50|Duda
CAPÍTULO CINCUENTA.
﹙duda﹚
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—No salgas de aquí, hasta que vuelva alguna de las chicas, ¿Me escuchaste? —apunté a Nacho con un dedo amenazante—. Recuerda que nadie los puede ver, Nacho.
—Ya lo sé, Loreto —habló con cansancio—. No hay nada de qué preocuparse, che. ¿No confías en mí?
—Por supuesto que sí, Nachito de mi vida —lo llene de besos—. Es solo que el tarado de Pablo me tiene alerta las veinticuatro horas del día y me preocupa que te haga algo a ti.
—A mí no me da miedo ese pibe, mientras no se las agarre con ustedes... —moría de ternura cada vez que Nacho decía algo tan lindo como eso.
—¿Sabes, Nacho? Eres el primer hombre que conocí en mi vida que se comporta como un hombre —no pude dejar de besar su cabecita—. Tu hermano te educó bien.
—¿Eso crees? —hablo con ilusión.
—Claro que lo creo, todos los días me demuestras que eres el niño más lindo que pude haber conocido —seguí llenándolo de besos.
—¡Pará! ¡Me estás asfixiando! —me apartó de su lado, haciendo que me sentara junto a Agos como perrito regañado—. Como que te despertaste de buen humor hoy, ¿no?
Una sonrisa de dibujo en mis labios y comencé a jugar con mis manos.
—¿Sabes qué? Sí, me siento de mejor humor, como si todos los problemas que tengo encima simplemente dejarán de pesar tanto —tenía una sensación como de liberación, muy extraña—. Y yo sé por qué.
—¿Por qué? —preguntó Nacho, acercándose a la cama donde yacía Agos dormida.
—Porque los tengo a ustedes dos —le acaricié su cabello—. Tengo a mis amigas y tengo a Amanda... —tenía a las chicas del Club, a Mariel, Ciro y Galo. Y había podido hablar con mi mamá—. No necesito a nadie más que ustedes.
Tocaron la puerta haciendo que me sobresaltara.
—¿Quién es? —me levanté poniéndome en la puerta para que no se abriera.
—Soy yo, Lore. Luna —pude dejar escapar el aire acumulado en mis pulmones.
—Luna, casi me matas del susto —dije abriendo la puerta—. ¿Qué pasó?
—Mía te está buscando —contestó.
—Voy en un minuto —Luna asintió y desapareció por el pasillo—. No me tardo, tomo la primera clase y me salto las demás.
Nacho asintió, acostándose en la cama de Luna junto a Agos. Me parecían tan tiernos juntos, como si fueran dos hermanitos. Era simplemente lo más tierno que había visto en mi vida.
Me despedí de los niños, saliendo del cuarto de las chicas acomodándome la corbata del uniforme como el Torombolo me había enseñado.
La imagen mental del Españolete provocó que me detuviera en medio del pasillo de los casilleros de tercer año.
—¿Cómo por qué estoy pensando en ese imbécil? —murmuré en voz alta, reprimiendo una sonrisa.
—¡Epa! —una voz masculina me sacó de mis pensamientos—. No me digas que estabas pensando en mí, Lory.
Me giré bruscamente, sintiendo un latido incómodo en el pecho al encontrarme con la característica sonrisa ladina de Pablo.
—¿No te enseñaron a no escuchar conversaciones ajenas, Pablito? —pregunté a la defensiva, cruzándome de brazos.
—Bueno, como dijiste "imbécil"...
—Ay, Pablo... —me acerqué a él fingiendo lástima, observando cómo su expresión se tensaba por un segundo—. ¿Quién te hizo tanto daño como para que pensaras que eras el único imbécil de este mundo?
—Vos, vos me hacés mucho daño —su voz descendió de tono, y en un movimiento rápido, me tomó de la cintura—. Pero podés compensármelo... ya sabes, con un beso...
Su cercanía me revolvió el estómago, y no estaba segura de sí era rabia, nerviosismo o... algo más. Me obligué a no ceder.
—Tienes que dejar de tomar, nene... —lo alejé de mí con una mueca de desagrado—. ¿Acaso no ves lo que le hace el alcohol a tu cerebro? —toqué su frente con un dedo, golpeando levemente su cráneo—. ¿Vienes a hablarme de Agos? Porque te recuerdo, por si se te había olvidado, que fuera del tema de la bebé, tu y yo no tenemos nada más que hablar.
Él frunció el ceño.
—¿En serio? ¿Y lo que pasó ayer en la noche en el acoplado? —sentí un nudo en el estómago—. ¿Qué tenía que ver Agos con acomodarme la bufanda y el gorro?
Me mordí la lengua.
—Te dije que lo hice por Marizza y Nacho —solté rápidamente, como si así pudiera anular la carga de su mirada.
—¿Y lo de cuidarme? Eso estaba de más, ¿no crees? —su tono era burlón, pero sus ojos... no tanto.
—Qué me sofocas, nene. Aléjate de mí —retrocedí, buscando distancia. Él me siguió el paso—. Se llama decencia humana, ¿no la conoces?
—¿Y qué hay de la música? —dio un paso más—. ¿Qué te importa si ensayo o no? ¿Por qué parece tan importante para vos que escuche lo que decís?
No hallaba cómo sacármelo de encima.
—S-solo quería asegurarme de que c-cumplieras con lo que te pedí en el Vacante Club —lo encaré, tratando de sonar firme.
Pablo soltó una carcajada seca.
—Pero tienes razón —continué, antes de que él pudiera decir otra cosa—. Desde este momento te libero de cualquier atadura que tengas conmigo. Eso incluye a Agos, si quieres...
Fue un error. Lo supe en cuanto su rostro cambió, endureciéndose con una furia que apenas pudo contener.
—Ni loco pienso borrarme de la vida de Agos, ¿me escuchaste, nena? —me agarró del brazo, su agarre cada vez más fuerte.
—Está bien, tranquilo... tampoco es para que te pongas así...
—¿Cómo no querés que me ponga así? —su voz temblaba de rabia—. Primero me hacés sentir en la cima del mundo, metiendo a Agos a nuestras vidas, jugando a la familia feliz, diciéndome que te ibas a aferrar tanto a mí en esta vida que nunca dejarías que estuviera solo —me encogí de hombros, sin saber qué responder—. Y después tirás todo eso a la basura, para un día simplemente decir que no querés estar conmigo, que no te importo y que entre tú y yo no hay nada más.
No pude decir nada. Porque tenía razón.
—Ahora querés sacarme a Agos y eso no te lo voy a permitir. Métetelo muy bien en la cabeza. ¡No te lo voy a permitir!
—Me estás lastimando, Pablo —sus dedos se clavaban en mi piel, pero lo que más me dolía eran sus palabras.
Él pareció darse cuenta y aflojó el agarre, respirando agitado.
—Nadie te va a sacar a Agos, te lo prometo —murmuré, bajando la mirada.
Pablo dio un paso atrás, pasándose una mano por el cabello con frustración.
