Capítulo 04

Capítulo 04:

—Hola, ¿qué tal? —saludó igual que hacía siempre que miraba a su compañero de clase.

Era uno de los primeros en llegar, buscó un lugar de los que estaban en la última fila, justo a la par de donde su único amigo varón estaba sentado. Lo había conoció en su primer año de clase, el chico le había caído bastante bien desde que hicieron el primer trabajo grupal, eran bajito, un poco menos que él, su cabello era bastante corto y su manera de hablar era desperezada.

—Hola —le respondió al saludo —. Bien, ¿qué tal tú? —siguió sin dejar a un lado la franca sonrisa que tenía dibujada en sus labios.

—Bien, supongo —se encogió de hombros y se propuso a sacar un cuaderno dentro de su mochila, aunque fuera temprano, no le importaba.

La puerta del salón estaba abierta y dentro de este solo estaban ellos dos, el chico se levantó de su lugar para comenzar a caminar hacia la puerta y salir, dejando solo a Simón, con la esperanza de que pronto regresaría para comenzar una de sus pláticas habituales y, cuando la o el profesor llegara, comenzar a prestar atención como si de eso dependiera su vida. Ambos eran iguales. Simón lo creía su amigo.

Dos chicos entraron de golpe, como si hubieran aparecido de la nada, con las mochilas colgadas de un solo hombro y hablando entre ellos, ignorando por completo la presencia del chico que estaba sentado al fondo, al menos eso era lo que él creía.

—... ¿Crees que no? Si sabes que soy un maldito desviado —había pronunciado esa oración en voz alta, con la única intención de que llegara muy clara a los oídos de Simón. No hizo otra cosa más que bajar la mirada, con los ojos llorosos, con unas ganas enormes de gritar que él no era homosexual y que lo dejaran en paz. Pero no tenía las fuerzas, no era capaz. Suponía que si dejaba que dijeran lo que quisieran, llegaría un punto donde todos se cansarían de esa mierda y podría vivir feliz por fin. Con lo que no contaba era con que, poco a poco, cada una de esas palabras, tanto las que le decían como las que él mismo se tragaba o retenía en su interior, le taladraban su ser hasta el punto donde las explosiones se manifestaban en saladas lágrimas cubiertas de dolor.

—¿Cuándo va a llegar el día que te vas a defender? —le pregunto su amigo, quien llegaba con dos galletas en la mano.

—Se tienen que cansar algún día, ¿no? —sonrió con amargura, tratando de disimular sus ganas de llorar, pero era imposible, al menos para su amigo lo era.

—Esto te hará daño, lo sabes, ¿verdad? —le acercó una de las galletas, haciendo regresara su rostro la sonrisa de antes —. Tienes que hacer que dejen de tratarte de esa manera, no te lo mereces.

—Ya dejemos de hablar de eso, ¿sí? —apartó la mirada y la fijó en un punto en específico, pero sin ver nada a la vez.

Estaba lleno de complejos, lo sabía y se aceptaba como era, pero que lo hiciera él no era lo mismo a que lo hiciera la sociedad, y vaya que la viperina lengua de esta podía ser más filosa que una daga. No podía salir a la calle sin que al segundo de haberlo hecho ya estuviera arrepentido. A veces incluso temía de hacerlo, le daba miedo ver las conglomeraciones de chicos que solían reunirse en una esquina para hablar de cosas que él nunca hablaría con nadie. Siempre que pasaba frente a la vista de estos, era lo más común y esperado que lo primero que hicieran al verlo fuera lanzarle indirectas e incluso palabras que no se calificaban como eso, porque vaya que era más directas que cualquier otra cosa. Se cuestionaba mentalmente si es que la demás gente no tenía espejos en sus casas, o sea, no era como si ellos fueran una octava maravilla del mundo. Pero claro, siempre se fijaban en el que estaba solo, en el que no se juntaba con ellos porque no eran del tipo de personas con quienes le gustaba juntarse.

