Capítulo 20

Marcos

Leo el mensaje de León una y otra vez. Tengo el impulso de responderle, pero la culpa y la vergüenza me frenan. Bloqueo el teléfono deprisa, acto seguido lo meto en el bolsillo de mi pantalón.

Después lidiaré con el que era mi mejor amigo.

La decepción se abre paso en mi sistema. Quizás soy egoísta, pero no quiero dejar pasar la oportunidad de estar con Diana. Incluso si eso signifique que pierda la amistad de León para siempre.

—Tus padres están esperando en la sala —avisa Mari desde el umbral de la puerta.

—Iré en unos minutos. Muchas gracias.

Ella me mira con esa ternura que la caracteriza.

—¿Ya lo saben?

Su pregunta me confunde, pero caigo en cuenta de lo que quiere decirme.

—Sí, supongo que por eso vinieron a verme.

—Iré a la cocina, Marquito. Me llamas si necesitas algo.

Por primera vez en muchos años, no me siento seguro de enfrentar a mis padres. Ellos siempre me han apoyado, pero no tengo idea de cómo se tomaron la noticia. Cuando se los dije por teléfono, solo contestaron que vendrían para que hablemos personalmente.

—Hijo mío —expresa mamá cuando salgo a su encuentro.

Mi padre se levanta del sofá y me acorrala en un abrazo de oso.

—¿Cómo te sientes, Marcos?

—Bien, papá.

—Me alegra bastante —dice mientras me palmea una mejilla.

Nos dirigimos a la cocina, donde Mari les brinda algunos aperitivos.

—Así que vamos a ser abuelos —habla mi madre, emocionada.

En cambio, la mirada que me da papá es de preocupación.

—Sí.

—¿Quién es?

Sopeso si decir la verdad u omitir alguna información.

—Una compañera de trabajo.

Papá emite un resoplido y mi madre lo mira apenada.

—¿Es doctora?

—No. Trabaja en la oficina administrativa.

La tensión densa nos arropa.

—Eres un hombre, Marcos, pero opino que te precipitaste al embarazar a esa chica.

—¿No conoces a tu hijo? —le pregunta mamá—. Con su historial, mucho había tardado —añade, divertida.

El ambiente no se aligera, al contrario, mi padre y yo mantenemos una batalla de miradas.

—No lo digo por mal —se defiende—. Tú aún estás estudiando. No tienes tiempo para nada y un hijo demanda muchos sacrificios.

—¿Qué quieres que haga? ¿Le pido que aborte? O me podría desaparecer como si nada estuviera pasando —mascullo con ironía.

—Imposible, debes hacerle frente a las consecuencias de tus actos —reprende, señalándome con su índice.

—Quiero a mi hijo, papá. Estoy feliz, aun si no fue planeado.

—Y nosotros también —interviene mi madre—. Te apoyaremos y le daremos amor a nuestro nieto o nieta y a tu mujer.

—¿Cuándo nos la presentarás? —cuestiona mi padre, más relajado.

—Pronto. Yo les avisaré.

Mamá cambia de tema a propósito, aunque no le pongo la atención que requiere porque la incertidumbre me carcome. No estoy seguro si Diana querrá reunirse con ellos.

No tengo idea de en qué posición estamos. Lleva varios días sin responder las llamadas, y las pocas veces que la he visto en el hospital no permite que me acerque lo suficiente.

—¿Qué te preocupa?

Sus palabras y su mano en el hombro me sacan de mis pensamientos.

—Nada, mamá.

—¿Seguro? Puedes confiar en mí.

Sonríe con complicidad y me toma de la mano para que la siga.

—Tu padre fue al baño —aclara cuando nota que lo busco con la mirada—. Habla conmigo de lo que te molesta.

Salimos a la terraza. El sol brilla en todo su esplendor y el cielo azul nos regala una hermosa vista.

—El amor no se hizo para mí —confieso apenas nos sentamos en una de las tumbonas, uno al lado de otro, frente a la piscina.

—No digas eso...

—¿Recuerdas a Diana, mamá? Trabajó hace años en tu tienda —la interrumpo y asiente—. Es ella, coincidimos en el hospital.

—Esa chica era tímida pero agradable.

—Sigue siendo así. Diana no quiere estar conmigo.

