Capítulo XLIX
Mercy
Ruedo sobre mi espalda y entrecierro los ojos ante la luz del velador. A través de mis cortinas se ve la luna llena, que ilumina débilmente El Globo. Exhalo despacio y me la quedo contemplando quieta y en silencio.
Hasta que me percato que no tendría que estar mirándola.
Me incorporo de golpe en la cama. La persianas metálicas de seguridad no deberían estar desactivas.
No pueden desactivarse desde afuera a menos que sepas cómo, solo desde adentro.
—Karsten —susurro alarmada, extendiendo la mano sobre el otro lado del colchón.
Está vacía.
Me vuelvo y miro el acolchado arrugado, luego a mi libro y dos tazas sobre la mesa de luz al otro lado de la cama. Mis ojos vuelan a la puerta entreabierta y me pongo de pie en silencio, sintiendo que mi corazón ha incrementado sus latidos.
La casa está sumergida en un silencio sepulcral, por lo que mi respiración, a pesar de que me fuerzo a inhalar y exhalar tan despacio como puedo, es lo único que oigo. Maldigo mentalmente que hayamos dejado todo el armamento de la Cueva de Cerbero en el living. Lo único que cargo conmigo es el cuchillo de mi cinturón, así que lo saco y mis dedos se envuelven con fuerza alrededor del mango. Los nudillos me palidecen mientras me acerco a la puerta y la abro con cuidado, asegurándome de no hacerla crujir.
El corredor está oscuro y avanzo tanteando las paredes que tantas veces pasé, pero que ya no recuerdo tan bien. Alcanzo la puerta de la vieja habitación de Enora, que está arrimada, y me adentro en ella. Veo luz al instante.
—¿Letha? —llamo en un susurro.
Se supone que ella se quedaría aquí. Sé que lo ha hecho porque las sábanas están arrugadas y la puerta del baño semiabierta, dejando salir una débil franja de claridad.
Cuando tomo el picaporte y entro no veo nada fuera de lo normal, pero en lugar de calmarme solo logra inquietarme aún más.
Vuelvo a corredor con pasos minuciosos. Siento que los segundos se encapsulan en horas mientras avanzo en la penumbra hacia las escaleras, con el cuchillo aún en mi mano y mi adrenalina lista para terminar de dispararse.
No quiero pensarlo, pero inevitablemente lo hago: ¿Y si Henning nos encontró?
Entro a una de las habitaciones de invitados, donde se supone que tendría que estar Myko, pero está tan desolada como la anterior.
Todas están vacías.
¿Dónde están? Frunzo el ceño y siento un nudo en la boca del estómago cuando bajo el primer escalón.
—¿Nisha? —Me quedo quieta cuando la llamo, esperando por cualquier sonido en respuesta.
La misma sensación de desasosiego que sentí al ver la puerta destrozada de la casa y el mismo miedo que caló mis huesos mientras gritaba el nombre de Enora corriendo escaleras arriba me envuelve el pecho. Respirar deja de ser sencillo, pero me obligo a seguir avanzando. Estoy atenta, con cada fibra del cuerpo tensa, a la espera de cualquier movimiento, pero nada sucede.
Hasta que lo hace, abrupta pero calladamente.
Me freno en seco al ver el punto rojo entre mis botas. Mi agarre sobre el cuchillo se intensifica y con la mano libre llego a tocar la barandilla con las yemas de los dedos, que quedan casi suspendidas en el aire. El aliento se me queda atrancado en la garganta mientras pienso cómo salir de esto. Todo mi mundo se reduce a la pequeña luz circular que, lentamente, comienza a subir. Me obligo a seguir el línea rojiza, y a pesar de que quien sea que sostiene el arma con mira láser permanece oculto en las sombras, le busco de todas formas.
—Maldito... —comienzo.
—¡Mercy!
Trastabillo hacia atrás en cuanto un estruendo resuena contra las escaleras más bajas. El golpe del cuerpo y la brusca búsqueda de piedad en su voz casi me hacen perder el equilibrio.
De pronto, no veo nada.
Una luz emerge de la oscuridad y logra cegarme, aturdirme hasta el punto en que debo aferrarme a la barandilla con aún más fuerza para no caer. Las sombras se mueven demasiado rápido y, a pesar de que duele, mis ojos terminan abriéndose aterrorizados en cuanto veo a Letha arañando la madera ensangrentada de las escaleras en el desesperado intento de alcanzarme.
Me olvido que estoy siendo apuntada y El Globo se reduce solo ella. Me lanzo corriendo por la chica mientras sus gritos rebosantes de pavor llenan y rompen el profundamente inquietante silencio de hace segundos.
—¡Mercy! —grita otra vez, llorando con un miedo abatido.
Intento bajar tan rápido como puedo la escalera, pero empiezan a arrastrarla hacia abajo de los talones como si no fuera más que un costal de huesos. A la luz veo las paredes ensangrentadas y su rostro manchado de lágrimas mientras trata de arrastrarse en mi encuentro.
