180. Divina belleza
Abro la puerta y camino despacio a acercarme a la cama, hay tanto silencio que sólo se escucha el sonido de mis tacos y la máquina pitando.
Agarro un banco que está a un costado y me siento a su lado.
―David ―lo llamo y abre los ojos ―yo sabía que no estabas inconsciente ―Sonrío.
Él sonríe de lado.
―Es difícil engañar a una diosa ―Su color verde de gira a mirarme y parece que intenta levantarse, cambiando su semblante a una cara que demuestra dolor.
―¡¿Qué hacer?! ―Me paro y lo detengo ―¡¿Estás loco?!
Posa su mano en mi barbilla y con delicadeza su dedo pulgar roza mi labio partido.
―¿Quién osó destruir tu perfecto rostro, forjado por los ángeles y bendecido por las estrellas? Le cortaré los dedos y se los haré tragar, por tal atrocidad a tan divina belleza.
Siento mis mejillas arder y mi corazón se acelera.
―¿El hospital te hizo más cursi de lo que eres o ya estabas loco de antes?
―Tú me vuelves loco.
Ruedo los ojos.
―A mí no me culpes de tu errado corazón, yo no hice absolutamente nada, el tonto que se volvió loco por mí fuiste tú.
Se ríe.
―Tienes razón, pero ya hablando en serio ―De repente frunce el ceño otra vez ―¿Quién fue?
―Tu padre.
―Lo mato ―Emana rabia.
―Hablando de golpes ¿A dónde fuiste para terminar así? ―Vuelvo a sentarme alejándome de su tacto.
Sonríe.
―A comprar pasajes para un avión, directo para la Argentina.
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