Capítulo 17

Con el celular aun pegado a la oreja, Leonardo avanzaba a gran velocidad por las calles de la ciudad. Podía sentir la adrenalina corriendo de forma vertiginosa por su torrente sanguíneo y la tensión en cada músculo de su cuerpo. Odiaba conducir de esa manera, le traía los peores recuerdos, pero no podía soportar la idea de que alguien le hiciera daño a Micaela.

Luego de unos minutos en los que procuró calmarla y le hizo prometer que no se movería de allí hasta que él llegase, le indicó que debían cortar para que pudiese llamar a la policía. Le resultaba insoportable despedirse de ella porque sentía que la estaba dejando indefensa, pero era imprescindible liberar la línea para poder solicitar ayuda. Tendría que haberlo hecho la vez que los había encontrado forcejeando en la puerta del complejo. Sin embargo, no lo hizo porque sabía que sería demasiado difícil para ella. Ahora, la cosa había cambiado y ese tipo representaba un peligro real. Muy real.

En cuanto estuvo seguro de que enviarían a un patrullero, cortó la comunicación y llamó a su hermano. No entendía por qué carajo no estaba con ella siendo que le había prometido recogerla cada día. Estaba nervioso, furioso y asustado, y necesitaba, con urgencia, una explicación.

—Hola, Leo —lo oyó saludarlo como si nada.

—¡¿Dónde mierda estás, Maxi?! —rugió.

—Por subir al auto para ir a buscar a Mica. Hoy me pidió que fuese más tarde. ¿Por qué? ¿Qué pasa?

Leonardo sintió un repentino deseo de golpearlo. Sabía que no tenía la culpa —como así tampoco obligación alguna—, pero a él jamás se le hubiese ocurrido hacer caso de esa absurda petición. No importaba si se demoraba, la hubiese esperado afuera el tiempo que fuese necesario.

—Pasa que ese hijo de re mil putas está afuera del colegio acechando y aprovechó el momento en el que no estabas para amenazarla.

—¡No! Ya mismo voy para allá.

—No te molestes. Ya estoy yendo yo.

—Lo siento, Leo. Jamás me imaginé que... Voy a llamar a la policía.

—También lo hice yo —recriminó con furia y sin siquiera despedirse, le cortó.

De inmediato, volvió a llamar a Micaela. Necesitaba saber que estaba bien. El miedo y la desesperación que había percibido antes en su voz lo estaban volviendo loco. Un tono... dos tonos... tres tonos... ¡Dios, ¿por qué mierda no atendía?! Una horrible sensación de impotencia lo invadió tensándolo aún más, si acaso eso era posible. ¿Y si ya era tarde? ¡No! No debía pensar eso. Volvió a insistir a la vez que hundió el pie en el acelerador. Esta vez, respondió al primer tono.

—Leo... —susurró con voz temblorosa.

Exhaló, aliviado, al oírla.

—Sí, amor, soy yo —dijo, por acto reflejo, sorprendiéndose a sí mismo.

Un breve silencio se formó entre ambos indicándole que no había sido el único sorprendido. No obstante, no era el momento indicado para ponerse a hablar de ello.

—Tengo miedo —declaró ella entre sollozos—. Si él me encuentra...

Aquella frase, expresada con tanto temor, provocó que cerrara con fuerza las manos alrededor del volante. Faltaban tan solo unos minutos para que llegase, pero se sentían como si fuesen una eternidad. Necesitaba estar a su lado y tenerla en sus brazos otra vez.

—Eso no va a pasar —la interrumpió intentando calmarla a la vez que contenía su propio miedo—. El personal de seguridad sabe que no debe dejarlo entrar. No hay forma de que se te acerque a menos que seas vos la que salgas —señaló mientras giró el volante con brusquedad y sobrepasó, a toda velocidad, al vehículo que iba delante de él. Su corazón se disparó al divisar a lo lejos la fachada del edificio. Estaba a nada de estar con ella—. Estoy llegando. Por favor no salgas hasta que yo te avise.