—Más te vale... porque vos y tu amiguita la pueden pasar muy mal.
Lo miré con incredulidad.
—¿En serio no te cansas de amenazarme, Pablo? —pregunté con auténtica curiosidad—. ¿De verdad te crees que puedo estar con una persona que su primera reacción a la frustración es ponerse a amenazar a las personas?
Pablo soltó una risa amarga y negó con la cabeza.
—No sé por qué seguís con ese jueguito, Loreto. No sos tan fría como querés hacerme creer.
—Y tú no eres tan fuerte como pretendés ser —respondí sin titubear, cruzándome de brazos.
Sus ojos se entrecerraron con un destello peligroso.
—Ah, ¿no?
—No —suspiré, cansada—. Si lo fueras, no estarías acá, tratando de aferrarte a algo que nunca existió.
—Que nunca existió decís —dio otro paso hacia mí—. Si nunca existió nada, entonces no estarías acá. No me cuidarías cuando no estoy bien, ni me defendería de mi viejo. No estarías jodiéndome con la música, ni con lo que hago o dejo de hacer.
Me mordí el labio, sintiendo mi propio corazón martillar contra mi pecho.
—Felicidades, Pablo. Acabas de descubrir lo que es la mínima decencia humana —pronuncié, dándole palmadas en el brazo—. No todo el mundo actúa con la cabeza caliente como tú.
—No me cambies el tema —interrumpió con dureza—. Estoy hablando de vos y yo.
El aire se sintió más denso entre nosotros.
—No hay un "vos y yo", Pablo —dije en voz baja, obligándome a sostenerle la mirada.
Sus labios se fruncieron en una línea tensa.
—Decilo mirándome a los ojos y sin tartamudear —su voz bajó de volumen, pero la intensidad de sus palabras me quemó por dentro—. Atrévete a decirme que nunca existió nada.
Quise hacerlo.
Quise decirlo sin dudar.
Pero mis labios no se movieron.
Pablo chasqueó la lengua y esbozó una sonrisa amarga.
—Eso pensé.
Se giró para irse, pero antes de dar más de dos pasos, se detuvo.
—Y otra cosa... —murmuró mirándome—. No te hagas la desentendida, Lory. Vos me enseñaste a querer algo más en la vida. Así que ahora bancate las consecuencias.
No pude evitar hacer un berrinche en medio del pasillo, lanzando golpes al aire, dando pisotones en el suelo.
—¡Pablo! ¡Vuelve aquí que todavía no he terminado contigo! —grité, recordando lo de Natalia. Tenía que saber si era verdad que Pablo la había contactado para decirle que estaba en problemas—. ¡Pablo! ¡Te estoy hablando!
Me ignoro por completo entrando al salón, haciendo que
Me ignoro por completo entrando al salón, haciéndome maldecir su existencia. Odiaba que me hiciera ver como si la que estuviera detrás del otro fuera yo y no él.
—¿Qué sucede, Princesa? —cubrí mis ojos con mis manos—. ¿Fue imaginación mía o tu príncipe azul acaba de ignorarte?
—¿No pudiste aparecerte cinco minutos antes? —pregunté al aire.
—Eso depende, ¿Estabas pensando en mí hace cinco minutos? —su pregunta logro desconcertarme, provocando que diera la media vuelta, encontrándome cara a cara con él—. ¿Tengo que interpretar tu silencio como un sí?
Cuando estuve a punto de abrir la boca, insultándolo en mi perfecto castellano, una persona me abrazo por la espalda.
—¡Lore! —era una voz femenina—. Qué bueno que te encuentro —escuchar la voz de Mía me hizo entender por qué el abrazo me había hecho sentir tan bien.
—¿Qué pasó? ¿Estás bien? Luna me dijo que me estabas buscando —le pregunté olvidándome de Pablo y concentrándome en lo verdaderamente importante.
—No, no estoy bien —se llevó las manos a la frente—. Hablé con Santiago, y ya sabes, aunque use esos suéteres horribles, piensa, no es tonto.
—¿Quién es Santiago? —le pregunté desconcertada.
—El Profesor Mancilla, sweet —amaba la amabilidad de Mía para explicarme las cosas—. Me hizo darme cuenta que tenías razón, Loreto.
—¿Sobre qué? —pregunté curiosa.
—Sobre que no tenía que depender de mi daddy y que si quería un cambio tenía que hacer una manifestación, una protesta —me lance a los brazos de Mía, saltando de la emoción. Escuchar eso salir de sus labios me hizo muy feliz—. Hoy es Vico, pero mañana puede ser cualquiera de nosotras la aparezca en ese Diario.
—Mía, eres una genia —bese su mejilla—. Yo sabía que tú misma iba a pensar en una solución.
—Bueno, Santiago me hizo darme cuenta que tenía que jugármela por mi mejor amiga, y vos fuiste la que me dio la idea de hacer la protesta —Mía entrelazó nuestras manos.
—Entonces a la Princesa no solo le gusta discutir contra colonizadores, también se revela contra las injusticias —cerré los ojos al escuchar la voz del Torombolo.
—Lore, ¿Quién es este chico? —preguntó Mía confundida.
—Mi nombre es...
—Torombolo, puedes decirle Torombolo —lo interrumpí—. Es un conquistador, le encanta colonizar conversaciones ajenas, ¿No es así?
—Por supuesto, puedes preguntarles a tus antepasados, si todavía tenías alguna duda —habló con gracia.
Mía me miró con una mezcla de sorpresa y diversión, como si no supiera si lo que acababa de escuchar era en serio o parte de alguna broma.
—¿Conquistador? —repitió, sin poder evitar una risa.
Torombolo, con esa eterna sonrisa traviesa, se encogió de hombros.
—No todos los días me llaman así, pero bueno... —dijo con tono juguetón—. A veces hay que saber cuándo intervenir, ¿no?
Mía me lanzó una mirada cómplice.
—Ignóralo —la dirigí a otro lado, lejos del Torombolo—. Sí Mancilla te convenció de jugártela por tu mejor amiga y sobre hacer una protesta, ¿Por qué no estás bien, Mía?
—Porque ninguna de las chicas quiso ayudarme —habló con desesperación—. Todas se borraron cuando les hable sobre la protesta.
—¿Y qué hay de Felicitas? —no las había visto juntas en mucho tiempo.
—¡A esa ni me la nombres! —exclamó molesta, tomándome por sorpresa—. ¡Está más ocupada en su novio de cuarta que en nuestra amistad!
—Tranquila, Mía —acaricié sus hombros—. Les pediré ayuda a Marizza, Luján y Luna...
—¿En serio? —preguntó Mía con sorpresa—. ¿Vos crees que quieran ayudarnos con lo de la protesta?
—Por supuesto —dije con seguridad—. Ninguna tolera las injusticias, sin importar sus diferencias. Estoy segura que saltarán en defensa de Vico.
—Pero todavía somos pocas personas. Tendríamos que ser muchas más, ¿no lo crees? —acarició su cabello tímidamente.
