Capítulo 18

La insistente vibración de su celular sobre la mesita de luz lo despertó. Estiró su brazo hacia el mismo, aún con sus ojos cerrados, y sin siquiera ver de quien se trataba, lo apagó. No tenía la más mínima intención de comenzar el día de ese modo. La sintió a su lado pegada a su cuerpo y una inesperada calidez lo invadió llenando cada hueco que había en su alma. Su inocencia, su confianza, su amor, lo hacían sentirse completo como jamás pensó que llegaría a sentirse. No se consideraba a sí mismo un hombre cariñoso y nunca nadie se había quedado lo suficiente como para amanecer a su lado. Sin embargo, con ella todo era diferente. Ella lo hacía desear, anhelar, querer más.

La noche anterior había sido increíble y la sensación de despertar rodeándola con sus brazos, era simplemente sublime. Abrió los ojos y giró su rostro para mirarla. Estaba dormida con su oscuro cabello desperdigado sobre la almohada mientras que su cabeza yacía sobre él entre su hombro y su pecho. La recorrió con sus ojos, cautivado por la imagen de su espalda descubierta hasta el nacimiento de sus caderas. Lucía absolutamente preciosa, sensual y sintió que un intenso deseo renacía en él. Sin poder contenerse, recorrió su suave piel con la yema de sus dedos deslizándolos a lo largo de su columna. Sonrió al ver que se estremecía en respuesta y todo su cuerpo reaccionó en el momento en el que, al acomodarse, lo rozó con sus rellenos pechos.

Unas suaves caricias la despertaron poco a poco y por primera vez, le gustó más lo que sucedía en la vida real que lo que añoraba en sueños. Su piel se erizó al sentir el delicado roce de sus dedos sobre la espalda y, atraída como siempre por su calor, se pegó más a su costado. Un delicioso cosquilleo en la parte baja de su vientre la invadió cuando advirtió contra su pierna el efecto provocado en él. Supo que estaba despierto y ya no fue capaz de reprimir las ganas de ver sus dulces y cálidos ojos del color del cielo. Se ruborizó nada más sentir su intensa mirada sobre ella y deseó, con ansias, que volviese a hacerle el amor.

—Buenos días, hermosa —lo oyó susurrar a la vez que esbozó esa increíble sonrisa que lograba desarmarla.

Iba a responderle cuando pensó en que recién se despertaba y aún no se había lavado los dientes.

—Buenos días —respondió bajando la cabeza para ocultar su boca.

Leonardo se dio cuenta al instante de lo que inquietaba su mente y aunque a él no le importaba, no quería que se sintiese incómoda. Por un momento, pensó en ofrecerle su cepillo, pero la verdad era que no quería que saliese de su cama. Decidido a demostrarle que no existía nada en ella que pudiese desagradarle, se apoyó en su codo, y sin darle chance a apartarse, la obligó a mirarlo. Posó los labios en los suyos con suavidad. Notó su resistencia al principio, pero no estaba dispuesto a detenerse, no hasta sentir que por fin se soltaba y se permitía a sí misma disfrutar a pleno de lo que provocaban el uno en el otro.

Sin dejar de besarla, descendió con su mano por su cuello hasta alcanzar uno de sus pechos. La oyó gemir ante su tacto y eso fue aliciente más que suficiente para continuar. Abandonó su boca y comenzó a recorrer con sus labios cada centímetro de su piel. Dejó en su descenso un reguero de besos húmedos hasta llegar a dónde deseaba. Con sus labios, atrapó el firme pezón que se había erguido en el instante mismo en el que su boca lo rozó y se dedicó a saborearlo con su lengua despacio. Le encantó la forma en la que se arqueó debajo de él a la vez que emitió un leve gemido.

Enfebrecido por su respuesta, estimuló el otro pezón con sus dedos mientras se acomodó sobre ella para lo que haría a continuación. La noche anterior no había podido llevar a cabo todo lo que en verdad deseaba. La urgencia por ella había sido más fuerte. Pero no estaba dispuesto a dejar que eso sucediese de nuevo. Esa mañana se tomaría el tiempo necesario para probar cada rincón de su cuerpo y, solo con su lengua, llevarla al límite hasta sentirla arder de deseo por él.

