FIN


FIN

Las súplicas de la recitación del Corán son llevadas a cabo en todo Estambul. El pueblo está de luto. Después de regresar de Edirne, el cuerpo de Habraam fue llevado a su mezquita. Todos lo visires del Estado, embajadores extranjeros aliados del Imperio, todos sin excepción lloran la partida del Sultan. Ahmed se ha encerrado en sus aposentos, había sido el lugar de descanso de los amantes, aun guardaba todas las cosas de Habraam.

Dervis, como gran visir, cumplió su deber de citar a Suleyman a la capital tan pronto como Habraam falleció, ellos llegaron primero a la capital. Él es el heredero del trono por derecho. Sin embargo, prefirió acompañar a su cuñado en el luto, prefirió darle una digna sepultura a su hermano como todo un Sultan de la Dinastía Otomana, antes de tomar legítimamente el trono de la dinastía.

Todos están en Estambul, todos los miembros de la dinastía recitan el Corán. El palacio está en silencio. No hay ruidos, incluso el cantar de los pájaros podía ser escuchado en los más recónditos pasillos del vasto palacio.

—Majestad —saludó Gul aga al ingresar a los aposentos de Ahmed—. Todos los embajadores ya se han marchado. Sus hijos y nietos están aquí, desean verlo.

—Déjalos pasar.

Suleyman, Ibrahim, Gulfem, Halime, todos ingresaron a los aposentos de Ahmed. Todos se postraron en la cama alrededor de él. Nadie dijo una palabra, todos se quedaron en silencio.

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—Adelante —dijo Suleyman.

—Ahmed... —saludó Mihrimah junto con sus hijas.

La sultana se acercó a la cama y al igual que sus hermanos y sobrinos, se unió a ellos. Las palabras de Habraam volvieron a resonar en la mente de Ahmed, "Debes cuidar de nuestra familia. Ellos te necesitarán".

—Lo haré... los cuidaré por ti —murmuró Ahmed.

Eventualmente, Ahmed fue recuperándose de su perdida. Asistía a sus obras benéficas, construía mezquitas, baños públicos, bibliotecas, escuelas, se hacía acompañar de sus hijos y sus nietos. Todos los viernes visitaba la tumba de su esposo y le dejaba un tulipán. Pasaba horas allí, lee poemas, ha construido todo un jardín alrededor de la tumba de Habraam con sus propias manos.

—¿Lo estoy haciendo bien, mi señor?

Preguntó Ahmed mientras colocaba el tulipán sobre la tumba. Se tumbó sobre sus rodillas. Sus ojos inspeccionaban cada centímetro del lugar.

—Nuestros hijos están bien. Gulfem ya es madre de un hermoso varón. Su hermano Suleyman ha sido padre por segunda vez. Aun espero unos años para casa a nuestra Halime, ¿le conté que está enamorada?

La brisa que rosaba su piel le hacía estremecerse. Quería creer que era su Habraam, que él estaba ahí, le acompañaba.

—Es difícil vivir sin usted, señor. Yo... yo hago lo que puedo... pero es difícil.

Su voz se quebró. Sus lágrimas vuelven a caer sobre sus mejillas. La desesperación vuelve a apoderarse de él. Así ha sido todos los viernes. El dolor regresa.

—Me he quedado como dijiste, ¿por qué tiene que doler tanto? ¿por qué no puedo irme contigo?

Limpió sus lágrimas con el dorso de sus manos, esbozó una sonrisa y tomó las flores secas.

—Me iré, volveré pronto... espéreme siempre, mi señor.

¡Siempre te estaré esperando, mi tulipán! —la fina brisa golpeó el rostro de Ahmed y susurró.

***

Los problemas de Estado no cesan, Suleyman se ha comportado como un excelente Sultan. Kemankes se ha encargado del harem. Ahmed ha decidido cambiar de ambiente y ha venido a Edirne a residir, las costumbres dictan que debería irse a Bursa, pero es Ahmed, él es el imperio.