—No puedo creer que vaya a preguntar esto, pero ¿le pediste ayuda a los chicos? —casi me sale espuma por la boca, pero al no recibir respuesta del género femenino, me mordí la lengua en la penosa necesidad de suscitar la ayuda del género masculino.
Porque en tiempos desesperados, se requerían medidas desesperadas. Eso hasta que escuche la característica risa de uno de aquellos especímenes humanos en cuestión.
—Escuché bien, ¿o acabas de preguntar sobre la ayuda de los hombres, Princesa? —preguntó con falsa sorpresa—. Nunca pensé ver este día —no pude evitar rodar los ojos con fastidio—. Bueno, si tanto necesitan ayuda, yo podría... —Torombolo empezó a hablar, pero lo interrumpí antes de que terminara su frase.
—Como veo que no dejas de meterte en donde no te llaman, ¿por qué no nos haces un favor y vas y les dices a tus amigos de cuarto año si nos quieren ayudar con la manifestación? —lo miré con una sonrisa desafiante.
Torombolo arqueó una ceja, fingiendo pensarlo seriamente.
—Mmm... No sé, Princesa. No soy de hacer favores gratis.
—Podría dejar de llamarte conquistador —dije fingiendo paciencia.
Mía soltó una risita a mi lado.
—Tentador, pero necesito algo más —Torombolo cruzó los brazos, disfrutando demasiado el momento.
Lo miré con desconfianza.
—¿Qué quieres?
—Que admitas que estabas pensando en mí hace cinco minutos.
—¿Hombres? ¿Quién necesita a los hombres? —pase mi brazo por los hombros de Mía, dándole la espalda al Torombolo.
—¡Lore! —Mía me golpeó suavemente el brazo—. Es un trato justo.
—¡No lo es!
—Solo di que sí, y nos ahorramos problemas —intervino con esa sonrisa molesta.
La fulminé con la mirada, mientras él seguía esperando mi respuesta con total calma.
—Está bien —cedí al fin, apretando los dientes—. Estaba pensando en ti hace cinco minutos.
—Perfecto —sonrió victorioso—. Iré a hablar con mis amigos.
Y sin más, se alejó, dejándonos a Mía y a mí en medio del pasillo.
—¿Tan difícil era? —preguntó Mía divertida.
—No le des cuerda —suspiré, sabiendo que esto no era más que el comienzo.
Mía me miró con una mezcla de diversión y picardía.
—Lore... —Mía me tomó de los brazos y me sacudió con emoción—. ¿Me podés explicar qué fue eso?
—No empieces, Mía.
—¡Pero si acabas de admitir que estabas pensando en él! —canturreó, divertida.
—Porque me obligó —repliqué de inmediato—. Técnicamente, fue un chantaje.
—Bueno, yo lo llamo química —Mía sonrió con picardía.
Me detuve en seco y la miré como si acabara de insultarme.
—No digas estupideces.
—¿Por qué no? —preguntó con inocencia fingida—. Se nota que le gustás.
—No, no es cierto.
—¡Y lo peor es que a vos te divierte pelear con él!
Suspiré, resistiendo la urgencia de esconder la cara entre las manos.
—Concéntrate en la protesta, Mía.
—Oh, no te preocupes. Yo puedo hacer las dos cosas al mismo tiempo, sweet.
—Mía...
—¡Voy a buscar a las chicas! —exclamó, riendo, antes de salir corriendo.
—¡Mía! ¡Vuelve acá! —exclamé sin recibir ninguna respuesta, mirando cómo se metía al salón de clases.
Era la segunda vez en el día que me dejaban con la palabra en la boca, nada más y nada menos que los hermanitos de Pablo y Mía, y eso solo provocaba que me frustrara a un más.
No tenía más opción que aceptar la realidad de las cosas, entender mi lugar dentro de este colegio y asimilar que, de alguna extraña manera, siempre estaría conectada a dos personas que, aunque no entendían mi realidad, me querían desde su privilegio.
Y es curioso, porque por otro lado tenía a Marizza y Manuel, dos personas que eran todo lo opuesto a lo que conocía de Pablo y Mía. Ellos cuatro resultaban ser una parte fundamental dentro de mí, como si fueran parte de mi equilibrio mental. Había algo en ellos que me hacía sentir viva.
—Loreto —me detuvieron antes de entrar al salón.
—¿Qué pasa, Tomás?
—¿Te acordás del trabajo de química? —asentí lentamente.
—¡El trabajo de química! ¡Se me olvidó! —tenía tantas cosas en la cabeza que se me olvidó el estúpido trabajo ese—. Muchas gracias por recordarme, Tommy. Ahora voy y le aviso a Marquitos para ponernos de acuerdo...
—¿Cuál Marquitos, nena? Si yo soy tu compañero —me lleve las manos a la cara.
—Perdóname la vida, Tomás —pedí disculpas avergonzada—. Tengo la cabeza en otro lado y solo se me olvidó... —esto no era común en mí—. No te preocupes por nada, yo hago el trabajo, tú solo preséntate a la clase y sonríe...
—¿Vos estás loca? —lo mire confundida—. ¿Cómo voy a dejar que hagas todo vos sola? Ni lo pienses...
—¿Tomás Ezcurra rechazando la oportunidad de que una chica le haga su tarea? ¿Te sientes bien? ¿Tienes fiebre? —me acerqué para tocar su frente.
—Vos no sos cualquier chica, Loreto —su respuesta me tomo por sorpresa—. Sos la chica de Pablo...
—Tu entrepierna está buscando una cita con mi rodilla, Tomás —dije forzando una sonrisa.
—También sos mi amiga —agregó rápidamente, alejándose de mi—. Siento que me estoy aprovechando de vos, no lo sé...
—Yo soy la que se está aprovechando de ti —lo tranquilice—. Por alguna razón, tengo la estúpida creencia de que, si Pablo nos ve juntos, quiera volver a ser tu mejor amigo.
—No le encuentro ninguna lógica —habló confundido.
—Lo digo, porque yo soy muy celosa con mis amigas, no puedo verlas hablando con alguien más porque me pongo muy celosa —de hecho, era uno de los problemas que trabajaba en terapia.
—Sigo sin entender —rodeé los ojos.
—Estoy diciendo que, si Pablo me viera contigo, quizá sienta lo mismo que yo siento cuando veo a mis amigas con alguien más. Tal vez le entre un poquito de celos y se dé cuenta que todavía le importa tu amistad —expliqué pacientemente.
Tomás resopló con una sonrisa torcida.
—Por supuestos, como si las últimas veces que nos vio juntos no quisiera agarrarme a trompadas porque pensaba que te estaba tranzando —ambos no pudimos aguantar las risas—. ¿Y si en vez de hacer que Pablo me muela a golpes, simplemente hablas con él?
Me mordí el labio, evitando su mirada.
—Así no funcionan las cosas, Tomás.
—¿Y cómo funcionan? —insistió, cruzándose de brazos.
