39) Decidir P.1
Canción: Tristura de Shinoflow
Jeca
—¿Jeca?
—¿Malcom? Qué sorpresa —balbuceé temerosa, pensé en ponerme de pie para irme, pero él se adelantó y se sentó a mi lado dándome un abrazo.
Olía a perfume de hombre. Noté sus rizos más largos casi cubriéndole las orejas, pero todo lo demás en él parecía igual.
—Yo vivo a unas cuadras de aquí, tú no, así que la sorpresa es para mí. ¿Cómo has estado? Tenía tiempo sin verte. —Se acomodó a mi lado con una sonrisa que se veía muy realista y algo se oprimió dentro de mí.
No sabía qué pensar. Por una parte su felicidad parecía sincera y Malcom me demostró ser una persona agradable; pero por otro lado, ya dudaba de cualquier sonrisa.
—Sí, no nos veíamos desde... Estoy bien, gracias... ¿Tú qué tal? —Se formó un silencio incómodo que fue reemplazado a los pocos segundos por la voz del rubio.
—Bien, un poco estresado por la escuela y otros temas, pero ahí vamos... Te ves diferente, ¿qué te hiciste?
—Me corté el cabello, lo teñí, llevo otra ropa más formal —enumeré, «Y pienso matarme pronto» pensé.
—Oh, es verdad. Antes tu cabello estaba como por acá. —Señaló su cintura—. Ahora lo tienes por aquí. —Puso su mano unos centímetros bajo los hombros. Como si no recordara yo misma mi apariencia anterior.
—Sí... Bueno, gusto en verte, yo tengo que...
—No me digas que te vas, no lo acepto —exclamó tomando mi brazo para que me quedara.
—Tengo que hacer un depósito.
—¿Entonces por qué estás acá sentada? Vamos, yo te acompaño.
—No es necesario.
—No pasa nada, Jeca. Si te incomoda hacerme caminar, te lo perdono si me compras unas papas y un refresco.
—No.
—Entonces solo las papas. Anda, vamos que mi ama' va a llegar y se va a emputar porque se me olvidó tender la ropa de la lavadora.
—Malcom, eres... —No terminé la oración porque no se me ocurrió nada lo suficiente fuerte y a la vez no tan ofensivo.
Empezamos a caminar, yo me quedé callada buscando en mi mente un pretexto para que él se fuera, porque lo del depósito fue una mentira de un plan fallido de escape.
Mi celular sonó dentro del bolso, lo tomé para darme cuenta que era Damián; pensé en regresar al trabajo, pero al segundo colgué regañándome a mí misma por siquiera tenerlo en mente. Puse el móvil en silencio para evitar sus llamadas.
—¿Vamos a ir al oxxo a depositar? —preguntó de pronto el rubio.
—No... verás, el dinero era para mi hermano, pero me acaba de marcar, que siempre no le deposite.
—Ni siquiera contestaste —reprochó.
«Eres una tarada» me reclamé.
—Es que mandó un mensaje y llamó para que lo leyera.
—Ah, bien. ¿Entonces qué hacemos? ¿Por qué seguimos caminando?
—Realmente no lo sé —admití frenando en seco—. Supongo que cada uno irá a su casa.
—No, tuve que poner la lavadora otra vez y mi mamá me va a regañar cuando se dé cuenta... Mejor hay que seguir caminando y no sentamos afuera de la tortillería.
Asentí con la cabeza, estaba fastidiada, pero Malcom no me iba a dejar ir. Seguimos avanzando hasta llegar a la única tortillería de la colonia que además tenía unos largos escalones, los cuales la gente usaba a modo de banca cuando el sol se ponía. Él se sentó primero, yo solo subí el pie derecho mientras intentaba descifrar el graffiti en la blanca pared.
—Dice "Douget" —adivinó Malcom—. Es la raya de Osvaldo, el que vive en tu esquina.
—Ni idea. —Tomé lugar a su lado recargando la espalda contra la fría cortina de aluminio que cubría casi toda la pared del local. La misma estaba tan rayada que se encimaban los nombres y dibujos.
—¿Y qué cuentas, Jeca? ¿En dónde trabajas o qué?
—Una oficina. ¿A ti cómo te va? ¿Sigues estudiando? Ah, sí, me lo mencionaste cuando recién nos vimos... qué torpe soy, ¿no? ¿Cómo está tu novia? ¿Sigues con ella, no? —farfullé al tiempo que Malcom me veía con más confusión y empezaba a sentir que me sonrojaba. No quería hablar de mí, solo buscaba cambiar el tema.
