Capítulo VIII
A la mañana temprano cumplí con las citas acordadas por Alma. Revisé los nuevos materiales que entraron en bodega y supervisé los últimos toques para un salón de fiestas y un restaurante ecológico que estaba presto para abrir. Hacia las dos de la tarde salí para el vivero de Laura, quería ver las orquídeas de que tanto me hablara. Ella charlaba con un cliente, así que me puse a mirar distraídamente las macetas que adornaban el lugar. Cuando escuché reír al hombre, que estaba e espaldas y giré para comprobar que se trataba de Ignacio.
—¿Qué hacés acá?
Me miró como si lloviera.
—Ah ¿qué tal? Estoy comprando plantas para mi departamento. Hace poco que llegué y creo que le hace falta un toque hogareño.
-—¿Justo acá, en este preciso lugar?
—Si, me lo recomendaron. Me dijeron que la dueña era una mujer encantadora y quise comprobarlo. Laura sonrío con todos los dientes.
—-Pero no te vayas —continúo Ignacio—, necesito tu opinión experta. ¿Qué te parece que quedaría mejor en un departamento de soltero?
Laura se mojó los labios y agrandó los ojos, la palabra "soltero" le sonaba a gloria.
—No conozco el lugar —dije y me arrepentí inmediatamente.
—Eso puedo solucionarlo— contestó— mientras me dirigía una mirada que me hizo subir el calor a la cara. Hacía mucho tiempo que no tenía una sensación de esas características. Laura pareció desilusionarse un poco, dejó de prestar atención y continuó colocando tierra en las macetas. Ignacio tomó dos bien grandes y me invitó a seguirlo.
—¿Vamos?
Laura me hacía gestos con las manos, animándome a que lo siga. Me dejé convencer dócilmente y salimos a la vereda. Caminamos por cinco cuadras.
—¿Cómo hiciste para conseguir apartamento tan cerca del centro? Es casi imposible.
-No es mío me lo prestó un amigo, no se cuanto tiempo voy a estar en el país. Es un cambio de favores.
En cinco minutos estuvimos en el moderno edificio espejado y simple. Quinto piso, una gran vista desde las ventanas, contra-frente a la plaza central. Privilegiado, por donde se lo viera. Ignacio dejó las macetas en el piso.
—¿Te sirvo algo?
—No, gracias. Corrí las cortinas, abrí las ventanas y salí al amplio balcón de transparente vidrio dorado.
—Ciertamente el estilo moderno y despejado no complementaba demasiado con las plantas tropicales que eligiera; a él no parecía molestarle y como el departamento era suyo , la elección debería serlo también.
—Bueno, ya sabés donde vivo Lucía, estamos todos cerca. Sí tenía razón, en un radio de diez cuadras, estaba mi trabajo, el amor de mi vida y mi nuevo socio, que me miraba atento a mis reacciones.
—Me tengo que ir.
No hizo ningún intento de retenerme; sino que me abrió paso con el gesto de sus manos.
—Hasta mañana socia.
—Salí con urgencia, Ignacio me ponía nerviosa y no entendía el motivo. Su mirada era clara y paciente; sin un mínimo razgo de tortura o sufrimiento interno. Un tipo simple sin traumas. A lo mejor era lo que me estaba faltando.¿Qué digo? mis ideas, a veces me traicionan. No giré a mirar atrás pero sentía sus ojos atravesándome la sombra.
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