3. Desafíos

JUDITH

Con el pulso acelerado y la respiración entrecortada, acabo de salir furtivamente de la habitación que creo es de Deam y me quedo unos segundos pegada contra la puerta que acabo de cerrar tras fisgonear en una propiedad que no es mía.

Veo a Esther alejándose por el pasillo; pero la alcanzo inmediatamente y le salto encima, lanzando un pequeño grito estridente, pero ella parece estar al borde de un ataque de nervios.

―¡Llevo veinte minutos buscándote! ¿Dónde te habías metido? ¡Creí que te había pasado algo y hasta vi tu funeral!

Ah, que linda. Vio mi funeral.

―Bajé con Thiago a bailar, pero luego me arrepentí y me perdí cuando quise regresar. Es que este lugar parece un laberinto ―le contesto balbuceando, evitando revelar lo de la habitación.

Ella me mira algo desconfiada, luego parece creer, o tal vez no quiere saber realmente qué estaba haciendo porque no pregunta nada más mientras caminamos por el pasillo.

Bajamos las escaleras, y, de repente, tenemos que caminar más rápido para evitar a un grupo de borrachos que intentan subir mientras tambalean de un lado a otro. Deambulo con la mirada por el primer piso de la mansión desde mi posición, filtrándome a través de los estudiantes universitarios y no universitarios, algunos caminando desnudos, inhalando cocaína, fumando marihuana y viviendo jodidas vidas vanas.

Su salto al son de la música a todo volumen no es diferente a una versión retorcida del baile. He estado en esta fiesta durante más de una hora y todavía no he visto nada que merezca mi verdadera atención.

Miro por última vez donde vi esos ojos azules, pero ya no se encuentra ahí. De seguro está cogiendo.

De seguro es el típico picaflor con ego sobreinflamado y fragilidad de un cristal.

Después de cruzar la puerta, Esther y yo nos despedimos, donde cada una cogemos un taxi en direcciones opuestas.

Y él llega a mi mente: ¿se habrá ido? ¿Por qué siento todo eso desatado en mi interior solo con su toque?

Llego a la puerta de mi casa, busco en mi pequeño bolso de mano mis llaves, apenas abro la puerta y pongo un pie dentro, subo corriendo las escaleras al darme cuenta que estoy sola, mamá salió y aún no ha llegado. Así que, cuando entro a mi habitación, me subo a la cama sin cambiarme, solo quito mis zapatos para dejar que la oscuridad me abrace.

No sé cómo llegué hasta aquí, pero mis ojos ahora están recorriendo una pequeña sala subterránea.

Hay cuatro cubos de sangre desordenados en fila contra la pared, como los niños de un jardín de infancia que se ponen en fila para ir a comer. Qué hermoso.

Trago saliva, tratando de disimular mi conmoción para poder entender qué está pasando exactamente. Estoy mirando cuatro cadáveres suspendidos boca abajo por ganchos de carne. Hay líneas sangrientas en sus gargantas y sangre seca que mancha los rostros aterrorizados. Es una expresión extraña: emociones grabadas, pero sin vida en los ojos. Casi como mirar esas espeluznantes estatuas de cera en esos museos macabros.

En mi interior, debería haber sentido repulsión por la escena que tengo delante. Lo sé. Pero no lo siento, no importa cuánto tiempo los mire. Son cosas sin vida que cuelgan en un sótano refrigerado y ya está. Podría haber sido la ropa colgada de alguien por lo que siento, o un simple pedazo de carne. Tal vez más tarde pensaría en esto, temblaría y lloraría. Pero ahora no. Hoy solo es una gran sorpresa y decir "qué mierda es esto".

Sigo caminando cuando un grito retumba en los pasillos haciendo que un escalofrío recorre mi columna vertebral. Mis ojos se abren de par en par y me pongo de puntillas hacia el lugar de donde procede el sonido. Una puerta está abierta, la luz aún apagada. No se oyen más gritos, sino una cacofonía de efectos sonoros perturbadores: ruidos húmedos, gruñidos, respiraciones agudas.

¿Qué diablos está pasando?

Me acerco sigilosamente a una puerta y me aprieto contra la pared exterior. Un gemido gutural sale de la habitación.

Asomo la cabeza por el marco de la puerta y ahí los veo. En un lado de la cama, dos personas están definitivamente cogiendo como conejos. Un chico que lleva algún tipo de máscara de lobo está golpeando a una chica por detrás. Tiene su larga melena pelirroja enredada en una mano enguantada, tirando de ella con tanta fuerza que la cabeza de la chica está inclinada hacia el techo. Su otra mano enguantada está abollando la piel de su cadera. La golpea con fuerza mientras ella gime.

