29. Nada que perder
El sonido de su móvil despertó a Roberto más temprano de lo que hubiera deseado esa mañana de sábado. Diana dormía abrazada a él por lo que le costó acomodarla en el colchón para levantarse e ir a responder. El que le llamaba era Daniel, había estado la tarde anterior enviándole mensajes sin recibir respuesta por lo que tuvo que hacer uso de otro recurso para comunicarse. Como suponía, se había enterado de su pelea con Manuel afuera de la casona y le tocaba asumir las consecuencias que resultasen.
Pero el hombre siempre lo sorprendía, únicamente le preguntó si todo estaba bien, sin indagar en los motivos de su enfrentamiento. Tras un breve intercambio en el que explicó a grandes rasgos lo que sucedió, se despidió de él con la idea de seguir durmiendo. Pero al ver la hora en la pantalla se convenció de emplear mejor su tiempo y se puso a preparar el desayuno. Tan temprano ya no era y su acompañante no tardaría en despertar, así que quería sorprenderla.
Sin embargo, el que se llevó la sorpresa fue él porque cuando la vio salir de la habitación, ella ya se había duchado y cambiado. Parecía dispuesta a salir lo más rápido posible, pese a que el delicioso aroma de lo que él cocinaba la hizo pensárselo dos veces.
—¿Vas a salir? —preguntó con un atisbo de desilusión asomando a sus ojos y en la inflexión de su voz.
—Sí. Recibí un mensaje, sobre la investigación de la que te hablé. El agente con el que estoy cooperando tiene nueva información.
—Mejor dile que venga.
—No, es tu casa. No quiero molestarte con eso.
—¿Por qué me molestarías? Me enfada más tener que dejarte ir cuando te pedí que pasáramos el fin de semana juntos.
Se lo pensó, esa forma de convivencia le era desconocida. Temía irse a equivocar, pero se dejaría guiar por él. Aceptó y le envió un mensaje con la ubicación a Saúl, éste le aseguró que llegaría en poco más de una hora.
—Supongo que tengo tiempo para comer algo contigo —dijo ella antes de dejar el móvil en la mesa y acercarse al sartén humeante como niña hambrienta que busca robarse un pedazo del delicioso platillo antes de que se lo sirvan.
—Espera —pidió, atrapándola entre sus brazos —. ¿Dónde está mi beso de buenos días?
—¿Tu beso...? —alcanzó a decir antes de que la boca de él tomase la suya con ese apasionamiento que le robaba el aire y le electrizaba los sentidos.
Sin pensárselo dos veces, la mano masculina fue a dar a la banda que sujetaba su cabellera, la retiró de un ligero jalón para liberarla. Luego la contempló en tanto le acariciaba la cabeza alborotando su peinado, le pareció todavía más hermosa con la cortina de cabellos negros enmarcándole el rostro. La besó otra vez y la tomó por los costados para sentarla en la superficie de la encimera. Ella lo miró con el corazón latiéndole con rapidez que se tornó un excitado palpitar una vez que él se le metió entre las piernas y le quitó la blusa junto al sostén. Sus manos recorriéndole la espalda contribuyeron a que lo disfrutara pese a sentirse un poco expuesta, había pasado un largo tiempo desde la última vez que un hombre le vio el torso desnudo con febril entusiasmo.
—Pensé que íbamos a desayunar —le recordó con picardía, mordiéndose el labio inferior y sintiendo el calor de las manos que le sujetaban con firmeza la cintura.
—Hay algo más delicioso que quiero probar antes —le susurró, sus ojos centellaban.
Tras la sentencia besó con dulzura cada una de las cicatrices y volvió a mirarla, agradeciendo mudamente la confianza que le había otorgado la noche anterior. A continuación, le acunó y apretó con lujuria los pechos, luego se inclinó sobre ellos y dio lengüetazos en ambos antes de que el filo de su lengua se concentrara dando giros en torno al primer pezón erecto que encontró. Después fue por el otro al sentirla arquearse y gemir estimulada.
Ella hizo la cabeza para atrás y se le sujetó de la nuca una vez que comenzó a chupar con avidez provocándole emitir placenteras exclamaciones. Siguió dedicado a su labor, llevaba tanto imaginándolo que no le importó el tiempo, de vez en cuando abría la boca para abarcar más y dejaba que sus dientes probaran también un poco con suavidad que se intercalaba con la fuerza de la succión que le dictaba su deseo. El otro pecho recibió la misma atención, iba de uno a otro gozándolos por entero. Motivado por el sabor de la piel femenina, volvió a asaltar su boca con un beso profundo que le tocó hasta el fondo en tanto le abría el cierre del pantalón y comenzaba a bajarlo junto a la ropa interior.