Micaela jamás se había permitido disfrutar del sexo en la mañana. La idea de no higienizarse antes, la inhibía bastante. Sin embargo, nada de eso importó en cuanto la boca de él se apoderó de la suya. La forma en la que la besaba, con anhelo y ansia, derribó todas y cada una de sus barreras animándola a dejarse llevar. Sus caricias le quemaban la piel y despertaban en ella un deseo nunca antes experimentado. No pudo reprimir un gemido al sentir sus labios descendiendo por su cuello y se arqueó en el acto cuando sintió que su boca cubría uno de sus pechos.

El contacto de su caliente y suave lengua la enloqueció cuando, con suavidad estimuló su sensible y firme punta que clamaba con desesperación por su atención. La sometió con sus movimientos a una dulce tortura que poco a poco fue llevándola al límite. En un arrebato de puro placer, enterró sus dedos en su cabello y tiró levemente de él. Empezaba a resultarle difícil reprimir el efecto que tenía en ella. Él avivaba una llama en su interior que creía que no poseía y despertaba un primitivo deseo voraz.

Leonardo aumentó la intensidad de sus besos en cuanto sintió que lo sujetaba del cabello y succionó despacio hasta sentirla temblar. ¡Dios, amaba la forma en la que se entregaba por completo a él! Ansioso por probar su sabor, colocó ambas manos en sus caderas y continuó su descenso hacia su vientre. Sin embargo, no se detuvo allí. Estaba desesperado por saciar su sed de ella y sentirla deshacerse en su boca. Siguió recorriéndola con su lengua hasta llegar a su centro de placer. La sintió estremecerse cuando desfiló entre sus sedosos pliegues y con extrema delicadeza cerró los labios alrededor del inflamado botón.

Micaela se aferró a sus fuertes hombros cuando el abrasador calor de su boca cubrió su zona más sensible y lo sintió succionar con pasión. Las increíbles sensaciones que solo él le provocaba la llevaron al limbo en cuestión de segundos haciéndola caer por una exquisita espiral de placer. Ya no fue capaz de pensar en nada que no fuese su lengua sobre ella y la forma en la que la atormentaba deliciosamente con sus movimientos implacables. Entonces, lo sintió introducir sus dedos lentamente en su interior, sin dejar de besarla. Ya incapaz de contenerse, exclamó su nombre entre jadeos y estalló en mil pedazos.

Sorprendido y excitado por su intenso clímax, se apresuró a buscar un preservativo y se acomodó entre sus piernas. Acunó su rostro entre sus manos y la miró por unos segundos provocando que ella lo imitara. Advirtió en sus ojos su fuego y también su satisfacción, y sin perderse detalle de los mismos, se enterró profundo en ella. Ambos gimieron al volverse uno. ¡Dios, estar en su interior era el puto paraíso! Se alejó solo lo suficiente para volver a penetrarla con fuerza y a continuación, repitió esa acción una y otra vez.

Pronto, la suavidad con la que la había tratado hasta ese momento quedó en el olvido. Verla reaccionar con el mismo ardor que lo consumía a él lo llevó a aumentar la intensidad de los movimientos. Se volvió demandante, impetuoso tomándola con vehemencia como había deseado hacer desde un principio. Con cada embestida, perdía poco a poco el control que aún conservaba. Entonces, la sintió contraerse alrededor de su miembro y continuó con sus embates hasta sentirla al borde del abismo, una vez más. Esta vez, alcanzaron juntos la cima y con un ronco gemido, dejó que el increíble orgasmo lo consumiera entero.

