veo que no estás sola. Lamento haber interrumpido —dijo con brusquedad y sin siquiera despedirse, cortó la comunicación.

Valeria cerró los ojos conteniendo las ganas de gritar. No entendía por qué reaccionaba de ese modo. Entre ellos no había nada más que una amistad por lo que no tenía derecho alguno a ofenderse. Además, estaba segura de que él también estaba acompañado. Dispuesta a sacar a Maximiliano de su cabeza, decidió que pasaría la noche con Ignacio. Ni siquiera intentaría controlar la situación. Simplemente se dejaría llevar, incluso si eso significaba terminar en su cama, una vez más.

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Capítulo dedicado a @elipf1996, una de mis lindas lectoras. Gracias por tu apoyo! 😍

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