Me lo creí #25
Capítulo 25
Me lo creí
Susan
No me sentía con el control de la situación, esto era nuevo para mí. Había pasado años sin confiar en ningún hombre, sin recibir la ayuda de nadie, pero Demyan por algún motivo quería darme todo y no dudaba para nada. Me sentía en paz sobre su espalda mientras él dormía tranquilo, yo no dejaba de ver el nuevo anillo en mi dedo como algo problemático.
¿Por qué no podía ser normal?
¿Por qué no podía alegrarme por esto? Cualquier mujer se alegraría.
Darle confianza a una persona es darle permiso para que te haga daño, algunas personas deciden no hacerlo, otras lo hacen. De eso se trataba la confianza, era incierta, podías ganar o perder y a mí no me gustaba perder.
Yo era Susana Collins de la Rosa y tenía la cabeza mareada con tantas mariposas, nubes rosas y corazones de arcoíris. Incluso yo podía caer en la ilusión y ya lo había hecho.
Intenté decirle, ¿por qué no lo hice? La respuesta es sencilla, yo en el fondo no quería que me dejara. Es que claro, hay que entenderme por qué esta carne, era nueva para mí y era un vicio, este hombre que se dejaba hacer de todo, hablaba bonito, pero a la vez ponía esa cara de chupa alma que me hacía temblar y no las piernas.
Este año no era mi año. Mi teléfono celular comenzó a sonar, rodé por la cama sin hacer ruido para alcanzarlo.
«Mamá.»
¡Maldición! Estuve ignorando sus llamadas, pero sabía que no era seguro y empeoraría la situación. Tome mi ropa que estaba por el suelo y entre con prisas en el vestidor.
Mis manos temblaron al tomar la llamada, sabía que me diría de todo menos cosas bonitas.
—¡Susan! ¿Dónde estás? —soltó ella enfadada.
—Mamá —mi voz salió inestable, debía hablar bajo—. Es que, surgió algo y no pude ir…
—¿Dónde estás? —repitió ella cada vez más alto.
Termine de vestirme muy de prisa y me senté en el suelo, bien lejos de la puerta.
Cerré mis ojos y tomé aire, intentaba sincerarme —No quería ir…, tengo miedo.
—Susan es hora de que te centres en la vida y dejes de ser una cualquiera ¡Regresa ya! —grito ella.
Tome aire —Me gradué, no te he dado problemas, trato de vivir de una manera correcta y he conseguido mucho aquí, por eso siento…
—Lo que quieres es seguir teniendo una vida llena de libertinaje, no piensas en tu familia en lo que dicen de nosotros y de ti —solo eso les importaba— ¿No te importa tu reputación?
Tome aire —¿Qué quieres que haga?
—¡Control! Quisiera que le pusieras un poquito de control a tu vida, una mujer no debería estar tan lejos y ya hemos permitido mucho con la justificación de que te irías a estudiar.
—¡Y lo he hecho! —dije algo desesperada—. Me he graduado, he vivido bien este tiempo, no te he dado problemas y no te he pedido ni un peso.
¿No podía sentirse orgullosa de mis logros? No es que todo lo que hice fue para que ellos se sintieran orgullosos, realmente quería y necesitaba alejarme de mi familia, descubrir mundo y hacer cosas por mí sola.
—Eres mal agradecida, te di la vida, te crie y tú te largas porque odias las normas, te gusta vivir tu vida descontrolada con esos amigos tuyos de fiesta en fiesta sin tenerte un poquito de amor propio y respeto.
—¡Vale! —tomé aire—. Pero aun así, con todo eso, ¿me amas?
Solo necesitaba que dijera que sí, sabía que yo no era perfecta y ella tampoco, pero eso no significaba que no la amara.
Sin embargo, su respuesta fue muy dolorosa —Pareces una cualquiera Susan y no te quiero ver aquí, para mí estás muerta, no te daré una oportunidad más…
Finalizo la llamada.
Había discutido infinidades de veces con mi madre, pero jamás me había dicho ese tipo de cosas tan dolorosas. Puede que nuestra relación no fuera la mejor, pero sabía que era mi madre y quería que estuviera feliz por quién yo era. Ahora estaba muerta para ella.