—Van a ser padres, Marcos.

—No es necesario sentir amor para que dos personas se acuesten. —Ella entorna los ojos.

—Solo querían pasar el rato, ¿cierto?

—Yo no —respondo con sinceridad—. No te puedo asegurar que la quiero aún, pero ella es algo más que un polvo pasajero.

—Lamento mucho que tengas que pasar por esto. Eres un buen hombre, trabajador, atractivo. Cualquier mujer sería afortunada de tenerte.

—Menos la que me interesa.

—Hijo...

—Estoy agotado, mamá. He pasado casi toda mi vida detrás de personas que no sienten lo mismo por mí.

Reconocer esto es tan doloroso que percibo que me falta el aire. Debo estar defectuoso de alguna manera.

—No ha llegado la indicada. Tan fácil como eso.

—O quizás mi destino sea quedarme solo.

***

La monotonía se ha convertido en mi mejor aliada. El caos del hospital mantiene mi mente en un tipo de letargo. Sumándole los proyectos de la universidad.

Por más que me esfuerzo, no le encuentro sentido a desgastarme como lo hago. Al final del día, cuando me quedo solo en la cama, me siento vacío.

He pensado mucho en mis metas. Quiero ser un doctor de renombre, de los mejores traumatólogos de la ciudad. Salvar vidas y ayudar a la gente fue lo que me motivó a elegir esta carrera.

Pero también deseo formar una familia. Amar y ser amado, tener varios hijos y algunas mascotas.

Mis padres son un ejemplo de matrimonio ideal para mí. Anhelo una relación duradera, firme.

—Bauer.

Levanto la cabeza y mis ojos se cruzan con los de Mildred.

—¿Alguna emergencia? —pregunto, cruzándome de brazos. Ella niega—. Quiero estar solo.

Entra de lleno al consultorio y cierra la puerta, haciendo caso omiso a lo que le acabo de decir.

—La paternidad te ha caído del culo.

Sus palabras cargadas de burla me colman la paciencia.

—¡Cierra la puta boca! —Le doy un manotazo a la mesa y me levanto de un salto—. Lárgate.

—Tu berrinche me causa gracia, Marcos. —La miro con odio, pero ella ni se inmuta—. Vine a ponerte al tanto de algo.

—No me interesa.

Avanzo hacia la salida, ignorando su presencia.

—Se trata de tu novia.

Me paralizo, con la mano puesta sobre el picaporte. Me quedo de espaldas, esperando que continúe.

—Habla —ordeno impaciente.

Siento las manos de Mildred en mis brazos. Trata de darme la vuelta, y se lo permito porque la curiosidad me está matando.

—Ella se está tratando en la clínica donde trabaja alguien conocido.

—¿Puedes decirme quién es el doctor? —pregunto con interés.

Diana, aparte de que no quiere ni dirigirme la palabra, tampoco me ha puesto al tanto de los avances del embarazo. Es inmaduro de su parte. Se supone que esto es cosa de dos, es mi derecho como padre de ese bebé.

—Sí, pero descubrí algo grave.

—¿De qué demonios hablas? —Ella desvía la mirada—. Dime, Mildred. ¡Maldita sea!

—Está enferma.

—¿Qué padece? —inquiero desesperado.

—No lo sé, pero me dijeron que tiene los días contados. Tu novia se encuentra en una fase terminal.

Quiero decirle que no le creo, pero hay algo en mí que grita que es real. Entonces, recuerdo los hematomas en su piel y la manera en que habla. Diana ya se rindió hace años.

Estoy casi seguro de que esa es la verdadera razón por la que me aleja de su vida.

—Bauer, lo siento.

—Déjame solo, por favor.

—Una cosa más —dice, mirándome con lástima ahora—. Si ella se encuentra tan mal, no debería seguir con ese embarazo. Es un riesgo muy grande para ambos.

El dolor que atraviesa mi pecho no me permite contestarle. Camino de nuevo hacia el sillón y me dejo caer.

Quizás no sea tarde. Necesito hablar con ella para que le busquemos una solución. A esta esperanza me aferro, haré hasta lo imposible para salvar su vida y la de mi bebé.

***

A los que siguen y comentan esta historia: muchas gracias. Por ustedes aún sigo subiendo capítulos.

Los amo. ❤️

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