Suspiré, sintiendo el peso de mi propia terquedad.
—No quiero que piense que me importa.
—Pero sí te importa.
Me quedé en silencio.
—Bueno, pero ¿Quién es el que tiene problemas con Pablo? ¿Tú o yo? —se me quedo viendo con gracia—. No respondas —lo interrumpí antes de que abriera su boca—. Lo único que importa ahora es que tú vuelvas a ser el mejor amigo de Pablo, ¿Me escuchaste, Tomás?
Tomás me miró con una mezcla de diversión y resignación.
—Está bien, nena, lo que vos digas. Pero después no te quejes si terminamos los dos en la enfermería porque Pablo me bajo todos los dientes.
—No seas dramático —me crucé de brazos—. Si te llega a poner una mano encima, la que le va a partir la cara voy a ser yo.
—¡Ah, buenísimo! Así, en vez de recuperar a mi mejor amigo, termino viendo cómo mi amiga y él se cagan a trompadas. Perfecto plan, Loreto.
—Deja de exagerar —bufé—. Solo hazme caso, ¿sí? Pasemos tiempo juntos, que nos vea hablar, reírnos... Ya verás que funciona.
Entramos al salón mientras seguíamos conversando. Me sentía un poco tensa por todo lo que estaba en juego, pero tenía la esperanza de que, si las cosas se daban de la manera correcta, Pablo vería que Tomás todavía se preocupaba por su amistad y volverían a ser mejores amigos.
Una vez cruzamos la puerta del salón, me encontré con Pablo sentado en el lugar que le correspondía a Tomás, como si a pesar de estar enojado conmigo hace unos minutos, todavía se estuviera aferrando a nosotros. Lástima que dadas las circunstancias no le pudiera ceder sus caprichitos.
—Ve y siéntate a su lado —le indiqué la silla vacía junto a Pablo.
—¿Y tú? —preguntó, mirándome con preocupación.
—¿Cómo se llama el mamarracho ese? —señalé con desprecio al amigo de Pablo. Tenía unas cuentas pendientes con ese modelo de machito estereotípico.
—Guido —respondió con cautela.
—Tengo una charla pendiente con ese energúmeno —le di unas palmaditas en la espalda y esbocé una sonrisa ladeada—. Buena suerte con Pablo.
Antes de que pudiera decir otra palabra, me dirigí a sentarme junto al morocho.
—¿Qué hacés acá, nena? Tu lugar está junto a Pablo —murmuró entre dientes en cuanto me vio.
—¿Y desde cuándo me das órdenes? —le sonreí con falsa dulzura, cruzando las piernas y apoyando un codo en la mesa—. ¿O ahora también eres el dueño de los asientos de la clase?
Guido bufó, chasqueando la lengua con fastidio.
—No me creo dueño de nada, pero vos bien sabés que no tenés nada que hacer acá.
—Ah, ¿no? —ladeé la cabeza, fingiendo confusión—. Qué raro, porque estoy bastante cómoda.
El morocho resopló, mirándome con ese aire de superioridad que tanto me molestaba.
—Mirá, si venís a hacer quilombo, mejor ahórratelo.
—No te preocupes, Guido, no vengo a hacer "quilombo" —respondí con voz tranquila, aunque mi sonrisa decía lo contrario—. Solo quiero hablar contigo.
Él arqueó una ceja, desconfiado.
—¿Y qué se supone que tenés para decirme?
Me incliné un poco hacia él, apoyando los brazos sobre la mesa.
—Quiero entender por qué te divierte tanto meterte en peleas que no son tuyas.
Guido me miró como si realmente no entendiera.
—No sé de qué hablás.
Solté una risita sarcástica.
—No te hagas el tonto. Lo único que has hecho desde que llegaste a este colegio es meterle ideas raras a Pablo en la cabeza sobre Tomás y sobre mí.
Él se encogió de hombros con aparente indiferencia.
—¿Decirle que su novia le metía los cuernos con su mejor amigo es meterle ideas raras? Mirá, no sabía que decir la verdad estaba mal.
—No, en eso tienes razón. De hecho, diría que es lo único bueno que hiciste por él —admití, sin quitarle mérito—. Pero me refiero a cuando le dijiste que resolviera todos sus problemas a los golpes para "ganarse el respeto" de todos.
Una sonrisa de medio lado se dibujó en su rostro.
—Si Pablo me hizo caso, es cosa suya. ¿O pensás que es fácil de manipular?
—No creo que sea fácil de manipular —repliqué con calma—, pero tu jugás con su orgullo, que es distinto.
Por primera vez, la sonrisa de Guido vaciló, aunque enseguida se encogió de hombros.
—Si Pablo tiene tanto orgullo, entonces el problema es suyo, no mío. Yo solo le digo lo que pienso. Si él decide escucharme, es su decisión.
Apreté la mandíbula, sintiendo la rabia acumulándose en mi pecho.
—Qué conveniente. Haces como que no te das cuenta de cómo manipulas la situación.
Guido apoyó un codo en la mesa y descansó la cara en su mano, mirándome con diversión.
—Qué palabra tan fuerte, "manipulación". Me hacés sonar como un villano de telenovela.
—Si el zapato te queda... —murmuré con una sonrisa tensa.
Guido soltó una risita y negó con la cabeza.
—Mirá, Loreto, por lo que investigué sobre vos, te encanta creerte más inteligente que todos, pero hay algo que no estás viendo —se inclinó un poco más hacia mí—. Pablo no es ningún santo.
—Nunca dije que lo fuera —respondí de inmediato.
—Pero lo tratás como si fuera un nene que no sabe lo que hace. Como si todo lo malo que le pasa fuera culpa de los demás y él solo fuera una víctima.
Mi estómago se revolvió.
—No conoces una mierda de su vida —solté con firmeza.
Guido sonrió de lado, satisfecho.
—No necesito conocer cada detalle para darme cuenta de lo obvio. Pablo es un pibe orgulloso, de los que prefieren romperse la cara antes que admitir que están equivocados.
Inspiré hondo, tratando de no perder la paciencia.
—Tus "consejos" solo están logrando que se aleje de la gente que realmente le importa.
Guido entrecerró los ojos, divertido.
—¿Y vos estás segura de que eso no es lo que él quiere?
Tragué saliva.
—No lo quiere —aseguré, aunque una pequeña duda se instaló en mi cabeza.
Él sonrió con suficiencia.
—Si vos lo decís...
Antes de que pudiera decidir entre si responder o levantarme, Guido se inclinó un poco más, bajando la voz.
—Cuidado, Loreto. Si seguís jugando con fuego, te vas a terminar quemando.
Lo miré fijamente, sintiendo la tensión en el aire.
—Lo mismo te digo, Guido —repliqué con una sonrisa burlona—. Porque tú tampoco sabes una mierda sobre mí o sobre mi familia, ni sobre cómo fui criada.
Él no me miraba, pero noté cómo se tensaban sus mandíbulas.
—Y no me creo inteligente —continué con calma—. Soy inteligente.