Trate de reprimir lo que sentía como muchas veces hacía, esta vez no lo logré. Las lágrimas se acumularon en mis ojos y me fue imposible no llorar, cubrí mi rostro aún sentada en el suelo e intenté ser silenciosa por Demyan que estaba del otro lado, ni siquiera eso me salía bien.
Si volvía mis padres no me recibirían con los brazos abiertos, para ellos yo era una cualquiera, como decía mi madre, sin respeto y amor propio. Como años atrás, ninguno de ellos se sentaría a consolarme, me señalarían nuevamente e intentarían manipular mi vida para que yo no volvería a cometer un error, porque para todos fue mi culpa.
Cuando llegue aquí lo hice pensando que en algún momento podría regresar siendo una mujer más fuerte, pero era escuchar a mi madre y me derrumbaba. Es verdad que uno elegía a quien mantener como familia, pero aun así era doloroso no encajar en el núcleo en dónde se nace.
—Morenita —levante el rostro al escuchar a Demyan.
Me sorprendió y ni siquiera había escuchado cuando abrió la puerta, pero ya estaba en el vestidor. Me miraba fijamente con algo de temor. Lo había escuchado todo, lo noté en esa mirada lastimosa.
Limpie mis lágrimas rápidamente y forcé una sonrisa —Creí que seguías dormido.
Él se sentó a mi lado, no dijo nada y tampoco me tocó. No quería mencionar nada y tampoco quería que él lo hiciera, pero seguramente estaba hecha un desastre con los ojos y la cara roja, además tenía una playera puesta al revés y no quería saber en qué condición salieron mis rizos de la cama.
—Tienes la nariz roja —señalo pellizcando la punta de mi nariz—. Llorar te pone más guapa.
Hice una mueca —No estaba llorando, es alergia, deberías limpiar.
Él asintió —Lo tendré en cuenta, pero de ser así, ¿por qué estás dentro de este polvoriento vestidor?
No había ni una gota de polvo, Demyan era limpio en extremo.
Rodé los ojos —Medito aquí, tus ronquidos no me dejaban pensar.
Lo sé, soy una mala mentirosa.
—¿Tu madre quiere que regreses? —me interrumpió él.
Por supuesto que nos había escuchado y lo suficiente para entender el problema.
Tome aire —No ella…, está en un viaje ahora, tal vez no pueda volver a casa en un buen tiempo.
Era mejor eso que decir que mi madre no quería verme por puta. No fueron las palabras que uso, pero así se sentía.
—Sabes que no estás sola, tienes a Brandon y esa chica de tu playera…, Mel —intento animarme él.
—Tienen su propia vida — expliqué en un tono algo molesto.
No estaba enfadada porque Brandon y Mel se hubiesen casado y formado una familia, jamás me he sentido abandonada por ellos, pero en el fondo sabía que no podían hacer más por mí. No quería ser un estorbo en la vida de nadie y no tenía opciones. Por primera vez en la vida no sabía que hacer y miraba el anillo en mi dedo como algo prohibido que no debería estar ahí.
Él lo notó, tomo mi mano y beso mis nudillos.
—Me tienes a mí —respondió con seguridad.
Ya no podía más con esto. Estaba claro que él no me necesitaba para nada. Lo tenía todo, belleza, dinero y por dios, ¡es ginecólogo! Cualquier mujer quisiera a uno de esos.
—¡¿Por qué carajos te importó?! —sabía que le estaba gritando y él no tenía culpa de nada.
—¿Tiene que haber una razón? —me respondió tranquilo.
No encontraba las palabras para explicarme y me había puesto a boquear como un pez fuera del agua. Así me sentía.
Me levanté furiosa —¡Sí! Siempre la hay, nadie es tan genuino, nadie ayuda porque sí.
No había una razón exacta, solo un «porque sí.»
Era lo más normal, era a lo que estaba acostumbrado el mundo. El interés personal era la base de todo acto y relación.
—Susi —me intento alcanzar.
Me movía por la habitación como una loca.
¡Soluciones! Eso quería.
—Me iré de aquí —le advertí—. Y no es tu culpa, es solo que me siento débil si sigo aquí.
—¡Susan! —me silencio— Ya deja de comerte la cabeza e intentar nadar sola, dime qué pasó y déjame pensar por ti.
