1. La llegada


El espejo es tu enemigo y tu reflejo tu castigo; te valoras poco amigo mío. 

(Espejito, espejito de Shinoflow)

Viernes 14 de septiembre, 2012.

—Claraaaaaa, ¡levántate de una vez y date prisa! Vas a llegar tarde y es tu primer día —chilló mi madre asomándose por la puerta.

—Vivimos al lado, mamá —gruñí entornando los ojos mientras me llevaba una mano hasta la frente—. Además, no me encuentro muy bien.

—No cuela, hija. Tu hermana también comenzará en el colegio y no pone tantas pegas.

—Porque ella no tiene problema en hacer amigos nuevos —murmuré angustiada—, en cambio yo... no consigo tenerlos por mucho que me esfuerce.

Entonces recordé el día de la reunión, una semana antes. Mi hermana y yo fuimos al colegio nuevo que teníamos a escasos metros de casa para escuchar las normas y conocer, aunque fuera de vista, a nuestros profesores.

El centro era enorme, mucho más grande al que asistía anteriormente, lo que facilitaría que me perdiera. Las paredes eran altas y pálidas, las verjas verdes, simulando una cárcel. El color amarillo de la fachada acentuó los latidos de mi corazón, alertándome que mi ansiedad no había hecho más que despertar.

Recordé cómo ese día miré hacia mi alrededor, observando a un montón de alumnos y alumnas abrazarse después de un verano sin verse, soltaban alaridos y chillidos agudos de felicidad —esto último las chicas—. Los chicos se daban golpes sobre los hombros o se reían por algo que estuvieran contándose. ¿Qué sentiría al vivir algo así? ¿Qué se siente cuando alguien te ha echado de menos y se alegra de verte?

Mi hermana se mostraba feliz, con su eterna sonrisa y el brillo característico que adornaban sus ojos, aunque el temblor nervioso de sus piernas la delataba. A sus doce años nunca había tenido ningún tipo de problema para socializar y tenía un grupo de amigas en el lugar que habíamos tenido que dejar al mudarnos a la capital, pues nuestros padres se habían divorciado. Pero eso no quitaba que le hubiera dejado secuelas, como la inseguridad por su físico, efecto colateral de que tu padre se vaya de casa con la maleta a cuestas.

Pero yo, con quince años, tuve que superar un complejo de Electra impresionante y aprender, a base de golpes, que mi padre no era ese superhéroe que yo me imaginaba. Me había defraudado y me había producido una gran inseguridad en mi interior, más de la que ya tenía.

En mi colegio anterior, los chicos se reían y se burlaban de mí, mientras que las chicas me hacían el vacío o me criticaban cualquier aspecto o detalle que me encontraran en ese momento. Eso me hacía sentir pequeña y vacía. Un fantasma. ¿Por qué los niños tienen que ser tan crueles? ¿Por qué tienen esa necesidad de pisar a los demás? Es algo que a día de hoy me pregunto.

No tenía amigos, ninguno. Había crecido desde la etapa infantil sin nadie con quien jugar en el parque y nadie a quien contarle mis problemas e inquietudes. Era la chica rara, la solitaria. Y al final me lo había creído. No era nadie.

Mi estómago se encogió al recordarme que tendría que volver a poner un pie en el nuevo colegio, esta vez para cumplir el horario escolar. Me tendría que exponer delante de todos, conocer caras, ser la nueva, escuchar murmullos y cotilleos. No me sentía preparada.

Me revolví incómoda en el amplio asiento color borgoña, situado en medio del gran salón de actos. Me gustaba colocarme al lado del pasillo para no tener a nadie a mi lado que no fuera mi hermana. Era vergonzoso que me sintiera protegida por tener su presencia cuando era tres años menor que yo.

Pasé la charla de la presentación con nervios y muchos sudores fríos, intentando respirar con asiduidad y no hacer algún ruido extraño que llamara la atención de alguien y decidiera burlarse de mí, como tiempo atrás. La directora explicaba las normas del centro y presentaba a los profesores y las asignaturas que llevaba cada uno con voz monótona, haciéndome bostezar.

Sobre todo refunfuñé para mis adentros al escucharla hablar sobre la ropa. Tendríamos que llevar uniforme y consistía en una falda grisácea larga y plisada junto a unas medias azul marino, una camiseta o polo blanco con una chaqueta oscura encima que llevaba el emblema del colegio y unos zapatos oscuros que hacían juego con el jersey. Ese día intenté consolarme pensado que así no podrían burlarse de mí por la ropa que llevaba.