Todo eso está muy bien, pero la persona con la garganta ensangrentada y la mirada muerta al otro lado de la cama no está tan bien. Inspiro y la pareja se gira, haciéndome retroceder. El chico ladea la cabeza enmascarada en señal de curiosidad, mientras sigue entrando y saliendo lentamente de la chica.

La chica es una versión mía, pero con la mirada despiadada. La sangre le chorrea por la barbilla y le baja por el pecho, cubriendo sus pechos desnudos. Estos dos han matado a unas cuantas personas y ahora están follando en la cama. La boca de la chica se abre en una sonrisa al ver mi expresión de sorpresa.

—Me vendría bien si te unes a la fiesta —dice mientras el tipo vuelve a empujar con fuerza dentro de ella, haciéndola gemir—. Agárrala. Huele deliciosa.

—¿Ahora? —pregunta agitado.

—¿Por favor? —suplica ella mientras yo me quedo paralizada por el shock. Él suspira y se sale de ella para llegar hasta mí y obligarme a entrar. De repente, estoy tumbada en la cama. Él me besa y en lugar de empujar y correr, se lo devuelvo sintiendo la sangre pegarse a mis palmas.

―Jude.

Mascullo hacia ella, sintiendo la cabeza pesada y dolorida, como si un martillo estuviera hurgando en ella. Se me corta el aliento al verlos desaparecer.

Jadeo y me encuentro con algo... ¿blando?

Una mano acaricia mi mejilla.

Como si mi cuerpo percibiera mis pensamientos, tiembla, pero es por algo muy diferente al pánico.

Es miedo. Un miedo crudo y potente.

Permanezco tan inmóvil como un cadáver bajo el escrutinio del desconocido.

Mis hombros se ponen rígidos y el sudor me cubre la frente. Me aterra mirar detrás de mí y ver su mirada en este momento. Si lo hago, me veré atrapada y llevada al punto de no retorno. Sin embargo, abstenerme de mirarlo no disminuye su mera presencia ni el calor abrumador que emana. Irradia de mi piel como si las llamas de sus ojos la lamiera, o como si la misma muerte la besara.

―¡Jude! ―grito y mis ojos se abren de golpe.

Me doy cuenta que estoy boca abajo en mi cama, enredada entre las sábanas. La ventana de mi balcón está abierta. El sudor me cubre bajo la ropa y las sábanas. Llevo el vestido que Esther eligió para mí. Trato de bajar con cuidado de la cama, pero termino por corro al baño resignada.

Mantén la calma, Judith. Fue solo una pesadilla. No es real.

Luego de tomar una ducha y vestirme bajo directamente al comedor, encuentro una nota de mi madre avisando que tenga un buen día junto a mi desayuno en la mesa.

Justo abajo, garabateado en la misma nota hay un mensaje de papá.

"Me voy de viaje por algunas semanas. Con esto cómprate todo lo que quieras.

Te quiero."

Y puso debajo del papel unos billetes.

Me siento sola como casi todas las mañanas en la mesa, pero ya no importa, me he acostumbrado a esa situación. Empiezo a devorar uno de los Muffins que me dejaron junto a la cafetera. Me levanto de la mesa cuando me siento satisfecha, deslizo mis palmas por mi falda que se ha levantado y salgo del comedor.

Afuera el sol matinal me alumbra mientras camino por las calles de mi vecindario.

Una vez llegada al instituto, escucho varias murmullos en el pasillo de un nuevo cadáver que ha sido encontrado, acelero los pasos al darme cuenta de la hora en mi celular. Odio con todas mis fuerzas llegar tarde. Odio, que la gente se dé la vuelta y me miré, cosa que todo el mundo hace en cuanto llegas un minuto tarde a clase. Es fastidioso. En esta ocasión llego cinco minutos tardes, al entrar al salón el profesor casi me mata con una mirada asesina por interrumpir su clase cuando por tratar de no llamar demasiado la atención choco con una silla.

―Perdón ―comento nerviosa, tomando asiento al lado de Esther en la última fila del aula.

Ella me mira, divertida por mi torpeza. La miro mal al ver que en cualquier momento va a estallar de la risa antes dedicarme a escuchar religiosamente al profesor.

―Por poco te dejan afuera ―murmura mi amiga, sin levantar la cabeza ocupada en copiar los apuntes del tiempo restante de la clase. ―¿Acaso dormiste tarde anoche?

Levanta la cabeza después de escribir todo con punto y coma, y me mira entrecerrando los ojos.

Levanto una ceja y me acerco a ella como quien cuenta un secreto.

―Sí, un chico sexy entró a mi habitación por el balcón, arrancándome la ropa y me pegó a la pared. No paramos en toda la noche ―le digo con voz insinuante a punto de estallar de risa.

―Tú que eres más virgen que una monja. ¡De verdad tienes una increíble imaginación!