—¡Estoy muerta! —era lo peor que había escuchado en mi vida y no me lo podía quitar de la cabeza—. Estoy muerta para ella y lo dejo bien claro, sé que nuestra relación nunca ha sido tan buena pero…
Decir que no esperaba algo así era falso, ella podía decir cosas muy hirientes y a los cinco minutos negar haberlas dicho o solo restarles importancia. Yo no, a mí se me hacía difícil olvidar ese tipo de cosas y no era por rencorosa, es que me costaba sanar.
Demyan se había quedado en silencio.
—Nunca pensé que te vería tan rota —murmuro él—. Lo siento tanto pequeña.
Nadie esperaba verme así y nadie lo había hecho. Tenía la nariz tapada de tanto llorar, pero primero muerta que derrotada. Había prometido que en mi puta vida volvería a estar así. Metí moco para dentro y me limpie las lágrimas.
—Vale, que no ha pasado nada —estire mi cabello—. Que me iré, buscaré un apartamento para mí y mis gatos e intentaré abrir una clínica. Empezar de nuevo se empieza, las tetas ya están.
¡Me iban a deportar! Carajo, ya lo estaba olvidando. Bueno podía hacer todo eso en mi país, aunque me costaría más y las influencias de mi familia me terminarían volviendo loca, juzgando y agobiando todo el tiempo.
Me estaba animando yo misma, pero terminé con más ansiedad.
—Quítate la ropa —pidió él comenzando a desvestirse.
—¡No quiero sexo! —le grité.
—¡A la bañera! —me grito de regreso.
No había entendido por qué tantos gritos, solo tenía que decirme que quería un baño y comer helado al mismo tiempo y yo hubiese aceptado, es que a ver, un rubio, bañera y helado es igual al paraíso, eso quitaba la tristeza en un dos por tres.
—Ves que hay muchas maneras de hacer el amor —menciono él.
No me dejaba en paz, era amor por aquí y amor por allá
—Cállate —me llevé una cucharada de helado para congelar las neuronas.
Que mi cabeza no estaba para pensar en el amor, bueno, nunca lo estuvo. La cosa es que me sentía culpable cada vez que miraba el anillo en mi dedo y a la vez me sentía en paz por estar en la bañera con él y volvía a sentirme culpable porque no tenía nada a lo que agarrarme, por lo que no quería verlo a él como mi única opción, pero tenía toda la pinta de serlo, ¿se entiende? No me entiendo yo y me va a entender alguien más.
—Me das de tu helado —pidió besando mi hombro con esos labios fríos.
—Tú querías de fresa, ahora te jodes —me removí para que no me volviera a dar un beso frío.
Él hizo una mueca y murmuró palabras en Ruso, no entendí un carajo, la próxima vez sacaba el traductor de Google.
No sabía qué estaba haciendo o en que plan estábamos.
¿Sexo?
¿Romance?
¿Cubrir una necesidad?
¡Me iba a casar! Le había dicho que si, y claro, cuando alguien se mete entre tus piernas una dice muchas cosas, pero eso…, que le dije que sí.
Me quito el helado y lo dejo en el suelo junto al suyo, entendió que necesitaba un abrazo para dejar de pensar y yo lo acepte porque si, él me hacía olvidar.
¿Has pasado ocho horas en tacones? Duele, estresa, agobia y te dan ganas de llorar, lo mejor es ese momento cuando te los quitas y tus pies dicen ¡Gracias, puta! Bueno, Demyan era ese momento, era el momento en el que después de sentirte en el límite te podías sentar y respirar, porque algo me decía que él no me dejaría caer.
—Quédate —susurro en mi oído.
Reí para no llorar —¿Tengo otra opción?
—Me ha dolido —tomo mi mentón para que lo mirase—. ¿Tan malo te parezco?
—Me da miedo —confesé—. No quiero decepcionarme de ti o que lo hagas tú de mí.
Él asintió —Puede pasarnos, la gente cambia.
Y eso lo odiaba, la gente cambiaba de la nada y no me gustaba, él cambió.
—No me gusta —me acurruqué en sus brazos.
—Yo siento que me puedo enamorar de todos tus cambios —me animó él.
Era algo difícil de creer.