Removí la cabeza desechando esos recuerdos y tragué saliva, intentando arrastrar hacia mi interior la ansiedad que amenazaba con salir de nuevo, asfixiándome. Salí de la cama que me garantizaba un refugio seguro y me dirigí hasta la cocina, donde mi madre nos había dejado galletas y una taza de leche preparada para echar dentro el cacao en polvo.

Miré la taza entre largos bostezos mientras mis ojos se empañaban. Mi estómago me atizó varias veces, recordándome que se había cerrado con solo pensar que el día de hoy tendría que conocer a mis nuevos compañeros y no sabía cómo iban a tratarme. ¿Sería invisible también o llamaría su atención y no pararían de hablar sobre mí y mis rarezas? ¿Me aceptarían? Suspiré. Era la rara, así que nunca lo harían.

Bebí la taza de leche sin comer nada y volví hasta mi habitación para ponerme el uniforme e ir al baño a cepillarme los dientes. Cuando lo hice intenté no mirarme mucho en el espejo, no me gustaba lo que reflejaba. Mi pelo era un híbrido entre liso y rizado y se encrespaba con la humedad del ambiente, dándole un aspecto de leona. Además, tenía el típico acné adolescente y usaba gafas desde los cuatro años.

Enjuagué mi boca y salí del baño, cerrando la llave del grifo. Miré el reloj que llevaba en la muñeca derecha y comprobé que tenía que salir ya de casa. Avisé a mi hermana para que me acompañara y cogí la mochila gris que tenía tirada por el suelo para colgarla a mi espalda. Juntas pusimos rumbo a un sitio nuevo donde no sabía cómo nos iban a recibir.

Marta caminaba con una sonrisa en la cara, mientras que la mía había sido tragada y pisada con el paso del tiempo, dejándome una expresión seria y neutral.

Cuando llegamos a la zona principal, donde una mujer mayor abría un inmenso portón verde para que la masa de alumnos entrara, me paralicé. Mirara donde mirara el colegio estaba lleno de gente. Venían continuamente de todos los lados posibles y conversaban ajenos a la cascada de emociones que había brotado en mi interior.

Mi hermana me miró con cara rara y me sujetó del brazo para que me moviera, obligándome a caminar a su lado. Fue entonces cuando escuché una voz masculina con un tono curioso, diferente. Era una voz ronca con ligeros intervalos chillones.

Al mirar donde sonaba su procedencia, me fijé en dos chicos que estaban hablando de forma despreocupada, apoyados contra la pared de la fachada amarilla del edificio. Eran altos, los dos tenían el pelo oscuro y la tez blanca, pero se notaba que eran amigos, no hermanos.

No pude evitar centrar mi atención en el chico de la voz especial, su pelo era corto y sus cejas oscuras y pobladas. Sus ojos eran grandes y oscuros, casi negros y tenía las mejillas ligeramente sonrosadas. Me parecía adorable, sobre todo cuando formaba unos pequeños hoyuelos al sonreír.

Entonces su amigo hizo un gesto en mi dirección y sus ojos se encontraron con los míos. En ese momento mi corazón se paralizó durante unos instantes para pasar a golpearme el pecho en un ritmo frenético. Mis piernas empezaron a temblar como si fueran de gelatina y mis mejillas ardieron en respuesta. Parecía que el tiempo se había detenido a mi alrededor.

—Vamos a llegar tarde, Clara, muévete.

Meneé la cabeza luchando por salir del efecto hipnótico que sin quererlo él me había provocado y entré en el centro escolar mirando hacia el suelo, con un poco menos de ansiedad. Era increíble lo que ese chico había generado en mi interior sin hacer nada, solo por observarle.

Minutos más tarde entré en la clase que me habían asignado y me senté en uno de los primeros asientos, para que así se redujeran mis posibilidades de verme abordada por mis nuevos compañeros. Era una clase de tamaño estándar, con una larga pizarra verde en la pared central y las otras con cuadros y papeles sin importancia que intentaban dar vida, sin éxito, al pálido color que estas tenían.

Había llegado bastante temprano, así que pude ver de soslayo como mis nuevos compañeros iban entrando de a poco entre risas y conversaciones, mientras se iban sentando en sus respectivos asientos. Algunos me miraron con aparente curiosidad y no pude evitar que mi cuerpo se tensara. Intenté pensar en otra cosa y mirar por la ventana, cuyo paisaje era básicamente un bloque de edificios y el patio central con varios árboles frondosos, mientras esperaba que el profesor apareciera pronto, aunque temía que me hiciera levantarme y presentarme delante de todos. No confiaba en mi seguridad y temía que la ansiedad me consumiera, formando un escándalo que me hiciera visible de una forma que no quería.

