13
La moneda apunta un cara. Con enojo arroja la moneda al canal.
Toma aire.
Camina más apresurado de lo que quisiera hasta un callejón, se queda en el inicio de este, esperando.
No pasa mucho cuando aparecen un grupo de estudiantes, ellos hablan y disfrutan el paisaje mientras Antonio desde atrás, cuidando al grupo del cual es tutor, de vez en cuñado hace uno que otro comentario en la conversación.
Lovino lo toma del brazo en cuanto pasa por su lado, aprovechando el factor sorpresa lo aprisiona contra la pared cubriendo su boca.
Antonio estaba listo para soltar un buen golpe hasta que nota ese cabello indomable reconociendo inmediatamente a su alumno favorito. Dicho alumno lleno le suelta hasta que se asegura de que nadie les escuche.
—¿Lovi? —pregunta con mucha confusión el español.
El aludido no le mira, con vergüenza y sin saber ahora como invitarle a una maldita cita. Debió pensarlo mejor, eso se repite como reclamo en su mente.
—¿Me estás secuestrando? —pregunta con una sonrisa, pues al demente, se le hace tierno que se avergüence tanto a mitad del "secuestro".
—Claro que no, pedazo de imbécil —susurra—. Tú quieres estar aquí —se asegura sin estar ni un poquito seguro de eso, en realidad—. No es secuestro.
—Vale, vale —igual no deja de mirar en toda dirección, no sería lindo que los alumnos y profesores se enteren de ciertas cosas y corran rumores, mucho menos con su empleo en juego. Es ese pensamiento en su empleo el que le hace tomar los hombros de Lovino y apartarle un poco con rostro de circunstancias—. ¿Quieres decirme algo, chaval? —pregunta creyendo que es solo eso.
El italiano se ciente algo desconcertado por el movimiento que les aleja, frunce el ceño ante él, pero ahora que ha dado la pauta es algo más fácil.
—¿Ya comiste? —aunque aún está algo nerviosito.
—Aún no —pero ¡No puede evitarlo! Le acaricia la cabeza con cariño ante la ternura de tal pregunta—. Te preocupas por mí —asegura enternecido.
—¡Claro que no! —se cubre la boca rápidamente, pues no debe hacer mucho ruido, en sus palmas puede sentir todo el calor de sus mejillas, que están ardiendo en rojo intenso.
Frustrado lo toma de la muñeca con tosquedad tirando de él por el callejón.
Antonio se pone nervioso, mirando hacia atrás.
—Emm... Lovino, no debemos alejarnos del grupo —pero no impide que siga tirando de él.
—Son tus diez minutos para comer —responde como si acaso ese descanso si quiera existiera. Antonio se muerde el labio pensando en que dirán cuando hagan pase de lista y reparen en que faltan ellos dos, sólo ellos dos.
—Nos perderemos —le susurra al notar que ahora andan por las calles de Venecia rumbo a quién sabe dónde por el camino de quién sabe quién.
—Vengo cada año, conozco por aquí —le responde girando los ojos con fastidio.
Al ibérico no le queda de otra más que dejarse tirar.
En efecto, Lovino sabe perfectamente a donde ir.
Ambos se postraba frente a un pequeño, muy pequeño local, algo que un turista no vería nunca, un restaurante de familia al que probablemente solo asisten los que viven por la zona, viejitos que encuentran en él un lugar de tradición y uno que otro apurado trabajador que solo tiene media hora para el desayuno.
Y es que no hay razón para ello, es un sitio hermoso. El aroma de la salsa y el pan se mezclan para invitarte a entrar.
Todo parece demasiado familiar, con las paredes llenas de fotos y recortes de periódico.
Incluso el mantel de las mesas es cálido. Lovino le indica una mesa vacía, para dos personas, que casualidad. Solo la señala, no sale palabra de sus labios.
Antonio se queda mirando el local sentandose frente al italiano, haciendo un sutil movimiento para que la silla esté más cerca del menor y por ende, él también.
En la televisión del establecimiento está la novela que a la señora del mostrador le encanta y a Lovino un poco. Para su suerte a Antonio le ¡Encanta! Inmediatamente se pone a contarle a Lovino toda la trama con entusiasmo y él, nada tonto, le sigue la plática.
Casi ninguno mira el menú. Vargas no lo necesita, en cuanto vienen a pedir la orden él ordena sin mayor problema, Antonio muy listo, ordena "Lo que él ha pedido".
Y en lo que llega su comida Antonio razona que están muy lejos como para que alguien del colegio les vea, así que sonríe siguiendo la conversación del menor, o eso pretende, por debajo de la mesa mueve su pie para acaricia sutilmente la pierna de su alumno.
Este deja de hablar ipso facto.
El sonrojo que procede es demencial.
Antonio ríe, notando que le encanta cuando el pequeño se sonroja.
¡Maldita sea la madre que los parió a todos! Piensa el español; ¡Que este crío me encanta de todas las maneras!