No respondió nada, solo observé como lentamente su sonrisa ladina desaparecía de sus labios, haciendo que diera por terminada la conversación.
En ese momento, la profesora entró al aula. Tenía la sensación de que había dominado la charla que tuve con el morocho, pero me quedé con una sensación amarga, como si Guido hubiera logrado sembrar una espina de incertidumbre dentro de mí.
¿Quién demonios era ese tipo y de dónde había salido? Supongo que tendría que averiguarlo.
El amigo de Pablo y yo nos pasamos molestándonos durante gran parte de la clase, ninguno soportaba al otro y nos lo demostramos de distintas maneras, desde empujones, hasta pequeñas travesuras.
Solo esperaba que a Tomás le estuviera yendo mejor que a mí, porque sin duda prefería sentarme a un lado de Pablo, antes que volver a si quiera compartir el mismo espacio que ese tal Guido.
Al final, la profesora de Historia nos encargó investigar sobre el "supuesto" descubrimiento de América y, por ende, la llegada de los españoles a las costas del continente. Específico que quería que leyéramos libros y no solo que sacáramos información de internet.
No pude evitar imaginarme al Torombolo interpretando el papel de John Rolfe y a mí como Pocahontas. Y pronto, se añadió Pablo interpretando el papel de John Smith.
El timbre del recreo sonó, sacándome de mis pensamientos.
—Chicas —llamé la atención de Luna y Luján—. ¿En dónde se metió Marizza?
—¿No viste como la vieja de Historia la designó como su secretaria personal por no andar poniendo atención a la clase? —negué con la cabeza.
—Bueno, no importa, cuando la vea o cuando la vean ustedes le dicen lo que les voy a decir —tomé una bocanada de aire—. ¿No se les hizo raro que Vico no estuviera en la clase?
—La verdad que no, por lo que se dice de ella en el diario, yo tampoco me animaría a dar la cara —contestó Luján burlona.
—La corrieron del colegio, Luján —dije con seriedad.
—¿Cómo que la echaron del colegio? —preguntó Luna preocupada, adelantándose a tomarme de los hombros.
—Ayer el director llamo a su mamá para que firmara su expulsión y su inmediato abandono del establecimiento —les conté todo lo que él profesor Mancilla y Mía me habían hecho saber.
—Bueno, una cosa es que le llamarán la atención por lo que se dice de ella en los pasillos... pero ¿echarla del colegio? —Luján se encogió de hombros.
—Es una completa hipocresía lo que dicen de ella en los pasillos. La persona que escribió eso en el diario en un miserable, y no me sorprendería en lo más mínimo que fuera un hombre —eso me hizo acordar de Pablo, estaba segura que tenía algo que ver con toda esta lamentable situación.
—¿Y nosotras que podemos hacer? —se adelantó a preguntar Luna.
—Mía está organizando una protesta para la pronta incorporación de Vico al Colegio —comencé a sentir la incómoda sensación de estar siendo observada, haciendo que girará la cabeza disimuladamente, viendo a Pablo y Guido quienes tenían la mirada fija en mí—. Tenemos que ayudarla.
—¿Y cómo por qué vos tenés tanto interés en ayudar a las dos par de descerebradas? —Luján dio un paso al frente de manera intimidatoria, pero me quedé plantada en el suelo.
—Porque es una injusticia, Vico se ganó limpiamente el lugar de pertenecer a este Colegio, con su inteligencia y sus ganas de salir adelante —nunca antes había estado tan consciente de mis privilegios como lo estaba ahora—. No todos tenemos padres que puedan pagarnos una educación como está o que defiendan contra las injusticias.
—Puedes contar conmigo —Luna al instante se sumó, haciendo que la rodeará con mis brazos.
—Gracias, Lunita —le agradecí sacándome un gran peso de encima—. ¿Y tú, Luján? ¿Qué dices? ¿Me vas a ayudar?
—¿Qué hay que hacer? —bufó, aceptando ser parte de la protesta, haciendo que igual que a Luna, la abrazara de manera de agradecimiento.
—¿Vamos a la cafetería? Tengo que llevarles algo de comer a Nacho y a Agos, antes de llevarlos al acoplado —ambas asintieron, caminando detrás de mí.
—Loreto, ¿Cuándo nos vamos a juntar a hacer lo de química? —Tomás se interpuso en la puerta, haciendo que chocará contra su pecho.
—Ahora no puedo, Tomás —dije sacudiéndome la ropa—. Te busco en la tarde, ¿Te parece?
Tomás no tuvo más opción que aceptar, moviéndose de la puerta, dejándonos pasar a las tres a la cafetería.
—¿Alguien ha visto a Marizza? —preguntó Luján en voz alta, a lo que todas negaron.
—No, pero ahí están sus cosas —nos comentó una de nuestras compañeras del salón.
Nos sentamos en la mesa con las cosas de Marizza y lo primero que hizo Luján fue abrir su cuaderno.
—Luján, deja ahí —puse mi mano sobre el cuaderno, cubriendo su contenido—. ¿Qué tal si tiene cosas privadas anotadas ahí?
—¿Quién es Joaquín? —sacó el cuaderno debajo de mi mano y nos enseñó su contenido.
El nombre de Joaquín estaba escrito entre flores y corazones, junto con el nombre de Marizza en unas cinco hojas.
—Marizza está enamorada de ese tal Joaquín —alzó la voz Luna, tomándome de los hombros y dando pequeños saltos—. ¿Ves? Marizza no está enamorada de Pablo.
Abrí los ojos de par en par, queriendo matar a Luna con la mirada.
—¿Pensabas que Marizza estaba enamorada de Pablo? —preguntó Luján con incredulidad.
—N-no, por supuesto que no —tenía que pensar en algo rápido—. L-lo que le dije a Luna es que creo que Pablo es el que está enamorado de Marizza —traté con todas mis fuerzas no tartamudear—. Ya ves que se la pasa pendiente a ella, la sigue a todos lados, la intento echar del Colegio.
—Lo que quiere ese pibe de Marizza es destruirla —me corrigió Luján—. Al igual que a vos —mire a Luján con sorpresa—. Pablo de la que está encima todo el día es de vos, Loreto.
—No, nada que ver... —las palabras de Luján llegaron a un lugar recóndito dentro de mi cabeza— ...o tal vez sí, quizá tengas razón...
—Yo no creo que eso sea así —Luna me tomo de la mano, sacándome de mis pensamientos—. Yo creo que todo es culpa de ese padre que tiene Pablo...
—Por fin le das a una Lunita —Luján la felicito—. El mismo padre que unió fuerzas con el padre de Loreto para comprometer a dos nenes —con todo lo que tenía en la cabeza, había olvidado ese pequeño detalle de mi relación con Pablo—. Él solo hace caso a lo que su papito mandé y ordené.
—Chicas, me tengo que ir —me estaba comenzando a sentir mal con todo esto—. Nacho y Agos, seguramente se estén muriendo de hambre y yo nada más no llegó.