Al notar su intención, levantó un poco las caderas para permitirle desnudarla y lo vio descender hasta su entrepierna, terminó arrodillado y le puso los muslos sobre los hombros. Él la sujetó por ellos y se dedicó a darle placer con la boca, su lengua saboreó el órgano que le disparaba las deliciosas sensaciones que le turbaban el cuerpo. La miraba a la cara disfrutando del rubor que la teñía, era un poema junto a sus ojos entrecerrados y sus labios abiertos.
Siguió succionando con vigor que incrementó cuando los músculos de ella se tensaron y le fue imposible no sacudirse entera en medio de espasmos que le arrancaron sonoros jadeos y resoplidos. Llegó al límite en medio de un grito ahogado y él se bebió la mayor parte del fruto de su esfuerzo. Complacido con lo que logró, se puso de pie con una amplia sonrisa y alcanzó unas toallas de cocina con las que la limpió ante el asombro de ella, que lejos estaba de esperar ese cuidado de su parte.
—Me encantas, eres maravillosa... y te ves maravillosa viniéndote en mi boca —afirmó con morbo, limpiándose los labios y abrazándose a ella.
Ella sonrió sonrojada, pero de inmediato se recuperó.
—¿Piensas hacer esto todas las mañanas?
—Puedo hacerlo también por las noches. ¿Te gustó?
—Estuvo bien.
—¿Estuvo bien? —repitió arqueando las cejas —. ¿Solo eso merezco?
Ella apretó los labios para contener la risa que explotó al detallar la incredulidad que se le dibujó en la cara.
—Tienes razón, mereces que te lo diga... Te quiero, perdóname si todavía tengo un poco de miedo. Roberto... Prométeme que si un día te cansas de mí... —su súplica fue silenciada por el dedo índice de él en su boca.
—¿Por qué me cansaría de ti? Me canso de la rutina, del trabajo y de no tener auto, pero jamás de una mujer, mucho menos de una como tú que no deja de sorprenderme. Las personas no cansan preciosa, cansan los desacuerdos y conflictos, cansa forzarse a estar juntos. Hasta ahora lo que me has mostrado solo me hace querer estar contigo, así que no pienses en el final cuando apenas es el comienzo. Te confieso que antes mis intentos de estar en una relación fueron sofocados por la asfixia de las exigencias, las comprendo, ellas querían algo más que yo no podía darles. Pero a ti... A ti quiero darte todo.
Ella lo miró como se admira un obsequio inesperado. Valoraba lo que le daba más que cualquier otra cosa en su vida, pero le costaba soltarse. Sonrió con melancolía que se le clavó a él dentro. Pasado el aguijón que le dejó percibir su temor, la confesión detrás de sus palabras le inundó de calidez el pecho, era increíble lo feliz que podía ser complaciéndola.
—También lo quiero, enséñame a estar contigo —pidió apenada de sentirse tan incapaz en esas cuestiones.
Con ternura le besó la frente, lo que escuchó era el eco de sus propios sentimientos.
Aunque tenía ganas de tomar más de ella, mejor la dejó desayunar tranquila y la vio prepararse para recibir a la visita que esperaba. Una vez que el hombre estuvo ahí, lo reconoció. Le desagradaba casi tanto como Manuel, así que se tragó su descontento y se fue a duchar para darles privacidad. Por su parte, Saúl entró detallando todo a su alrededor con ojos sagaces que se detuvieron en la mujer que lo miraba expectante.
—Por lo que veo te sentó bien el cambio, Carvajal —dijo con sorna que fue respondida con un bufido. Con lo bien que había empezado el día y tener que aguantar las idioteces de Saúl. Pero era de esperarse, cuando estuvo en la agencia del Ministerio fue uno de los que más le hizo la vida imposible.
—Vamos a sentarnos —propuso ignorando el desagrado y fue a acomodarse en una de las sillas de la mesa. Su invitado la siguió —. ¿Qué es lo que ibas a decirme?
—Ya veo que tienes prisa, supongo que tienes mejores cosas que hacer. Ahora entiendo porque Manuel anda como león enjaulado.
—Pensé que hablaríamos de Fátima, si no es así, vete por donde viniste —Diana se puso de pie, sus ojos lo miraron con rabia que lo hizo levantar las comisuras de la boca sin llegar a sonreír.
—Siéntate, no seas idiota. Deberías aprender a controlarte antes de que tu novio se canse de tus escenitas.
—No te metas con él —amenazó entre dientes sentándose otra vez y viéndolo con la respiración alterada y los músculos faciales tensos.
