Capítulo 5

Aún llovía cuando el suave y apacible sonido de un coro de ángeles se coló entre sus sueños, despertándola. Reconoció de inmediato las voces que, unidas en perfecta armonía, daban inicio a una de las canciones más emblemáticas de Queen. Las primeras notas de piano de "Somebody to love" se oyeron a lo lejos cuando Micaela logró por fin abrir sus ojos. Confundida, miró a su alrededor intentando dilucidar dónde se encontraba. Sin embargo, la sala estaba casi en penumbras, iluminada tan solo por la tenue luz que alcanzaba a filtrarse a través de las hendijas de las persianas cerradas.

 Apartando la manta que tenía sobre ella, se sentó con dificultad en el sofá en el cual, al parecer, había pasado la noche. Le dolía todo. Aun así, se sentía descansada. Observó la ropa que llevaba puesta. No era de ella. De hecho, parecía de hombre. Entonces, lo recordó todo. Se despabiló de repente al acordarse de lo que había pasado. Tras la fuerte discusión que había tenido con Daniel —si se la podía considerar así— en la que alcanzó a ver un lado de él siniestro y oscuro, huyó aterrada hacia la casa de su amiga en busca de consuelo y contención. Sin embargo, no fue ella quien terminó brindándole refugio en su peor momento de desesperación.

Su vecino, un hombre increíblemente atractivo, de porte severo y cuerpo imponente, había llegado justo a tiempo para ayudarla y hacerla sentirse protegida. Lo había visto por primera vez horas antes cuando lo chocó en la puerta de aquel restaurante y su cálida y profunda mirada, enmarcada en esos hipnóticos ojos del color del cielo, quedaron grabados en su mente. Incluso, había recurrido a su recuerdo evocándolos para calmarse mientras aguardaba con angustia la llegada de su amiga. No sabía por qué, pero algo en ellos la serenaba transmitiéndole al instante la calma que tanto necesitaba.

No había pensado que volvería a verlo y por eso su aparición la tomó por sorpresa. Pero también la hizo reflexionar provocando que se derribaran en el acto todos los preconceptos que tenía hasta ese momento. Jamás en la vida habría esperado que alguien como él, con la belleza y seguridad de quien arrasa con todo a su paso, absolutamente consciente de la atracción que desprende con cada uno de sus movimientos, se detuviese siquiera a prestarle la suficiente atención como para preocuparse por ella. No obstante, eso mismo fue lo que terminó pasando. ¿O no?

De repente, la duda se apoderó por completo de ella y el temor de estar perdiendo la cordura la invadió. ¿Y si lo había soñado todo? ¿Si en realidad se había desmayado y, en medio de la inconsciencia, creó a esa maravilla de hombre que apareció cual caballero en armadura para cuidarla y evitar que sintiese la desolación que había comenzado a invadirla? ¿Si en verdad había sido su amiga quien la había encontrado y albergado en su casa? No podía creer que su mente la engañase de esa manera. Sin saber bien por qué, el solo pensar en que todo había sido un juego de su débil psiquis le provocó una profunda tristeza. ¡Dios, ¿qué clase de persona tenía que recurrir a una mera fantasía para sentirse segura? ¿Acaso no podía valerse por sí misma? No, claro que no. Si ella no valía nada.

Miró a su alrededor una vez más, en un intento por buscar algo que le resultase familiar. A pesar de no haber estado nunca antes allí, estaba segura de que reconocería sus cosas. No obstante, nada de lo que veía parecía ser de ella. En medio del caos mental, alcanzó a oír el sonido de los acordes de una guitarra que se alzaron, majestuosos, en aquel increíble solo. ¡Qué extraño! No recordaba que a Valeria le gustase la banda. Decidida a apartar los horribles pensamientos que amenazaban con hundirla aún más en su habitual autocompasión, se puso de pie para ir en busca de su amiga.

Un repentino escalofrío la obligó a recoger la manta que había dejado antes para volver a cubrirse con la misma. Inspiró con placer al percibir el intenso y delicioso aroma a café que, de pronto, invadió sus fosas nasales. Sintió de inmediato la protesta de su estómago, pero antes de pensar siquiera en desayunar, tenía que hablar con su amiga. Necesitaba llenar las lagunas de su mente.