«Y porque no lo hago dicen que soy gay» se repetía mentalmente o frente al espejo de su habitación. Hubiera sido educado si la palabra que emplearan fuera esa, porque eran todas las discriminativas que pudieran encontrar. No tenía nada en contra de una persona homosexual, porque no se juzga a una persona por querer a alguien, no se juzga a nadie porque le guste algo o alguien diferente a lo que te gusta a ti. Obviamente los demás no poseían la misma mentalidad que él.

—Los demás son una mierda —susurró con el tono de voz un poco elevado.

—¿Qué dijiste? —preguntaron desde su costado. Ladeó un poco la cabeza y se encontró con los ojos de la rubia, que lo observaba un poco divertida.

—¿Qué dije? —preguntó él también con los ojos crispados por haber dicho algo así en voz alta.

—No sé, por eso te pregunto —mostró sus dientes cuando sus labios se separaban por culpa de la sonrisa que se dibujaba en sus rosados y brillantes labios.

—Ah, entonces no dije nada —se encogió de hombros y volvió la mirada al frente, intentando escapar de la mirada azul de la rubia.

—Sí que dijiste algo, ¿qué fue? —dejó a un lado lo que hacía con su pluma y su cuaderno que tenía las líneas de color rosado y muchos dibujos que no se había detenido a detallar.

—No fue nada, en serio —hizo como que estaba escribiendo, pero en realidad solo lo simulaba. No quería responder preguntas.

—Está bien, no me digas nada —formó un puchero y regresó a su trabajo con su cuaderno y la mirada puesta en el pizarrón —. Eres un mal amigo.

Quería voltear la mirada hacia ella y aclararle la situación, no eran amigos y no tenía ninguna intención de serlo, ella tenía una reputación y él no quería mancharse con ella. Era bonita, sí, lo era y mucho, pero no por eso se iba a doblegar a los caprichos de una niña mimada que pensaba que, porque él era el nuevo y ella la más popular, podía hacerse amigo así de la nada. No, las cosas no funcionaban así con él, no ahora. Tenía a tres personas y le bastaba con ellos, no era necesario una más, además, no quería perder la amistad que había entablado con los chicos por acercarse a ella. No, eso no sucedería.

El sonido horrible de la campana se hizo presente y como acción instintiva, todos, incluso él, comenzaron a guardar sus útiles escolares dentro de sus respectivas mochilas o bolsos. Ámbar también hacía lo mismo, podía notarlo porque por el rabillo del ojo no había perdido de vista a la rubia.

—¿Invitas el almuerzo? —inquirió parándose frente a él, con los pies más juntos de lo que deberían y una mirada angelical que daba la impresión de ser una niña buena.

Entonces sí la volteó a ver directamente a los ojos, no porque estaba en frente sino porque le había llamado la atención aquella pregunta, cuando por primera vez había almorzado con los chicos no había pasado por mismo, porque ellos le dieron opciones, que, si quería o no ir con ellos, pero ella era tan directa que antes de preguntar eso ya estaba segura de que diría que sí. Eso, hasta cierto punto se volvía desagradable.

—¿Qué? —habló sin querer, pues todavía no se creía que la rubia hubiera preguntado aquello —Ah, verás, almorzaré con Nico, Pedro y Delfi —se rascó la nuca con un gesto de notable incomodidad.

—Oh... —medio sonrió, queriendo mostrar que no le importaba, pero Simón vio algo en aquella mirada. Vio ilusión, una ilusión que se perdía de a poco. Se sintió mal —. Comprendo, no te preocupes —se dio media vuelta con ideas de comenzar a caminar hacia la salida del salón.

—Puedes almorzar con nosotros si quieres —levantó su mano en dirección a ella, a lo que ella se volteó de nuevo hacia él, regalándole una sonrisa despreocupada y normal en ella, como la que traía siempre consigo.

—Está bien así, Simón —se aproximó todavía más y su mirada viajó hasta un lado donde tres chicos observaban sin disimulo la escena —. Además, creo que a ellos no les muy caigo bien que digamos.

—Pero... —quiso intervenir, pero ella se lo impidió al momento en que definitivamente se apartó.

—Nos vemos después —y se perdió de su mirada cuando las paredes taparon su cuerpo después de cruzar la puerta.