—Está bien.

Con cada minuto que pasaba, más ansiosa se sentía Micaela. Sin embargo, saber que él ya se encontraba cerca, la había tranquilizado de inmediato. Ya no faltaba mucho para que volviera a sentir la protección de sus brazos. Deseaba pegarse a la ventana y no moverse de allí hasta verlo aparecer, pero no lo haría. No quería que Daniel tuviese una clara visión de ella. Se estremeció al volver a pensar en él.

Jamás se imaginó que podría llegar a actuar de ese modo. Parecía obsesionado con ella y eso la asustaba mucho. De repente, se dio cuenta de que, a pesar de haber vivido juntos, no lo conocía realmente, nunca lo había hecho. La persona que estaba allí fuera y amenazaba con herirla, no era la misma que alguna vez fue su pareja. ¿Cómo no había visto las señales? Cerró los ojos e inspiró profundo, agradecida de haber podido huir de él a tiempo.

El sonido de una fuerte frenada le indicó que Leonardo por fin había llegado. Sin dudarlo, agarró su bolso y corrió escaleras abajo para ir a su encuentro. Sus piernas apenas la sujetaban, pero debía ser fuerte para poder regresar a su lado. Solo entonces, podría relajarse. Corrió por el pasillo por el que el guardia caminaba en dirección hacia la salida y pasando por su lado, continuó su carrera hasta llegar a la puerta.

Leonardo clavó los frenos justo al frente del edificio y descendió con premura. El repentino sonido de un auto acelerando llamó su atención. Giró la cabeza hacia ese lugar, pero no fue capaz de identificarlo ya que la noche había comenzado a caer. De todos modos, no hacía falta. Estaba seguro de que se trataba de Daniel. Continuó avanzando hasta la puerta donde Micaela lo esperaba expectante.

Con sus ojos fijos en los de ella, aguardó a que el anciano llegase para abrirles. No estaba con ánimos de esperar y por un instante, se le cruzó por la mente derribar la maldita puerta de una patada. Sin embargo, debía ser paciente. Después de todo, eso solo le traería problemas al pobre hombre que, al fin y al cabo, se había encargado de su seguridad hasta ese momento.

Todas las dudas que Micaela había tenido respecto de los sentimientos que él sentía hacia ella, se desvanecieron en el instante mismo en el que sus ojos se encontraron. Su mirada celeste, fija en la suya, le transmitía el mismo anhelo que ella estaba sintiendo en su interior. La misma necesidad de tocarse, abrazarse y besarse olvidándose por completo de todo.

En cuanto desapareció la última barrera que la separaba de él, se arrojó a sus brazos. Rompió en llanto nada más sentir su calor envolviéndola y enterró el rostro en su pecho, entregada. A continuación, cerró los ojos y escuchó los fuertes y acelerados latidos de su corazón. Él también estaba asustado. Prueba de eso era la fuerza con la que la abrazaba pegándola a su cuerpo.

Leonardo exhaló aliviado al sentirla por fin en sus brazos. Notó que temblaba y se sintió conmovido por su angustioso llanto. La apretó aún más contra él para tranquilizarla y de paso, también calmarse a sí mismo. Había llegado a pensar que no llegaría a tiempo y miles de horribles posibilidades pasaron por su mente, torturándolo. No obstante, ella ya estaba a salvo y ahora que la tenía donde quería, no pensaba volver a dejarla ir.

—Shhh, tranquila. Ya estoy acá —le susurró con dulzura mientras le acariciaba la espalda suavemente.

—Gracias por haber venido tan rápido. Después de lo que pasó, pensé que tal vez...

Pero no la dejó terminar y sujetándola por los hombros, la apartó lo suficiente para poder mirarla a los ojos.