—¿Estás bien, Loreto? —preguntó Luna preocupada—. Estás pálida.
—¿En serio? Será porque tampoco he comido nada, comeré con los niños en la habitación —caminé al mostrador, pidiendo unos sándwiches, junto con unas gelatinas y botellas de agua.
—Espera, ni siquiera nos hablaste sobre la protesta —Luján me detuvo en la puerta de la cafetería.
—Las busco en la tarde para contarles.
Salí de la cafetería con la mente revuelta, repasando las palabras de Luján. El comportamiento de Pablo había cambiado, y ahora entendía por qué. Todo había comenzado después de aquel paseo en el parque, cuando lo obligué a irse a su casa para que pensara mejor las cosas sobre Tomás.
De repente, todo encajaba.
Primero, golpeó a Tomás en su propia casa. Después, no paró de hablar sobre limpiar el apellido Bustamante. Y al final, me besó frente a todos sus amigos, como si quisiera demostrar que la traición de Tomás y Vico no le había afectado en absoluto.
Últimamente Pablo había estado más insistente sobre querer estar conmigo, recurriendo cada vez más a sus habituales amenazas y chantajes. Y todo apuntaba a que su padre lo estaba presionando para que, de una vez por todas, formalizáramos nuestro compromiso.
Debí haberlo sospechado antes.
—Niña fresa —llamaron mi atención.
—Niño fósforo —la sonrisa regreso a mi rostro—. Hace mucho que no te veía, ¿En dónde te habías metido?
—¿En dónde me había metido yo? Pero si tú eres la que no se deja ver por los pasillos —se adelantó a ayudarme con las botellas de agua que se me andaban cayendo—. ¿Por qué llevas toda esta comida?
—Las gelatinas son para Agos, el agua para su biberón y los sándwiches para... —casi dije el nombre de Nacho, pero recordé que Manuel no sabía nada de su existencia—, son para mí —tomé uno de los sándwiches, dándole una gran mordida.
—¿Cómo estás? ¿Estás comiendo bien? ¿Necesitas ayuda? —puso su mano sobre mi frente.
—Estoy bien —contesté sin muchos ánimos, desviando la mirada.
—¿Estás segura? —Manuel me tomó del mentón, obligándome a verlo.
Quería contestarle que sí, que estaba bien, pero las palabras se negaron a salir de mi garganta.
—Te acompaño a dónde vayas, mientras me platicas —entrelazó nuestros brazos, caminando a mi lado.
—Si yo te cuento, entonces tú tienes que contarme porque estás muy afligido —le propuse.
—Primero las damas.
—Lo mismo de siempre —contesté con cansancio.
—¿Qué te hizo el idiota de Pablo? —no pude evitar reírme.
—Muchas cosas —contesté con burla—. ¿Supiste que me beso en el cuarto de billar y se inventó que estábamos saliendo?
—¡¿Qué él hizo qué?! —preguntó alterado—. No, yo lo mato...
—No es necesario —lo detuve, antes de que me tirará los sándwiches y las gelatinas al piso—. Fue en un acto desesperado para que todo el colegio dejará de hablar de los cuernos más grandes del Elite —deteste que eso sonará como una justificación.
—Ajá, claro... —Manuel chasqueó la lengua con incredulidad—. ¿Y eso qué? ¿Dejaste que te besara nomás porque él estaba desesperado?
Rodé los ojos.
—Obvio no. Me tomó por sorpresa.
—¿Y después?
—Después nada. Me fui.
Manuel me dedicó una mirada suspicaz.
—¿Y desde entonces?
—Desde entonces, nada —mentí, desviando la vista—. No quiero tener nada que ver con él.
—Mentirosa —canturreó, deteniéndose de golpe. Me miró con esa expresión de "te tengo atrapada" que tanto odiaba—. A ver, niña fresa, mírame a los ojos y dime que no sentiste nada cuando te besó.
Tragué saliva.
—No sentí nada —dije con firmeza.
—Loreto... —susurró con tono paciente, pero con un brillo de diversión en los ojos—. No hagas que repita la pregunta.
—Ya te contesté.
—Sí, pero con esa vocecita de "me hago la fuerte, pero en el fondo estoy que me muero".
Resoplé, frustrada.
—Manuel, basta. Fue un beso y ya.
—Un beso del único chico por el que has sentido cosas...
—¡No es el único chico por el que he sentido cosas! —alcé la voz, haciendo que se me viniera a la mente la imagen de un niño que me gustaba mucho en la primaria.
Manuel arqueó una ceja, divertido.
—Mira nomás, ¿Y quién fue el afortunado?
Fruncí el ceño, cruzándome de brazos.
—No tengo por qué decirte.
—O sea que existió —canturreó con una sonrisa burlona—. Ándale, cuéntame, ¿quién fue ese pobre chico que te robó el corazón antes que Pablo?
—Un imbécil —contesté a la defensiva—. Un imbécil igual que Pablo —lo había bloqueado de mis recuerdos hasta ahora.
Manuel sonrió con malicia, como si hubiera dado en el blanco.
—¿Un imbécil igual que Pablo? —repitió, y me miró con esa mirada de "no me vas a engañar"—. Entonces, ¿por qué sigues jugando a negar lo que sientes por él?
Abrí la boca para protestar, pero me ganó de antemano.
—No me mires así, Lore. Yo sé que lo amas.
Apreté los labios y seguí caminando, pero Manuel no se quedó atrás.
—Sabes muy bien que no soy fan del Ken ese, pero si crees que a él no le importa lo que pasó entre ustedes, estás equivocada.
Me detuve.
—¿Y tú qué sabes?
—Sé que no se besa así a cualquiera —dijo con seriedad—. Y sé que no te habría besado si no estuviera desesperado por llamar tu atención.
—Eso ya lo sé, estoy al tanto de cuánto le encanta salir y besarse con otras para llamar mi atención —recordé el beso entre Marizza y él—. Justo en estos momentos es cuando me acuerdo de que tú también eres un hombre, Manuel —dije con rabia.
Todos los hombres eran iguales, justificándose unos a otros, solapando sus mentiras y defendiendo sus acciones de mierda.
Manuel soltó una risa irónica y me miró con calma, como si ya supiera cómo iba a reaccionar.
—Sabés, Loreto, no necesitas soltar toda esa rabia para intentar convencerme de algo que ya sé.
Me detuve y lo miré fijamente, sintiendo cómo mi pecho se tensaba.
—¿Qué sabés? —pregunté, desafiándolo, aunque mi voz tembló un poco.
—Que a pesar de todo lo que te jode de él, lo sigues queriendo —dijo, mirando directamente a mis ojos.
—Te equivocas —respondí rápidamente—. Lo que yo siento por él no es más que odio —dije tirando veneno por mi boca—. No lo soporto.
—No, lo que odias y lo que no soportas es amarlo —siguió Manuel, con una sonrisa algo triste, como si lo tuviera todo claro.