—¿Por qué lo haría? Vi como dejó a Manuel... Aunque el muy imbécil se lo merecía, mira que ir a buscarle pleito.
Miró a otro lado contrariada, una más y lo echaría a patadas.
—Vine a decirte que tenemos detenido a un sospechoso —soltó como si nada al ver que estaba acabando con la paciencia de su anfitriona.
—¿Qué?
—Ahora sí tengo tu atención, ¿Verdad? Resulta que Fátima tenía un novio bien escondido. Por lo que nos dijo, comenzaron a salir un par de semanas antes de la desaparición. El chamaco baboso no dijo nada antes por miedo a que lo fueran a acusar, pero ayer lo detuvimos y hemos estado interrogándolo.
Guardó silencio y le pasó sobre la mesa la carpeta que llevaba, ella la tomó. Lo primero que vio fue una foto del supuesto novio de Fátima. Era un joven con cara de niño, definitivamente no era el mal nacido que la atacó. Aunque de aquel no tuviera una imagen clara, lo poco que recordaba era suficiente para saber que no era el mismo.
—No es él.
—Ya sé que no es el mismo hijo de puta que buscamos, pero bien puede ser el que desapareció a Fátima. No sería el primer novio que mata a su novia porque no quiere soltarle o por puros celos. Eso explicaría por qué la chiquilla desapareció antes de que encontráramos a la anterior víctima.
Ella respiró hondo y sus ojos se perdieron en sus pensamientos. La hipótesis del agente no la convencía del todo, Fátima encajaba a la perfección en el perfil de la víctima del maldito que buscaban, excepto por el novio. De pronto, sintió que le faltaba poco para entender algo.
—Dices que nadie sabía del novio, ¿Cómo fue que lo encontraron?
—No, nadie, ni en su casa, ni las pocas amigas que tenía en la escuela, se veían a escondidas cerca del trabajo de ella. Y en realidad no lo encontramos, él fue el que se entregó. Dice estar muy preocupado por ella, pero como no lo conoce nadie no tenía a quien preguntar. Al menos eso fue lo que dijo. Si me lo preguntas, creo que le entró el miedo y el arrepentimiento, no lo suficiente para confesar lo que hizo, pero sí para hacer la tontería de buscarnos.
—No lo creo —. Apretó con los dedos el puente de su nariz en un intento de concentrarse —. Domínguez, ¿Y si él fue el detonante?
—¿A qué te refieres?
—A que a Fátima la seguían más de cerca que a cualquiera de las otras víctimas. Ninguna de las jóvenes antes que ella dijo haberse sentido observada antes de su secuestro. Sí las vigilaba puesto que de alguna forma se enteró de que cumplían su perfil, pero lo hacía de una forma en la que ellas ni se enteraban. En cambio, a Fátima la comenzó a acosar, ¿Y si fue porque descubrió lo de su novio? ¿O tal vez fue así como lo descubrió? Pero entonces ¿Por qué fue tan descuidado de hacerle notar que la seguía? ¿Qué cambió con ella?
—Te está volando la cabeza, enfócate. Manuel quiere meter a este pobre diablo preso —le dijo señalando con el dedo índice la foto del detenido —. Si piensas que no fue él, más vale que hagamos algo ya.
—Tengo otro sospechoso.
—¿Qué dices? —cuestionó dando un leve respingo en su asiento e inclinándose interesado hacia adelante.
—Puede que no sea nada, pero por casualidad encontré a una muchacha que ha estado siendo acosada por un tipo. Lo que le dijo no deja de recordarme el modo de operar de ese bastardo. No puedo dejar de pensar que es el mismo.
—Carvajal, escucha la tontería que estás diciendo. ¿Por qué se acercaría justo ahora a una mujer cuando lleva años consiguiendo víctimas desde las sombras? No tiene sentido.
—Ayúdame a atraparlo y cuando lo hagamos sabremos si tiene o no sentido lo que digo. Si no es él solo le damos una calentada para que no le queden más ganas de volver a molestar a nadie.
—¿Es que acaso te piensas que no tengo nada más que hacer?
—Te lo estoy pidiendo como un favor, me lo debes. No perdemos nada y en cambio es mucho lo que podemos ganar.
Saúl le sostuvo la mirada por un largo instante, tomándose su tiempo para pensar la respuesta. Lo cierto era que no tenía familia después de divorciarse de la mujer con la que compartió un par de años de su vida, así que nadie lo esperaba en casa luego del trabajo y aquello hasta podía ser entretenido. Al final, accedió, como bien decía Diana, no tenían nada que perder.
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