—Micaela, siempre voy a estar para vos, pase lo que pase. Por favor no lo dudes más —rogó con voz ahogada. Ya no sabía qué más hacer para demostrarle que en verdad le importaba.

—No lo hago —se apresuró a aclararle fijando sus ojos en los de él—. Ya no.

En ese momento, todo lo que los rodeaba se esfumó, incluso el pobre guardia que se había marchado con sigilo para dejarlos solos. Solo existían ellos dos mirándose con absoluta necesidad y anhelo, con amor... con deseo. Leonardo se perdió por completo en aquellos ojos azul grisáceos que tanto le gustaban y ya no fue capaz de seguir refrenándose. Necesitaba besarla, sentir la ardiente calidez de sus deliciosos labios que, entreabiertos, parecían aguardar por los suyos.

Sin mediar palabra, puso una mano a cada lado de su rostro y descendió lentamente hasta su boca. Cerró sus labios entre los de ella y los acarició con su lengua provocando que un leve gemido escapara de su dulce boca. Enfebrecido por su respuesta, le rodeó la cintura con su brazo y, pegándola a él, profundizo el beso. Gimió, ahora él, al sentir el roce de su lengua contra la suya. ¡Días enteros había deseado volver a besarla y ahora que por fin lo hacía, temía no poder detenerse!

Micaela se aferró a su cuello en cuanto sintió que la acercaba a él. Apenas podía mantenerse en pie debido a la angustia y desesperación que había vivido en la última hora, pero aquello acababa de debilitarla por completo. Sin poder detener el gemido que escapó de sus labios, se dejó llevar por la maravillosa sensación que le provocaba la sedosa y ardiente caricia de su lengua. Sus besos eran dulces, suaves, pero a su vez ardientes y demandantes. Apartando de su mente todo rastro de miedo o duda, se entregó a su beso por completo, consumida por el intenso deseo que solo él despertaba en su interior.

El sonido de un auto aproximándose los regresó bruscamente a la realidad. Leonardo se tensó una vez más y se apresuró a posicionarse delante de ella. Sin embargo, relajó la postura al darse cuenta de que se trataba de la policía. Dos oficiales bajaron del vehículo y, con expresión seria, caminaron hacia ellos.

—Mica, tenés que denunciarlo. Lo de hoy demuestra que ese tipo está fuera de control. Primero te agrede dejando marcas en tu cuerpo, después intenta llevarte a la fuerza y ahora esto. Es peligroso. Hay que detenerlo de alguna manera.

Podía notar como sus palabras le afectaban, pero debía ser sincero con ella. Solo así podría protegerla.

—Sí, tenés razón. Les voy a mostrar los mensajes.

—¿Qué mensajes? —preguntó, sorprendido.

Solo entonces, ella se dio cuenta de que no los había mencionado para nada. Avergonzada, le entregó su celular para que él mismo los leyera. No tenía la más mínima intención de volver a verlos. Vio cómo la expresión en su rostro se endureció de repente.

—¡Esto es una amenaza! —le dijo, furioso—. Definitivamente tenés que mostrárselos.

La siguiente hora fue agotadora. A pesar del cansancio y los nervios por lo ocurrido en el colegio, Leonardo llevó a Micaela a la comisaría de la zona para que pudiese efectuar la denuncia en contra de Daniel. Junto a esta y gracias a la evidencia de los mensajes recibidos, también hizo una solicitud para que un juez emitiese una orden de restricción perimetral. Fue duro para ella volver a relatar los hechos para que el oficial a cargo pudiese dejarlo por escrito, pero la realidad era que él la asustaba y de alguna manera, tenía que protegerse.

Ya de camino a su casa, se apresuró a llamar a Valeria. Le había escrito varias veces al ver que no había vuelto y sabía que estaría muy preocupada. Exhausta de tener que repetir una y otra vez lo sucedido, le hizo un breve resumen y le indicó que en breve la vería. Entonces, vio que Leonardo giró su rostro hacia ella y clavando sus ojos cristalinos en los suyos, negó con su cabeza.