Cenet, la encargada del palacio de Diyarbakir, ahora se encarga de Ahmed. Ella junto con Gul aga, son los responsables del palacio de Edirne. Sariye siempre visita Ahmed, desde la muerte de Habraam, Sariye nunca ha descuidado la salud de Ahmed, al igual que su hijo, el príncipe Ibrahim.

—Mi señor, ha llegado una carta de la capital —dijo Gul.

Al leerla, los ojos de Ahmed se abrieron con sorpresa, para posteriormente dejar escapar una sonrisa. Era una sonrisa genuina.

"Mi Sultan, este servidor de Alá en la tierra ha tomado una decisión y espero, Alá mediante, usted pueda comprender y apoyarme. Su Majestad sabe lo mucho que amo a su hermano. Es la luz de mis días. La Sultana que llena mi corazón. Por ellos, mis hijos, he decido renunciar al trono otomano y cederlo a mi sobrino, el príncipe Ibrahim. Quiero irme a su compañía, en Edirne, su hermano lo extraña. Queremos crear nuestro hogar allá, Alá mediante. Quedo a expensas de su respuesta".

—Escríbele a mi león Suleyman de regreso, infórmale que su padre lo espera aquí —dijo Ahmed dando un largo suspiro.

—Mi Sultan, ¿ha pasado algo en la capital?

—Suleyman vendrá a vivir con nosotros —dijo—. Ha renunciado al trono otomano.

Los ojos de Gul aga se agrandaron. Su mano fue a parar a su boca para ocultar su sorpresa. Ahmed vio esta acción y no dudó en reír.

—Mi señor, ¿eso es correcto?

—No lo es, Gul aga. Pero es la decisión de mi león, no puedo negarle su felicidad.

La noticia corrió por toda Anatolia. Ibrahim asumía el trono. Suleyman y su familia se exiliarían en Edirne, pasando a ser el primer Sultan en la historia otomana en renunciar a su cargo y renunciar por amor, por el amor de un hombre.

En Estambul, los ánimos están divididos. Unos quieres la cabeza de Suleyman por renunciar, otros no aceptan al joven Ibrahim en el trono otomano. Ibrahim ha cumplido 22 años, ha aprendido más idioma que cualquier otro príncipe, ha participado en muchas campañas a pesar de su edad, pero el pueblo otomano no está feliz.

Las pequeñas rebeliones no causan problemas, sin embargo, cuando están llegan a causar problemas, es necesaria la ayuda externa.

—¡Majestad! El carruaje de la Madre Sultana Sariye, ha llegado.

Cenet corrió a informar a Ahmed. No era esperada esta visita. Tomó a todos por sorpresa. Ahmed ya sabía de las pequeñas rebeliones sin importancias, por lo que no le prestaba atención.

Ahmed sale a recibir a la sultana al jardín. Todos se inclinan ante ella. Ahmed la espera con brazos abiertos.

—¿A qué se debe esta sorpresa, sultana?

—Mi Sultan, nuestro hijo te necesita.

—¿Las protestas de los mercaderes?

Preguntó. Ahmed conocía la situación y sabía que, si continuasen las cosas de esta manera, sería un problema.

—Sí. Se ha vuelto peor, han saqueado el mercado. Se postran frente al palacio y desafían al Sultan —Sariye sollozaba mientras decía aquellas palabras—. Su Majestad me envió aquí para estar segura, pero sé que eres el único que puedes ayudarlo, Ahmed. Nuestro hijo te necesita.

Ahmed lo pensó. Analizó todas las situaciones y habló.

—Gul Aga, Cenet. Digan a los guardias que preparen mi carruaje.

