Capítulo 3

Micaela podía sentir el roce de su mano en la espalda mientras caminaba a su lado en dirección a su departamento. Su contacto era en extremo cálido. Quizás debido al contraste con su propio cuerpo helado y tembloroso. Su calor, perceptible aún a esa distancia, la atraía como un imán generándole un insólito y repentino deseo de pegarse a él. Por supuesto no lo haría. 

Todavía se sentía nerviosa, inquieta y si bien sabía que Daniel no podría encontrarla porque desconocía el nuevo domicilio de su amiga, el miedo persistía. Si tan solo estuviese Valeria... ella siempre sabía qué decirle para tranquilizarla. No obstante, esa noche estaba trabajando y por lo que acababa de decirle su vecino, no volvería hasta la mañana siguiente.

¡Con razón no había respondido ninguna de sus llamadas! Por un momento, había llegado a pensar que tal vez seguía enojada por la discusión que habían tenido esa tarde y por eso no deseaba hablarle. Pero ahora entendía la razón. Seguramente no tenía su teléfono encima. ¡Qué extraño era no conocer sus horarios cuando siempre habían sabido todo la una de la otra! Se preguntó qué otra cosa ignoraría de ella después de haber estado tanto tiempo distanciadas. ¿Acaso ese hombre que caminaba a su lado y estaba tan decidido a ayudarla era su nueva conquista? Sin saber la razón, de pronto ese pensamiento la incomodó.

Poco a poco, una sombra de desconfianza comenzó a cernirse sobre ella. Nunca antes lo había visto en su vida —a excepción claro del momento en el que chocó contra él a la salida de aquel restaurante—, por lo que no la conocía. ¿Por qué entonces se mostraba tan preocupado por su bienestar? ¿Por qué la insistencia para que fuese con él a su departamento? ¿Qué lo motivaba a ayudarla? Aprovecharse de ella de seguro no sería una opción. Claramente no era la clase de hombre que tuviese que recurrir a ningún tipo de artilugio para seducir a una mujer y si lo hacía, de seguro no sería con alguien como ella. Quizás solo estaba intentando impresionar a Valeria. Una vez más, ese pensamiento le generó una sensación desagradable.

Leonardo abrió la puerta de su casa y se hizo a un lado para dejarla pasar. La notaba nerviosa y tensa lo cual era más que entendible considerando la situación. Una vez dentro, se apresuró a buscar una toalla en el cuarto de baño para que se cubriese con la misma y luego se sentó a su lado en el sofá. Intentó en todo momento que no se sintiese amenazada por su presencia. Sabía que, debido a su trabajo en el gimnasio, su cuerpo imponía un poco y aunque no sabía con certeza qué era lo que le había pasado, tenía una ligera idea y eso no hacía más que llenarlo de rabia. Conteniendo las ganas de preguntarle directamente quien era el cobarde que se había atrevido a herirla de ese modo, forzó una sonrisa y se presentó.

—Creo que en ningún momento te mencioné mi nombre —le dijo con voz pausada. La vio alzar la vista hacia él y de nuevo, se sintió conmovido por el dolor que veía en sus ojos—. Me llamo Leonardo.

—Micaela —dijo ella tras un asentimiento y luego bajó la mirada.

La observó por unos instantes. Sus temblores no habían cesado y a pesar de que mantenía firmemente cerrada por delante la toalla con la que se había cubierto, no parecía ser suficiente para lograr que entrase en calor. Al parecer, se había mojado más de lo que creía. Ignorando el repentino impulso que lo invadió de rodearla con sus brazos para confortarla, se puso de pie con celeridad.

—Iba a hacerte un té, pero creo que eso tendrá que esperar. Voy a prepararte el baño para que te des una ducha caliente. Es la única manera de que se te vaya el frío.

Estaba por alejarse cuando la sintió sujetarlo del brazo. Giró hacia ella justo al mismo tiempo en el que tanto la toalla que tenía alrededor de su cuerpo como el abrigo que llevaba debajo, se abrieron hacia los lados. Tragó saliva al vislumbrar el principio de sus pechos, apenas cubiertos con un corpiño blanco y apartó en el acto la mirada para no incomodarla. De pronto, sintió cómo su cuerpo se tensaba al caer en la cuenta de que tenía la camisa rota. Había sido capaz de ver los hilos que colgaban en el lugar donde debían estar los botones. Eso solo podía significar una cosa. Alguien los había arrancado al abrírsela con violencia.