Miró en dirección a la cocina, pero desistió de ir hacia allí. En su lugar, caminó despacio hacia la puerta que podía ver entreabierta del otro lado de la sala y desde la cual provenía la música. Al acercarse a la misma, oyó la voz de Freddie Mercury elevándose en un profundo y lastimoso ruego. "Somebody to love", cantaba enérgico, acompañado del maravilloso coro celestial que, junto a él, hacían de esa pieza una verdadera obra de arte. Con la esperanza de dar con Valeria de una vez por todas, empujó la puerta suavemente y se asomó en su interior. Se detuvo de golpe ante la sorpresa. Quien estaba en aquella habitación no era su amiga, sino él. No había sido un sueño, después de todo y un inmenso alivio de saber que no se había vuelto loca la invadió.

Un mudo jadeo escapó de su boca al verlo sentado frente a una mesa de dibujo con la mirada fija en lo que parecía ser un plano. Con un lápiz en la mano golpeaba la madera al ritmo de la música mientras analizaba la hoja. A su lado, una notebook encendida mostraba en su pantalla la estructura de una especie de edificio. Lo vio negar con su cabeza, aún absorto en el dibujo y reclinarse en la silla evaluando su trabajo. Sin saber cómo proceder, se quedó inmóvil observándolo.

¿Por qué Valeria no había ido a buscarla? ¿Estaría en el hospital todavía? Solo había una manera de averiguarlo, pero en ese preciso momento no se sentía capaz siquiera de emitir palabra alguna. Volvió a fijar los ojos en aquel hombre que se veía igual o más atractivo de lo que recordaba y continuó observándolo con atención. Estaba descalzo. Se había cambiado de ropa y la musculosa que ahora llevaba le permitía apreciar con total libertad sus fuertes y marcados bíceps. "Dios, no puede ser más hermoso", pensó, sorprendida del derrotero que habían seguido sus pensamientos. Nunca se fijaba en esas cosas. ¿Por qué ahora sí? ¿Qué tenía él que le provocaba ese intenso cosquilleo en la boca de su estómago con solo verlo?

Necesitaba reaccionar pronto o terminaría por ser descubierta mirándolo embobada. Dio un paso hacia atrás con cuidado, decidida a regresar al sofá y esperar a que su amiga fuese a buscarla. Sabía que era una actitud cobarde por su parte, que lo correcto sería hablarle y agradecerle por todo lo que había hecho la noche anterior. Sin embargo, la sola idea la ponía nerviosa. Recordaba cómo se había abierto con él contándole incluso lo que le había hecho Daniel. No solía hablar de sus cosas con nadie que no fuese Valeria y el hecho de que ahora él también lo supiera provocaba que no se animara siquiera a mirarlo a los ojos. Seguramente pensaría que no era más que una pobre tipa que permitía que su novio la maltratara. Porque eso era lo que había estado haciendo hasta ahora, ¿verdad?

Estaba por dar el último paso que le permitiría dar la vuelta, cuando el piso de madera crujió debajo de sus pies, también descalzos, en el momento en el que la música se detuvo para que el cantante exclamara por última vez su ruego: "Can anybody find me.... somebody to... love". Se quedó petrificada con la esperanza de que no lo hubiese escuchado a la espera de que la canción continuara. Pero entonces, lo vio girar hacia ella y clavar los ojos en los suyos. Sintió que su corazón latió con fuerza al sentir su mirada y un estremecimiento la recorrió entera cuando le dedicó la sonrisa más bonita que había visto alguna vez.

Hacía una hora que Leonardo estaba corrigiendo, por tercera vez, el dichoso plano del centro comercial. No entendía qué era lo que no le convencía al cliente. Si había algo que lo caracterizaba en su trabajo era el poder interpretar lo que buscaba la persona independientemente de lo que expresaba al momento de solicitar sus servicios. "Casi nunca coincide lo que piden con lo que realmente tienen en mente", le había dicho una vez su tío y la experiencia le demostró que estaba en lo cierto. Consciente de eso, intentaba siempre darles otro enfoque ofreciéndoles lo que él creía que en verdad deseaban. Y no le iba mal. Con buen gusto y delicado diseño solía convencerlos a primeras. No obstante, eso no parecía funcionar con este tipo.

No tenía tiempo suficiente para rehacerlo todo por lo que tenía que pensar en una forma de mejorar lo que ya tenía y darle un aire completamente diferente. Era la primera vez que no podía meterse en la mente del cliente y eso lo preocupaba bastante. No quería decepcionar a su tío —aunque él insistiera en que eso era imposible—, como así tampoco que el estudio se perdiese de una gran oportunidad. Además, no era poca la ganancia que obtendría con ello y la necesitaba para invertir en el negocio que hacía tiempo venía pensando. Lo peor era que ni siquiera la compañía de su música preferida que siempre solía inspirarlo, lograba sacarlo de ese atasco.