—No, no. Esta noche vas a quedarte conmigo.

Micaela se estremeció ante aquella orden susurrada. Un intenso cosquilleo se alojó en la boca de su estómago a la vez que una oleada de excitación, de lo más inesperada, recorrió su cuerpo y se descargó de lleno en el centro mismo de su femineidad. Asintió, incapaz de negarse. ¡Dios, ese hombre podría hacer lo que quisiera con ella con solo mirarla! Luego de informarle a su amiga del repentino cambio de planes, se despidió y, un tanto nerviosa, dirigió su mirada al frente.

Al llegar al complejo, Leonardo la tomó de la mano y la llevó directo hacia su departamento. No había querido sonar demasiado brusco antes, pero en verdad no estaba listo para separarse de ella. Tras el miedo que había experimentado más temprano, necesitaba sentirla a su lado y a salvo. Por acto reflejo, encendió el equipo de música —hacía lo mismo cada vez que llegaba—, y se dirigió a la cocina con la intención de preparar algo caliente para que ambos tomaran. Todavía sentía escalofríos al pensar en lo que podría haber pasado si no hubiese llegado a tiempo.

En cuanto se oyeron las maravillosas notas de su banda favorita, una pequeña sensación de calma lo invadió. No sabía por qué, pero Queen siempre tenía ese efecto en él. No obstante, esta vez no parecía estar funcionando. No podía librarse de la sensación de pánico que había experimentado cuando escuchó su voz aterrada al otro lado del teléfono. Tampoco podía borrar de su mente, la impotencia y desesperación que había sentido durante todo el trayecto hasta el colegio. Nunca antes había tenido tanto miedo en su vida.

Micaela aguardaba en silencio sentada en el sofá. Se había dado cuenta de su inquietud y estaba segura de que aún lo afectaba lo sucedido. Sabía lo protector que era y lo mucho que le desagradaba el maltrato, en especial aquel ejercido contra la mujer, pero también que todo parecía potenciarse cuando se trataba de ella. Y no solo con respecto a lo malo. También pasaba con lo bueno. Nadie más era capaz de hacerla sentirse tan segura y protegida.

Deseó poder tener las palabras adecuadas para poder calmarlo del mismo modo en el que él siempre lograba tranquilizarla, pero temía empeorarlo todo si sacaba el tema. Cuando lo vio acercarse con las bebidas, se apresuró a hacerle un lugar a su lado. Luego de aceptar la taza que le ofrecía, la sujetó con ambas manos y la acercó a su nariz para deleitarse con el exquisito aroma a café recién hecho. Si bien prefería el té, no quiso darle más trabajo por lo que insistió en tomar lo mismo que él. Tras beber un pequeño trago, se sintió de inmediato reconfortada.

—Está muy rico —le hizo saber con una sonrisa. La misma se desvaneció al ver la expresión de su rostro. Frunció el ceño y, preocupada, dejó la taza en la mesita ratona para tomar una de sus manos entre las suyas—. Leo, ya pasó todo. Estoy bien.

Miró sus pequeñas manos y suspiró. Era cierto, estaba bien, pero eso no quitaba que había estado en peligro y aunque no hubo consecuencias que lamentar, todo podría haber acabado de forma muy diferente. Por otro lado, se sentía responsable. Si hubiese sido sincero con ella desde un principio, si no le hubiese ocultado lo de Sabrina, nada de esto habría pasado simplemente porque no se habría separado de ella en ningún momento.

—Sé que estás bien —dijo, por fin, con voz ahogada—. Pero si yo no hubiese llegado a tiempo, él te habría... ¡Dios, la sola idea de que vuelva a ponerte las manos encima me desquicia!

—Leo, tranquilo —lo interrumpió y le acarició el dorso de su mano con ambos pulgares—. Sí llegaste y una vez más me protegiste de él.