—¿Y tú quién eres? ¿La voz de la razón? —detesté ver a Manuel de parte de Pablo—. ¿No se supone que eres mi mejor amigo? Deberías estar defendiéndome a mí, no a él.
—No lo estoy defendiendo a él.
Suspiré, resignada.
—Pues parece —no debí haberle contado nada sobre Pablo—. En vez de defender a ese muñequito de plástico, deberías preocuparte más por ti mismo. Aún no me has dicho por qué estás afligido.
Manuel se encogió de hombros, su expresión perdiendo la diversión.
—No es nada importante.
—Ah, mira, pero qué conveniente —imité su tono de hace un momento—. No me hagas que repita la pregunta.
Él sonrió de lado.
—Bien jugado, niña fresa.
Manuel soltó aire por la nariz y miró al frente, como si intentara ordenar sus pensamientos.
—Es sobre Felicitas, ¿verdad? —pregunté, sorprendiendo a Manuel.
—¿Te contó algo ella? —se apresuró a preguntar, notoriamente incómodo.
—No, pero Mía me hizo un comentario sobre que Felicitas en lo único que podía pensar era en su novio y no en sus amigas.
Manuel desvió la mirada, y aprovechando el momento, lo tomé del mentón para obligarlo a mirarme a los ojos.
—Cuéntame qué te pasa, Manuel.
Se quedó callado por un momento, respirando con pesadez.
—Estoy preocupado por ciertas actitudes que tiene Feli —dijo nervioso—. Está como demasiado obsesionada conmigo.
Lo miré fijamente, sorprendida por su sinceridad.
—¿Obsesionada contigo? —repetí, frunciendo el ceño—. ¿Qué quieres decir con eso?
—Está enferma —esto ya no me estaba gustando—. La quiero cortar con Feli.
Me quedé en silencio por un momento, procesando lo que Manuel acababa de decir. Mis ojos no podían esconder la sorpresa.
—¿Cortar con ella? —repetí, sin poder creer lo que estaba oyendo—. ¿De verdad?
Manuel asintió lentamente, su mirada evitaba la mía. Su incomodidad era evidente.
—Sí. Las cosas no son como antes entre nosotros. Se ha vuelto... demasiado. Todo gira en torno a mí, y ya no puedo respirar.
—¿Pero no la quieres? —pregunté, aunque en el fondo ya sabía la respuesta.
—Claro que la quiero, pero no así. Ya no me siento bien con todo esto. Siento que está como... invadiendo mi espacio, mi vida. Antes todo estaba bien, pero ahora... —hizo una pausa y suspiró—. No puedo seguir con esto.
Lo observé en silencio, tratando de comprender lo que sentía. Manuel nunca había sido el tipo de persona que se dejara llevar por las emociones sin pensarlo. Si estaba tomando esa decisión, era por algo importante.
—¿Y cómo se lo vas a decir? —le pregunté, con la voz suavizada.
Manuel frunció el ceño.
—Ya se lo dije, pero no me escucha —me tomo de los brazos, sentándonos en las escaleras de la recepción—. Ya intenté de todas las maneras cortar con ella, pero es como si no me quisiera escuchar, como si no escuchara cada vez que intento tocar el tema...
Deje a un lado el plato de comida, encontrando la manera de acercarme a Manuel, de hacerle llegar mi apoyo, acariciando sus hombros y escuchando lo que tenía que decir.
—Loreto —se giró hacía mí, mirándome a los ojos—, amenazó con matarse.
El aire se me hizo denso de repente, como si el peso de las palabras de Manuel me hubiera golpeado en el pecho. Sentí una punzada de preocupación, pero traté de mantener la calma.
—¿Qué? —pregunté en un susurro, sorprendida—. No sabía que Feli fuera capaz de hacer algo como eso —cubrí mi boca con las manos, tratando de asimilar lo que Manuel acababa de contarme—. ¿Ya le contaste esto a Mía? Ella es su mejor amiga, tal vez pueda hacer algo.
Manuel suspiró, pasando una mano por su rostro, claramente agotado.
—Me dijo que me hiciera odiar por ella, que fuera el peor novio del mundo. Que la tratará mal, que fuera infiel, todo para que se terminará desilusionando de mí...
—Eso... suena horrible —dije, sin poder evitar el dolor en mi voz. No podía creer lo que estaba escuchando. ¿Cómo podía alguien hacerle eso a otra persona?
—¿Te crees que no lo sé? —respondió Manuel, mirándome con pesar—. He intentado ser honesto con ella, pero nada sirve. Cada vez que intento algo, se vuelve más dependiente, más... desesperada —hizo una pausa, tomando aire—. Prefiero que me odie y me deje, a seguir haciéndole daño sin quererlo.
—Pero... ¿terminar así? —mi voz temblaba de solo pensar en la reacción de Felicitas. La conocía desde hace años y estaba segura que no se merecía pasar por algo tan cruel—. Es horrible, Manuel. No puedes hacerle eso.
—Pero si fue Mía la que sugirió todo esto. La conoce bien. Digo, es su mejor amiga, por algo me habrá dado esos consejos... —respondió, frotándose la frente, claramente frustrado.
Antes de que Manuel pudiera decir algo más, Felicitas apareció repentinamente, interrumpiendo nuestra conversación. Sentándose bruscamente entre nosotros.
—¡Mi amor! —dijo con una sonrisa que no me gustó nada—. ¿Recibiste mi sorpresa?
Manuel parecía confundido y algo asustado.
—¿Qué sorpresa? —preguntó, mirando alrededor.
—¿Cómo que no viste debajo de tu pupitre? —Felicitas se inclinó hacia él, como si lo estuviera regañando.
Manuel negó con la cabeza, visiblemente incómodo.
—No —levanté mis pulgares en un gesto de apoyo, tratando de trasmitirle que hiciera lo correcto y no continuará postergando lo inevitable entre Felicitas y él—. ¿Podemos hablar?
Felicitas no lo dejó responder, y antes de que pudiera agregar algo más, se levantó y lo jaló del brazo.
—Primero vamos al salón, para que veas tu sorpresa —dijo con tono autoritario—. ¿Nos permites, nena? Mi novio y yo necesitamos estar a solas.
Mi corazón se aceleró. Miré a Manuel, buscando en sus ojos una señal de lo que debía hacer. Finalmente, con una mirada, me dijo que lo dejara ir con Feli. Suspiré, derrotada, pero decidí no insistir más.
—Claro, Manuel y yo ya terminamos de hablar. Es todo tuyo —dije, tratando de sonar tranquila. Manuel me agradeció con un gesto, dejándome las botellas de agua en el suelo mientras se alejaba con Felicitas, desapareciendo por los pasillos.
Me quedé allí, con una sensación incómoda en el pecho, sin saber si había hecho lo correcto al dejarlo ir.
—¿Qué pasa, Loreto? —Luján apareció subiendo las escaleras.
—La Ley de Murphy —respondí, con una risa nerviosa.
Si algo puede salir mal, saldrá mal.
—¿La ley de qué? —preguntó, confundida.
