Capítulo 19 (parte 2)

Después de dar una última mirada a los huecos del suelo, que podrían haber sido su cuerpo, Alana echó a correr en dirección a la voz que no dejaba de pedir ayuda.

Ese lugar era peligroso y no iba a dejar que un niño tuviera que sufrir en soledad.

—¡Espera! —La Sombra de la Muerte trató de detenerla, pero ella lo ignoró. Ahora que había tiempo y que la Gorgona no había aparecido, tenían la posibilidad de rescatarlo y huir de ahí. Ya no le importaba que lo de vial hubiera sido un truco. El sonido del agua que corría por debajo de ellos le daba seguridad: solo tenían que alcanzarla para escapar.

Agradeció que los capullos azules de la pared se extendieran por el resto de la cueva, permitiéndole a sus ojos mortales tener algo de luz. Sabía que si había iluminación en ese lugar era para que alguien como ella pudiera ver.

Alana giró por el camino hasta que llegó a una intersección. Detrás de ella escuchaba las pisadas de su amigo que la seguía, pero no era lo suficientemente rápido.

—¡Por favor! —volvió a llamar la voz desde el camino de la derecha. Tenía que apresurarse antes de que los gritos alertaran al monstruo que vivía ahí.

—Alana, detente —pidió Noche, el terror se reflejaba en su voz. Sabía lo que le diría, sabía que lo que estaba haciendo era peligroso, pero si lograba salvar a alguien, todo habría valido la pena.

Entró en la cámara de donde provenía el sonido y en ese momento algo helado y carrasposo le golpeó el rostro haciéndola caer. Las luces se apagaron... No, no se apagaron: sus ojos se cegaron. Todo se había vuelto negro a su alrededor.

Sintió cómo su cuerpo chocaba contra el suelo, magullándose, y, al mismo tiempo, le dio la impresión de que su mente iba más allá, a otro lado más allá de las rocas que estaban bajo sus pies, a un lugar en el que parecía que siempre había pertenecido y que la estaba esperando... Iba a casa.

Cuando se dio cuenta, estaba de nuevo en su choza. Pensó que el viaje a la Isla de la Serpiente había sido un sueño por más de que en ese momento había algo extraño en su realidad. No recordaba que todo en su mundo se viera tan opaco y, aun así, se levantó de la cama.

Se encontró con sus plantas y su vestido recién confeccionado sobre la humilde mesa que usaba para comer y para trabajar. Afuera había ruido, murmullos y el crepitar de las llamas que empezaban a extenderse por las paredes.

Asustada, la bruja trató de salir, pero las puertas y las ventanas estaban cerradas. Los murmullos se volvieron voces llenas de odio que le gritaban improperios y deseaban su muerte. Reconoció todas las voces y, entre ellas, estaban las de Carlota, Níspero y Clementina, sus seres queridos, a quienes había abierto su corazón y ahora deseaban deshacerse de ella.

Una Sombra de la Muerte se formó a su lado con su halo mortuorio, pero no llevaba máscara. Reconoció las facciones afiladas y la piel tan blanca como la luna de su amigo. Noche había ido por ella. Se sintió aliviada hasta que se le acercó y notó una mirada de desprecio que nunca le había visto hacer.

—No, tú no —susurró para sí misma—. Puedo perderlo todo, pero no a ti.

—Te odio —dijo su amigo acercándose un paso mientras ella daba un paso atrás para alejarse de él y de esa mirada que le rompía el corazón.

Recordó los momentos que habían pasado juntos: el día en el mercado, el paseo en el inframundo, el baile en el Quinto Rito y la mirada que le había regalado cuando ella pronunció su nombre junto al mar.

No.

Nada de esto debía ser real, él no era así... él no sería así con ella. Ese rostro que la miraba con curiosidad y devoción no podía hacer una mueca como esa.

Tenía que salir de ahí, tenía que despertar si es que estaba dormida o tenía que encontrar el camino de regreso a él.

—Te odio —dijo el ser con su voz de ultratumba y un dolor desesperante se incrustó en el pecho de la hechizada.

«Por favor, déjame despertar».

El Segador avanzó un paso más, pero esta vez ella no retrocedió. Deseaba gritar, arrancarse los ojos para no ver más esa mirada en su rostro, salir corriendo de ahí y acabar con esa vida que tan solo le había causado dolor.

«Ayúdame, quiero despertar».

—Te odio, Alana, te odio. Siempre te he odiado y siempre te odiaré, desprecio todo lo que eres y desprecio todo lo que te rodea... a el ser mientras la bruja trataba de concentrarse en su propia voz, la que pedía a gritos que le ayudaran.

«Por favor, despiértame».

—Te odio, te odio.

«No, no. No».

—Te odio.

«Por favor».

—Ven a mí. —De pronto, algo se abrió dentro de ella y sintió cómo entraba la luz en su mente. Esa segunda voz que acababa de hablar, aunque lejana, era la verdadera voz de Noche que la llamaba. Se aferró a ella con todas sus fuerzas, como si fuera la soga que la podría sacar de esa pesadilla.