Su largo camino a Estambul inició. Se había subido a su carruaje, sin embargo, la desesperación, el imaginar que su misión en esta vida era cuidar su familia, fue la última voluntad de su esposo, podía no ser cumplida, le aterra. Detuvo su carruaje, pidió uno de los caballos allí y galopó. Gritaba tanto que su garganta dolía. Gritaba de impotencia. Gritaba porque no podía fallarse a su amor. Gritaba porque no quería llegar tarde a salvar a su hijo.

Su viaje tardó lo necesario. Todo el mercado estaba destruido. En la gran entrada del palacio se encontraba un millar de personas.

Destur Sultan Ahmed hazretleri!

Todo el pueblo hizo silencio. Todos abrieron paso a Ahmed. Todos bajaron sus cabezas, soltaron sus piedras, palos, antorchas. Todos abrieron paso para que Ahmed pasara entre ellos. Nadie se atrevió a siquiera levanta la vista.

—¿Son estos los hijos de Alá? Revelándose contra su Sultan. ¿¡Perdieron la cabeza? ¿Quién es el que inició todo esto?

Las palabras de Ahmed se escuchan hasta dentro del palacio. Todos ya sabían que él había llegado a Topkapi.

—Pareciera que todos ustedes quieren morir bajo la espada del Sultan, ¿no es así? ¿Qué es está insolencia?

Sultan, no podemos aceptar que haya renunciado. Además, el príncipe Ibrahim es muy joven —uno de los presentes gritó.

—El difunto Sultan Habraam tenía la edad de Ibrahim cuando subió al trono y nadie cuestionó. Sin embargo, ¿por qué lo hacen ahora? ¿quiénes se creen que son para cuestionar las órdenes de su Sultan? Diré esto por última vez y van a escucharlo bien, ¡yo soy el imperio! ¡yo decido lo que está bien y lo que está mal!

Las puertas del palacio se abren.

Ahmed y todos los presentes se inclinan ante Ibrahim. Nadie objetó ninguna de las palabras de Ahmed. Ibrahim tomó la mano de su padre, las besó y le habló al pueblo.

En el harem todos están felices por la llegada de Ahmed, la mayoría de las criadas son nuevas, solo han escuchados las historias. Ver el rostro de la persona de la cual se escuchan tantas historias les alegraba. Todas querían besar su mano por su bendición.

—Padre.

—Mi león.

Ambas personas se unieron un abrazo fraternal. Ibrahim se acurrucaba en el pecho de Ahmed como solía hacerlo de niño. Ahmed manoseaba su cabeza, consolándolo.

—¿Cuándo perdí a mi pequeño Ibrahim? Ahora tengo al Sultan del mundo en mis brazos.

Los labios de Ibrahim dejaron ver una sonrisa.

—Extraño mucho a mi padre, todo sería más fácil si él estuviera con nosotros.

—Tu padre está con Alá, ahora está sentado junto a él.

—¿Seré un buen Sultan como él?

—Eres el hijo del Sultan Ahmed, por supuesto que lo serás, mi león.

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—Adelante —dijo Ibrahim.

—Ahmed, Majestad —saludó Sariye.

—Valide, acércate —invitó Ibrahim.

Los tres discutieron asuntos del imperio, a ellos se le unió el gran visir, Dervis. Al caer la noche, todos cenan en los aposentos de Ibrahim.

—Mi león, mañana temprano me regresaré a Edirne.

La intuición de Ahmed le decía que debe ir. Un susurro decía que debía partir a su palacio. Debía ir al lugar donde su amante dio su último respiro. Después de cenar los tres estaban en el balcón de los aposentos.

—Padre, ¿por qué debes irte?

—Este no es mi hogar, mi león. Siempre que me necesites, vendré a ti.

—Ahmed, este siempre será tu hogar, ¿lo recuerdas? Estamos juntos en esto —Sariye tomó la mano de Ahmed mientras decía estas palabras.

—Nuestros esfuerzos ya está aquí —dijo Ahmed señalando a Ibrahim—. Míralo.