Ella estalla de la risa llamando la atención de los ojos curiosos de nuestros compañeros, el profesor la regaña con la mirada haciendo que se ponga seria de una vez y yo me muero de la vergüenza, hundiéndome en mi asiento.

Vaya recibimiento de un nuevo día es la mía...

Escucho el timbre lo que significa que ha terminado la clase. Llego a la cafetería del instituto atravesando esa muchedumbre oprimente junto a Esther. Ni modo.

Llego sin aliento a la mesa en donde siempre nos sentamos con otros estudiantes, parece que están a mitad de una conversación.

―Ese email es aterrador... Y lo peor es que nadie sabe quién lo envió ni cómo consiguió esa información, pero el secreto no ha impedido infundir el miedo. En todo caso la garantía del anonimato hace que siembre más misterio y pánico en las adolescentes.

―¿Cuál email? ―susurro en dirección a Abel.

―¿Revisaste tu email? ―me interroga Lua.

―¿Perdón?

―El del grupo de todo el instituto ―precisa Abel, empujando hacia mí la computadora portátil de la cual no se separa nunca.

―No ―declaro.

―¿En qué planeta vives? ―se sorprende ella.

―¡Perdón! Si no usarán esa página para tantos chismes, tal vez le prestaría más atención ―gruño mientras llevo el sorbete a mis labios para tomar un sorbo del jugo de naranja.

Me acerco con el estómago hecho un nudo. Sobre la pantalla descubro un email enviado a todos los estudiantes del instituto. Totalmente nerviosa leo toda la información línea tras línea.
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De: anó[email protected]
Para: Todo instituto.
Asunto: Víctimas del Snap.
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A está altura, ya no puedo respirar. Mis ojos recorren la pantalla y encuentran las foto de las seis chicas muertas. El calor se vuelve agobiante cuando reconozco a la última chica, justamente la misma que vi subir al auto del desconocido anoche... ¿Habré sido la última persona que la vio con vida?

¡¿Se fue con su asesino?!

¿Por qué la policía no asocia a la primera víctima con las demás?

¿Y realmente Paloma fue la primera víctima o es un caso aparte?

En el interior de mi cerebro, las preguntas martillan y respuestas absurdas quieren jugar conmigo.

Siento escalofríos y me tiemblan demasiado las manos.

Bajo esas fotos hay una sola inscripción que quiere parecer bromista, pero en realidad es escalofriante y macabra que tiene como única intención causar insomnio en las adolescentes.

"Dinos, ¿de verdad crees qué estás a salvo? Podrías ser la próxima víctima del Snap, porque nadie sabe de la sombra que lo vigila en la oscuridad.

No estás sola."

El corazón me late desbocado, creo que se me va a salir del pecho, mientras que Abel cierra su computadora y me acaricia la espalda para calmarme al ver mi cara de horror.

Me cuesta respirar aunque sé que el malestar es psicológico.

―Solo es una persona que no tiene nada mejor que hacer que sembrar miedo ―dice con una voz ronca.

Excepto que en realidad no está mintiendo del todo.

Nadie está a salvo ni lo estará hasta que no encuentren al verdadero responsable de esas muertes.

Mi análisis no deja lugar a dudas. Estoy aterrorizada desde que vi el video. Me dejo llevar por mis ideas preconcebidas y ahora solo trato de unir cabos sueltos entre el juego que jugamos ayer y el email de hoy.

Las últimas horas de clase pasan enfrente de mis ojos mientras estoy perdida en mis pensamientos, no escucho absolutamente nada, no tomo ni una sola nota ni levanto por un solo segundo la mirada de mi libreta. Cautivante, escribiendo supuestamente conexiones entre el juego y Snap.

Y ahí estoy yo, saliendo del instituto con la mente envuelta y los brazos cargados con dos libros. Con pasos apresurados camino en la acera cuando las llantas de unos neumáticos chirotean enfrente de mí mientras voy a cruzar la calle, me hace soltar una maldición por el susto.

El automóvil increíblemente lujoso que está detenido ni se molesta en dar el paso. El conductor probablemente está hablando por el teléfono o es un idiota.

Suspiro pesadamente rodeando el vehículo para seguir mi camino. Es en este instante que el cristal delantero desciende... Y su rostro de creído y de idiota aparece.

―Sube, tenemos algo que hablar ―me dice con su encantador acento.

Todo mi maldito cuerpo traidor se estremece.

Debería ser ilegal usarlo.

―Mis padres me enseñaron a no confiar en cualquiera ―le digo, cruzando los brazos sobre mi pecho, desviando la cabeza.

Cuando vuelvo a encontrarme con la mirada del individuo misterioso, quiero que se me abre la tierra bajo los pies y me trague al instante.

Trago saliva.

Me mira fijamente, me siento como un animalillo acorralado, al menos eso es lo que pienso cuando veo su sonrisa torcida.