Sin poder evitarlo, dirigió sus ojos a las marcas que había visto antes en su cuello. De una tonalidad un poco más oscura, las mismas se desperdigaban alrededor de su garganta confirmándole sus sospechas. La habían agredido físicamente. Apretó la mandíbula con fuerza en un intento por controlar la furia que sentía bullir en su interior. De pronto, todos esos viejos recuerdos que tanto se esforzaba en enterrar, resurgieron con fuerza agolpándose en su mente. La miró a los ojos en búsqueda de respuestas a los miles de preguntas que quería hacerle.

¿Quién le había hecho eso? ¿Se trataba de alguien conocido o había sido algo fortuito? ¿Por eso corría por las calles de noche desesperada por llegar a la casa de su amiga? Siempre que se enteraba de algo así, sentía nacer en él un profundo deseo de ir a buscar al responsable y darle su merecido. Sin embargo, en este caso, más que un deseo, era una necesidad. ¿Por qué ella le generaba emociones tan intensas? No estaba seguro, pero la sola idea de que alguien le hiciera daño le resultaba insoportable.

Ese descubrimiento lo sorprendió sobremanera. Más allá de que jamás se negaría a ayudar a quien lo necesitara, en especial si se trataba de una mujer, con ella algo más lo motivaba. Algo intenso que lo instaba a querer cuidarla y contenerla. Ya lo había empezado a sentir cuando, al verla más temprano, quedó cautivado por el miedo y la desesperación que había alcanzado a distinguir en sus ojos. A partir de ese momento, ya no fue capaz de apartarla de su mente. Por la expresión que veía en su rostro, supo el momento exacto en el que ella advirtió que él había notado el estado de su ropa. Consciente de que su mirada fija la estaba incomodando y de que debía tranquilizarse antes de siquiera intentar averiguar lo que le había pasado, decidió alejarse.

—Enseguida vuelvo —le dijo con más brusquedad de la que pretendía.

Micaela lo observó en silencio dirigirse hacia las escaleras. Permaneció inmóvil en medio del living sin saber qué hacer. En verdad necesitaba ducharse. No solo por el frío, sino también porque ya no soportaba seguir oliendo a Daniel en su piel. Sin embargo, no podía hacerlo en esa casa. No después de haber visto como sus ojos celestes, que tanta serenidad le habían transmitido minutos atrás, se encendían como llamas al advertir la razón por la que estaba allí. De pronto, se sintió expuesta, vulnerable, pero por sobre todas las cosas, avergonzada. Decidida a irse, dejó caer la toalla al piso y se incorporó, pero al llegar a la puerta, el fuerte sonido de un trueno la detuvo. Afuera, la tormenta se había vuelto más intensa.

Leonardo maldijo para sí mismo cuando, al bajar, la encontró junto a la puerta con una mano sobre el picaporte. Se recriminó por haber sido tan brusco y desconsiderado y se apresuró a acercarse. Frenó a tan solo unos pocos centímetros de ella y con extremada suavidad, apoyó ambas manos sobre sus brazos. La sintió estremecerse cuando presionó levemente con sus dedos.

—No te vayas —susurró contra su cuello. Notó que ella cerraba los ojos e inspiraba profundo. Le pareció que su tacto la relajaba y eso lo hizo sentirse aliviado ya que no estaba dispuesto a dejarla ir—. Perdoname por haber reaccionado así. No tenés que contarme nada que no quieras, pero de verdad necesitás quitarte esa ropa mojada y meterte debajo del agua caliente. No me gustaría que te enfermaras. Por favor, Mica. Dejame ayudarte.

Ella exhaló al oír su nombre y girando hasta quedar frente a él, lo miró a los ojos. Los mismos volvían a estar serenos, calmos, y una vez más, se dejó alcanzar por las emociones que estos transmitían. De alguna manera que no lograba entender, su presencia la tranquilizaba. Jamás le había sucedido con ninguna otra persona que no fuese Valeria y eso la descolocaba un poco, pero debía reconocer que también le agradaba. Sin decir nada, finalmente asintió.