—Ahh, me va bien —meditó—. Sí, sigo con Esmeralda, solo que tuve un problema con ella hace unas horas.
—Oh... perdón, yo no pensé que... —No sabía qué decir. Entendí qué era estar mal por amor, pero no era buena aconsejando, tampoco para consolar.
—Sí, o sea, no es nada grave, pero sí... Le mandé una foto de mi verga y me dejó en visto... En visto y caliente. Mala mujer, ya no le voy a responder.
Me quedé perpleja unos segundos y solté una risa inesperada que me hizo querer llorar al darme cuenta de lo poco que solía reír.
—Es algo serio, Jeca —replicó riendo—. Estábamos en medio de una conversación cachonda. Yo esperaba un "Ay, que rica" por lo menos.
Ver su frustración tan realista me hizo soltar una carcajada más amena.
—Ay, no puede ser... Adam tiene suerte de tener un amigo como tú.
Él tragó saliva, su rostro empezó a tornarse serio y soltó un suspiro mientras buscaba su teléfono en el pantalón.
—Ya no me habla.
—¿Qué? ¿Por qué? —Malcom me ignoró unos segundos.
—Oh, ya me contestó... Estaba ocupada con sus papás, por eso me dejó en visto. Pero dice que cuando nos veamos me va a dar sentones hasta quedar seco. Ay, mi hermosa novia —explicó como si aquello fuera tierno.
—Ya, qué felicidad. ¿Qué pasó con Adam?
—¿La perdono? Digo, uno no puede andar contestando mensajes guarros frente a sus papás.
—Malcom, ¿por qué evitas el tema?
—Además me acaba de mandar unas fotos en tanga. ¡Oh sí, amor mío! Mientras tenga cara a ti no te faltará donde sentarte —insistió sin verme.
—¡Ya! Dime por qué no se hablan, luego sigues de cerdo —reprendí. Él volvió a mirarme, me hizo un señal para que esperara.
—Hermosa, ando en la calle, pero llegando a la casa retomamos nuestra plática —instruyó por un mensaje de voz. Con paciencia guardó su celular, no sin antes fijarse que estuviera bien bloqueado—. Ahora sí, ¿qué me preguntaste?
—Puta madre, Malcom, eres muy desesperante. Adam, ¿qué pasó con él? ¿Por qué no se hablan? Y no cambies el tema o salgas con respuestas tontas.
Levantó las manos a modo de defensa. Apretó los labios mientras desviaba la mirada. Yo sentía que cada segundo me aumentaba la pulsación y me hacía más difícil respirar.
—Mira, él no está muy bien desde que se separaron. Es decir, no está bien. No. Ha empeorado su problema de drogas, ahora está más flaco, se ve mal, no sé en qué está metido, ya no quiere hablarme. He ido y no me abre la puerta, no me contesta las llamadas, es más, ya ni entran... —Se encongió de hombros, como si quisiera decirme más pero ya no le viera caso.
Sentí como algo se compactaba en mi pecho, una preocupación genuina me embargó. Aún me importaba Adam, aún le guardaba rencor y aunque una parte de mí deseaba verlo bien, otra sentía gusto de saber que no era la única que la pasaba mal. De inmediato, empezó a sembrarse la culpa en mi conciencia.
—Maldita sea... ¿Es por mí? ¿Debería preocuparme? Es que él me hizo daño y yo juraba que jamás volvería a verlo, pero no... —bufé frustrada. Tenía muchos sentimientos encontrados.
—No creo que sea tu culpa, tampoco sé si lo hace porque no estás con él, yo no sé nada. Incluso Jessica intentó buscarlo, pero no la quiso escuchar... Tal vez deberías...
—Yo no soy ella —interrumpí—. Nunca fui su amiga, no creo que quiera hablar conmigo, ni siquiera me escuchó cuando fuimos novios.
—Pero podrías intentarlo ¿no? Piénsalo, ¿no quieres saber cómo está? ¿Arreglar las cosas adecuadamente? —Clavé la vista en los ojos marrones de Malcom. Él estaba preocupado.
—Supongo que despedirme de él de forma pacífica será lo mejor. Pero otro día, hoy solo quiero llegar a casa. Pasado mañana estaré libre, es domingo, ¿no? —cedí con pesar.
—Sí. Gracias. Voy a avisarle, así tenga que hacer plantón en su casa. —Su rostro se tornó más alegre.