Un tanto avergonzado y confundido llevó su mirada a las tres personas que lo miraban con una cara que lo único que demostraba eran dudas, dudas que no podía responder porque ni él mismo tenía las respuestas correspondientes. Caminó a paso lento y preocupado hasta donde estaban sus amigos. Pedro estaba ocupado jugando con los negros cabellos de Delfina y Nico cuando notó que Simón se aproximaba, trató de disimular y sacó de su bolsillo un teléfono móvil de color negro para ponerse a revisar notificaciones que, lo más posible, es que fueran inexistentes. Pero Delfi era todo lo contrario, ella sí había mantenido su mirada fría en su cuerpo y no disimulaba que estaba molesta e intrigada con él y con lo que acababa de suceder con Ámbar Smith.

—¿Qué fue eso? —preguntó con los brazos cruzados bajo sus senos y su pie golpeteando el piso repetidas veces.

—¿Qué cosa? —respondió haciéndose el desentendido.

—Se refiere a lo de hace poco, lo que sucedió con la rubia, que entraras con ella y que te sentaras a su lado como si fueran amigos desde hace tiempo, y, será mejor que le expliques a Delfi, se ha pasado toda la mañana dirigiendo miradas e insultos poco amables para Ámbar y para ti —hablaba Pedro sin perder de vista el mechón de cabello de la morena, con el que jugaba desde que la campana sonó —. No te asustes, suele ser un poco celosa a veces, sobre todo si se trata de esa chica.

—Él ya sabe a qué me refiero, Pedro —continuó la muchacha sin siquiera voltear a ver a su novio, no apartaba la mirada de Simón y al pobre chico ya le comenzaba a entrar miedo.

—No se preocupen, chicos, de verdad —decía con voz avergonzada mientras se le hacía difícil retener la mirada a la morena —. Solo se detuvo a darme las gracias.

—¿Las gracias? —exclamó la novia de Pedro, notablemente mortificada por la situación —¿Me estás diciendo que se pasó toda la mañana dándote las gracias? Eso es en verdad ridículo, Simón.

Pedro, quien había dejado de prestarle atención al mechón de cabello de su novia, comenzó a dar pequeños golpecitos en la espalda de Nico que, a la vez que miraba su teléfono celular, prestaba atención a la plática que se desenvolvía entre Simón y Delfina.

—Oye, Nico —lo llamó en un susurro, muy cerca de su oído.

—¿Qué? —le respondió de la misma forma, viéndolo por el rabillo del ojo.

—¿No crees que Delfi parece más la novia de Simón que mía?

—Cállate, Pedro —le sacudió la mano para que se apartara de él.

—Te estoy escuchando, Pedro, ya deja de decir chorradas y mejor vámonos a almorzar —tomó de la mano al moreno, muy dispuesta a irse del lugar —¿Vienes, Simón?

Simón, con bastante incomodad dentro de sí, asintió y siguió a ambos chicos junto a Nico, quien también se encontraba en las mismas situaciones, porque no quería mencionar nada para no empeorar las cosas con el moreno. Llegaron a la cafetería y Delfi se ocupó de comprar la comida. Mientras comían, ninguno de los cuatro se atrevió a romper el palpable silencio que dominaba sobre la mesa y alrededor de su círculo social. Ella estaba molesta, Simón lo sabía y los demás, incluido Pedro lo sabía. Pero, el muchacho estaba consciente de que no había sido culpa suya, había sido bastante indiferente con Ámbar y se sentía muy mal por eso, porque, desde cierto punto ella no se lo merecía.

Quizás todo se debía a que no conocía a la rubia, solo conocía esa parte de ella que todos decían, la mala reputación que poseía. Había sido injusto, se había dejado llevar por las habladurías, no la conocía y no tenía el derecho de juzgarla solo por los rumores que se expandían a su alrededor. Era un maldito imbécil, había hecho lo mismo que le hicieron a él: juzgarlo sin siquiera conocerlo. Eso es cosa de cobardes, es de estúpidos. Esa era la cosa que Simón siempre se planteó nunca sucedería. Porque suponía que él tenía conocimientos solo por lo que había sufrido, ahora ya miraba las cosas desde el otro lado de la línea y ahora comprendía cómo eran las cosas cuando no se miraban desde su perspectiva, desde donde siempre las había visto.