De repente, las lágrimas invadieron los ojos de Micaela. Nunca antes había experimentado algo similar y no se debía solo al placer físico, sino también a la comunión de dos almas que acababan de fusionarse a la par de sus cuerpos en un acto de amor increíblemente maravilloso. Se dio cuenta de que jamás había amado en verdad a nadie antes que a él y la intensidad de esos sentimientos la abrumaron. Sintió la caricia de sus dedos sobre la humedad de su rostro y volvió a abrir los ojos para enfocarlos en los suyos.

—¿Estás bien? —le preguntó, un tanto preocupado.

—Sí —le aseguró con voz trémula—. Mejor que nunca.

Sin darle tiempo a decir nada más, deslizó una mano por detrás de su cuello y lo acercó hacia ella para que volviese a besarla.

Mientras esperaba a que Micaela terminase de ducharse, Leonardo se dispuso a preparar el desayuno. Por más que lo intentaba, no podía borrar la sonrisa de su rostro. Nunca se había sentido de ese modo con una mujer y en ese preciso momento supo que no había nada ni nadie en el mundo que pudiese alejarlo de ella. Entonces, recordó el viaje y una sombra de preocupación cayó sobre él con todo su peso. Se negaba por completo a dejarla sola. No importaba que fuesen solo dos días. Después de lo que había sucedido con su ex, no pensaba dejarla sin protección.

Con eso en mente, se sentó en una silla y encendió el celular para llamar a su hermano. Necesitaba pedirle que postergase, al menos una semana, la reunión con el dueño de las cabañas. Eso le daría tiempo suficiente para organizarse y pedirle a ella que lo acompañase. Ahora que por fin estaban juntos, no volvería a alejarse. De repente, varias notificaciones sonaron recordándole de inmediato la llamada que había ignorado esa mañana. Se dio cuenta de que tanto Maximiliano como Antonio —su tío—, habían estado intentando comunicarse con él. Estaba por devolver el llamado cuando el teléfono vibró en sus manos, sorprendiéndolo.

—Hola, Maxi.

—¡Leo! —lo oyó exclamar con alivio—. Te estuve llamando toda la mañana. ¿Cómo está Mica?

—Perdón que no atendí antes. Estaba... ocupado —dijo sin entrar en detalles—. Ella está bien. Pasó la noche conmigo.

—Con razón nadie respondió en su casa tampoco. Ayer me quedé preocupado y... Siento mucho lo que pasó. En verdad debí haber estado con ella.

—No fue tu culpa y te pido perdón si te hice sentir así anoche. Estaba muy nervioso y no pensaba con claridad.

—Tranqui, te entiendo —respondió con sinceridad. Estaba convencido de que, si algo así le hubiese pasado a Valeria, habría reaccionado de la misma manera.

—Justo iba a llamarte —declaró captando de inmediato su atención—. Quería pedirte si podías reprogramar el viaje para el próximo fin de semana.

—Bueno, parece que Gastón y vos están alineados.

—¿Gastón? —preguntó, confundido.

—El dueño de las cabañas —aclaró—. Me llamó más temprano para avisarme que su esposa tuvo algunas complicaciones con su embarazo y no iba a poder recibirnos hasta el otro sábado.

—Eso es genial. O sea, no lo de su mujer, por supuesto. Me refiero a lo de ir el próximo fin de semana. Eso me da tiempo para hablar con Mica y que se organice en su trabajo. Le voy a pedir que venga con nosotros.

Hubo una breve pausa del otro lado.

—Sí, bueno... El tema es que ese día es el cumple de Vale —replicó, serio.

—¡Es cierto! Me había olvidado por completo. ¿Y qué le dijiste?

—Que no podía —respondió con resignación—. Si bien las cosas entre nosotros siguen raras, sé lo importante que es para ella y no me gustaría no estar acá... Lo sé, soy un imbécil. —Leonardo podía notar el agobio en su voz. Debía amarla en serio para arriesgar la oportunidad que tanto había esperado—. Le pedí si podía darnos una semana más y aceptó, pero soy consciente de que puede cambiar de opinión. El otro inversor está muy interesado y si llega a superar mi oferta...