—Estoy jodida —confesé mirando el anillo.
¡Era tan lindo! No me lo quería quitar, pero ese significado me molestaba mucho.
—Yo te puedo sanar y tú a mí —tomo mi mano y la beso—. Me encanta que esté en tu dedo.
Las personas no podían ser motivo de sanación, eso era algo que se debía lograr a solas o se creaba una dependencia.
Suspire —Es tal difícil.
—Anoche habías dicho que sí —me recordó besándome.
—Esto es una tontería —me reí.
—Seamos tontos, entonces —pidió él.
Me di la vuelta y me senté a horcajadas, el agua de la bañera casi se desborda, pero a ninguno de los dos le preocupaba eso. Estábamos cómodos así, despreocupados y tontos.
—Me siento en misión imposible —le expliqué, era difícil.
—No soy Tom Cruce, pero estás aquí y eso era algo imposible —me recordó.
Es que sus abdominales me hacían perderme y terminé en dónde prometí que no volvería, bueno a estas alturas ya había roto muchas reglas…, corrijo, las había roto todas.
Mordí mi labio —Te quité la virginidad, eso también era imposible.
Él soltó una carcajada y mostró su mano —Y aún no me pides matrimonio, no te dejaré ir.
—¿Por qué? —necesitaba una razón—. Y no me digas que es amor.
Acuno mi mejilla y beso mis labios —Egoísmo, deseo, necesidad.
Sentí mi cuerpo vibrar. Era una masoquista que se emocionaba más por eso que por un «te amo.»
Su lengua humedeció mis labios y yo abrí mi boca para él, me tenía el infierno ganado.
—Si hacemos esto… —no podía ser tan estúpida. Me tragué mis miedos—. Te usaré.
Él asintió —Que sea mutuo entonces.
Cubrí sus labios con mi dedo —Y solo puedes ser mío.
Mordió la punta de mi dedo y me estrecho contra su cuerpo —Ya es hora de pertenecer a alguien.
Nos miramos a los ojos, buscando seguridad, pero solo veía su deseo y el mío en el reflejo. Deseaba mucho a este hombre y jamás lo había sentido así.
El amor era egoísta y era estúpido.
Tenía un aro de plata en mi dedo pulgar, me lo quité y se lo mostré a él.
—Es una baratija, conseguiré algo mejor —le advertí.
—Hazlo —pidió él con una sonrisa.
El amor nos hacía estúpidos.
Tome aire —¿Te quieres casar conmigo, ojitos dulces?
Acababa de hacer una propuesta de matrimonio desnuda en una bañera y con un anillo que no me costó nada, ni recuerdo dónde lo compre. En mi mano tenía uno que él había puesto y del que ni siquiera quería conocer el valor.
—Susi, Susana Ivanov —se escuchaba bien con su voz—. Mi esposa.
Asentí —Tuya.
—Mi amante —beso mi mentón.
Mi piel se erizó con ese simple gesto, él suspiró y yo me sentí en el cielo.
—Lo soy.
—Mi morena —beso mis labios.
Tome su mandíbula y lo hice mirarme —Dame una respuesta o buscaré a otro rubio.
Su mirada se endureció, mordió su labio y miro el anillo otra vez. No encontraría a nadie más como él. Fuerte, valiente, decidido, paciente, hermoso y que…, me amara.
—Te amo —lo confirmo—. ¿Lo sabes?
Me estaba llevando muy lejos y esa pregunta no la podía responder. Mi corazón latía con demasiado fuerza ¡Un infarto! No, no era eso, pero estaba nerviosa.
—Lo sé —respondí segura.
Tenía un revoltijo de mariposas en el estómago, necesitaba mata insectos, me lo tragaría de ser necesario.
—Acepto —mostró su mano.
Sonreí como tonta e intenté poner el anillo en su dedo anular.
—Ah, no te entra —me queje.
Él soltó una carcajada —Prueba en otro.
Se lo coloqué en el meñique a la fuerza, estaba satisfecha y el feliz.
Me tomo de la nuca y me beso con ansias.
—Te amo, te adoro —murmuro contra mi boca.
Me separé para tomar aire —Si vale, pero si te lo quitas te corto la polla, ¿entendido?
