Texto 23: Yvaine. Capítulo 6 "Caos y Vida" Año: 2020
No creía poder soportar por mucho más tiempo... había pasado los últimos minutos apretando los párpados mientras buscaba controlar su respiración, exhalando fuertemente por la boca, al serle imposible escapar del sabor metálico que el surgir de sus colmillos había dejado sobre su lengua, apenas y podía mantenerse en la misma posición, por lo que la saliva en aquella mezcla oscurecida, se había regado sobre la almohada en la que reposaba la cabeza, mientras yacía acostado de lado, a la orilla de la cama, controlando los sonidos que se escapaban entre pujidos de entre sus labios.
No quería moverse porque podría despertarla... no quería mirarla... ni pensarla... porque al hacerlo, solo se imaginaba las mil maneras de explorar su ser y conquistarla cual tierra sagrada, marcándola para él. Pero al buscar despejarse de aquel pensamiento, acudían desde todas partes en su memoria, la perfecta forma de los pechos de su diosa y como con su intervención podía apreciar la turgencia entre sus manos y bajo sus labios, bañándolos con su calidez al sumergirlos entre sus fauces, lo que despertaba cada vez más su instinto, aquel con el que había peleado desde su despertar.
Pensarla de esa manera comenzaba a hacerlo sentir mareado, era el hecho de que sus recuerdos de su diosa, en ese momento se resumían en el deseo que no lo dejaba tranquilo, tomarla para él, sumergir su cuerpo contra ella, devorar cada rincón.
Gruñó, buscando liberarse de las intenciones que acudían desde sus vivencias, clavando las garras en el colchón, mientras restregaba el rostro contra la almohada, y trataba de mover lo menos posible las piernas, pero le resultaba una tarea demasiado ardua, la pulsación entre sus muslos no lo dejaba tranquilo, ni pensar con claridad, simplemente lo absorbían las brumas de su mente divagando en la piel de su diosa, casi por instinto, como una necesidad primitiva de su ser.
El olor de su amada le llegaba en altas concentraciones al punto de haber identificado las notas florales encubriendo las perlas de sudor que entre sueños se habían desprendido de su piel nívea. Y adivinaba entre alucinaciones con el mismo a donde pertenecían... si se habían deslizado de entre sus tan exquisitos montes o entre los recovecos bajo sus brazos, sólo lograba pensar que de donde proviniera, la lamería completamente.
Se sentía en el infierno... como el pecador que era, tal vez se lo merecía... más aún porque la sensación que invadía su cuerpo, a pesar de sentirse tortuosa, era monstruosamente placentera al saber que podría tomar de ella todo; pero debía suprimir aquello, qué clase de animal era, si sólo dejaba a sus instintos dominar...
La combustión en su interior le había retraído del plácido sueño para envolverlo en la miseria de no poder desatar su ímpetu, mientras su cuerpo parecía no comprender que lo que deseaba no estaba relacionado con lo que debía hacer. Su centro estaba tan dispuesto que el roce contra la cama le resultaba demasiado molesto, pero hasta los leves toques de la tela contra la que luchaba le estimulaban, lo que estaba pasando no era normal. No pasaban muchos segundos entre una oleada de aquellas sensaciones y otra, surcándole la entrepierna y subiendo por su columna.
Estaba seguro que si tomaba a su amada en ese estado la destrozaría, el bestial deseo lo tenía tratando en vano de mantener la cordura.
Fue solo... un instante... en el momento en que pensó en poseerla, se dio la vuelta tan rápidamente que casi se cae de la cama, quedando apoyado en sus cuatro extremidades sobre el colchón, mientras las pupilas se translucieron al plateado de la bestia.
¿Qué hacía? la manera irracional en que su cuerpo lo mantenía, preso de sus impulsos, ganándole a su mente, borrando en el plateado de sus ojos, sus sentimientos amorosos, para dejar el paso libre a todo aquello que lo hacía sentir culpable...
La diosa estaba dormida... respirando con tranquilidad, exhalando por la boca con los labios levemente separados, mientras una de sus manos yacía recostada al lado de su rostro sobre la almohada, levantando así su brazo, dándole a entender que lo que se había imaginado era real... el olor sobre el pecho y bajo sus brazos era demasiado atrayente.