—Te odio. —Volvió a escuchar en el fondo, en medio del crepitar de las llamas, pero esta vez lo ignoró. Observó al falso Segador con esos ojos cargados de odio que trataban de atormentarla. Noche, su Noche, la esperaba del otro lado de esa ilusión.

—Despierta, por favor —suplicaba la voz benigna sobre su piel, como una plegaria—. Solo despierta, no tienes que hacer nada más. Despierta y volvamos a casa, despierta y di mi nombre mil veces... Solo despierta y ven a mí...

Alana abrió los ojos y tomó una enorme bocanada de aire con el fin de llenar sus pulmones que se habían vaciado mientras estaba en el mundo de sus pesadillas. Tenía la garganta reseca como si hubiera estado gritando y la piel de su rostro le ardía por los rasguños que se había hecho mientras estaba en trance. A su alrededor todo era oscuridad, pero una oscuridad protectora creada por la capa de la Sombra de la Muerte que la envolvía.

Su amigo se había movido un poco para dejarla respirar, pero en su pecho todavía podía sentir su aliento helado que la había llamado hasta despertarla. Levantó la mirada para verlo mejor y descubrió que, detrás de la máscara de hueso, había un brillo acuoso en esos ojos como si hubiera estado llorando.

—Ya estás aquí —susurró él y en su voz había más que solo el deseo de que despertara, se sentía el terror de una posible pérdida.

Se sentó con cuidado sintiendo el dolor de su cuerpo en cada uno de los puntos en los que había tocado el suelo. Sudaba a pesar de que en ese lugar ya no hacía calor. Noche la sostuvo del brazo, ayudándola a levantarse del todo, pero ella se dio cuenta que se estaba aferrando a su cuerpo como si en cualquier momento pudiera desvanecerse y desaparecer, como si quien hubiera tenido que enfrentarse a esas ilusiones hubiera sido él y no ella.

Trató de recordar su rostro cargado de odio, pero era un borrón en su mente.

—¿Qué fue eso? —preguntó.

Noche la soltó y escondió las manos temblorosas detrás de su cuerpo, deseando que la bruja no viera su debilidad.

—La rana de la locura —explicó el Segador—. Un solo toque y te entierra en tus peores temores hasta acabar con tu mente si no logras salir a tiempo de la ilusión. —Se detuvo y la miró, ella pudo sentir el terror en sus ojos—. Te llamé... traté de avisarte, pero no me hiciste caso...

Alana se dio cuenta de que estaba apretando la capa de Noche con todas sus fuerzas. La soltó y él la retiró de sus cabezas descubriendo una cámara vacía llena de capullos luminosos. No había rastros del niño por ningún lado. Se sintió estúpida por haber caído en esa trampa, por no haber estado alerta incluso después de haber visto con sus propios ojos el engaño del vial.

La Sombra de la Muerte acunó su rostro como si fuera el tesoro más preciado que jamás hubiese podido sostener en sus manos.

—¿Qué viste? —preguntó.

Ella movió la cabeza tratando de alejar la sensación de desesperanza que todavía rondaba en el aire. Abrió la boca para contarle todo, pero, antes de que pudiera hablar, escucharon un siseo espantoso y una enorme figura calva con colmillos se alzó ante ellos con las uñas tan largas que parecían garras. No tenía piernas, pero, en vez de ellas, había una larga cola de serpiente que le permitía reptar por el suelo.

La Gorgona los había descubierto y ahora levantaba una de sus garras para atacarlos. Noche transformó uno de sus brazos en una enorme ala oscura y empujó a la bestia abriéndoles paso para salir de la cámara hacia el pasillo de la cueva. En el proceso, una de las garras del monstruo lo hirió. Luego arrojó una serie de polvos café en el rostro de su enemiga haciendo que se detuviera en seco antes de que pudiera atacar de nuevo.

—Corre —dijo la Sombra de la Muerte tomando a la bruja de la mano.

Salieron por el pasillo que daba a la intersección y avanzaron por él hasta que se dieron cuenta de que estaban perdidos. En vez de llegar a la salida, habían escogido un camino que terminaba en un barranco tan profundo que ambos se dieron cuenta de que, si saltaban, era muy probable que Alana perdiera la vida.

—Regresemos —pidió ella recordando el sonido del agua que había sentido cuando entraron y cuando corrió en busca del niño. Solo necesitaban llegar ahí para poder escapar por medio de los portales.

Un coro de siseos retumbó en las paredes. Ambos vieron con horror cómo una gran cantidad de serpientes coral se deslizaba por ellas en su dirección. Era tantas que daba la impresión de que las paredes se habían pintado de rojo, blanco y negro.

Ya no podían volver sobre sus pasos sin tener que enfrentarlas.

—Abrázame —pidió Noche.

—¿Qué? ¿Aquí?

—Hazlo. ¡Ahora!

Alana lo obedeció mientras él transformaba su cuerpo en el de un demonio con forma de lechuza y se tiraba al barranco, dejando atrás a las serpientes.

Planearon sobre el abismo eterno y descendieron algunos niveles más en la cueva. La bruja aguzaba el oído tratando de encontrar nuevamente el sonido del agua para poder salir de ahí, pero tan solo sentía el tamborileo que palpitaba en su interior casi al mismo ritmo de su corazón.

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