El baño le resultó absolutamente reconfortante. Con los ojos cerrados, se dejó llevar por el placer que le brindaba el roce del agua sobre su piel helada. Se sentía agotada —tanto física como mentalmente—, y sus emociones estaban por completo exacerbadas y erráticas. Del miedo y la angustia pasaba a sentir un enojo tan intenso que le oprimía el pecho y le cortaba la respiración. Luego, la culpa la carcomía y finalmente experimentaba una sensación de gran alivio al caer en la cuenta de que había podido alejarse de alguien que no la quería como decía hacerlo.

Ese día, las lágrimas parecían no tener fin. No obstante, ya no sentía la misma desolación que antes —al menos, no desde que él la había encontrado—. Su presencia la sosegaba lo cual era justo lo que necesitaba dadas las circunstancias. Repasó en su mente el momento exacto en el que lo vio llegar en su auto. El miedo de que pudiese ser su novio se había apoderado de ella de forma violenta provocando que se pusiera de pie en el acto, aun a pesar del entumecimiento que sentía. Aunque era perfectamente consciente de que este desconocía el nuevo domicilio de su amiga y por consiguiente no podría haberla encontrado, el temor de que de algún modo lo hubiera averiguado, la hizo temblar.

Había exhalado aliviada al confirmar que no se trataba de él. Pero entonces, lo reconoció y los nervios volvieron a apoderarse de ella. Su sola imagen caminando hacia ella con ese porte imponente que exudaba masculinidad, había hecho que sus piernas se aflojasen y su estómago diera un vuelco. Jamás se habría imaginado que volvería a verlo, mucho menos esa misma noche. Por esa razón, se había quedado quieta en el lugar sin poder dejar de mirarlo. Ahí fue cuando advirtió una mezcla de sorpresa y crispación en su rostro —como si el hecho de volver a verla le hubiese molestado de alguna manera—. En ese momento, un fuerte impulso de salir corriendo la invadió con fuerza. No obstante, no fue capaz de mover un solo músculo de su cuerpo.

Aun recordaba cómo, intimidada por la intensa mirada que le había dedicado una vez que lo tuvo enfrente, se apresuró a nombrar a su amiga con el fin de que no le prestara atención y siguiera su camino. Pero él no solo conocía a Valeria, sino que además sabía dónde se encontraba y cuándo volvería. Desconfiada como era, la había sorprendido cuando lo oyó ofrecerle sin más el quedarse con él para esperarla. ¿Por qué haría algo así sin conocerla? Lo primero que pensó fue en negarse, pero de inmediato, el frío y la lluvia incesante terminaron persuadiéndola para que aceptase.

Sin proponérselo, volvió a evocar la preocupación en su mirada. Sus ojos del color del cielo eran los más cálidos y dulces que había visto alguna vez. De pronto, un inesperado, aunque agradable, cosquilleo en su cuerpo la hizo suspirar. "¿Qué fue eso?", pensó confundida. No obstante, no intentó encontrarle una respuesta. Decidida a apartar esos pensamientos de su mente, se apresuró a salir de la ducha y vestirse con la remera y el pantalón que él le había dejado sobre la cama. Luego de secarse el cabello con la toalla, lo peinó con sus manos y dejándolo suelto, bajó para ir a su encuentro.

Cuando Leonardo había seleccionado esa ropa para ella, procuró que fuese holgada para evitar que se sintiera incómoda. Lo que jamás previó fue que su remera delineara su figura de una forma tan... ¿sensual? Sí, definitivamente esa era la palabra. Sobre todo, la parte en la que remarcaba delicadamente el contorno de sus pechos llenos —y visiblemente desnudos—, debajo de la tela. Su imagen lo deslumbró por completo y aunque no era habitual en él quedarse mirando embobado a una mujer, en ese momento debió recurrir a toda su fuerza de voluntad para apartar sus ojos de ella. Así fue como advirtió la ropa mojada en su mano.

—Dame que la pongo a lavar —le dijo con voz ronca a la vez que se puso de pie.

—Yo puedo hacerlo si me indicás donde está el lavarropas. No quisiera molestarte.

—No me molestás para nada —le dijo tras aclararse la garganta, aun afectado por lo que acababa de experimentar.

—Gracias —respondió con timidez y se la entregó.

