Capítulo V
Karsten
Al principio creo que no puedo abrir los ojos porque todo está oscuro, pero luego me percato de que estoy sumido en la oscuridad a propósito. El lado derecho de mi rostro arde y sé que un hematoma me acompañará por los próximos días gracias al golpe que la chica de las trenzas me dio.
Intento moverme pero no llego muy lejos. El tintineo de las cadenas me inmoviliza. Estoy es posición vertical y puedo mover libremente los pies, pero siento algo frío rodeándome las muñecas. Tiro de uno de mis brazos y oigo el crujir de la madera arriba. Estoy esposado a dos vigas diferentes que atraviesan de forma paralela el techo, lo sé porque no siento la vibración en ambos brazos cuando tiro de uno.
Huele a moho y el aire es pesado aquí, así que no me sorprendería si estoy en un sótano.
Cierro los ojos con cansancio y algo de alivio, pero no el suficiente como para que mi mente deje de inquietarse. El plan resultó, me trajeron con ellos, pero la parte más difícil comenzará cuando...
—¡No, Clay, espera! —El grito proviene de arriba, justo sobre mi cabeza-. ¡Los demás no regresaron y no haremos esto sin ellos, carajo!
Es la chica de la gorra. Suena exasperada mientras sigo con la mirada, a pesar de que está oscuro, el lugar donde pisan.
—¡Es Enora la que no regresará si seguimos esperándolos, Mercy!
Mercy. Es curioso que su nombre signifique misericordia cuando no tuvo piedad ni vaciló en atacarme más temprano.
Alguien tira de una puerta con brusquedad y débil luz llega desde el corredor. Una silueta baja las escaleras a paso rápido y furioso mientras un foco comienza a titilar a un par de metros.
—Veo que ya despertó—dice la voz masculina que se acerca. Apenas soy capaz de ver a la silueta femenina que comienza a descender los escalones intentando alcanzarlo cuando él tira de su brazo hacia atrás para luego hacer contacto con mi rostro—. Hora de divertirse.
Mi cabeza es echada hacia atrás con un puñetazo en el mentón. Oigo el chasquear de los huesos de mi mandíbula y el tirar de las cadenas deteniéndome de retroceder más por el impacto. Los músculos de mis extremidades superiores arden por la tensión y, cuando mi cabeza vuelve hacia adelante, él me propina un codazo que de forma automática me hace gotear la nariz. El gusto metálico de la sangre me llega a los labios.
—¡Clayton! —Mercy tira de su antebrazo, obligándolo a retroceder, pero él no quita la vista de mí.
La luz del foco ya es estable y veo a un robusto chico de piel oscura cuyas manos yacen hechas puños a sus costados. Está tan cabreado que sus aletas nasales se abren y cierran como si respirar le costara. Mi presencia lo agita, enfurece y hace que le brillen de esa forma los ojos, con una sed de violencia insaciable.
—Un placer conocerte también, amigo —escupo la sangre que se acumula en mi boca a sus pies.
Él busca el segundo round pero la castaña se interpone entre nosotros de lado, jamás dándole la espalda a ninguno. Chica lista.
—Dijimos que haríamos esto juntos, los cinco de nosotros —le recuerda al tal Clayton poniéndole una mano en el pecho y reteniéndolo—. Sé que estás furioso, pero si yo puedo contenerme, como el diablo que tú también puedes. Es mi hermana a la que se llevaron y no estoy partiéndole hueso por hueso a este tipo a pesar de que ganas no me faltan. —Gira la cabeza para mirarme a mí esta vez. Su cola de caballo chasquea el aire como si fuese una especie de látigo y en sus ojos chocolate, bajo la visera, rutila una advertencia para que me comporte—. Y tú cállate antes de que retome lo que estaba por hacerte en La Ratonera.
El silencio que sigue solo se oye interrumpido por las pesadas respiraciones.
Es una chica centrada, muchacho. Siempre sabe qué hacer, hacia dónde dirigirse. Tiene una brújula interna y la única forma de averiarla y guiarla hasta aquí es haciéndola perder su equilibrio. Encuentra la forma de desestabilizarla, de darle donde más le duele. Perderá el control y querrá recuperarlo, entonces, justo en ese momento, le haces creer que volvió a ser consciente de dónde está el norte... aunque esté apuntando al sur: así la traerás aquí, usando a Enora.
No quiero hacerlo. No quiero meterme con su familia, pero le debo a Henning todo. Le prometí que se la llevaría, y por eso digo algo de lo que sé que me voy a arrepentir.
—Era linda, ¿sabes? —Trago saliva con dificultad. Un músculo salta en la mandíbula de Clay. Mercy me mira con fijeza—. O por lo menos lo era hasta que mi compañero Marcus la hizo su perra personal.
En los ojos de Mercy hay un contraste: frío y calor. También una fusión: a la frialdad la envuelven las llamas.
—¡Déjala, suéltala! —suplico a los gritos, tirando de su camiseta mientras me da la espalda y la sigue sosteniendo para que no se mueva—. ¡Déjala ir, papá!
Mamá lleva demasiado tiempo bajo el agua.
—¡Apártate antes de que te dé una lección a ti también, niño! —Con su brazo libre me empuja hacia atrás. Resbalo por los azulejos mojados y mi espalda choca contra la puerta. Me deslizo por la madera astillada y alcanzo el picaporte.
Pienso en lo que ella siempre me repite: no debes arriesgarte a salir herido por nadie, ni siquiera por mí.
Tengo miedo y no quiero acercarme, sé que si vuelvo a hacerlo podría terminar como ella. Mi vista se vuelve borrosa por las lágrimas que se me acumulan en los ojos, pero a pesar de eso sigo distinguiendo la forma en que mamá lucha por salir a la superficie: él la sostiene del cuello contra el fondo de la bañera, sé que ella está gritando bajo el agua mientras mueve con desesperación las piernas y le araña el brazo.
Con piernas temblorosas me pongo de pie.
Las lágrimas son algo a lo que estoy habituado, pero estas son diferentes. El gusto salado es más fuerte y me lleno de coraje cuando grito y corro, saltándole a la espalda. Rodeo con mis cortos brazos sucuello y él no tiene más remedio que dejarla ir. Mamá sale a la superficie jadeando, tosiendo y llorando. Se lleva una mano al cuello, donde sus asquerosos dedos han dejado su marca, y toma una gran e irregular bocanada de aire, como si fuera un bebé recién nacido que no sabe qué está ocurriendo pero que, innatamente, sabe que tiene que respirar.
Él se pone de pie. Le temo a las alturas y toda esa valentía que sentí cae en picada.
Estira los gruesos brazos sobre su cabeza y tira de mis codos. Me lanza a la bañera con la facilidad en que se lanza un trapo sucio al piso. El sonido alrededor se desvanece por el segundo en que estoy bajo el agua. No puedo evitar gritar porque todo el costado de mi cuerpo dio contra los azulejos antes de que cayera.
Mamá me rescata.
Siempre lo hace.
Me envuelve en sus brazos y me acerca a su pecho. La falda de su vestido flota a su alrededor y mientras respiro con dificultad observo las flores de la tela. Tengo miedo de mirarlo a él.
—La próxima vez que me entere que le abriste la puerta a un extraño mientras estaba trabajando... no saldrás de esa bañera, Magnolia —advierte mientras tiemblo y lloro en silencio contra mamá. Ella me acaricia el cabello y me sostiene como si fuera parte de sí—. Flotarás en ella.
Me atrevo a mirarlo y me arrepiento al instante: no solo hay frialdad o fuego en su mirada, sino ambos.
Y eso me aterra.
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