Con sus ojos fijos en aquel plano, golpeaba la mesa con su lápiz al ritmo de la canción en un intento por poner su mente en blanco para que la musa fluyera por él. Sin embargo, no se le ocurría una maldita idea. Negó con su cabeza, frustrado y se reclinó en la silla. De repente, se hizo un pequeño silencio en la música y la voz del cantante se alzó con anhelo: "Can anybody find me.... somebody to... love". Justo en ese momento, tuvo la sensación de estar siendo observado y supo, sin necesidad de darse la vuelta, que Micaela se había despertado. Se sorprendió ante la sincronía entre su aparición y la letra de la canción, y aunque no era de los que creían en las señales o en el destino, no pudo evitar que ese pensamiento cruzara por su mente. ¿Acaso ella...? No, eso era simplemente imposible.

Aguardó en silencio a que se decidiera a hablarle. Por lo que había alcanzado a notar la noche anterior, la timidez era uno de sus rasgos más predominantes y si a eso le sumaba la situación en la que se encontraba, estaba seguro de que en ese momento se sentiría demasiado avergonzada. Por esa razón, no deseaba presionarla. No obstante, un leve crujido del piso le indicó que, más que acercarse, comenzaba a alejarse de él. Entonces, ya no pudo, ni quiso, seguir esperando. Giró hacia ella al instante y la miró a los ojos. Estaba quieta bajo el umbral de la puerta con la expresión de quien es atrapado en medio de una fechoría. No pudo evitar esbozar una sonrisa al verla. La notó estremecerse en respuesta y aunque logró ver un atisbo de vergüenza en su rostro, también había curiosidad y eso era algo que no habría podido anticipar.

—Buenos días —le dijo girando en la silla del todo.

—Buenos días —la oyó responderle con voz baja.

Advirtió el color en sus mejillas y cómo, notablemente incómoda, cerraba aún más la manta que tenía alrededor de ella.

—Tu ropa ya está limpia y seca. Ya te la traigo. Por cierto, te dejé una remera mía ya que tu camisa estaba rota —señaló a la vez que se puso de pie y caminó en su dirección.

—Gracias —respondió, avergonzada.

Micaela tragó, nerviosa, al verlo acercarse. No porque le temiese ni nada por el estilo. Por el contrario, nunca nadie había sido tan dulce y amable con ella. Además, la había ayudado cuando más lo necesitaba sin siquiera hacerla sentir incómoda. Pero a su vez, la confundía. En medio del caos que era su vida en ese momento, no podía ignorar lo que él le provocaba. Le resultaba difícil dejar de mirarlo y eso era algo extraño ya que nunca le había pasado con ningún otro hombre. Ni siquiera con Daniel a quien admiraba más por su inteligencia.

Con Leonardo todo era diferente. Él desprendía un poder de magnetismo que la atraía con fuerza y la cautivaba por completo con su dulzura y calidez. Despertaba algo nuevo y desconocido en su interior cada vez que le sonreía de esa forma o posaba en ella sus ojos de mirada infinita. Solo con mirarla la hacía sentirse protegida y segura —incluso desde el primer momento en el que la había ayudado a levantarse sin siquiera saber quién era—. Y el calor que desprendía su cuerpo... ese impresionante y hermoso cuerpo hacía que todas sus barreras cayeran y un intenso e inevitable deseo comenzara a crecer en su pecho. ¡Dios, ¿qué le estaba haciendo ese hombre?!

Leonardo pasó junto a ella para buscar la ropa que había dejado doblada en una silla de la cocina. No pasó por alto la forma en la que la respiración de ella cambió ante su cercanía y temió que se sintiese asustada o inhibida en su presencia. Al igual que la noche anterior, se esforzó por hablar con suavidad y mantener la distancia. No quería hacerla sentir incómoda, por el contrario, deseaba verla comportarse con naturalidad y conocerla un poco más. Ese deseo lo sorprendió un poco —aunque, para ser honesto, comenzaba a acostumbrarse ante las nuevas sensaciones que ella despertaba en él—. ¿Qué tenía esa mujer que lograba acaparar su completa atención y lo hacía desear conocer todo de ella?