Debido a la fiebre por la que él había estado surcando, la temperatura a su lado se había elevado también, obligándola a dormir sin arropar, por lo que podía apreciar a la perfección la curvatura de su cintura y caderas, deseaba deshacerse de la tela que la cubría para exponer ante él su sitios escondidos y satisfacerse con su sabor, la idea le provocó babear, ya no se sentía él mismo, era una suma de bajos instintos que terminarían por sumergirlo en una espiral hacia lo profundo de su mente; y es que solo recordar el olor que emanaba entre sus piernas horas atrás al estar juntos, le terminó por arrancar las reprimendas a acercarse guiado por la sensación de su propio centro.
Entre olfateos que lo mareaban en el éxtasis, llegó a explorar con la punta de su nariz entre las piernas de su amada, que aún dormida, pareció percibir entre sueños, ya que movió el rostro. Sensación que se fue incrementando y asustándola por la sensación se despertó de forma abrupta, encontrando a su amado, lamiendo despacio sobre su ropa interior, cual disfrutara de la relajación que el acto le brindaba, pero él ya no era capaz de detenerse, no sólo y no se separó, aún al sentirla despertar.
—¿Ali?... —se sentó con cuidado, tratando de comprender lo que sucedía, nunca antes lo había visto comportarse así, aunque aquel cosquilleo que la humedad de su lengua le había provocado, la hizo sentir extrañamente incómoda por no reaccionar y sólo sentirlo, quitando ese breve pensamiento culposo, lo tomó por los cuernos aflorados y lo retrajo, al instante que cerró las piernas, retirándose. —¿Ali?... ¡¿Ali, me oyes?! —preguntó preocupada al verlo ido en aquel estado. Notó que tenía los cabellos empapados por la fiebre y la mirada cristalizada. Por unos instantes pareció que sus miradas se conectaron, entre las respiraciones aceleradas de su amado y la incertidumbre que le provocaba, pero no pudo continuar buscando en sus pupilas sus sentidos, al ser empujada contra la cama y sentirlo hurgar sobre sus pechos, mientras torpemente buscaba abrirse camino entre sus piernas con las suyas.
De ninguna manera le rechazaría... pero no accedería cuando él no se da cuenta de nada de lo que hace, por más que su propio cuerpo respondiera de una manera que no quería detenerse a entender, por lo que opuso resistencia, separándolo de su pecho con ambas manos, lo elevó encontrándose con la molestia en su actuar, sumergido en su naturaleza que de un gruñido quejoso la involucró, ella quedó segundos inmóvil, tiempo que sintió largo mientras sentía el resonar de aquel rugido vibrando en su pecho y mente. Esos jadeos eran impulsados por su condición, lo creía firmemente, así él no pararía, por lo que la diosa preocupada y comprometida con lo que se prometieron... buscarse... para permanecer juntos siempre, sin importar nada, lo traería de vuelta cuántas veces hiciera falta, aun cuando se perdiera dentro de sí mismo. Con la ternura que la caracterizaba, elevó ambas manos hasta localizar el rostro de su amado.
—Sabes que soy tuya... no es necesario que te ocultes para tenerme... hazme tuya... —cual hubiera comprendido las palabras de su amada, rugió descontrolado, para terminar arrojándose sobre ella, atrapando su cabeza entre sus brazos, al estar tendido sobre su figura, por lo que la diosa abrazó con suavidad su espalda. La transformación no se había dado por completo por lo que tenía la posibilidad de ser entendida, acarició el lugar donde deberían haber surgido las alas, compartiéndole a través de la sensación que no era una bestia completa. Aunque así lo sintiera.
Pasados algunos minutos en la posición, con las caricias brindadas volvió en sí, preso de la enorme tensión que lo consumió con el primer despertar, lo que lo obligó a retraerse sobre sí mismo, apartándose de ella y alejándose lo más que pudo.
¿Le había hecho daño?... ¡¿Qué estaba haciendo?! Aunque tratara de pensarlo, sus colmillos y cuernos no le daban tregua impulsados por el estímulo inmenso entre sus piernas, su conciencia no era lo suficientemente fuerte como para frenarse, y aquello lo hacía entender cuán débil era en realidad, él no la merecía.
Dándole la espalda a su amada se agachó contra el colchón al final de la cama, no podía mantenerse sentado.
—Mi diosa... ¿Estás...bien?... —preguntó sumamente avergonzado de su situación, pero debía asegurarse del bienestar de su amada. Sin embargo, aunque lo intentara con toda su voluntad, la mezcla de olores que tenía rondando el ambiente a su alrededor lo estaba enloqueciendo, terminó estirando el brazo contra el colchón para enterrar las garras nuevamente mientras apretaba con fuerza la mandíbula.