Hay linternas alumbrando en mi dirección, tantas que de pronto siento un golpe de calor que reemplaza el sudor frío que recorre mi columna por uno pegajoso e insoportable. No puedo mirar quiénes la sostienen porque solo tengo ojos para Letha y el temblor de sus manos que se esfuerzan por tomar las mías.
Llego a agarrar una de sus muñecas y me aferro a ella. Tiro con fuerza, tanta que siento que estoy fragmentándome extremidad por extremidad, pero no puedo sola. Veo más sombras tirando de sus talones, clavando uñas en sus piernas con tanto vigor que las lágrimas se multiplican en su rostro y el pánico que siente rompe mi corazón en cuanto mi mira directamente a los ojos en el segundo en que su muñeca se resbala de mi agarre, en que me la arrebatan.
Por la fuerza en que tiran de ella caigo de espaldas sobre las escaleras. Siento un punzante dolor en mi espina pero lo ignoro.
—¡Letha! —Me levanto, estoy lista para volver por ella, pero su rostro desaparece con un grito de auxilio al mismo tiempo en que la oscuridad vuelve.
Me quedo petrificada, respirando con dificultad y acurrucada contra la escalera. El cuchillo ya no está en mi mano y no han necesitado uno para volver a abrir la herida en mi abdomen. Siento la sangre humedecer mi camiseta mientras lucho para que suficiente oxígeno llegue a mis pulmones.
El silencio me abraza, pero sé que no estoy sola.
Hay gente viéndome desde la oscuridad y la inminente derrota pesa sobre mis hombros. Por primera vez no sé qué hacer. Estoy aterrada por saber dónde se han llevado a Letha, qué le han hecho con Myko y Nisha, quien ha arrastrado a Karsten fuera de la cama y cómo no he podido darme cuenta de esto.
Es un maldito juego.
Henning está jugando conmigo, con mi cabeza.
—Te odio —escupo, pero apenas logro oírlo sobre mi acelerada respiración—. ¡Te odio! —bravo con todas mis fuerzas hasta el punto en que mis cuerdas vocales arden con ira y frustración.
Como respuesta no obtengo nada, o eso creo hasta que el mismo punto rojo vuelve a aparecer a unos metros de mí. Sube, viene en mi dirección con una lentitud tortuosa, a propósito: otro punto se suma, y luego otro más, aparecen de la misma forma en que lo hacían las luciérnagas en el jardín de esta misma casa en verano, pero la diferencia está en que no puedo capturar la maldad del ser humano en un frasco de vidrio.
Tengo más de una docena de puntos sobre mí. Sé que se están aproximando en lobreguez y los dejo acercarse con toda mi aversión tomando fuerza en mi interior. Espero en silencio, tratando de apaciguar mi respirar, y en cuanto escucho el primer crujido de las escaleras no me cuesta saber que proviene de la izquierda.
Me importa una mierda la cantidad de armas con las que me apuntan, me lanzo hacia quien sea que se acerca con un clamor colérico. Colapso contra un cuerpo masculino y lo siguiente que siento son los mareos mientras rodamos escaleras abajo. Los gritos de aquellos silenciosos portadores de armas llenan mis oídos de golpe y las linternas vuelven a encenderse como reflectores sobre un escenario sangriento.
Todo sucede demasiado rápido. Me revuelvo, golpeo con puños y pateo, gruño y maldigo pero son demasiados. Van tomando cada parte de mí hasta que no soy capaz de moverme y me tienen tendida en el piso de la sala, con el sabor metálico de la sangre en la boca y el rencor impulsando cada latido en mi pecho.
—¡Los odio! —No me bastan las palabras, no me alcanza que mi garganta duela cuando escupo la afirmación—. ¡Los odio, los odio, los odio! —Hago lo posible para zafarme del agarre, pero es inútil y termino ganándome una descarga eléctrica por la espalda.
Mi cuerpo entero se sacude y estremece. El sufrimiento es tanto que por un momento creo que me han dejado inconsciente y agradezco no ser capaz de oír y sentir nada. Me siento un maldito cadáver por un segundo.
Me toman por los brazos y arrastran todo el camino hacia afuera. Mis pantalones se rasgan contra la piedra y el césped para empezar a sangrar en cuanto mi piel hace contacto con la acera.
A pesar de los mechones ensangrentados y sudorosos de cabello que se adhieren o tapan parcialmente mi visión, cuando abro los ojos la imagen resulta devastadora: Un tanque militar acompañado de varios Jeeps, con sus potentes luces encendidas iluminando la calle repleta de hombres y mujeres armados bajo el alba.
Myko.
Es el primero que noto. Siento que me disparan al pecho un millón de veces al trasladar mis ojos y verlos de rodillas, a merced de una pesadilla que cobró vida, que rige El Globo.
Entonces, de repente, todo deja de tener sentido.
Nisha no está sobre sus rodillas. No está siendo apuntada. No está sangrando. Ella está de pie, erguida codo a codo junto a ellos; junto a las personas que se llevaron a Enora, junto a la gente que juró hacer pagar, junto a los que nos obligaron a convertirnos en bestias.
Junto a Karsten.
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