A pesar de las circunstancias en las que se encontraba, Micaela debía reconocer que se sentía muy cómoda en su compañía. Ese hombre, increíblemente atractivo y sexy al que de seguro lo hubiese prejuzgado de egocéntrico y superficial, había resultado ser de lo más cálido y considerado. Nunca antes nadie la había tratado de ese modo sin conocerla. Ni siquiera cuando buscaban congraciarse con ella para llegar a su amiga. De repente, recordó que aún no había hablado con ella. Dispuesta a remediar eso, buscó el teléfono dentro de su bolso. Para su sorpresa, tenía un mensaje suyo. Lo leyó de inmediato.

"Mica, perdón que no pude atender antes. Al parecer, es una de esas noches caóticas en el hospital y apenas recién pude agarrar el teléfono. Me acaba de llamar Leo para decirme que estás en su casa. No sé bien qué fue lo que pasó, pero espero que ese hijo de puta de tu novio no te haya hecho nada o te juro que le voy a cortar los huevos con un bisturí. Perdoname, pero sabés que ese tipo me saca. Bueno, sé que estás en la ducha y por eso preferí escribirte. No tengo idea de cuándo voy a poder usar el teléfono de nuevo, pero prometo volver apenas me libere. Por cierto, en cuanto a Leo, quedate tranquila que podés confiar en él. Es buena gente. Nos vemos pronto, amiga. Te quiero."

Esbozando una leve sonrisa, tecleó su respuesta. Después de asegurarle que también la quería, le prometió que allí la esperaría y volvió a guardar el celular en su bolso. A continuación, se sentó en el sofá y miró la pantalla parpadeante del televisor. Al parecer, a Leonardo le gustaban las viejas películas de artes marciales. De pronto, oyó el sonido del llenado del lavarropas. Unos minutos después, lo vio acercarse con una taza humeante en una mano y un plato pequeño en la otra.

Él la miró con detenimiento mientras avanzó hacia ella. Ya no temblaba, pero estaba seguro de que aún sentía frío. Se sentó a su lado y con una tierna sonrisa, le entregó lo que le había preparado.

—Cuidado que está muy caliente —le dijo señalando el té delante de ella—. Supuse que tendrías hambre así que también te preparé un sándwich de jamón y queso.

—Muchas gracias —respondió sorprendida por el gesto.

A continuación, se apresuró a sujetar la taza con ambas manos en un intento por absorber su calor. Tomó el té de a pequeños sorbos sintiendo al instante el efecto reconfortante de la bebida caliente. Sin embargo, ignoraría por completo el sándwich. Siempre le había incomodado comer delante de otras personas, seguramente debido a las tantas veces que su madre, incluso también Daniel, le había hecho notar lo mucho que eso engordaría. Desde entonces, cada vez que lo hacía, sentía como si todos la estuviesen observando con el mismo pensamiento en mente y por alguna extraña razón, no toleraría que él la mirara de la misma manera.

Leonardo siempre había sido muy observador y los años de entrenamiento en diferentes artes marciales habían potenciado aún más esa cualidad innata. Por eso, no tardó en darse cuenta de que ella no probaría bocado. Al menos, no mientras él estuviese a su lado. Como sabía que estaría hambrienta y deseaba que se sintiese mejor, tomó el cuchillo que había traído junto al sándwich y procedió a cortarlo por la mitad. Luego, tomó uno de los pedazos y lo llevó a su boca.

—¿Comemos? —propuso antes de darle un mordisco al suyo.

Ella lo miró por un momento y entrecerró los ojos. Tenía la leve sospecha de que solo comía para que ella también lo hiciera y en cierto punto, eso la hizo sentir bien. Tras finalmente asentir, dejó la taza sobre la mesa ratona y agarró la mitad que le correspondía a ella. Cerró los ojos al sentir el delicioso sabor en su boca sin poder reprimir el suave gemido que escapó de sus labios. Cuando alzó la vista, lo encontró mirándola con una pequeña sonrisa en el rostro y una vez más, se sorprendió de lo cómoda que se sentía a su lado.

A Leonardo lo complació ver que su estrategia había dado resultado. No solo estaba comiendo, sino que, además, se había relajado notoriamente. No sabía mucho de ella —por no decir casi nada—, pero se daba cuenta de que era muy diferente a las mujeres que solía frecuentar. Esa chica era todo un misterio y contrario a lo que hubiese imaginado, eso le gustó.

—¿Estás mejor? —le preguntó cuando ambos terminaron.