Soltó otra linda carcajada —Entendido morenita.
Qué lindo se sentía escucharlo, decirme así, el brillo en su mirada y esa sonrisa sincera. Pellizque su mejilla en un ataque de ternura.
—¡Ay! Susana —me regaño.
—Tengamos una cita mañana, ¿sí? —pedí con mi voz chillona.
—Que sí, tengo que ir a la clínica y luego paso a por ti —acepto.
—¡Genial! — chillé—. Haré la cena.
Salí de la bañera, me puse la bata de baño y corrí como loca escalera abajo. Necesitaba estar lejos de él porque mi corazón latía muy fuerte y sentía ansiedad. Abrí la nevera y metí la cabeza, el frío me relajaba.
Respira profundo y vive.
Lo sentí tirar de mi cintura y otra vez mi corazón salió desbocado, quería salirse, ya no podía más con tanto drama.
—Tranquila —beso mi cuello—. Todo estará bien.
Tome aire —¿Lo prometes?
¿Lo dejarás tomar el control?
—Sí —respondió seguro—, lo prometo.
Sí, lo dejaría.
Me quito la bata de baño, dejo que cayera al suelo y paso la punta de sus dedos por la curva de mi cuerpo, mi piel reaccionó al instante, me erice, temblé y suspire.
—¿Siempre es así? —pregunto.
—¿Que cosa? —encima mi voz temblaba.
—¿Cuándo te tocan y tienes sexo? —explico en voz baja—. Tu piel se eriza, tus pechos se endurecen y no sé, te ves más hermosa…
—No —lo interrumpí—. Nunca antes fue así.
Solo me había sentido así con él.
—Ven aquí pequeña —me sentó en la encimera.
Cada vez que me levantaba de la nada me sentía ridícula, bueno, en realidad me sentía enana.
—Demyan… —lo llamé, pero él seguía besando mi cuello—. No soy cristiana, pero nos tenemos que casar por la iglesia.
Asintió —Sin problema.
Mordí mi labio —Quiero que te vistas de blanco.
Lo sentí reír —La pureza, claro que sí, ¿algo más?
Asentí —Mi luna de miel la quiero cargada de sexo
Sus mejillas se pusieron roja —Vale.
—Sexo duro, morboso, cochino —me cubrió la boca.
—Ya entendí Susana.
Lamí su mano para qué la quitará —Practiquemos, trae helado.
Hace mucho que no le enseñaba cosas nuevas, nos habíamos pasado unos días teniendo sexo perezoso o como él decía, haciendo el amor. Tomo helado de fresa, buena elección. Me llevé una cucharada a los labios antes de besarlo, en seguida sus manos ya estaban en todo mi cuerpo, era rápido.
—Despacio —lo alejé un poco—. Solo comerás helado.
Sus ojos se oscurecieron, mordió sus labios y apoyo sus manos a cada lado de mi cuerpo, espero como niño bueno.
—¿Qué opinas de casarnos cerca del mar? —dije mientras me untaba un poco de helado en el pecho.
Esto estaba frío, con razón la gente normal usaba nata, pero el cambio de temperatura lo hacía interesante.
Suspiro —Me encanta.
Alce una ceja —Mis tetas o la idea.
No estaba muy centrado. Me miró a los ojos —Ambas.
Me reí —Bien, límpiame.
Ansioso tomo mis pechos, los beso y estrujó a su antojo. Me apoye en la encimera y lo deje disfrutar mientras me daba placer y comía un poco de helado. Su lengua hacía maravillas.
Suspire —Quiero flores azules.
Mordió y yo solté un gemido.
—Tulipanes —agrego él.
Me sorprendió que recordara mi flor favorita, pero claro me había comprado una pulsera con un tulipán, no lo olvidaría.
Hice una línea de helado en mi vientre ¡Frío!
Él lo limpió hábilmente con su lengua. Abrí mis piernas y me tendí en la encimera imaginando cómo sería todo mientras lo veía disfrutar. El sueño de toda mujer, solo lo dejaría tener el control y me volvería un poco tonta.
Lamento la tardanza la gripe mantiene en cama, si te gusto el cap déjame saber en comentarios. Recuerda votar y seguirme en Instagram @paloma_escritora
¿quieren boda o no?
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