11 | creo que te amo

Peter vio explotar la cápsula de Astrid y observó desde el interior de su propia cápsula cómo Astrid flotaba en el aire, inmóvil.

—Quill, vamos —dijo Rocket—. Estará viva unos minutos más, pero no podemos hacer nada por ella. Estas cápsulas no están hechas para salir al espacio. En un segundo estaremos en la misma posición.

Peter no podía aceptar eso. No podía dejar atrás a Astrid, no sin antes decirle que la amaba. Verla tan cerca de él y a la vez tan lejos lo llenó de ganas de salvarla, y eso fue lo que lo convenció de activar la radio.

—¿Yondu? —dijo Peter—. Yondu. Habla Quill. Mis coordenadas son 227K324.

—¡Quill! —gritó Rocket—. ¿Qué estás haciendo?

—A las afueras de Knowhere —terminó Peter—. Si me escuchas, ven a buscarme. Soy todo tuyo.

Activó su casco y salió de la cápsula, volando hacia Astrid y tomándola en sus brazos. Mientras la miraba, se quitó el casco e ignoró las protestas de Rocket, colocando el dispositivo detrás de la oreja de Astrid y cubriendo su rostro con el mismo.

Después de unos segundos, Astrid jadeó y alargó la mano para tocar el rostro de Peter, su otra mano tratando de quitar el casco que cubría su rostro. Murmuraba para sí misma, maldiciendo el hecho de que no podía quitarse el casco y se vería obligada a ver morir a Peter.

—¡No! —gritó Astrid, con el corazón roto—. ¡Peter!

Y luego fueron envueltos en luz, siendo atraídos hacia una nave que era inquietantemente familiar. Fueron llevados a la nave, donde aterrizaron en el suelo. Peter estaba encima de Astrid, tratando de recuperar el aliento mientras tocaba la cara de Astrid.

—¿Astrid? —susurró Peter.

—Peter —dijo Astrid, estirando la mano para tocarle la cara—. ¿Qué pasó?

—Te vi allá afuera —respondió Peter—. No sé qué me pasó, pero no podía dejarte morir.

Astrid se inclinó y besó a Peter, atrayéndolo hacia ella mientras lo hacía. Peter pareció sorprendido por un momento antes de devolverle el beso, su mano en la parte posterior de su cuello. Fue un beso corto, pero cuando Astrid se apartó, estaba sin aliento.

—Creo que te amo —susurró Astrid.

—Creo que yo también te amo —respondió Peter, besándola en la frente—. Por favor, nunca vuelvas a hacer algo tan estúpido como eso.

—No lo haré —respondió Astrid, antes de toser—. Parece que no eres el único que toma malas decisiones.

—No, supongo que tienes razón —dijo Peter riéndose—. Dios, me alegra que estés bien.

—¿Dónde está el Orbe? —preguntó Astrid de repente.

—Es... bueno, ellos lo tienen —respondió Peter.

—¿Qué? —exclamó Astrid—. No, no, no.

Se abrió una puerta y tanto Peter como Astrid miraron para ver a un grupo de Devastadores apuntándolos con sus armas. Kraglin, el segundo al mando de Yondu, sonrió con aire de suficiencia.

—Bienvenido a casa, Peter —dijo Kraglin—. Lamento interrumpir tu pequeño momento.

Peter miró a Astrid, que todavía parecía asustada—. Oye, está bien.

Astrid asintió, todavía consciente del hecho de que estaba cerca de Peter y que los Devastadores todavía los miraban—. Uh... Peter...

—Cierto —dijo Peter, ayudando a Astrid a ponerse de pie antes de mirar a Kraglin—. ¿Ahora qué?

Un grupo de Devastadores se acercó a ellos, dos agarraron a Peter mientras que dos más agarraron a Astrid. Cuando fueron arrastrados a la sala principal de la nave de Yondu, Astrid se dio cuenta de que realmente no sabía mucho de los Devastadores. Desde que se unió a ellos, Peter siempre se refirió a ella como "su compañera" y nunca la llevó a la nave de Yondu. Todo esto era nuevo para ella, y no pudo evitar sentirse de la misma manera que cuando la llevaron al Kyln: atrapada.

Cuando estaban frente a Yondu, los hombres que tenían a Peter lo sujetaron contra la pared mientras Yondu miraba a Astrid—. Bueno, ¿eres la chica?

—Sí —respondió Astrid, mientras Yondu agarraba su rostro con una de sus manos.

—Eres bonita. No es de extrañar que Quill quisiera mantenerte para él solo.