—Sí —respondió curvando levemente los labios en una especie de sonrisa—. Gracias por lo que estás haciendo por mí. Lo valoro mucho.

La voz se le había quebrado al final de forma casi imperceptible. Sin embargo, Leonardo lo notó. Acomodándose en el sofá de forma tal que quedó frente a ella, apoyó uno de sus brazos a lo largo del respaldo y la miró a los ojos. No había forma de suavizar la pregunta que le haría a continuación, pero la verdad era que no podía seguir esperando. Necesitaba saberlo para hacerse una idea de la situación y poder cuidar de ella de forma más efectiva.

—¿Qué fue lo que pasó? ¿Me querés contar?

Solo esa pregunta bastó para que sus ojos volvieran a humedecerse.

—Yo... no sé... —respondió con angustia a la vez que se limpió la lágrima que había logrado escaparse de uno de sus ojos—. Perdón, la verdad es que lo que menos quiero es molestarte.

—Como te dije antes, Mica. No me molestás para nada.

Leonardo le había hablado con una dulzura a la que no estaba acostumbrada y su nombre, pronunciado en un suave susurro, la hizo estremecerse. Alzando la vista hacia él, se encontró de inmediato con su tierna mirada. Fue en ese momento en el que sintió que ya no le quedaban fuerzas para seguir conteniéndose. Se cubrió el rostro con ambas manos y dejó salir por fin los sollozos que tenía atorados en su garganta.

Sintió como de repente, sus fuertes brazos la rodearon. Apoyó la cabeza sobre su pecho cuando la acercó más a él y le permitió contenerla mientras se desahogaba. La firmeza con la que la abrazaba y la calidez de su contacto le transmitía la serenidad que tanto necesitaba. Reconfortada por el abrigo de sus brazos, continuó llorando hasta sentir que la angustia comenzó a ceder. Solo entonces, se separó de él.

—Voy a contarte lo que pasó —susurró avergonzada.

—Solo si querés hacerlo —señaló él con paciencia, aunque por dentro estaba ansioso por saberlo todo. Era extraño lo que le sucedía con ella, pero desde que la había visto afuera de aquel restaurante, no podía pensar en otra cosa que no fuese protegerla de cualquier daño.

Micaela lo miró sorprendida. Era tan diferente a Daniel. No solo la confortaba, sino que la respetaba sin exigirle nada a cambio.

—Mi pareja... —la oyó comenzar y sin saber por qué, esas dos simples palabras le molestaron—. Al principio, todo iba bien. Era muy bueno conmigo y eso hacía felices a mis padres, lo cual ya de por sí es algo muy difícil de conseguir. —Notó que no se había incluido a sí misma al hablar de felicidad. —Pero con el tiempo, las cosas cambiaron. Él cambió. Y empeoró aún más desde que me mudé a su departamento hace ya un año.

Leonardo escuchaba con atención su relato. Podía notar lo mucho que le costaba hablar del tema y no quería apresurarla.

—Se tornó posesivo y celoso a pesar de que nunca le di motivos para que dudara de mí. Anoche me retrasé más de lo normal y cuando volví a casa lo encontré bebiendo... alcohol —aclaró como si no fuese obvio a qué se refería. Él lo había entendido a la primera—. Estaba muy enojado y trató de besarme. —Bajó el tono de voz a la vez que sus mejillas se encendieron. Las lágrimas no tardaron en aparecer nuevamente—. Pero lo rechacé y entonces él...

Leonardo podía sentir la tensión en todo su cuerpo. Mantenía los puños cerrados con fuerza a la espera de lo que temía ella diría a continuación a la vez que contenía el impulso de maldecir y salir a buscar a ese tipo.

—¿Entonces él qué? —instó controlando el tono de voz para que no se sintiese intimidada.

—Me agarró del cuello —dijo llevando una mano a su piel marcada. Él presionó los labios formando una línea con ellos al confirmar que no se había equivocado después de todo—. Nunca antes me había tratado así —continuó ella—. Yo... no podía respirar... y por un momento pensé que no se detendría... —Hizo una pausa para regular la respiración que se había tornado acelerada debido a los nervios—. Lo golpeé en la cabeza con una botella. Salí corriendo cuando cayó al piso... ni siquiera lo pensé, solo quería salir de ahí.