—Maxi, por lo poco que pude hablar con él el otro día, me pareció un hombre de palabra y me dio la impresión de que él también quiere hacer negocios con vos. Si no fuera así, ni siquiera se hubiese molestado en alertarte de la existencia del otro inversor.

—Sí, también lo pensé. Sin embargo, sabés como es esto. Cuando hay dinero de por medio... En fin, cambiando de tema, me acaba de llamar el tío para invitarnos a cenar esta noche en su casa. Parece que quiere hablar con los dos. Sonaba serio, pero no quiso adelantarme nada.

Supuso de qué se trataba. El día anterior había sido poco profesional al marcharse de ese modo del estudio y dejarlo colgado con uno de los principales clientes y aunque volvería a hacerlo sin dudarlo si fuese necesario, sabía que le debía una disculpa.

—Está bien, nos vemos más tarde entonces —prometió y tras despedirse, puso fin a la comunicación.

En cuanto alzó la vista, la vio. Micaela acababa de bajar y se acercaba con una tímida sonrisa en el rostro. Con su cabello aún humedecido a causa de la ducha y sus mejillas rosadas, le pareció adorable. Sintió como cada músculo de su cuerpo se relajaba al verla y una apacible sensación de paz se instalaba en medio de su pecho. Su presencia siempre tenía ese efecto en él. Esperó a que estuviese cerca y rodeándole la cintura con un brazo, la atrajo a él para que se sentase sobre su regazo.

—¿Cómo puede ser que con cada minuto que pasa te veas más hermosa? —preguntó con voz ronca mientras le apartó el cabello a un costado para depositar un suave beso en su cuello.

—Podría decir lo mismo de vos —respondió en un susurro, afectada por el contacto de su boca sobre su piel.

—Será mejor que desayunemos —ordenó él al darse cuenta de lo que terminaría pasando si seguían por ese camino.

Si había algo que deseaba, era llevarla a su habitación y volver a hacerle el amor, pero había muchas cosas de las que encargarse ese día y hablarle del viaje era una de ellas. Se sorprendió cuando aceptó de inmediato. Había pensado que, al igual que en oportunidades anteriores, le diría que no era necesario, que podía cuidarse sola. Sin embargo, su sí fue rotundo. Era evidente que ella también se había asustado el día anterior. Más tranquilo, le comentó acerca de la cena que tenía esa noche con su tío y consciente de que Valeria estaría de guardia, le prometió que volvería lo más temprano posible.

La casa de Antonio Vázquez era impresionante. La decoración del que había sido también su hogar durante su adolescencia tenía un estilo moderno y minimalista y sus colores claros le daban un toque aún más espacioso. Se encontraba en el último piso de un edificio lujoso en el centro de Puerto Madero, el barrio más sofisticado de la Ciudad de Buenos Aires y su vista era increíble. Desde cualquier ventana o balcón podía apreciarse una postal diferente. De un lado, la vista a la ciudad con los diques iluminados por los múltiples restaurantes y sus embarcaciones y del otro, el contraste con la naturaleza de la imponente Reserva Ecológica a orillas del Río de la Plata.

Leonardo fue el último en llegar y sorprendido de ver a Leticia —la asistente personal de su tío—, miró a su hermano en búsqueda de respuestas. No obstante, este se encogió de hombros, igual de desorientado que él. Como solía hacer desde que Antonio los había acogido en su casa, se acercó con una sonrisa y lo abrazó con cariño. Era una mujer muy afectuosa y luego de tantos años de trabajar para su tío, había llegado a quererlos como si fuesen sus propios sobrinos.

Cuando el personal doméstico les indicó que la cena ya estaba servida, se dirigieron al comedor y se sentaron a la mesa.

—Estimo que se estarán preguntando por qué los cité —dijo de pronto el hombre rompiendo el silencio.

—Creo tener una vaga idea —respondió Leonardo a la vez que cuadró los hombros para enfrentarlo. Si bien su tío era una persona noble y generosa, la distancia que ponía a su alrededor le imprimía un aura de respeto que lograba intimidar un poco.