No supo si el tiempo se le había hecho largo o excesivamente corto, pasó toda la mañana pensando en las cosas, pensando en Ámbar. La muchacha no se había aparecido después del descanso, volvía a estar solo, volvía a ver el lugar a su par vacío. Se sentía extraño. No paraba de pensar en las lo poco amigable que había sido con ella, en lo estúpido que se comportó con alguien que único que quería era caerle bien.

Cuando la campana sonó orientando el término de la jornada escolar por ese día, inconscientemente se apresuró a ir hacia la puerta, quería llegar pronto a su casa, quería caminar solo, quería seguir pensando y meditar las cosas. Ordenar sus pensamientos envuelto en la soledad que su casa le daría. Pero no fue posible poder cumplir lo que quería, Nico lo alcanzó cuando estaba caminado fuera del colegio. El cielo estaba gris y el clima había bajado de temperatura casi de golpe. Le gustaba cuando el tiempo estaba de esa manera, le gustaba la lluvia y le gustaba la sensación de soledad que le regalaba.

—¿Vas a tu casa? —le preguntó el chico de piel pálida mientras caminaba a su lado con las manos en sus bolsillos.

—Sí —habló sin mirarle a la cara —. No tengo otro lugar a donde ir.

—Te invito a un café, ¿vamos? —ofreció con un deje de ilusión en su voz.

—Claro —la soledad de su hogar podía esperar. Un café con su amigo tal vez le caía mejor.

Caminaron por un rato en silencio, porque ninguno de los dos encontraba un tema de conversación del cual sacar provecho y que desencadenara otro, todo para matar el mal rato que ambos habían pasado por culpa de la tensión con su amiga. Luego de caminar unos metros, Nico se detuvo en una casa que estaba en una esquina, cuyas puertas eran de cristal y, por lo que se miraba a través de este, esa era la cafetería a la que se dirigían desde la invitación. No tenía ningún rotulo que indicara que tenía nombre, pero al momento de cruzar la puerta, un ambiente cálido los bañó y un aroma a café inundó sus fosas nasales. No era una persona que tomara mucho de aquel líquido, pero supuso quedaría mal con su amigo si se negaba. Buscaron una mesa libre, de las cuales había más de una, y fue el castaño claro, quien se dispuso a ir al mesón para pedir una orden de dos capuchinos para tomar en el lugar. Cuando regresó encontró a Simón con las manos cruzadas sobre la mesa y con la mirada perdida la acristalada puerta.

—¿Te sientes bien? —inquirió llevándose el vaso a la boca y tomando un sorbo de lo que contenía.

—Sí, supongo que sí —intentó sonreír, pero hasta para eso era malo.

—Simón, sobre lo que pasó esta mañana...

—No quiero hablar sobre eso, Nico —apartó la mirada de la del chico que tenía en frente y se dedicó a seguir bebiendo su capuchino.

—Quiero que sepas que no te estoy juzgando ni nada por el estilo y lamento que Delfi se haya molestado —ignoró las palabras del chico y prosiguió con lo que había comenzado —. Pero quiero que sepas que, si lo hizo, lo hizo por tu bien, puede que no hayas tenido tú la culpa, pero si ella se enfadó es porque tiene razones. Eres nuevo y todavía no conoces a todos los estudiantes —suspiró al momento de ver la cara de tristeza que tenía su amigo —. Mira, mi intención no es tacharte de ignorante, no es hacer que no te juntes con otras personas, porque eres libre de hacer lo que quieras, pero me siento en el derecho de decirte que tengas cuidado, no te queremos ver ridiculizado por nadie, ni mucho menos por Ámbar.

—Pero ¿qué pasa si la están juzgando mal? Dime, Nico, ¿la conoces? ¿Has hablado con ella alguna vez? —el chico se quedó callado, sin encontrar las palabras para responder aquello, porque era un no, nunca había hablado con ella —. ¿Ves? Nadie se ha detenido a ver más allá de lo que hablan o de lo que ven, quizás no es su culpa, ¿sabes? Puede pasar.