La diosa se había limitado a verlo, sufría tanto que debía encontrar la manera de detenerlo... aún sin mencionar palabra alguna, se levantó de donde estaba, para acercarse a él, a la otra esquina de la cama.
—Estoy bien, mi señor... —le colocó la mano sobre la espalda nuevamente, esperando poder ayudar de esa manera como en la última ocasión, pero su toque solo lo llevó a retorcerse.
Verlo provocó que ella separara por un instante la mano que había llevado a su espalda, no quería ser el motivo de su sufrimiento, pero si de algo estaba segura, era que por él, haría todo... todo y más...
—No sé por qué está pasando esto... —pronunció suave, con el trabajo que expresarse le costaba en tal estado.
—Ali... es solo la fiebre... hace que las apariciones de la transformación...
—Lo sé, mi diosa... pero es... demasiado intenso... —alcanzó apenas a mencionar cuando echó la cabeza hacia atrás al sentir nuevamente el impulso. —Nunca había sentido algo como esto... No lo hago a propósito... no quiero que piense que yo... —agachó la cabeza hacia adelante.
—Es... una característica de las bestias... —mencionó tratando de dejar en claro su pensamiento, sin sonar severa pero no demasiado dulce. Deseaba que comprendiera que aún a esas alturas había cosas en su vida que podrían ocurrirle y sorprenderlo, por su naturaleza sobrenatural.
—Eso creí... y... no puedo negarle cuanto me avergüenzo de esto... el lado bestia... siempre saca solo lo más horrible que hay en mí... — eso sentía, era un hombre lleno de debilidades, ser la bestia que era, solo lograba que ella se preocupase por él.
—No digas eso... nada en ti es horrible... —mencionó buscado ver su rostro que yacía lejano a ella, para terminar agachada sobre él y cerrando los ojos, apoyar su frente contra su sien mientras lo sentía temblar.
—No diría eso al enterarse que solo pienso en como hacerla mía... —mencionó entristecido. Pero ella no lo soltó, continuó apoyada sobre su rostro oyéndolo respirar con dificultad.
—Para mí... ese no es ningún secreto, mi señor...
—Stacia... —se le escapó un gruñido acompañando el movimiento de sus piernas inquietas.
—Cuando yo... acepté convertirme en tu esposa... sabía lo que hacía, Ali... y te lo he dicho... tal vez no tanto como necesitarías escuchar... Pero también sueño con hacerte mío... de tantas maneras... — no mentía y aun con sus mejillas sonrojadas ocultas tras sus frentes juntas, necesitaba que él supiera que ella necesitaba tanto de su amado, como él.
El instinto de abalanzarse sobre ella volvió a engullirlo al escucharla, pero por la posición no pudo más que saltar inquieto en el mismo lugar, al estar atrapado entre los brazos de su amada.
—Mi dios...sa... cuando usted me dice eso... no se da cuenta de todo lo que hace en mí...
—¿Es... incorrecto que te exprese lo que siento de esa manera?... —metió la mano bajo su brazo, llegando a tocar sus pectorales. —A veces... me pongo a pensar en lo insensible que puedo ser... o por el contrario... lo sumamente expresiva que me vuelvo al estar contigo... aún... siento que hay muchas cosas de mi vida como diosa que deben quedar atrás... para que la mujer... se haga con todo...
—No creo que sea cuestión de dejar a una atrás... yo la amo así... entera...
—Yo... puedo decir exactamente lo mismo... Mi esposo... mi amado... mi compañero... mi espada... mi rey... mi bestia... —le susurró en el oído, sabedora que aquella forma de llamarle lo traería de vuelta al momento. El aire se centraba con fuerza en su pecho, que sintió al deslizar poco a poco su mano sobre él, mientras le escuchaba gemir entre gruñidos.
—Ali... tengo miedo de que si lo hacemos juntos... la fiebre empeore como ahora... aunque... —se detuvo un instante pensando si realmente estaría bien que tales palabras salieran de su boca, pero... ya antes le había expresado cual era su sentir... y deseaba que supiera lo que provocaba en ella... si eso podía ayudar a su alivio. —aunque no sabes cuánto deseo sentirte dentro... — su voz avergonzada sonó en un hilo ligero y sensual en los oídos de él.
—¡AHHHH! —batalló por mantenerlo abrazado, gruñía moviéndose, casi retorciendo sus piernas.
—Vamos a sacarlo... te ayudaré a sentir mejor. —Informó el proceder, encontrándose con su virilidad tambaleante y erguida, dándole la impresión de generar dolor e incomodidad, para ser tomada por ella.