—Hace unas horas pasó Valeria por acá —le dijo mientras le entregó sus pertenencias. Sabía que se estaría preguntando por ella—. Pero estabas muy dormida y no pudo despertarte.

—¿En serio? —preguntó con asombro.

—Sí, estabas agotada y no habías dormido casi nada —continuó—. Así que le dije que te dejase acá y fuese a descansar. Estaba muerta, pobre y aunque en un principio dudó, terminó aceptando.

—Entiendo. Creo que debería...

—¿Por qué no vas a cambiarte mientras hago el desayuno? —la interrumpió. No quería dejarla ir. No todavía—. Lo más probable es que aún esté durmiendo y la verdad que yo estaba justo por prepararme algo de comer.

Micaela lo pensó por unos segundos hasta finalmente asentir. Ella tampoco quería alejarse de él, después de todo. Se dirigió al cuarto de baño para, de paso, lavarse la cara y los dientes. Era extraño como horas atrás solo podía pensar en correr a los brazos de su amiga y ahora que por fin podía hacerlo, se encontró a sí misma prolongando el momento solo para pasar más tiempo con ese hombre tan distinto a otros de su clase.

Cuando volvió a bajar, lo encontró de pie apoyado en el marco de la puerta de la habitación donde lo había visto antes. Bebía su café mientras mantenía la mirada fija en el plano. Podía percibir su preocupación y por un instante, deseó ser capaz de ayudarlo del mismo modo en el que él lo había hecho con ella.

—¿Sos arquitecto? —le preguntó de repente, sorprendiéndolo.

Leonardo estaba tan absorto que no la había escuchado acercarse. Dándose la vuelta, se acercó a la mesa y luego de sentarse, la invitó a hacer lo mismo.

—Hice café y tostadas, pero si preferís tomar té, puedo...

—El café está bien, gracias —lo interrumpió a la vez que le agregó un poco de leche y tres cucharadas de azúcar.

—Respondiendo a tu pregunta, sí, soy arquitecto —declaró antes de darle un sorbo a su... ¿cuarta? ¿quinta?... taza de café. Quizás debía empezar a pensar en bajar el consumo de cafeína, pero sin ella no podría mantenerse concentrado en ese proyecto que estaba comenzando a odiar.

—¿No te gusta?

—Sí, sí que me gusta —aclaró mientras le entregó una tostada sin darle la oportunidad de negarse. Esperó a ver que comenzara a comerla para continuar—. Es solo que estoy teniendo algunos problemas con un plano y eso me exaspera. ¿Y vos a qué te dedicás? —Intentó desviar el tema, no solo porque no tenía sentido aburrirla con sus lamentos, sino porque en verdad deseaba saber más sobre su vida.

—Soy profesora de literatura en un colegio secundario. Nada de otro mundo, la verdad —respondió encogiéndose de hombros.

—¿Y te gusta? —preguntó ignorando el comentario negativo a la vez que le dio un mordisco a su propia tostada.

—Sí, me encanta —afirmó sonriendo por primera vez desde que la había conocido. Sus ojos se posaron de inmediato en su boca, encandilado por la belleza de la misma.

—Yo creo que si logra arrancarte esa sonrisa entonces definitivamente es algo de otro mundo —agregó mirándola con intensidad, ahora a los ojos.

Micaela correspondió su mirada sintiendo en su interior una mezcla de emociones que no podía descifrar. Por un momento y contra toda lógica, tuvo la impresión de que Leonardo estaba interesado en ella. ¿Podía ser eso posible? Apenas la conocía y no sabía prácticamente nada de ella. ¿Qué podía encontrar de interesante en su vida, en ella? Nunca había destacado en nada, al menos no fuera del ámbito de las letras, por lo que lo más probable sería que estuviese confundiendo simple solidaridad con otro tipo de interés. Por otro lado, no consideraba correcto pensar en él de ese modo. Al fin y al cabo, lo más seguro era que estuviese saliendo con Valeria, ¿no?

—¿De qué es el plano? —preguntó de repente, en un intento por no seguir alimentando ideas que sabía, terminarían lastimándola al toparse con la cruda realidad. Después de todo, ella siempre era el medio para el fin y no el objetivo.

Leonardo frunció el ceño al ver la forma en la que su rostro cambió en cuestión de segundos, pero prefirió no indagar.

—Un centro comercial. Un cliente exigente quiere construir uno, pero nada parece convencerlo. No es por presumir, pero no estoy acostumbrado a eso. Este es el tercero que hago y no sé ya qué más agregarle para que sea diferente a los otros.