—No es por tu comportamiento de ayer —lo detuvo con sus ojos fijos en los de él—. Pero ya vamos a hablar de eso también.

—¿Comportamiento? No entiendo —agregó Maximiliano, confundido.

Pero antes de que pudiese responderle, su asistente —que estaba sentada a su lado—, le rozó la pierna con delicadeza en un claro intento por aplacarlo. Ninguno de los dos pasó por alto ese gesto y se miraron con la misma pregunta en mente. Antonio giró hacia ella con una sonrisa y relajando la postura, asintió con su cabeza.

—Leticia y yo vamos a casarnos. —Un rotundo silencio se instaló en la sala ante la impresionante noticia que acababa de arrojar sobre ellos. No era novedad alguna lo que ambos sentían, pero que su tío hubiese dado el paso, sí que logró sorprenderlos. La falta de respuesta pareció poner nervioso a Antonio quien, con torpeza, prosiguió hablando—. Sé que puede parecer repentino, pero lo cierto es que...

—Que están enamorados hace años —lo interrumpió Maximiliano con una gran sonrisa en su rostro—. Tío, habría que ser ciego para no darse cuenta de eso. ¡Qué buena noticia! —exclamó y se incorporó para abrazar a la hermosa mujer que pronto se convertiría en una de ellos—. Me alegro mucho por ustedes.

El ambiente se aligeró al instante ante la personalidad espontánea y divertida del menor de los hermanos. De alguna manera, siempre lograba animarlos. Leonardo se sintió muy feliz por ellos. Le tenía un profundo cariño tanto a su tío como a su asistente y lo alegró que después de tanto tiempo por fin se diesen una oportunidad. Imitando a su hermano, se puso de pie y felicitó a los novios.

—Bienvenida a la familia —le dijo con ternura—. Aunque para nosotros siempre fuiste parte de la misma.

Leticia se emocionó ante sus palabras.

—Muchas gracias —respondió con voz ahogada a la vez que se limpió la lágrima que se había escurrido de sus ojos.

Al verla, Antonio extendió su brazo hacia su futura esposa y le acarició con suavidad la espalda a la altura de su cuello.

—Tal vez me tomó más tiempo del que pensaba, pero siempre supe que era la mujer para mí.

Ella inclinó la cabeza a un costado y cerró los ojos un instante para disfrutar de aquel contacto.

—¡Esto hay que celebrarlo! —intervino Maximiliano con desbordante alegría.

Como si lo hubiesen escuchado, dos empleados irrumpieron en el comedor para traerles una botella de champagne y cuatro copas. Tras llenarlas con la burbujeante bebida, se marcharon para darles intimidad. Brindaron por el amor y por una larga y feliz vida juntos.

La cena transcurrió de forma amena y se dedicaron a conversar respecto de los planes de la boda. Si bien querían algo más íntimo, sabían que no se librarían fácilmente de los periodistas por lo que aún estaban evaluando qué hacer. Estaban por tomar el café cuando Leonardo sintió que había llegado el momento de disculparse.

—Tío, yo quería pedirte perdón por la forma en la que me fui del estudio ayer —declaró de repente provocando que todos lo miraran—. Sé que no debí haberme ido así de la reunión, pero la verdad es que no tuve otra opción. Ella me necesitaba y yo...

—¿Ella? —preguntó Antonio con el ceño fruncido.

Leonardo se acomodó en su lugar, inquieto ante aquella pregunta. Si había algo que tenían en común tío y sobrino era su dificultad para hablar de sus sentimientos en público.

—Su novia —acotó de repente Maximiliano con una sonrisa de satisfacción. Sabía que lo incomodaría y quiso fastidiarlo un poco. Sin embargo, se calló al sentir su mirada asesina sobre él.

Tras una inspiración profunda, procedió a contarles la historia de Micaela. Quien era, la forma en la que la había conocido y el peligro que representaba su ex pareja en su vida. También lo importante que se había vuelto para él y lo mucho que la quería. Todos se sorprendieron al oírlo, en especial Leticia. Ya había perdido las esperanzas de que alguna vez pudiese dejar de lado los fantasmas de su pasado y se permitiera a sí mismo ser feliz con alguien que en verdad lo mereciera.