—Suéltelo mi diosa... no funcionará... —respondió entre gruñidos suaves, cual buscara controlar expresarse a gritos.
—¿Por qué crees eso?... —se separó de su rostro para empezar a brindarle caricias en las cejas, frente y cabello.
—Porque lo intenté... al despertar... la presión era tanta que tenía que eliminarla... pero no pude... por eso decidí volver a recostarme... esperando que pasara...
Mientras hablaba separó los dedos, recorriendo el camino declive sobre su intimidad hacia la base, dedicándose a acariciar los alrededores, generando calor sobre su vientre, al interior de sus piernas y los colgantes a los que se dedicó por algunos momentos, llegó a pensar que estaba torturándolo por la manera en que se retorcía con el contacto, pero era el camino correcto.
—Vamos a hacerlo bien, mi señor... — era por él, aunque de alguna manera, sentía que también era para ella, entre sus muslos, podía sentir el calor que había estado tratando de negar, pero aquel deseo implícito en sus ojos como miel, hacían más difícil para él controlarse.
Iba más allá del simple hecho de desearla de esa lujuriosa manera, ¿hacerlo bien?, eso había dicho la diosa, pero le resultaba imposible pensar en hacer algo bien, cuando sólo lo dominaba aquel fuego que parecía quemarlo en el mismo infierno.
Y que contraste era cuando sentía estar en el cielo con ella dándose tan libremente a su impulso que lo tenía hambriento por tomarla.
—Me... — gruñó áspero, su diosa aún acariciaba su centro, pero se sentía tan poco, para todo lo que quería de ella, que se sintió sucio — me da miedo... lastimarla... — acabó por soltar, arrastrando por su garganta las palabras cual rasparan.
La diosa detuvo su actuar, creyendo que tal vez sí era algo que lo hacía sufrir; se puso de pie con sus ojos aguados, temblando y abrazándose a sí misma.
Qué hacía ella misma con aquello, se había puesto un disfraz en su mente, diciéndose a sí misma que era a él a quien quería aliviar; pero entre sus propias piernas palpitaba con deseo queriendo que su amado la tomara para amarla.
—Stacia — susurró como pudo, sobresaltándola.
—Perdóneme... yo... yo — musitó con voz temblorosa, estaba avergonzada.
—Mi diosa...
—Está mal... eso cree mi señor... que está mal desear de esa manera... — solo podía mirarla, aunque deseaba contenerla, no era capaz de contenerse a sí mismo...
Un silencio navegó entre ellos, sintiéndose extrañamente cortante, confiaba en ella con su vida, pero temía lo que la bestia interna que brotaba de él a flor de piel, le hiciera daño, que ella temiera de él.
Y cual calma que precede la tormenta, rugió encogiéndose, era lastimosamente más fuerte que él.
La diosa salió de aquel estado auto flagelante al verlo, e impulsada por la sola necesidad de cuidar de él, limpió su rostro, inhaló en un suspiro el aire que ya parecía ser pesado y volvió a acercarse.
Alistair alzó sus ojos al sentirla cerca, oliéndola aún más intensamente, sus colmillos afloraron en su boca al verla; ella había dejado deslizar su vestido frente a él, su rostro estaba enrojecido, por el pudor o el deseo, pero sus iris brillaban como llama ardiendo sobre él, apretó nuevamente el colchón.
—No mi señor... no quiero que trate de controlarlo — sonó casi en su mente, por la embriagante manera en que el tono susurró el pedido.
—No... no entiende... — sus palabras dolorosamente se sumergieron en las profundidades de su interior, cuando ella lo empujó firme sobre la cama, sentándose a horcajadas sobre él, con un roce que le nubló el poco juicio que conservaba; había elevado las fuertes manos masculinas sobre su cabeza, dejándolo aún más descubierto ante ella, sus senos apenas tocaban su pecho y lo escuchó volver a gruñir.
Sus ojos se perdieron en su mar —Su bestia... también desea amarme... y yo amaré cada rincón escondido de su alma, mi señor — fue suficiente para dejar de luchar, recibió de sus labios un beso tranquilo que estalló rápidamente cuando zafó sus manos para apoderarse de las caderas de su diosa, ante el gemido sutil que escapó de ella, se volvió a sentar sin apartarse de la caricia.
Y en aquel mismo instante, con sus manos presionando sus caderas y su seno sin delicadeza, su espalda se tensó y las sombras se apoderaron de la poca luz que se colaba en el lugar, creando figuras en las paredes.
