Capitulo III


Toda una semana buscando excusas para no involucrarme en el proyecto de Gonzalo y mi almita revatía toda negativa; finalmente, acordé una cita en su estudio para conocer al cliente que solicitaba mis servicios. Al anunciarme los dos hombres se pusieron de pie. Yo no podía dar crédito a mis ojos, Gonzalo estaba en el centro de la habitación, lo tenía frente a mí, imponente, alto y hermoso. A su lado el cliente , era joven, o parecía más joven que él; rubio no muy alto. Con las manos en los bolsillos del pantalón, me saludó con un beso y me cedió su silla. Gonzalo permanecía de pie y me miraba tratando de disimular su turbación.

—Bien, dijo el cliente, que se llamaba Ignacio y representaba los intereses de su familia. 

—Lucía, yo conozco tu trabajo y, creo que es lo que el proyecto necesita: una línea simple, elegante pero sobria. Sin estridencias. Quiero que cualquiera que esté aquí se pueda sentir cómodo. Espero poder contar con vos ¿cuándo podrías empezar con los bocetos?

Me asombró esta actitud, Ignacio era directo y decidido, iba justo al punto y no pude evitar el pensar que si Gonzalo hubiese actuado de esa manera, hoy estaríamos juntos. Me sacudí las ideas y volví a la realidad.

—Muy bien, creo que puedo ir preparando varias opciones, las discutimos y vemos cual es la que mas te convence. 

Eso era todo, Gonzalo me agradeció por venir como si no me conociera y fuera alguien que encontró en las páginas amarillas. Me hervía la sangre. Salí del lugar con un gusto amargo y ganas de no haber ido. Pero bueno, soy profesional; no se que esperaba realmente, si vivo de ilusiones desde que Gonzalo se fué  y nunca hizo amagos, de ni siquiera contactarme. El primer año, esperé todos los días frente al teléfono a la hora en que él acostumbraba llamarme. Revisaba los mensajes y soñaba que volvía. El segundo año, inicié la Carrera, con la certeza de que la espera sería en vano y traté de vivir, arrastrando el cuerpo, con el espíritu debilitado.

Vivía sola y casi siempre me acompañaba Laura, que cerraba el vivero y venía a comer conmigo, me contaba los avatares de su vida amorosa y algunas noches, veíamos viejas películas ( de esas que sirven para llorar un poco y te dejan mas livianito).

 Laura, era mi amiga de la infancia, hermana en la vida y más familia que la propia. Ella estaba convencida que Gonzalo y yo habíamos nacido para estar juntos, la pena era que Gonzalo, como todo ideal, no era posible.

En mi despacho trabajé por inercia, atendí algunos clientes, otros proveedores y a la tarde, cuando despedía a Alma, ví la figura de Gonzalo que me esperaba de pie, junto a su imponente auto negro. Me sobresalté y él debió notarlo, porque rápidamente se atajó.

—No te preocupes, sólo quería agradecerte por aceptar el proyecto de Ignacio, creo que retiraría el apoyo, si no viene con vos.

—Hay muchísimos decoradores, no se cual puede ser el problema.

—El problema es que está enamorado de vos.

¿Qué? Esto era una revelación.

—Y ¿Qué se supone que haga yo? pensé que necesitabas una colaboración profesional, no iba incluída ninguna relación amorosa.

—No me entiendas mal. Esto es muy importante para mí. Es volver al país con todo. Ya no quiero quedarme en Europa, y dependo del dinero de Ignacio. En Italia le mostré mis ideas, el conocía tu prestigio y cuando le dije que podía hablar con vos se entusiasmó.

-—¿Y por qué estabas tan seguro de que te ayudaría? Después de tanto tiempo sin noticias y ahora pretendés usarme como mercancía de cambio de un tipo que no conozco ¡podría ser un pervertido!

—¡No exageres! somos grandes. Sólo son negocios.

La cabeza me estallaba con cada palabra. ¿Dónde estaba Gonzalo? Era solamente una construcción de mi mente febril. Ese que tenía delante de mí, mostraba sus gestos, sus modos; pero, su mirada estaba vacía, sin sentimientos. Era la nada más oscura. Me dolía tanto aceptarlo, que no quise mostrar debilidad, sería como seguir muriendo, en esta lenta agonía de 10 años.

—Mientras yo empiezo con los detalles de la construcción, vos andá viendo lo que quiere Ignacio. Seguramente va a hacer lo que te guste.

—¡Llegó mi taxi! (y lo dejé solo en la calle) Permaneció de pie viéndome partir. Subí al coche y lloré todo el llanto acumulado en ese día. El chofer miraba callado y con el ceño fruncido. Llegué a mi departamento y me pregunté: ¿Cómo puede ser que siga enamorada de este hombre? Así llorando me dormí.

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