—Por eso me fui de ese modo. Él aprovechó que Maxi no estaba para ir tras ella —concluyó—. Pero sé que estuve mal y me disculparé con el cliente el lunes a primera hora.

—Eso no va a ser necesario. Yo ya me hice cargo de la situación.

—Muchas gracias, tío. En verdad te lo agradezco y te prometo que no va a volver a suceder algo así. De todos modos, el viaje se postergó dos semanas y eso me da tiempo para dejar listos los últimos cambios antes de irme. Mica vendrá conmigo así que pensé en quedarnos allí unos días más de lo previsto. Sé que podría quedarse en su casa con su amiga, pero no me quedaría tranquilo. La orden de alejamiento solo impide que se acerque a ella, no a Valeria y dadas las circunstancias, no quisiera que se ponga creativo.

Nada más decir eso, vio cómo Maximiliano se tensaba a su lado. Se arrepintió al instante de no haberse guardado esos pensamientos. Más que una posibilidad real, era un temor suyo. Sin embargo, sabía que ahora nadie quitaría eso de la mente de su hermano. Tal y como esperaba, le pidió que le explicara a qué se refería con eso de ponerse creativo. Entonces, le contó que Daniel nunca había tenido una buena relación con Valeria ya que este la culpaba por intentar siempre alejarla de él.

—¿Me estás hablando en serio, Leonardo? ¿Cómo no me contaste una cosa así? Ese tipo está loco y es cuestión de tiempo que vaya tras ella también. Si la dejamos sola, ¿quién va a evitar que...? —Pero no pudo terminar la oración. La sola idea de que Valeria pudiese quedar a merced de ese tipo lo desesperaba.

Por su extrema reacción y el modo en el que la seguridad de aquella joven le afectaba, tanto su tío como su prometida supieron que allí había otra historia por contar. No hacía falta que lo dijera en palabras para confirmarles que estaba enamorado de esa chica.

—¿Y si la llevan con ustedes? —intervino Leticia provocando que todas las miradas se centraran en ella.

—Es que... No sabría como... ¿Qué le...? No puedo invitarla, así como así.

—Dejámelo a mí —le aseguró Leonardo apoyando una mano sobre su hombro para tranquilizarlo—. Ya pensaremos en algo con Mica.

Solo entonces, su hermano exhaló, aliviado.   

De regreso en el complejo, pasó a buscar a Micaela para llevarla a su casa. Sabía que Valeria ya se había marchado al hospital y no pensaba dejarla sola en un departamento vacío. Una vez en la cama, le contó acerca de la conversación que había tenido durante la cena con su hermano y cómo se había comprometido para lograr que su amiga viajara con ellos a su pueblo natal. Ella, preocupada porque su ex intentase dañarla, le prometió convencerla.

—Creo que me estoy acostumbrado a esto —le susurró de pronto al oído mientras la rodeó con sus brazos.

—¿A qué?

—A tenerte en mi casa, en mi cama —respondió a la vez que le acarició la mejilla con suavidad—. Es increíble cómo no puedo dejar de tocarte y besarte cada vez que estás a mi lado y cómo solo puedo pensar en eso cuando estamos lejos.

—Me pasa igual, Leo —declaró con voz entrecortada.

Afectado por su confesión, la sujetó de la nuca y acercándola más a él, estrelló sus labios contra los de ella para volver a beber de su boca con ardiente y arrebatadora pasión.

------------------------
¡Espero que les haya gustado!
Si es así, no se olviden de marcar la estrellita y comentar.

Les recuerdo que pueden seguirme en Instagram donde suelo compartir fragmentos de todas mis historias.
instagram.com/almarianna

También pueden unirse a mi grupo de facebook: En un rincón de Argentina. Libros Mariana Alonso.

¡Hasta el próximo capítulo! 😘

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top