—De verdad Adam tiene mucha suerte de que seas su amigo.
—Lo sé, maldito perro inútil.
—Nunca me imaginé que fueras así, cuando te conocí me parecías un tipo urgido —me sinceré.
—Lo era... Digo, no he cambiado mucho, solo no te molesto a ti, pero a Esme no le doy tregua —asintió despreocupado—. Lamento si te incomodé, sé que puedo ser inmaduro y pesado.
—No pasa nada. Igual siento si alguna vez te ofendí.
—Esmeralda me ha hecho ver que seguramente me lo merecía. —Soltó una carcajada.
—Me alegra que ella te ayude y su relación vaya bien. ¿Cómo le haces para no sentir celos con su trabajo?
—¿Trabajo? Ah, no.. ya no es stripper. Se salió a mediados de enero, ahora anda de mesera. No gana tanto, pero se siente mucho mejor. El estar expuesta a las miradas lujuriosas, la estaba haciendo muy mal y mejor optó por salud mental. Personalmente, me alegra que ya no esté en ese ambiente, no me malinterpretes, verla decaída me estaba doliendo mucho. La quiero, no puedo creer que se haya fijado en mí siendo tan madura... Oh, lo siento, no está bien que te hable de estos temas después de que tú y Adam...
—No pasa nada. Que yo sea infeliz no quiere decir que todos deban serlo —rechisté casi ofendida. Malcom asintió y nos quedamos en silencio viendo la calle.
—Pero entonces, ¿si puedo confiar en que me ayudarás? ¿Es seguro que vayas a ver a Adam?
—Sí. Pero hasta el domingo, yo creo que iré temprano, después de medio día, no sé... Por ahora debo irme, tengo cosas que hacer.
—Gracias. Me debes unas papas aún —replicó ayudándome a ponerme de pie.
—¿Qué? ¿Y la visita a Adam qué?
—Es aparte... Pero si dejas de verme así no me debes nada. A veces tu cara da miedo. —Sonreí por la ocurrencia.
—Adiós, Malcom. Espero que en todo te vaya bien y nunca dejes de tener ese humor.
—Gracias, yo espero lo mismo para ti.
—Solo busco estar bien —asentí girando el rostro para irme a casa.
Clavé la vista al suelo mientras daba pasos apresurados a mi hogar. La preocupación me embargaba haciéndome imposible pensar en una sola cosa; sentía culpa, mucho vacío dentro. Una alarma estaba encendida en mi cabeza, su sonido retumbaba en los oídos, pero nadie la podía escuchar, excepto yo. Ansias, nervios, miedo y hasta esperanza. Jeca se había perdido, solo quedaban las sobras buscando desaparecer.
Entré a mi casa, no presté atención al camino, ni siquiera me percaté de cuánto tiempo hice fuera, solo entré directo al refrigerador buscando algo que comer porque mi cuerpo temblaba y no supe si de hambre o ansiedad, pero sabía que comiendo se me pasarían ambas cosas.
Literalmente, engullí lo primero que alcancé a tomar: Queso, mermelada, fruta, pedazos de carne vieja, algo que me supo a podrido; no me importaba porque tenía en claro que iba a eliminar aquello apenas me sintiera tranquila. Masticar, tragar y repetir, era lo único que pensaba.
No había mucha comida en el refrigerador, así que aquel atracón duró menos de lo que deseaba. En automático me puse de pie, me serví agua, bebí todo un vaso y me dirigí al baño.
Cuando estuve de rodillas, vaciando el poco contenido de mi estómago a la par que intentaba controlar las arcadas y susurrando «Ay, Dios», mamá empezó a tocar la puerta. No había sopesado la posibilidad que ella estuviera en casa. Bajé rápido la cadena, luego me apresuré a lavarme los dientes mientras ella insistía del otro lado.
—Jeca, ¿estás bien?
—¡Ajá, ahorita salgo, no me molestes! —increpé a la defensiva.
«Le diré que estoy enferma. Igual no le interesará, hará como que no pasó nada y todo quedará igual. No sé por qué me preocupo si a ella obvio no le importará» pensé.
Salí más tranquila por la puerta que daba a la cocina evitado toparme con ella en su habitación. Una vez cruzando la sala, me puse de pie frente a mi puerta y avisé:
—Ya salí por sí quieres entrar al baño.
—¡No te escondas, Jeca!