Sus alas habían emergido como su propia erección, llevándolos a separar ligeramente del beso, las plumas oscuras caían con una belleza pacífica en medio de la vorágine que cual contraste los mantenía en un ritual sensual y apasionado. Un llamado a buscar sus rostros entre sí, sin llegar a tocarse, hasta que volvieron a juntarse, al punto que la lengua de la diosa, recorrió los colmillos en su interior.
No era sólo amarla, aunque ambos lo hacían con el alma, era devorar cada espacio, delinear cada silueta, atrapar con desesperación la piel del otro casi sintiendo que podía arrancarla como si fuera un papel delicado entre sus manos grandes.
La olía completa, él olía a ella, hasta la punta de sus dedos que había colado entre sus piernas y su bajo vientre, haciéndola arquear la espalda delgada, la bella y sensual imagen de su diosa empapada en sudor con sus senos y cabello bailando en la oscuridad lo incitaba a continuar con aquella manifestación de amor y necesidad.
Ella se aferró a sus cuernos y acarició las alas donde nacían en su dorso, mordiendo el lóbulo de su oreja y arrastrando sus palabras entre jadeos —Tómame... soy tuya... solo tuya... — no lograba reconocerse, pero no quería, solo con él, solo por él, si debía amar sus demonios, ella aceptaría los propios.
Amarse de esa manera tal vez no fuera visto de la mejor forma, pero era tan puro y fuerte el deseo que se esfumaban los límites de cualquier regla, era suya, podía depositar en ella sus miedos, sus más oscuros instintos y pasiones, los aceptaría y los amaría.
El gruñido resonó y sus alas se extendieron mientras la tomaba desde sus glúteos para ponerla sobre la cama, deslizando sus manos por todo el contorno de su piel húmeda. Besó vorazmente sus labios y fue ella misma quien acomodó entre sus piernas el centro palpitante de su amado.
Y se hundió en ella, con brusquedad mientras las uñas de la diosa se enterraban con fuerza en sus hombros, gimiendo con placer y dolor mezclado en su voz; sus alas permanecían extendidas mientras su boca y nariz buscaban el cuello femenino, quería impregnar su aroma a sus sentidos, se volvería loco en aquel canal cálido y estrecho que lo engullía.
Un hilo rojo corrió por su brazo y un grito agudo entró por sus sentidos; desaceleró las embestidas, lentamente volvía al vaivén de sus caderas contra ella.
Elevó su rostro, en un estado intermedio, los iris plateados la miraban consiente y sin poder ya detenerse. Ella lo notó, lamiendo ligeramente sus labios y mordiendo suave su mentón —Me volverá loca — gimió. Haciéndole partícipe de su necesidad por continuar pasó las manos de los brazos, a la cintura de su amado y estirándose solo un poco le devolvió la caricia en los glúteos
Fue el punto de inflexión en su cuerpo, era él quien enloquecería dentro de ella.
El calor subió en ambos, sabiendo que encontraría el alivio en aquella tormenta de placer que le regalaba su diosa. Todo aquel sufrimiento mientras luchaba por tratar de contenerse se esfumaría como humo de una vela apagada, mientras su cadera desesperaba por encontrar su punto de conexión final y declararla suya una vez más.
Gruñó apretándola con fuerza, mientras dejaba correr el líquido tibio dentro de su vientre, para desmoronarse entre los brazos femeninos.
Estaba tan saciado y tan temeroso de lo que había pasado, que no fue hasta que dejó de tensar su cuerpo que sintió las caricias en sus cabellos — ¿te... te lastimé? — murmuró casi inaudible, ella negó con un sonido dulce, elevó sus ojos oscuros y vio sus mejillas sonrojadas, se puso sobre sus codos, separándose apenas unos centímetros.
—Te amo — los ojos de la diosa se humedecieron y una sonrisa ligera se dibujó en sus labios — gracias... no la merezco...
—Ali... me siento afortunada por tu amor, por amarte... — besó su boca y se acomodó para retraer sus alas.
Mas antes, las manos suaves de su diosa lo detuvieron, acariciando el nacimiento de las oscuras extremidades que aparecían en el estado de la bestia, la miró sin entender —amo todo de ti, Ali... lo haré siempre, sin importar nada — sus labios se fruncieron, aunque no dijo nada, solo volvió a recostar su cabeza sobre los pechos enrojecidos de su diosa, los acarició sin otra intensión y se permitió cerrar sus ojos, antes de volver a hablar.