Mientras tanto, para matar el tiempo e intentar relajarme, decidí abrir una de mis libretas y darle la vuelta para empezar a escribir una historia que llevaba tiempo pensando narrar. Por el momento, había decidido titularla "La chica invisible" y en ella contaría la historia de una chica que había sufrido bullying y quería conocer a alguien que quisiera ser su amigo. Así podría desahogarme y soñar con una vida paralela, una vida mejor.

Ese era mi sueño, ser escritora, o al menos entrar en el mundo editorial para corregir novelas y poder dar oportunidades a personas que, como yo, soñaban con publicar algún día y ver sus libros en las estanterías, obteniendo el cariño de los lectores.

Solo llevaba una frase escrita cuando sentí las pisadas del profesor entrando en el aula. Levanté la cabeza para observarle y me permití dar un vistazo rápido a la clase, en búsqueda del chico que había hecho que mi mundo se detuviera.

Por desgracia, eran bastantes personas y me daba pánico que alguien se sintiera atacado por mirarle y la tomara conmigo, así que solo me dio tiempo a encontrar a su amigo, ubicado entre los últimos asientos.

—Buenos días, chicos. La gran mayoría ya me conocéis, pero hay una persona que no, así que me presentaré —dijo el profesor con voz grave, elevando sus gafas con el dedo—. Me llamo Alberto y seré vuestro tutor, además de vuestro profesor de Lengua y Literatura.

No tardaron en llegar los murmullos y los comentarios entre los compañeros, hasta que escuché la voz del amigo del chico misterioso sobresalir por encima de las demás.

—¡Berto for president! —exclamó levantando la mano, ganándose la ovación de unos cuantos compañeros.

—Sí, sí. Calmaos, que acabará llegando la directora y nos reñirá a todos por el escándalo. No quisiera verme con mi sueldo reducido —advirtió revolviendo su cabello canoso y rizado mientras trataba de disimular una sonrisa—. Yo también te echaba de menos, Héctor, pero ahora pasemos a conversar dos asuntos realmente importantes y como esta es la asignatura de lengua me viene como anillo al dedo para practicar mis habilidades lingüísticas y comunicativas.

«Este es vuestro último curso en el centro y es muy importante, pues es vuestra primera toma de contacto con las ramas que podéis seguir durante el curso siguiente. Este año descubriréis vuestra valía si es que todavía no la sabéis y os hará decantaros por un ámbito u otro. Como sabéis, en este centro disponemos de tres rutas diferentes: La rama científica, la rama tecnológica y la rama de humanidades y ciencias sociales. Según las asignaturas que dominéis mejor, o la carrera, si es que ya tenéis alguna noción sobre cual queréis hacer, vuestro camino os llevará hasta vuestra rama deseada. ¡Mucha suerte mis queridos muggles, la universidad de Hogwarts os espera!

Sonreí ligeramente al escuchar la frase con la que había cerrado el discurso y no pude evitar enternecerme por ese profesor, parecía que amaba su trabajo. Además, por su físico no podía evitar recordarme a Einstein y parecía que igual, algún día, podría mostrarle alguno de mis escritos para saber su opinión. Por desgracia, mi buen humor se desvaneció al escuchar la segunda parte de su discurso y mi estómago comenzó a contraerse y apretarse a causa de la ansiedad, impidiéndome respirar.

—Bien, escuchadme. El segundo punto que quería abordar hoy, a parte de explicar en qué consistirá mi asignatura y los objetivos que aspiro a conseguir juntos, es mi deber como tutor presentar a una nueva alumna. Ponte de pie y preséntate a tus compañeros, Clara.

En ese momento mis oídos comenzaron a pitar y varios escalofríos recorrieron mi cuerpo, haciéndome sudar. Me había quedado inmóvil y rígida, mis músculos no querían ayudarme a levantarme del asiento. Podía sentir todos los pares de ojos clavados sobre mi espalda y mi perfil, incluso escuchaba algunos murmullos de fondo, preguntándose por qué no me levantaba.

Las palabras empezaron a atorarse en mi garganta y mi corazón empezó a latir desenfrenado, haciendo que se me nublara la vista. Los pequeños mareos que comenzaba a sentir por la presión se hicieron más grandes, hasta que terminé cumpliendo mi mayor miedo: Estaba siendo el centro de atención de toda la clase.

Entonces caí al suelo desplomada, perdiendo el conocimiento.

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