Tomé aire, di la vuelta y caminé a sentarme en un silla en lo que mamá salía de su habitación con una cara seria, mas no enojada.
—¿Qué pasó? —cuestionó apenas tomó asiento frente a mí.
—¿De qué? —Levanté los hombros y solté una risa irónica.
—Estabas vomitado, ¡Deja de darle vueltas al asunto!
—¡Ya! Solo me cayó mal la comida que compré en el trabajo, no es gran cosa. Tenía el estómago revuelto, llegué tomando agua y me sentí peor —expliqué con naturalidad.
—¿Sí? Vine a la cocina cuando te encerraste en el baño y vi que dejaste varias cosas mordidas en el refrigerador. No es la primera vez que haces algo así, Jeca, y si tuvieras revuelto el estómago no probarías nada —argumentó tan segura de sus palabras que no pude evitar sentir miedo.
—Ah, pues... —Me encogí de hombros, luego negué con la cabeza incapaz de responder algo coherente.
—¿Te estás provocando el vómito? ¿Eres bulímica? —cuestionó de pronto.
—No —aseguré de inmediato con un tono tan a la defensiva que solo provocaba más dudas.
—¿Entonces por qué...
—¡Ya te dije que no me sentía bien! —interrumpí. Ambas nos quedamos calladas, el ambiente se puso muy tenso.
—¿Cómo te sientes? —preguntó de pronto cambiando el tema.
«Vulnerable, sola, triste, con miedo y sin ganas de nada» Estuve a punto de responder, porque la calidad en su voz me hizo bajar la guardia.
—Bien —sonreí forzosamente.
Volvimos al silencio, nos quedamos así por unos minutos largos donde solo deseaba que ella decidiera que había sido suficiente y se marchara a su habitación, pero nada, solo veía sus uñas y se arrancaba el esmalte rosa que ya necesitaba una retocada. Reparé en sus manos, las venas se marcaban más, algunos pliegues empezaban a elevarse y pecas se marcaban débilmente. La piel de sus brazos ya no se veía tan tersa; mamá estaba envejeciendo.
—¿Qué harás si me voy? —cuestioné con melancolía, intentando no hacer contacto visual para no llorar.
—¿Te vas a ir? —preguntó. Escuché como recargó su cuerpo sobre la silla.
—Sí, digo, eso espero. Quisiera hacerlo pronto. Tal vez me vaya muy lejos... ¿Tú estarás bien sola?
—Yo creo que sí. Pero, ¿te marcharás sola? ¿O planeas irte con tu hermano?
—Ah, no sé, solo sé que ya no quiero estar más aquí.
—Bien. Pues, yo espero que seas feliz donde quiera que vayas, Jeca. Sé que no estás bien, algo te pasa y si yéndote lejos estás mejor, entonces no te preocupes por mí.
—Mamá, perdóname por ser tan mala hija —pedí en un susurro. Ella se puso de pie para ir hacia mí. Me abrazó estando aún sentada y plantó un beso en mi cabeza.
—Yo no tengo nada que perdonarte, al contrario. Eres una niña linda en todos los sentidos, ojalá a donde vayas encuentres la felicidad que te hace falta.
Mamá se daba cuenta que algo no estaba bien en mí y prefería callar, porque la verdad siempre resultaba incómoda, al igual que los problemas, ¿quién quería escuchar quejas sin solución?
—Gracias por todo lo que hiciste por mí. Yo también espero encontrarme en un mejor lugar —musité. Ella me dio otro beso, luego se incorporó para quizá fumar un cigarro o beber una cerveza. No me importó, yo me metí a mi habitación sin ver atrás.
Me acosté en la cama con la carga mental provocándome más dolor en la cabeza, hombros y espalda. Cerré los ojos con fuerza porque quería dormir, pero sabía que no sería posible si antes no pasaba horas recordando lo malo que me sucedía, y para colmo, Adam regresaba a unirse a las cosas desagradables que me causaban insomnio.
No supe en qué momento me dormí, desperté porque olvidé quitar la alarma del trabajo. Tenía llamadas perdidas y mensajes de Damián, mismos que ignoré e incluso borré sin leer. Por suerte el cansancio no se fue, pude regresar a descansar rápido. La segunda vez que me desperté fue porque mi madre me cuestionó por no levantarme a trabajar, pero le mentí diciendo que tenía día libre.