Ibrahim abrazó a su madre y Ahmed desde sus espaldas.

—Está es mi familia —dijo, desando las mejillas de ambos.

A la mañana siguiente, todos los carruajes estaban listos. Las pertenencias de Ahmed fueron llevadas al jardín para subirlas a los carruajes. Aunque él no iría en ellos. Él ordenó que preparasen a Nur.

¡Destur Devletu Ismetlu Buyuk Valide-i Muazzama Sultan Ahmed Aliyyetu San hazretlerı!

De ser un simple migrante de tierras lejanas, llego a convertirse en La gran Madre Magnifica del Imperio Otomano.

***

Edirne, 1812.

La primavera ha vuelto a Edirne. Todos los hijos, nietos, hermanos, sobrinos, criados leales, guardias, todos celebran en el palacio. Ahmed va y viene de Estambul seguido, pero hace unos meses sus piernas le imposibilitan moverse con agilidad. Respondiendo a esto, Ibrahim ha decidido ser ellos que viajen a verle de vez en cuando.

—Hemos formado una familia muy grande —dijo Ahmed. Se encontraba solo en el jardín. Estaba sentado donde su Sultan perdió la vida en sus brazos—. Creo que ya me iré contigo, amor mío.

—Ahmed.

La voz de Kemankes le interrumpió. Se acercó y se sentó junto a él.

—Mi amado hermano.

—¿Qué pasa?

—En este lugar... aquí perdí a mi Habraam.

—Lo sé.

Kemankes podía imaginar el infierno que estaba viviendo su hermano. Sabía por qué ese lugar es el favorito de Ahmed. Fue el quien encontró a su hermano con el Sultan en brazos y llamó a los demás.

—Hermano, llamo a todos aquí. Me marcho.

—¿Qué dices, Ahmed? —las manos de Kemankes comenzaron a temblar. Desde su desafortunado pasado, Kemankes no ha vuelto a estar así de nervioso.

—Tranquilo —tranquilizó Ahmed, rosando la cara de su hermano—. Debo irme ya.

—Ahmed...

—Perdóname —Kemankes se sorprendió—. Perdóname por todo lo que pasaste, hermano. Yo debí protegerte. Pasaste por cosas horrible.

—No fue tu culpa, ¿me escuchas? Ya deja de culparte, Ahmed. Tú me amas, me cuidaste, me protegiste, así que deja de decir que es tu culpa.

Una de las criadas llamó a los demás. Todos acudieron allí y se sentaron alrededor de Ahmed. Rodeado de su familia, le hizo sentir bien, amado, feliz. El huérfano de tierras lejana, echó raíces aquí y forjó una gran familia con sudor y sangre.

—Me voy... su padre me espera —dijo sonriendo. Todos fingían ser fuertes. No querían derrumbarse frente a él—. No estén tristes. Me iré con su padre.

—Tranquilo, padre... puedes irte —dijo Ibrahim.

—Ferhat... Ferhat —casi en un suspiro susurró Ahmed.

—Aquí estoy, hermano.

—Debes proteger a Ibrahim, cuídalo, no lo dejes solo.

Por primera vez, Ibrahim vio las lágrimas de Ferhat. No soportaba ver a su hermano así.

—Lo prometo, hermano.

Ahmed volvió a sonreír. Sus ojos ya cerrados. Sosteniendo a Kemankes y Ferhat con sus manos. Su cuerpo yacía sobre el pecho Kemankes. Dio un último suspiro.

—Habraam... —dijo. Su cuerpo parecía haberse dormido. Todos estaban rotos. Ahmed ha dejado un vacío en el imperio y en su vida.

El huérfano de tierras extranjeras que logró convertirse en el primer esposo legar de un Sultan y dominar el mundo ha partido de este mundo.

¡Destur Devletu Ismetlu Buyuk Valide-i Muazzama Sultan Ahmed Aliyyetu San hazretlerı!

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