—¿Un centro comercial? —repitió a la vez que arqueó las cejas, asombrada por lo grande e importante que sonaba eso.

Él sonrió a la vez que asintió. Le gustaba el interés que advertía en ella para con su trabajo. No estaba acostumbrado a que las mujeres quisieran saber sobre eso, al menos no de forma sincera.

—¿Te gustaría verlo? —propuso al ver su entusiasmo.

—¡Sí!

Sin hacerla esperar más, se puso de pie y la llevó de nuevo hacia la habitación donde lo había encontrado más temprano. Micaela lo siguió hasta detenerse frente al dibujo. No pudo disimular su asombro al ver semejante proyecto. El diseño era increíble y sin duda, sería un lugar maravilloso cuando estuviese construido. Recordando sus palabras, intentó ver qué le faltaba, pero no había nada que no tuviese. Al igual que todos los centros comerciales que conocía, tenía un piso para el área de comidas, uno para los cines y los juegos y el resto para los demás comercios. No pudo sentir más que admiración por su innegable creatividad e impecable trabajo.

—Es realmente fantástico. Me parece increíble que puedas plasmar tus ideas en un dibujo para crear un lugar que estoy segura será increíble.

—Gracias —respondió conmovido por la sinceridad de sus palabras—. Pero si no encuentro la forma de hacerlo diferente, particular, me temo que este proyecto quedará inconcluso.

Micaela volvió a posar sus ojos en el plano. Lo examinó con detalle. Deseaba poder ayudarlo, pero no tenía idea ni de diseño ni de construcción. Además, así como estaba era simplemente perfecto. Pero entonces, de repente, una idea acudió a su mente.

—¿Qué te parecería dejar un lugar destinado exclusivamente a los libros? —preguntó con timidez.

—¿Cómo sería eso? —indagó, curioso.

—Claro, me refiero a algo similar a lo que hacés con el patio de comidas y los cines. Quizás es una locura lo que digo, pero ¿qué tal si en lugar de estos negocios de acá, pusieras las dos librerías más importantes, tal vez una a cada lado de este nivel, y en medio, distribuyeras todo tipo de confiterías y cafeterías? De ese modo, les estarías brindando a los clientes un lugar en el que pueden sentarse a tomar algo mientras disfrutan de un buen libro. Quizás también podrías hacer que estas escaleras se pintaran de forma tal que simulasen una biblioteca, entonces cada escalón podría ser el lomo de un libro y cada uno ser de un color diferente.

Leonardo abrió grande los ojos al visualizar en su mente todo lo que ella estaba sugiriéndole. No era una mala idea. De hecho, era alucinante.

—No puedo creerlo —murmuró.

—Perdón, no quise... —dijo bajando la vista, arrepentida de haberse dejado llevar de esa manera—. No debería haberme metido.

—¡No, no! ¡Lo que quiero decir es que es asombroso! —exclamó con una gran sonrisa—. Mica, acabás de salvarme la vida.

Sin poder contenerse, la envolvió en un efusivo abrazo que la sorprendió no solo a ella sino a él mismo. Separándose levemente, sujetó su rostro entre sus manos y le beso con delicadeza la frente. Micaela cerró los ojos ante el suave y cálido contacto de sus labios sobre su piel. Sintió como su corazón comenzó a latir enloquecido dentro de su pecho a la vez que su respiración se tornó pesada. Leonardo advirtió el efecto provocado como así también la forma en la que su propia respiración se aceleraba. Entonces, se dio cuenta de que deseaba besarla. Se inclinó hacia ella lentamente, dispuesto a detenerse si así se lo pedía.

Micaela se estremeció al verlo acercarse de ese modo. ¿Acaso pensaba besarla? ¿Por qué? ¿Debía detenerlo? No entendía el motivo por el cual alguien como él pudiese sentirse atraído por ella, tampoco la razón por la que en lugar de estar mal por lo que le había ocurrido la noche anterior, solo podía pensar en sentir sus labios sobre los de ella. Estaban muy cerca uno del otro, tanto que hasta podía sentir su suave aliento sobre su boca. Sin poder hacer nada más que entregarse a las sensaciones que él le provocaba, permaneció inmóvil.

—¿Mica? —La voz de Valeria interrumpió el mágico momento provocando que ambos se sobresaltaran y se apartaran al instante.

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