—Y tienes razón, pero no estamos seguros, nos estamos basando en las posibilidades y creo que es mejor dejar las cosas como están. Sí, no la conocemos y por eso nos dejamos guiar por lo que vemos, porque no hay nada más claro que eso. Solo ten cuidado, Simón, como el amigo que me considero te lo pido.

—Y te lo agradezco, Nico, pero no me voy a dejar llevar por lo que dicen, necesito conocerla para juzgarla, no voy a ser igual a los demás, no voy a ser uno de los demás —tomó su mochila y se la acomodó en un solo hombro después de ponerse de pie —. Lo siento mucho, siento no estar de acuerdo con tu opinión y la respeto, pero realmente no quiero seguir hablando con este tema. Gracias por el café, nos vemos mañana —y sin esperar algún tipo de respuesta por parte del otro chico, salió del lugar con el camino hacia su casa.

—Ojalá algún día entiendas, Simón —susurró el muchacho y volvió a beber del capuchino.

Llegó a su casa, no estaba molesto, solamente estaba en desacuerdo con la idea de sus amigos, no sabía si ponerse en contra o de parte de ellos, estaba en un punto neutro, donde no sabía para donde coger. Porque por una parte estaba Ámbar, no había sido grosera, lo había salvado de perder todo un bloque de clases y encima le había propuesto ser su amiga, no de la forma más común que existiera, pero lo había hecho. Había visto en su rostro la decepción cuando se negó a acompañarla a almorzar. Se sintió y se seguía sintiendo mal, porque la juzgó y hasta cierto punto la criticó por ser como era, por lo que decían de ella. En cambio, también tenía a sus amigos, aquellos de quienes no dudaba que querrían lo mejor para él, quienes le contaron su historia con la intención de prevenirlo. Pero él seguía empeñado en que no quería juzgar a alguien que no había conocido, no quería ser el malo de la película. De verdad dudaba a qué estaba más inclinado o si a sus amigos o a la chica que quería ser su amiga.

El sonido del timbre llenó el lugar y, a sabiendas de que no era su madre porque de serlo bien hubiese usado su propio juego de llaves, se levantó del sofá en el que estaba tirado viendo al techo, meditando sobre si ignorar o no las cosas que se rumoraban sobre la rubia y permitirle ser su amiga o hacerse convencer por su amigos que ella no era sana y que, tarde o temprano, él terminaría siendo anotado en la lista de personas que han sido avergonzadas por Ámbar Smith. Se encaminó a la puerta, con pesadez le dio vuelta al pomo y abrió la puerta de par en par, quedándose casi estupefacto por lo que sus ojos miraban.

—¡Hola, querido vecino! —la voz casi chillona y una sonrisa que ya se volvía familiar, iluminaron su rostro.

—¿Ámbar? —se rio más por la impresión que por otra cosa —¿Qué haces aquí?

Se movió inquieta en su mismo lugar y se ventiló su hermoso cabello rubio con ambas manos —¿Qué? ¿No sabías que somos vecinos? —apuntó a la casa que estaba frente a la suya. La misma que la noche anterior había visto desde el balcón de su ventana.

—No, no sabía que vivías ahí —sin poder ser consiente, una sonrisa boba se formaba en sus labios —. Pasa, si quieres.

—Por supuesto —mientras él se hacía a un lado, ella se abría paso hacia el interior de su casa. Era una cosa nueva para él, pues nunca había estado solo con una chica en casa. Pero no se sentía mal.

—Se siente bien —susurró de igual forma que antes: sin darse cuenta.

—¿Qué cosa se siente bien? —preguntó ella girándose hacia él.

Su sonrisa es bonita.

—Nada, no te preocupes —sonrió con vergüenza. Últimamente le sucedía, decía cosas sin siquiera ser consciente de que lo hacía. Eso no era nada bueno.

—Algún día debes dejarme saber las cosas, Simón.

Continuará...

Creo que esto de hacer capítulos un pelín más largos me está gustando xD 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top