Cerró los ojos al sentir su suave contacto. Toda esa semana había estado devastado sin saber cómo volver a acercarse. Sabía que estaba molesta y que probablemente había puesto en duda todo lo que él venía demostrándole desde que la había conocido, pero no sabía ya qué más hacer para convencerla de que sus sentimientos eran verdaderos, para que le creyera que jamás se había sentido así con nadie. ¿Acaso no se daba cuenta de que era capaz de todo solo por protegerla?

Entonces, pensó en su llamado y una pequeña esperanza nació en él. Pudiendo haber buscado a su hermano, lo había elegido a él. Se sentía segura a su lado y darse cuenta de eso, lo consoló. Volvió a abrir los ojos y los posó en los de ella. Había llegado el momento de abrirse y confesarle la inmensidad de todo lo que estaba sintiendo. Solo así le daría la certeza de que no había nadie más a quien quisiera a su lado.

De pronto, "I was born to love you" comenzó a sonar y lo sorprendió el advertir que su letra era de lo más acertada para ellos.

"You are the one for me, I am the man for you. You were made for me, you're my ecstasy. If I was given every opportunity, I'd kill for your love. So take a chance with me. Let me romance with you. I'm caught in a dream and my dream's come true. It's so hard to believe this is happening to me. An amazing feelin' comin' through. I was born to love you with every single beat of my heart. Yes, I was born to take care of you, honey. Every single day of my life" —"Sos la indicada para mí, yo soy el hombre para vos. Fuiste hecha para mí, sos mi éxtasis. Si me dieran todas las oportunidades, mataría por tu amor. Así que arriesgate conmigo. Dejame tener un romance con vos. Estoy atrapado en un sueño y mis sueños se hacen realidad. Es tan difícil creer que esto me esté pasando a mí. Una sensación increíble que llega. Nací para amarte con cada latido de mi corazón. Sí, nací para cuidarte, cariño. Cada día de mi vida".

Cayó en la cuenta de que lo que siempre había anhelado para su vida se encontraba justo delante de él. Tal y como decía la canción, había nacido para amarla y cuidar de ella. Ya no tenía la menor duda. Dejó la taza en la mesa junto a la otra y se giró hacia ella. Extendió la mano hacia adelante para acariciar su rostro y apartándole un mechón de su cabello, lo colocó detrás de su oreja. Le gustó notar que disfrutaba de su contacto.

—Siempre te voy a proteger, de él o de quien sea —aseguró a la vez que siguió el contorno de su barbilla con la yema de sus dedos—. Nunca fui de creer en el destino y tal vez te parezca extraño lo que voy a decirte, pero creo que toda mi historia, todo mi pasado fue una preparación para este momento... para vos. Te quiero, Mica y me encantaría que me dejaras demostrarte lo mucho que también te deseo.

Micaela jadeó ante la vehemencia de sus palabras. Cautivada por la sinceridad que podía ver en sus dulces ojos, inspiró profundo. Jamás pensó que podría provocar eso en un hombre, mucho menos en alguien como él. No solo era atractivo y sensual, sino también tierno y cálido. Era el hombre ideal.

—Yo también te quiero, Leo —susurró con voz entrecortada—, y si hay algo que anhelo, es sentirte en mi piel como ya te siento en mi alma. Quiero entregártelo todo. Mi corazón... mi cuerpo... Ese es mi mayor deseo. Vos sos mi mayor deseo.

Leonardo cerró los ojos al oírla y sonrió. De pronto, sintió que la excitación comenzaba a fluir en él sin restricciones y supo que había llegado el momento que tanto había deseado. Esa noche no iba a contenerse. Tomaría lo que era suyo y también le entregaría lo que nunca antes había podido ofrecer: su amor. Poniéndose de pie, la tomó de la mano y tiró de ella con suavidad para que se levantara.

—Vamos a la habitación —le indicó con voz ronca antes de comenzar a caminar hacia las escaleras.