—Hiciste bien en hacerlo —le dijo aliviado a la vez que tomó su mano entre las suyas—. No tenías otra opción.

—Lo sé, pero... ¿y si lo herí de gravedad? Quizás debí asegurarme de que...

De repente, el sonido de la melodía de su celular la interrumpió. Se apresuró a buscar dentro de su bolso con la esperanza de que fuese Valeria que llamaba para avisarle que estaba volviendo a su casa. No obstante, no era ella. Su rostro se volvió pálido y las manos comenzaron a temblarle en cuanto vio el nombre en la pantalla.

Por su reacción, Leonardo supo perfectamente de quien se trataba.

—No sé qué hacer —la oyó decir con sus ojos fijos en él.

—No tenés que contestar si no querés.

—Es que no va a parar hasta que lo haga. Lo conozco. Y aunque sé que en algún momento tendré que hablar con él, no me siento capaz de hacerlo ahora.

Al oírla, él le quitó el celular con delicadeza de sus manos y cortó la llamada. Luego lo apagó y se lo devolvió.

—Nunca hagas nada que no quieras. Ni por él ni por nadie. Mañana, si te sentís bien como para enfrentarlo, lo llamás. Ahora deberías descansar. Ya casi amanece y te vendría bien dormir algunas horas antes de que llegue Valeria.

—Preferiría quedarme acá. No creo que pueda dormirme ahora y quizás me ayude mirar un poco de tele.

—Bueno, entonces te dejo tranquila —dijo mientras comenzó a incorporarse—. Cualquier cosa que necesites no dudes en...

—Leo —lo interrumpió con timidez—. ¿Te molestaría quedarte un rato más? No quiero estar sola en este momento.

A Leonardo le gustó como sonó el diminutivo de su nombre en sus labios. Por lo general, le daba lo mismo como lo llamasen, pero en ella sonaba tan diferente... Impresionado por el efecto que su suave voz tenía en él, volvió a posar sus ojos en su rostro advirtiendo al instante el intenso rubor que coloreaba sus mejillas. Esbozando una pequeña sonrisa, volvió a sentarse en el sofá. Al fin y al cabo, él tampoco quería alejarse de ella.

Micaela miraba sin ver la televisión mientras repasaba una y otra vez los hechos en su mente. Jamás se hubiese imaginado que ese día acabaría en la casa de un hombre al que nunca había visto en su vida, sentada en su sofá y utilizando su ropa. No obstante, la sensación le resultaba agradable. Lo miró con disimulo. Él tenía los ojos fijos en la pantalla absolutamente concentrado en la película. Su semblante era dulce, sereno y su cercanía la hacía sentirse segura. Envuelta en una calma absoluta, se acomodó en el sofá y cerró los ojos. Poco a poco el cansancio comenzó a vencerla y sin darse cuenta, apoyó la cabeza en su hombro atraída por el calor de su cuerpo.

Leonardo la rodeó con su brazo en cuanto sintió su contacto. Sabía que se había quedado dormida y aprovechó para observarla. Su cabello era castaño oscuro —tal como le había parecido antes—, y se ondulaba en las puntas formando unos preciosos bucles. Tenía un rostro muy bonito y unos labios que en varias oportunidades había tenido que hacer un esfuerzo por no quedarse mirándolos fijamente. Una vez más, se sorprendió por las sensaciones que ella le generaba, aún sin proponérselo.

Micaela era completamente diferente al tipo de mujer con el que solía estar. No tenía un cuerpo estilizado ni esbelto y aun así su silueta le gustaba mucho. Sus curvas prominentes, en especial sus generosos pechos, lo atraían con una intensidad que jamás habría podido anticipar. Dudaba mucho de que en otras circunstancias ella le hubiese llamado la atención, pero esa noche la había acaparado por completo. Todo en ella le gustaba. Su sencillez, su tímida sonrisa, su fragilidad. Inspiró profundo ante ese descubrimiento y apoyando la mejilla en su frente, cerró sus ojos. No tardó en quedarse dormido. Después de todo, él también estaba exhausto.

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Gracias a todos por la infinita paciencia. Me tomó más tiempo del que esperaba, pero por fin estoy de vuelta. Espero que esta vez wattpad no borre partes...

Casi lo olvido, este capítulo va dedicado a FernandaPratesYankau

¡Espero que les haya gustado!
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