Cuando por fin me levanté de forma definitiva, ya pasaba de medio día y me seguía sintiendo cansada, pero con mucha hambre. Fui al baño, me lavé el rostro y entre bostezos me dirigí a la cocina para hacerme algo de desayunar. Mamá se asomó por la puerta, me vio con reproche.
—¿Faltaste a trabajar, verdad?
No parecía molesta, así que opté por decirle la verdad.
—Sí. —Ella negó con la cabeza.
—En el microondas hay un plato de desayuno ya listo para ti —anunció volviendo a su cuarto.
Calenté la comida para luego imitar la acción de mi madre y encerrarme a comer en la cama. Llevaba la mitad del plato cuando empecé a tener molestias por gastritis, me ardía al punto de ya no querer probar un bocado más aunque sintiera hambre.
Dejé el plato en el suelo, me acomodé para dormir cuando mi madre entró sin avisar con su teléfono en la mano. Me senté a ver de qué se trataba y era mi papá llamando. Negué con la cabeza ante la señal de mi madre para que atendiera el celular.
—Aquí está, estaba dormida la floja —mintió lanzándome una mirada de reclamo. Me puso el teléfono en el oído mientras yo intentaba alejarla.
—¿Bueno? —respondí con fastidio mirando a mi madre. Ella soltó el celular y salió de mi habitación.
—¿Jeca? Soy tu papá...
«Lo dudo»
—Ya sé. —El silencio gobernó durante unos eternos segundos.
—Llamo porque tu madre... tu madre dice que estás pasando un mal momento, que estás rara.
«No me soprende que no sea por voluntad propia, pero sí que mi mamá haya intervenido».
—Pues, tengo gastritis... No considero que eso sea motivo para molestarte.
—No me molestas —se apresuró.
—Bueno, no es razón para "alarmarte".
—Jeca, solo quiero saber cómo estás.
—Estoy igual que siempre, papá —afirmé elevando el tono. De nuevo solo hubo silencio.
—¿Sigues siendo novia de...
—No —interrumpí apresurada sintiendo algo que oprimía mi tórax.
—Bien... Me alegra que hayas tomado esa decisión...
Solté una risa amarga que lo hizo guardar sus palabras.
—¿Cómo te puedes alegrar de algo que no estabas ni enterado? Ni te importó, ni te importaba, ni te importará. No estás aquí, te fuiste, tienes una vida donde yo solo era un número descontado a tu cuenta.
—Jeca eres muy injusta. Nunca me diste la oportunidad de conocerte mejor. Tú me has sacado la vuelta desde hace años, no puedes culparme de todo si cada vez que intento acercarme, me alejas con tus palabras crueles.
—¿Qué se supone que debería hacer si las veces que me prometiste volver, lo olvidaste? —No quería guárdame nada y había encontrado el momento perfecto para soltar todo aquello que me había estado perturbando.
»Te olvidaste de aquella navidad que dijiste que pasarías por mí y me quedé esperando en la puerta con mi mochila llena de ropa. Te esperé hasta que me venció el sueño y me desperté pensando que llegarías a buscarme porque algo te había atrasado. Ni siquiera llamaste hasta año nuevo.
»¿Te olvidaste cuando quedaste de pasar por mí en vacaciones? Te esperé cada fin de semana en la parada de camiones, imaginando que llegabas en cualquier momento.
»¿Te olvidaste de las juntas de escuela? ¿De los festivales donde tu silla de quedó vacía? ¿De los regalos del día del padre que tiré a la basura? ¿Alguna vez leíste las cartas que te hice? ¿Viste los dibujos? Sé que no lo recuerdas porque tú tienes otras prioridades y yo no estoy en ellas, pero eso no significa que haya sido mi decisión.
»Me alejé y no pudiste darte cuenta porque para ti solo fui el medio de verte con tu amante, ¿o crees que no me acuerdo de las veces que me llevabas a desayunar al lugar donde ella trabajaba?
Tomé aire con la mandíbula temblorosa. Me sentía expuesta, aunque libre de algo. Al otro lado de la línea se escuchó un sollozo que me hizo replicar la acción, pero me aguanté el llanto porque no era el momento de ser débil.
—No sé que hacer para remediar todo el daño que te causé —habló mi padre con la voz quebrada—. No hay excusas, he sido una vergüenza de persona, pero eso no significa que no me importes. Nunca supe como acercarme a ti, no tengo idea de qué hacer por mi niña...
—Yo tampoco sé qué hacer por mí.
«Lo intenté, juro que lo intenté y por un momento pensé que podría avanzar».