Micaela sintió que su corazón latió con fuerza al escuchar su petición y una corriente eléctrica recorrió su columna encendiendo, a su paso, cada fibra de su ser. No quería que él advirtiera lo nerviosa que estaba ya que podía malinterpretarlo y pensar que no deseaba acostarse con él cuando en realidad, era todo lo opuesto. Soñaba con dejarse envolver por su calor y permitirle poseerla hasta perder la noción de tiempo y espacio. Sin embargo, eso mismo era también lo que la asustaba. Le aterraba que al verla desnuda ya no le gustara. ¡Dios, ¿por qué no podía simplemente olvidarse de eso?

Una vez en el cuarto, no pudo evitar fijar sus ojos en la enorme cama ubicada en el centro de la misma. Lo vio dirigirse a la misma para encender las luces de las mesitas de luz y luego regresar a su lado con deliberada lentitud. Percibió su hambrienta mirada sobre ella y sintió un fuerte cosquilleo en la boca de su estómago. ¡Dios, solo bastaba que la mirara para que vibrase de deseo por él!

Leonardo se daba cuenta de que estaba nerviosa por lo que se obligó a sí mismo a contener el deseo de arrancarle la ropa y hacerla suya. Con ella debía ser paciente y cauto. Ir despacio para permitir que se fuese soltando poco a poco y disfrutase de esa noche del mismo modo que lo haría él. Tras darle una iluminación tenue a la habitación, avanzó hacia ella a paso lento. Se detuvo para contemplarla, admirado por todo lo que despertaba en él. Le encantaban sus ojos de ese color incierto entre azul y gris, y sus gruesos y rosados labios eran su mayor tentación.

Sin dejar de mirarla, extendió sus brazos hacia adelante y con ambas manos, comenzó a desabotonar su blusa. Con el dorso de sus dedos, acarició la pronunciada curva de sus pechos percibiendo al instante cómo se estremecía ante su toque. Bajó la mirada hacia el valle entre sus senos y tragó con dificultad cuando se imaginó recorriéndolo con su lengua. ¡Dios, refrenarse no iba a ser una tarea fácil!

De pronto, la sintió temblar y elevándole el mentón con un dedo, buscó su mirada.

—Podemos parar si no estás segura —aclaró al notar el temor en sus ojos.

—No, no es eso —se apresuró a decirle con voz ahogada—. Es solo que... mi cuerpo es diferente y... no sé... temo que no te guste.

Tras decir eso, cerró los ojos, avergonzada. ¿Cuán patética había sonado? Con las mejillas al rojo vivo, dio un paso hacia atrás, pero él la mantenía sujeta de los bordes de la blusa y no le permitió alejarse demasiado.

—Tu cuerpo es hermoso —le aseguró con sus ojos celestes fijos en los de ella—, y muero por recorrerlo con mis manos y con mi boca. Sos preciosa y mucho más sensual de lo que creés —continuó mientras deslizó la blusa hacia atrás de sus hombros para liberarla de la misma.

Micaela sintió su ardiente mirada sobre ella y de pronto, se sintió la mujer más hermosa del mundo. A él no le importaban sus kilos de más, como tampoco que no llevase un delicado conjunto de encaje. Leonardo solo la quería a ella y eso la hacía sentirse bonita, sensual... mujer. Tembló al sentir como sus manos la recorrieron suavemente para despojarla del resto de su ropa.

Tras desvestirla a ella, se deshizo de su propia ropa y la tomó de la mano, esta vez para llevarla a la cama. Apartó el cobertor de un tirón y se recostó sobre su espalda haciendo que ella se acostase encima de él. Inspiró profundo al sentir sus generosos pechos sobre su torso y la dureza de sus pezones sobre su enardecida piel. Ansioso por volver a besarla, colocó una mano en su cuello y con la otra, le apartó el largo y sedoso cabello que caía por su rostro. Acercándola lentamente, la besó con suma delicadeza saboreando sus labios sin prisa, disfrutando del roce de su lengua contra la suya.