―Sube, Judith ―me ordena él.

¿Pero quién se cree es este?

―Yo nunca te dije mi nombre y con mayor razón no voy a subir contigo.

―Como conseguí tu nombre no importa ―dice irritado y queda un poco pensativo. ―¿Cómo he podido olvidarme de mis modales?

Sale del coche y lo rodea hacia el lado del copiloto, donde abre la puerta, me coge entre sus brazos y me pone en el asiento sin ninguna delicadeza, ignorando mis insultos, todo a la velocidad de la luz, al menos eso me parece. Cierra la puerta y regresa para sentarse detrás del volante. Acelerando antes de que yo pueda reaccionar.

«Lindos modales. Sus padres estarán muy orgullosos, ¿no lo crees, Jude?» Comenta aquella voz que sale de vez en cuando a molestar.

―Ponte el cinturón de seguridad ―ordena, abrochándose el suyo.

Maldito cabrón.

«Pero lo que tiene de maldito, también lo tiene de buenorro.» Susurra con malicia mientras yo la ignoro.

―Dilo. Rápido ―hablo muy lento, tratándolo como el idiota que creo que es. ―Es la forma más rápida de que me libre de ti... Y tú de mí.

El muy desgraciado se toma un instante para repasar mi cuerpo de arriba abajo, con una sonrisa engreída en el rostro. Es extremadamente guapo. Por desgracia lo es y posee esa aura desconcertante que emite los auténticos machos alfa.

Es guapísimo
Y aterrador.

Jodidamente perfecto está el condenado. Fue hecho para escupirlo como la obra maestra que es. Lástima que sea tan malditamente idiota.

«Y desastrosamente besable. ¿Has visto sus labios?» dice con una voz pomposa.

―¿Sabes de la fiesta en la casa de Abel? ―me pregunta y asiento con la cabeza aún sabiendo que no puede verme.

Esther ya me ha hablado de ella, pero no pienso ir. No me interesa ese jueguito de pulseras sexuales.

―¿No piensas contestarme? ―replica con mucha molestia, con un tono seco y desprovisto. ―¿O acaso me estás ignorando?

―Solo te estaba ignorando ―le comento en el mismo tono.

Bufa, poniendo los ojos en blanco.

Sí, señor, muy maduro.

―¿Sabes de la fiesta o no?

―Sí, ¿y? ―finjo aburrirme, me cruzo de brazos y miro hacia la ventanilla.

―No te quiero ver ahí.

―¿Perdón? ―suelto molesta aunque no quería ir a esa dichosa fiesta.

―¿Acaso eres sorda? ―y tiene el descaro de insultarme.

―¿Viniste a hablarme, o insultarme?

―Solo te estaba insultando ―se burla, usando mis propias palabras. ―Ahora te lo repetiré por última vez, no te quiero ver ahí porque estoy seguro que este no es lugar para ti. Quédate en tu casa, o te arrepentirás.

Me rio.

Ahora me siento insultada.

Se detiene enfrente de mi casa y se parquea, yo me quedo en mi sitio contemplando el parabrisas no tengo ni la jodida idea de que va todo eso y tampoco como sabe mi ubicación, pero eso será para otro momento porque ahora estoy cabreada.

―No tienes derecho a decirme lo que puedo o no puedo hacer ―se desabrocha apresuradamente el cinturón de seguridad y gira hacia mí, todo rastro de paciencia y comprensión desaparece de su rostro, dejando a un hombre implacable.

Me agarra de la mandíbula con fuerza, pero no me hace daño, es solo para obligarme a mirarlo a los ojos mientras me desafía con la mirada que ahora mismo se ha vuelto un campo de guerra y luego me ordena con la voz fría palabra por palabra su frase:

―Tú. No. Irás. A. Esa. Fiesta ―aprieta con más fuerza, obligando a mi cuerpo a tensarse porque sus labios están a centímetros de mí y por alguna razón no puede dejar de verlo.

Arqueo una ceja, sonriendo y lo imito. ―Ya. Veremos.

Susurra algo en francés en voz baja, parece estar maldiciendo.

Después toma la compostura.

―Bájate, ahora.

Maldito imbécil.

Me salgo del auto dando un portazo al cerrar la puerta.

Tiene razón, por supuesto.

No es el tipo de fiesta que me gusta, tampoco es mi estilo.

Pero si no voy está noche a la casa de Abel, después de todo, eso significaría que le hago caso y no puede pasar eso. Soy Judith Lima significo «la alabada». Soy tan tenaz como puede ser posible.

Así que, tengo que ir a esa fiesta y espero verlo para que entienda que no manda en mí y que no me inclinare a alabarlo como si fuera un puto dios.

Idiota.

Cree que por parecerse a un bravucón me causará miedo.

Que se joda él y su estúpida arrogancia.

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