—Olvídalo —dije rápidamente—. ¿Me ayudas con las botellas de agua? —Me levanté de las escaleras, sujetando el plato de comida.
Luján asintió, siguiéndome hasta su habitación. Al entrar, noté que el lugar estaba vacío.
—No están los niños —comenté, preocupada, dejando la comida sobre el escritorio de Marizza y comenzando a buscar debajo de las camas y el armario.
—Seguro se regresaron al acoplado —respondió Luján, con calma.
—Tienes razón —dije, aliviada al ver que la presión en mi pecho comenzaba a disminuir—. ¿Tienes un topper para echar la comida?
Terminamos tomando prestada una caja de zapatos de Marizza para guardar los sándwiches, las gelatinas y las aguas. Luján insistió en acompañarme, pero tuve que negarme.
—Si Pablo resulta estar allí, prefiero estar a solas con él —le expliqué—. Necesito que me saque una duda de encima.
Luján me miró por un momento, como si quisiera decir algo, pero finalmente asintió y me dio un ligero empujón en la espalda.
—Está bien, Loreto. Yo te espero aquí —dijo, mientras me hacía un gesto para que me apresurara.
Cargué la caja con las botellas de agua y los lonches, respirando hondo antes de salir de la habitación.
Me dirigí al acoplado, asegurándome de que nadie me estuviera siguiendo. Abrí la puerta del contenedor, encontrándome con una tierna escena entre Pablo y Agos.
Pablo tocando una melodía suave con su guitarra, mientras Agos se mantenía de pie, sosteniéndose de las rodillas de Pablo. En donde ambos se miraban mutuamente, sonriendo y riéndose en voz alta, sin miedo a ser descubiertos.
Sentí un calor recorriendo mis mejillas, mientras mis piernas flaquearon, haciendo que casi cayera de rodillas. Intente salir del lugar sin hacer mucho ruido, dejando que Pablo siguiera disfrutando de su momento con Agos, pero por supuesto el destino no me dejaría irme así de fácil.
La madera del contenedor resonó alrededor de todo el lugar, llamando la atención de Pablo y Agos.
—L-Lory, ¿Qué hacés vos aquí? —Pablo dejo de lado su guitarra, tomando a Agos entre sus manos, acercándose a mí.
—F-fui a buscar a los n-niños al cuarto de las c-chicas y no los encontré —detestaba que esto siempre me sucediera delante de Pablo—. ¿En dónde está, Nacho?
—Lo mandé a buscar bichitos —respondió con indiferencia.
Apreté la mandíbula. Odiaba el tono con el que hablaba de Nacho, como si le diera igual lo que hiciera o dejara de hacer.
—Eres una basura, nene —le solté sin pensarlo, sintiendo la rabia hervir dentro de mí.
Pablo entrecerró los ojos y dio un paso hacia mí, su expresión endureciéndose.
—Cuidadito con cómo me estás hablando —su voz sonó baja, pero cargada de advertencia.
Respiré hondo. No había venido a pelear.
—No vine aquí a discutir —dije con firmeza, obligándome a mantener la calma—. Solo traje comida para los niños.
Pablo bajó la mirada hacia la caja que tenía en mis manos, como si apenas la notara.
—¿Para los niños? —repitió, rascándose la nuca.
—Sí, es para los niños —repliqué, sin poder evitarlo—. No es para ti, no te emociones.
Pablo resopló, pero en lugar de responderme, acomodó mejor a Agos en sus piernas. La niña soltó una risita y extendió sus manitas hacia la caja, curiosa por lo que traía.
—¿Quieres comer, chiquita? —murmuré, llenándome de amor con tan solo verla ahí sentada sobre las piernas de Pablo.
Agos se removió inquieta en sus brazos, estirando las manitas hacia mí.
—Creo que prefiere estar con su mamá —soltó él, con diversión en la voz.
Mi corazón dio un vuelco al escuchar esas palabras. Aunque no dijera nada, el gesto de Agos extendiendo las manos hacia mí me hizo sentir una calidez que no podía explicar. Mi pequeña, aunque no pudiera hablar aún, siempre parecía saber a quién recurrir cuando necesitaba consuelo.
Sonreí suavemente, levantando a Agos con cuidado y abrazándola contra mi pecho.
—Claro que sí, ¿verdad, princesa? —le murmuré, acariciando su cabecita mientras ella balbuceaba felizmente, disfrutando de mi abrazo.
—Dale, sentate —dijo, palmeando el suelo a su lado—. Vamos a darle de comer a la nena.
Me senté junto a él, y Agos, al ver la gelatina en sus manos, empezó a mover sus manitas emocionada, soltando risitas.
—Mirá cómo te mira —comentó Pablo con una sonrisa, observando a Agos con cariño mientras yo abría la gelatina. Agos hizo un pequeño saltito y comenzó a estirar sus manitas hacia la cuchara, claramente emocionada por probarla.
—Por supuesto que me mira, soy su mamá postiza —dije entre risas, mientras la niña trataba de alcanzar la cuchara con todo su empeño, haciendo pequeños ruiditos de emoción.
Pablo observaba la escena con una sonrisa tranquila, mientras sostenía la gelatina con una mano, listo para darle un poco a Agos.
—Es increíble cómo te tiene tan envuelta —comentó, sin apartar los ojos de Agos.
Le di una cucharada a la niña, que la aceptó con una risita, balbuceando algo incomprensible mientras se relamía.
—Es que es mi bebé, Pablo —respondí, sonriendo, con una mirada que no podía evitar ponerse más suave. Agos levantó las manitas nuevamente, pidiendo más.
Pablo miró hacia el lado, observando en silencio por un momento, antes de volverse hacia mí.
—¿Sabés? Me sorprende lo natural que se siente todo esto. Que ella esté aquí con nosotros, en nuestras vidas.
Mi corazón dio un pequeño salto al escuchar esas palabras. De alguna forma, sentí que había algo más en su tono, algo que no podía dejar pasar.
—Es porque lo es —dije en voz baja, sin apartar los ojos de Agos mientras le daba otra cucharada—. Todo lo que hemos hecho por ella, todo lo que hemos compartido —no estaba segura de decir lo que estaba a punto de decir, pero simplemente me salió del alma—. No me arrepiento de nada.
Pablo asintió, como si lo estuviera procesando.
—Y yo tampoco —murmuró, su mirada más seria de lo que había sido antes.
Esto se estaba volviendo cada vez más íntimo, pero la conversación que tuve con Luján me hizo darme cuenta de muchas cosas. El estúpido compromiso entre Pablo y yo siempre sería tema de conversación entre los dos.
Sacudí la cabeza, quitándome esas ideas de la cabeza. No podía permitirme pensar en Pablo de otra manera. No ahora.
Respiré hondo.
—Necesito hablar contigo de algo serio.
Pablo levantó la mirada de la gelatina y frunció el ceño.
—Decime.
Apreté los labios.
—Es sobre Natalia. Me dijo algo y quiero que me digas la verdad.
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