Poco a poco, Micaela fue relajándose hasta quedar por completo a su merced. Ese beso, tan tierno y apasionado a la vez, la transportó lejos y la hizo temblar de anticipación. Lo sintió girar sobre sí y colocarse sobre ella sin dejar de besarla y supo que cumpliría con lo que había anunciado antes. Se le escapó un suave gemido al imaginar cómo sería sentir su boca en cada rincón de su cuerpo.

En cuanto la oyó gemir, abandonó su boca para descender por su cuello hasta el nacimiento de sus pechos. Provocó que se arqueara debajo de él cuando envolvió uno de ellos con sus labios. Animado por su apasionada respuesta, jugó con su lengua lamiendo aquella deliciosa punta y succionando con suavidad hasta hacerla jadear.

Le fascinaba la forma en la que se entregaba a él. En verdad deseaba probar cada centímetro de su piel, pero sentía que ya no podía contener la urgente necesidad de hundirse en su interior. Sin dejar de estimularla con su boca, estiró el brazo hasta alcanzar el cajón de su mesita de luz y agarró un preservativo. Se lo colocó con habilidad y regresando a sus labios, se ubicó entre sus piernas.

Perdida en las excitantes sensaciones que le provocaba, le devolvió el beso con la misma pasión que él demostraba y, consumida por su fuego, se preparó para lo que venía. Lo deseaba con todo su ser y no podía esperar ni un segundo más a que la hiciera suya. Se aferró a su espalda cuando lo sintió en su entrada y susurró su nombre contra sus labios. Entonces, lo sintió deslizarse dentro de ella. Sus sentidos se nublaron ante su deliciosa invasión y, ávida de más, lo rodeó con sus piernas para obligarlo a ir más profundo.

Leonardo se enardeció al oírla decir su nombre entre gemidos y perdido por completo en la ardiente pasión que despertaba en él, con un ronco gemido, se introdujo en ella. Se había propuesto hacerlo despacio. Ser suave y gentil para llevarla poco a poco al límite y darle la oportunidad de disfrutar a pleno, pero al parecer, estaba más que lista y su inesperada receptividad, lo animó a más. Saliendo solo un poco, volvió a hundirse en su interior provocando que sus gemidos aumentaran. El deseo que podía percibir en ella lo llevó a aumentar la intensidad de sus movimientos hasta que los mismos se convirtieron en un desenfrenado y exquisito vaivén.

Micaela jadeó al sentir sus fuertes embestidas. Se había imaginado que sería intenso y apasionado, pero jamás pensó que su fuego arrasaría por completo con ella. No tardó en sentir las contracciones que antecedían a su orgasmo y por la intensidad de las mismas, supo que el mismo sería brutal. Abrumada por las increíbles sensaciones que solo él era capaz de provocarle, se dejó llevar al borde del abismo y volviendo a exclamar su nombre, cayó en él estallando en mil pedazos.

Su clímax disparó al instante el de él quien, con una última y profunda embestida, alcanzó por fin la liberación. Verla disfrutar de ese modo y oírla gritar su nombre en su momento máximo de placer, fue la sensación más sensual que había experimentado alguna vez. Aun con su respiración agitada, se separó lo suficiente como para poder mirarla a los ojos. Ya no había rastros de temor en ellos sino una completa y absoluta calma. La misma calma que él sentía en ese momento. La contempló fascinado sintiendo que el tiempo se detenía en ese mismo instante. Entonces, las palabras brotaron, sin más, de su boca.

—Te amo, Micaela. Estoy completamente enamorado de vos.

Ella se sorprendió y se emocionó en partes iguales. Aun le resultaba difícil creer que en verdad alguien pudiese sentir eso por ella, pero era real. Él la amaba y ella no podía estar más enamorada.

—Yo también te amo, Leonardo. Con todo mi corazón.

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