Es aquí cuando el ambiente se rompe gracias al mesero que les pone en frente a cada uno plato de pasta que huele como para morirse.
Ambos no pierden el tiempo comenzando a comer, con una charla más amena.
Es cuando están a punto de terminar que en la televisión se alcanza a oír un precario cantar de ópera, no por el cantante si no por las bocinas poco potentes del aparato.
Lovino levanta la vista inevitablemente, fascinado, pues conoce la canción.
Antonio desvía la mirada para lograr ver lo que el menor está observando.
—¿Te gusta? —le pregunta como si no fuera obvio.
—me encanta —suspira—. Quiero poder pararme en el escenario y deleitar a todos con mi canto algún día.
Vuelve su mirada a la de ojos verdes.
Antonio le sonríe bastante orgulloso.
—Yo creo que tú cantas mejor que ese tipo —señala la televisión.
El italiano se paraliza al sentir su sangre correr nerviosa hasta sus mejillas.
—Mentiroso —desvia la mirada casi escondiéndose.
Antonio se limita a negar con la cabeza, pues no, no era una mentira, Lovino logra ver el movimiento por el rabillo del ojo pero no parece responder a él.
Saca de su cartera un par de billetes que equivalen a la comida de ambos y una generosa propina.
—¡Oye! Vale, vale, ¿Cuánto te debo? —exclama el español al notar lo que hace el menor.
—Un viaje en góndola —sentencia el italiano dando un par de pasos lejos de la mesa, le mira en espera de que le siga.
El ibérico le sigue, claro que le sigue.
—¿Vamos a ir en góndola? —cuestiona el mayor emocionado—. Quería ir en una desde que supe que la excursión era a Venecia —confiesa—. Creí que no podría, por eso de cuidar críos y eso.
Lovino sonríe, ese comentario demuestra que Antonio no se siente "cuidando un crío", lo cual es maravilloso, pero, se abre un debate en el subconsciente de Lovino; si no siente eso ¿Qué siente? ¿Qué es una cita? ¿Qué es una escapada con un amigo?
El menor está tan perdido en sus pensamientos que no nota que ya están junto a un canal. Es cuestión de dar unos cuantos pasos para llegar hasta donde un hombre ofrece su góndola.
Antonio se adelanta a pagarle, no sin antes regatear un poco. Hace por ayudarle a Lovino a subir a la góndola, pero este no se deja, subiendo él mismo con la ayuda del dueño de la misma, dejando un billete en su mano sin que el español lo note.
—No cantes y sin mirarnos —susurra con tono mafioso.
Finalmente se sienta, frente a Antonio y su estúpida sonrisa.
Se sonroja, solo de pensar en lo que tenía planeado hacer. Un bulto en su bolsillo le recuerda que ahí hay un anillo para el español.
Se calma un poco al enterrar sus uñas en la madera de la góndola.
Antonio por su parte está encantado, mira por el borde para admirar la belleza del canal en lo interno. Incluso saca su mano para mojar la con él, maravillado, incluso por el sutil Vaivén de la nave.
Un canto de pronto desvía su atención, sus ojos verdes ame dirigen enseguida a quien pronuncia tan melodiosa tonada.
Su niño esta cantando, una canción que Antonio no conoce y apenas puede entender por ser en un tono alto, rápido, pero de lo poco que rescata en la lírica es que es una canción de amor.
Lo cual explica el sonrojo prominente en el italiano, quien tiene los ojos cerrados, concentrándose en la canción.
Porque esta es su confesión, más le vale a Antonio apreciarlo.
Recita en italiano, pero no es hasta los últimos versos que decide cambiar a cantar en español, por ti volaré.
Es cuando el familiar tono toma sentido para Antonio, guardando dicha melodía en su corazón.
Por fin Lovino termina con un suspiro.
—Dijiste que te gustaba como canto —se excusa.
—Sí —"ahora me gusta más", piensa Antonio.
Un silencio solo matizado por el suave remar se hace presente. Lovino aún no le mira.
Antonio está atónito, sin saber que significa todo esto.
—¿Qué somos? —susurra el italiano.
—¿Perdona? —cuestiona en su idioma natal, pues no ha entendido del todo en que sentido va la pregunta.
—Tú me besas, me abrazas y... No me gusta —acusa—. Pero ese tipo de cosas, es lo que hacen las parejas, no somos pareja.
Antonio, sorprendentemente, se queda callado en espera de ver a qué se refiere con esto.
—quiero que seamos pareja —admite, rápido, fuerte, antes de que pueda repetirse y es cuando esas palabras resuenan en su mente que desea saltar al canal y que la tierra se lo trague.
∆•∆•∆
¡Perdón! Lamento mucho el retraso.
¿Les está gustando?
Bueno... Sería de gran ayuda que compartan la historia, sus comentarios son lo mejor del mundo y sus votos son maravillosos.
Gracias por leer
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