— ¿Por qué con usted me siento tan libre, tan aliviado...? — rio ligera, casi como si ella fuese la que sintiese lo mismo.
Así era, de la manera en que lo viera, no debía fingir nada si estaba con él, no debía tener miedo a mostrar los rincones más apartados de su alma, en las esquinas oscuras de su propio deseo.
No dejó de acariciarlo, en el silencio de esa noche que empezaba a morir, aunque ninguno de los dos dormía, pensando en los fantasmas que los atormentaban de diferentes maneras, ella le había mencionado que era normal en los animales, eso era él, eso se sentía. Más en aquella posición, anidado sobre su pecho con las alas tendidas sobre ambos cual cobertor emplumado.
Tal vez no había sido la mejor manera de decirlo, ella misma había sentido el calor entre sus piernas al saberlo tan deseoso por ella; todo provocaba el sonrojo en sus mejillas por el camino de sus pensamientos, habría sido más fácil conservar ese silencio, pero si quería que él sintiese seguridad para mostrarse ante ella en todas y cada una de sus facetas, debía hablarlo — Ali... — murmuró bajo, tan ligero que por un momento pensó que él no la había oído, y que sería mejor no volver a llamarlo.
Él se movió suave, acomodándose para cruzar su mirada oscura a la de ella, sus ojos como atardecer le decían de manera muda que había mil dudas dentro de ella — no tiene que decir nada si no lo desea, mi diosa — estaba susurrando, efecto de la noche o de su propia vergüenza por todo.
Era él el animal, el que estaba condenado, la bestia... ella era su deseo, su pasión del alma, no tenía mejor manera de describir los impulsos que lo habían llevado esa noche a no poder frenar esas ansias traducidas en su virilidad.
Pero no podía odiar el resultado, la había amado, bestial y apasionadamente, pero no dejaba de ser amor por ella; su fuego interno era solo apaciguado por su diosa, entendía cuánto era que la amaba en todos los sentidos, en todos sus estados.
El animal maldito dentro de él, también lo hacía, a su modo destructivo y agresivo muchas veces; era el motivo por el que lo trataba de reprimir con tanta ansia, pero sentirla desatar sus propios deseos sobre él, tomando posesión del acto, aguantando sus fuertes embestidas, ahogando sus gritos de placer en sus oídos, todo se resumía a un grado de conexión que iba más allá de lo que en ese momento entendía. Solo alguien que en verdad le amara pasaría por todo eso con él...
Quizás entenderlo no era la forma correcta de tratar lo que sentía —mi diosa...— escapó de sus labios desde sus propios pensamientos — yo... no tengo forma de entender lo que me pasa... mi mente no dejaba de correr frenética por hacerla mía... pero tenía tanto miedo de lastimarla... de que esa bestia dentro de mí le hiciera daño...
Ante sus palabras, ella mordió su labio, había sido intenso, pero ella lo deseó así, aunque se sintiera en esos momentos agotada y adolorida — Ali... no hay nada de ti que yo no ame... puedes tomar todo de mí... — hizo una pausa, tratando de buscar la manera de decirle lo que ella misma había sentido — lo desee tanto... — enrojeció tratando de desviar su mirada, la que fue interceptada por la mano gentil de su amado, para que volviese sus ojos a él — sentía que quemaba, en medio de mis piernas... en mis pechos, quería que me tocara, quería que tomara todo de mí... quería dejarlo amarme, sin importar nada más... e-es muy vergonzoso, ¿puede este título de diosa, soportar esta muestra de deseos paganos? — volvió a hacer otra pausa, mirándolo fijamente — p-pero no me importa, nada me importa, mi señor... si aquellos deseos por usted me superan, lo superan... quiero amarlo de todas las maneras que mi alma y mi cuerpo me lo pidan...
Alistair acarició con ternura la mejilla femenina — mi diosa... Stacia... no la merezco... — en su oscuridad, ella se volvía su amanecer; y ella tenía que saberlo —amo todo de ti, tu manera de entregarte... de dejarme ser yo el hombre que disfrute de todos tus secretos...
Se desnudaban el alma, con ternura, con locura y entrega.
La necesidad imperiosa de poseerla que lo hizo rayar en la demencia, se había ido, pero no las ganas de fundirse a ella, de manera tierna y romántica, acarició su silueta, volviendo a pegar su rostro a los pechos de piel blanca de su amada, inspiró profundo su aroma, le encantaba; su lujuria se había ido, quedando solo la suave sensación de querer sentirla, cerró los ojos para profundizar todo el entorno en su memoria.
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