—¿Es demasiado si te pido que vengas a vivir conmigo?
«Es demasiado tarde».
—No sé. No creo que pase —revelé intentado darle a mi voz un tono menos severo y casi amable—. Principalmente, porque siento que lo pides para quedar bien o porque mi madre te dijo.
—No es así, para nada... Nunca pensé que me necesitaras porque pareces tan independiente siempre y yo... creí que te estorbaba. Cada intento de volver a acercarme a ti terminó en pelea. Pero quiero volver a tener tu confianza, que te sientas otra vez como mi hija. —Solté una risa ácida
—Supongo que así pasa, todos deben buscar su vida. Yo no soy el centro del mundo, no puedo hacer que las personas cambien o se conformen para que se queden... ¿Qué más da?
—Todo tiene solución. ¿Podemos reunirnos en la semana para comer algo juntos? Prometo llegar —propuso, su voz sonaba más animada.
—Sí, nos estaremos viendo después. Gracias por llamar... Debo colgar porque la gastritis me está dando más problemas.
—Entiendo. ¿Te llamo el lunes?
—Si quieres.
—Jeca... perdón, te juro que haré todo de mi parte...
—Te perdono, todos nos equivocamos —interrumpí—. Hasta luego, que estés bien —farfullé.
Corté la llamada sin esperar respuesta. Ya había sacado de mi interior algunas cosas, me quité un pendiente de encima.
Dejé el celular en el suelo para volver a tomar lugar entre las cobijas. El estómago me estaba molestando mucho, no era la primera vez, pero en esa ocasión se volvió más fuerte a causa del vómito y mis pocas comidas al día. Estaba forzando a mi cuerpo a trabajar de forma extenuante, también a mi mente; en general me estaba forzando a mí misma a seguir andando un camino al que ya no le encontraba futuro.
Ya no era la misma persona que buscó a Adam aquel junio, pocos días después de cumplir años. Ya no era la misma que quería atención de los hombres, que cedía a las peticiones absurdas de su única amiga o que discutía con su madre ante cualquier desacuerdo. Era diferente, una Jeca sin esperanza, sin deseos, sin metas y sin ganas de esforzarse más. No me gustaba esa versión gris, pero al menos la entendía mejor a pesar que me diera lástima.
Durante el resto del día me puse a meditar en cómo sería el mundo después que yo me fuera; claro que todo seguiría su rumbo, aunque para mi familia sería algo difícil. Podía imaginar la reacción de mi hermano, estaría pasándola muy mal, buscaría culpables, lloraría de rabia y al final la tristeza lo haría derrumbarse, pero Rosa estaría ahí para apoyarlo junto a su hijo. Él podría reponerse gracias a su familia. Lo mismo sería con papá, incluso quedaría un recordatorio de lo que nunca deben hacer con sus hijos, de dar más amor. Ellos iban a renacer porque tendrían más motivos para levantarse, pero ¿mi mamá? ¿Cómo lo tomaría mi madre? ¿Se culparía? ¿Decidiría cambiar? ¿Se hundiría más en su adicción? Me preocupaba que mis acciones acabaran con lo poco que quedaba de ella.
También me preocupaba Adam, no quería que él reviviera sus traumas, menos sabiendo lo vulnerable que estaba. Quería verlo, pedirle perdón, perdonarlo y cerrar nuestro ciclo para que él pudiera seguir su camino seguro de que mi decisión no fue tomada en base a nuestra fallida relación. Mis problemas existían antes de nosotros, incluso de no haberlo conocido estaba segura que el final sería igual.
Me quedaban tres cosas pendientes:
Hablar con Adam.
Depositarle mis ahorros a mi hermano.
Comprar las fortuaninas a como diera lugar.
Tenía dos días para completar mi lista. Estaba resignada ante la idea de convertirme en un número más. En ser la noticia de la semana antes que me olvidaran gradualmente en la prensa; en ser un símbolo de prevención; en volverme una mancha en la conciencia de aquellos hombres como Damián, aunque seguramente nunca lo relacionaría. Daba igual si él se daba cuenta o no. Ya daba igual todo.
Segunda parte del capítulo 39, otro día espero que en una semana, aún no la escribo. Kil mi, sombody seiv mi jajajaja
(ノT_T)ノ ^┻━┻
Personas que dejan votos, comentarios y teorías, las amo más.
Los banners tienen la letra de la canción "tristura" de Shinoflow, que ha servido de mucha inspiración.
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