—¡Oye, suéltala! —espetó Peter—. En serio, amigo, déjala ir. Soy yo a quien quieres.

—Pero ambos me robaron mi Orbe —dijo Yondu, volviéndose hacia Peter antes de golpearlo en el estómago—. ¿Me traicionaste? ¡Robaste mi dinero!

—¡Basta! —gritó Astrid—. ¡Déjalo en paz!

—Cuando te recogí de niño, estos hombres querían comerte —dijo Yondu—. Nunca habían probado a un terrícola. Salvé tu vida.

—¿Puedes dejar de hablar de eso? —gritó Peter—. ¡Ya basta! Hace veinte años que me hablas de eso, como si no comerme hubiera sido una gran acción. La gente normal ni siquiera piensa en comerse a otra persona, y mucho menos que esa persona tenga que estar agradecida por ello. Me secuestraste, hombre. Me robaste de mi hogar y de mi familia.

—¡A ti no te importa tu Terra! —gritó Yondu—. Tienes miedo, porque eres blando aquí —Yondu golpeó su pecho y luego el de Peter—. Aquí, justo aquí. Te volviste blando por una chica bonita con ojos violetas.

—¡Yondu! —gritó Astrid finalmente—. Escúchame. Ronan tiene algo que se llama la Gema del Poder.

—Sé lo que tiene —respondió Yondu.

—Entonces sabes que debemos recuperarla. La usará para destruir Xandar —dijo Astrid desesperadamente—. Debemos advertirles. Miles de millones de personas morirán.

—¿Con eso te estuvo llenando la cabeza, muchacho? —preguntó Yondu—. ¿Con sentimientos?

Golpeó a Peter y Astrid gritó—: ¡Oye! ¡Déjalo en paz!

—¿Quieres tomar su lugar? —preguntó Kraglin.

—No —interrumpió Peter—. Astrid, cállate.

—¿Comiéndote el cerebro como un gusano? —gritó Yondu—. Se acabó.

La flecha mágica de Yondu se colocó repentinamente contra la garganta de Peter, y Astrid sintió que el corazón se le subía a la garganta.

—Lo siento, muchacho —dijo Yondu—. Pero un capitán debe enseñarle a sus hombres qué pasa con los que lo enfrentan.

—El capitán debe enseñar cosas —gritó Kraglin.

—Si me matas ahora, te depedirás del mayor botín que hayas visto —dijo Peter.

—¿La Gema? —supuso Yondu—. Espero que tengas algo mejor que eso, porque nadie le roba a Ronan.

—Tenemos una ventaja —dijo Peter.

—¿En serio?

—Ella sabe todo lo que hay que saber sobre Ronan —respondió Peter—. Sus naves, su ejército. ¿Qué dices, Yondu? ¿Tú y yo, en una misión, como en los viejos tiempos?

Yondu se quedó en silencio por un segundo, antes de volver a silbar y su flecha voló hacia su costado. Astrid se tensó cuando silbó, temiendo lo peor, pero luego Yondu hizo que Peter lo soltara y le dio una palmada en la espalda.

—Siempre tuviste coraje, muchacho —dijo Yondu riendo.

Astrid le dio un codazo al hombre que la sujetaba y se soltó, mirándolos con tanta intensidad que retrocedieron. Peter fue liberado por Yondu, y Astrid corrió hacia él, con una expresión de preocupación en su rostro.

—¿Estás bien? —preguntó Astrid sin aliento.

—Sí —dijo Peter—. ¿Y tú?

Astrid asintió justo cuando algo golpeó la nave y la hizo temblar. Los Devastadores corrieron hacia el timón, donde Astrid vio la Milano justo al otro lado de la ventana. Miró a Peter, preguntándose qué demonios estaba planeando Rocket.

—Atención, idiotas —dijo la voz de Rocket por la radio—. El lunático en esta nave tiene un Hadron Enforcer. Es un arma que diseñé yo mismo.

—¿Qué demonios? —murmuró Yondu.

—Si no entregan a nuestros compañeros ahora, le hará un agujero a su nave. ¡Un agujero muy grande! —gritó Rocket.

—No le creo —dijo Yondu.

Astrid miró a Peter—. ¿Crees que lo hará?

—Les doy hasta la cuenta de cinco —dijo Rocket—. Cinco, cuatro...

—No, no, no —gritó Astrid, mientras ella y Peter se abrían paso entre la multitud.

—¡Espera! —gritó Peter, alcanzando la radio—. Rocket, soy yo, por el amor de Dios. ¡Tenemos una solución! Estamos bien.

—Oh, hola Quill, ¿cómo estás?

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